Transeúnte de la política

Manuel Cruz

Fragmento

Nota previa. La gran impugnación

NOTA PREVIA

LA GRAN IMPUGNACIÓN

El presente libro tiene mucho de balance de una década. Pero de la misma manera que no siempre los siglos duran cien años (baste con pensar en el siglo xx, que se prolongó poco más de setenta), tampoco siempre las décadas duran diez. Alguien, aceptando el principio general, podría pensar que esta flexibilidad no se aplica a la segunda del siglo xxi, que entre nosotros se inició el 15-M de 2011 con el estallido del movimiento de los indignados y se cerró con la constitución del nuevo gobierno PSOE-UP a principios de enero de 2020.

Sin embargo, ni el arranque de la década tuvo lugar propiamente en la fecha señalada ni su fin coincidió con el primer Consejo de Ministras. La indignación que ocupó nuestras calles y plazas tenía claramente su origen en la crisis económica de 2008, y sobre todo en la gestión que de ella había hecho el gobierno de entonces. De idéntica forma, el balance de este periodo deberá tomar inexcusablemente como punto final la crisis sanitaria global provocada por el coronavirus en la primavera de 2020 y que representa un auténtico fundido en negro que da por clausurado de manera irreversible todo este tiempo. Ya (casi) nada podrá volver a ser como antes.

Pues bien, es en dicho marco mayor en el que hay que inscribir lo que nos ha ocurrido en estos años. Unos años que bien podrían considerarse en su conjunto como una determinada modalidad de periodo de entreguerras, con todo lo que ello comporta (en algún caso, una insoportable frivolidad política). Porque tal vez lo que hayamos empezado a vivir en este siglo por todo el planeta sean unas nuevas formas de guerra, las que corresponden a la era de la globalización. Tal vez, sin ser del todo conscientes («no lo saben, pero lo hacen», decía el clásico), tampoco en este país hayamos ido mucho más allá de hacernos eco, de ser caja de resonancia, de lo que estaba ocurriendo en el mundo. Lo específico no ha sido propiamente lo que nos ha pasado, sino el modo en que hemos intentado responder a lo que nos pasaba. Es de tales respuestas de lo que trata el texto que sigue.

SOBRE UNAS PARTICULARES CIRCUNSTANCIAS

Empecé a escribir este libro en 2016, cuando fui elegido diputado al Congreso por la provincia de Barcelona en las listas del PSC. Mi propósito era el de intentar dar cuenta, desde mi privilegiado lugar de observación en un escaño de la Cámara Baja, de un momento cuyo carácter histórico venía anunciado desde la breve legislatura anterior, la que duró únicamente el primer semestre de 2016. A lo largo de aquellos seis meses quedó claro que, a la impugnación de la totalidad del sistema que se había empezado a producir en Cataluña por parte del independentismo desde un tiempo antes, había que sumar la emprendida por una nueva fuerza política de izquierdas que hacía bandera precisamente del completo rechazo de la herencia recibida. En todo caso, ambas impugnaciones compartían la oposición frontal al orden diseñado en los albores de nuestra democracia, que para unos no dejaba de ser otra cosa que una «pantalla pasada» (por utilizar una de las expresiones favoritas del independentismo), mientras que para otros constituía un candado (fueron estos otros quienes hicieron célebre la expresión «candado de la Transición») que se imponía hacer saltar cuanto antes.

La mirada libre y reflexiva que desde el primer momento intenté dirigir a lo que ocurría ante mis ojos tenía un objetivo claro: proporcionar a quien leyera el futuro libro claves de interpretación para entender globalmente, en su conjunto, una etapa que ya entonces se adivinaba trascendental para el futuro político de la sociedad española (aunque no dejara de haber incertidumbre acerca del signo que acabaría adoptando esa trascendencia). No se trataba, por tanto, de escribir nada parecido a un cuaderno de viaje o una mera crónica descriptiva de lo que iba presenciando, como tantos amigos me sugerían que hiciera. Lo que desde el primer momento pretendí fue llevar a cabo una interpretación reflexiva, como a fin de cuentas corresponde a mi condición de filósofo, acerca del sentido de la deriva de lo político adoptada por nuestro país en aquellos años cruciales.

Sentía, además, que debía aprovechar el tiempo, porque a la innegable importancia de lo anterior se unía la propia urgencia del asunto: estaba convencido de que mi andadura política como representante de los ciudadanos españoles se limitaría a una legislatura. Una legislatura que, por añadidura, nadie se sentía en condiciones de anticipar cuánto podría durar, sobre todo a la vista del precedente inmediato. En todo caso, ese convencimiento mío, finalmente equivocado (comentaré algo más sobre esto al finalizar la presente nota previa), hacía, si cabe, más atractivo y apremiante el empeño de intentar encontrar sentido donde solo parecía haber ruido, confusión y caos.

SOBRE EL ASUNTO MISMO

No intento decir que el desorden me viniera de nuevas. La realidad, en general y por definición, rara vez aparece ordenada. Más bien al contrario, gusta de mostrarse enigmática o, cuando opta por la discreción, simplemente ininteligible. Somos nosotros, sus inquilinos, quienes nos empeñamos, a menudo en vano, en descubrir en medio del caos, el ruido y la confusión secretos órdenes de sentido que nos permitan comprenderla. Con frecuencia, el empeño se salda con una derrota, como nuestros reiterados fracasos al hacer predicciones se encargan de certificar, pero no nos queda más opción que la de perseverar en la tarea, porque el ser humano no conoce mejor forma de adentrarse en la propia existencia que —permítaseme la concesión a la jerga de mi especialidad— con las armas del espíritu, esto es, con las de la inteligencia en el sentido más amplio de la palabra.

Como es obvio, lo que vale en general para el inmenso e inabarcable territorio de lo real vale, con más razón, para una de sus específicas regiones, la de la realidad política. El caudal incontenible y en muchas ocasiones imprevisible de cuanto en ella ocurre acepta con dificultad ser encauzado en el estrecho canal de una interpretación, que, por omniabarcadora que se pretenda, siempre termina dejando fuera (cuando no valorando equivocadamente) aspectos o sucesos relevantes de dicha realidad. Así, por poner un ejemplo destacado, poco antes de llegar a su ecuador la XII.ª legislatura, que tan tormentosamente se había iniciado (tras el largo preámbulo de lo que, en la jerga cómplice de los diputados, se denominaba entonces «la corta», la que solo duró el primer semestre de 2016), parecía ya estar ostentosamente finiquitada. A mediados de mayo de 2018, la sensación generalizada, dentro y fuera del hemiciclo, era la de que la legislatura ya no daba más de sí, y que lo único que quedaba por hacer era ir viendo cómo Rajoy administraba el balón de oxígeno temporal que le había proporcionado la aprobación de los presupuestos. Pues bien, en veinticuatro horas, esta percepción saltó por los aires y se abrió paso una posibilidad que hasta ese momento parecía poco

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