La Calandria

Rafael Delgado

Fragmento

Título

Prólogo
LA CALANDRIA, “NOVELA GENUINA Y NETAMENTE MEXICANA

EL NOVELISTA

El veracruzano Rafael Delgado nació en la ciudad de Córdoba el 20 de agosto de 1853 y murió en Orizaba el 20 de mayo de 1914, a la edad de sesenta años. La mayor parte de su vida transcurrió en su estado natal, a excepción de breves temporadas que pasó en la capital del país y en Jalisco. A la par de la literatura, el escritor se consagró a la docencia, que ejerció sobre todo en Orizaba, en el Colegio Nacional, dirigido en algún tiempo por Silvestre Moreno Cora, distinguido académico, escritor, magistrado y mentor de Delgado.

Don Rafael se inició con el género poético, que cultivó principalmente en su juventud, aunque sus poemas no son muy conocidos en la actualidad. También frecuentó el género dramático y la crítica literaria. Sin embargo, fue en la novela donde el veracruzano adquirió merecida fama, especialmente con tres de sus obras: La Calandria (1890), Angelina (1893) y Los parientes ricos (1901-1902), las cuales se publicaron inicialmente por entregas en periódicos y revistas, y casi de inmediato volvieron a editarse en formato de libro. Además de éstas, Delgado dio a las prensas el volumen Cuentos y notas (1902) y la novela corta Historia vulgar (1904).

En cuanto a su aspecto físico, Amado Nervo proporciona una valiosa descripción que corresponde al momento en que conoció a Rafael Delgado, cuando éste tenía treinta y nueve años: era “hombre de mediana estatura, de regulares carnes, de inteligente cabeza, coronada por cabellos ligeramente rubios y en la cual se advertía incipiente calvicie, ojos de sincera mirada, correcta nariz y boca de expresión bondadosa”.1 El novelista —a quien Nervo califica de “eximio”— había acudido a una reunión en la que también se dieron cita Alberto Michel, Micrós (Ángel de Campo), Jesús Urueta, Enrique Fernández Granados y Antonio de la Peña y Reyes, entre otras personalidades de la cultura mexicana, quienes brindaron por el autor de La Calandria.

Al igual que Nervo, muchos de los contemporáneos de don Rafael —sin importar escuelas literarias, banderías políticas o generaciones— mostraron a éste gran respeto y admiración, tanto por su persona como por sus obras, con lo cual parecían hacerse eco del anhelo expresado alguna vez por el novelista en boca de uno de sus personajes: “Todos amigos sinceros en literatura y en arte”, en “una república literaria sin odios, sin envidias, sin rencores. Todos los ingenios, mozos y viejos, conservadores y liberales, unidos por el amor a la belleza”.2

UNA NOVELA POR ENTREGAS

A lo largo del siglo XIX, tanto en México como en otros países —sobre todo europeos—, muchas novelas se publicaron por entregas: cada semana, quincena o mes, los autores escribían uno o más capítulos de su obra, los hacían llegar a una publicación periódica (diario o revista) que por lo general tenía una línea editorial determinada, y gracias a ello numerosos lectores podían seguir el desarrollo de una historia que posteriormente, en función de la popularidad de la publicación, se editaba en forma de libro, a veces con ciertas enmiendas del autor.

Éste es precisamente el caso de La Calandria, la primera novela de Rafael Delgado, publicada en la Revista Nacional de Letras y Ciencias en 1890, en buena medida gracias a la insistencia de Francisco Sosa (1848-1925), amigo de Delgado y miembro de la administración de la revista.3 De hecho, fue a petición de Sosa por lo que Delgado puso en orden sus apuntes y dio estructura a lo que sería la novela, pues cuando se fundó la revista mencionada (1889) La Calandria era sólo un proyecto de su autor.

Puesto que la línea editorial de la publicación periódica en la que aparecía una novela influía en el tono, el estilo y las decisiones de su autor,4 considero oportuno retomar aquí los propósitos que animaron la Revista Nacional de Letras y Ciencias, contenidos en su primer número, del 1 de enero de 1889:

Crear, en una publicación periódica, un centro de trabajo que contribuya a determinar la coordinación de los dispersos elementos que deben componer la personalidad intelectual de nuestro país; poner en contacto las ideas, los conocimientos, las aptitudes artísticas del grupo llamado a marcar sus derroteros al pensamiento nacional; proporcionar a nuestros sabios, a nuestros profesores, a nuestros literatos, un órgano imparcial que transmita su palabra al público ilustrado…5

Para llevar a cabo esta misión, la revista advertía que, en el caso de las creaciones literarias, sólo admitiría producciones inéditas que fuesen verdaderas obras de arte. Por tanto, puede deducirse que, a ojos de Sosa y compañía, Delgado pertenecía al “grupo llamado a marcar sus derroteros al pensamiento nacional”, y su novela, inédita, entraba en la categoría de las verdaderas obras de arte.

Sosa, a quien el éxito que de inmediato obtuvo La Calandria no lo sorprendió en lo más mínimo, había reconocido, “en la personalidad y en los escritos” del entonces narrador novel, “talento, instrucción, alma noble, corazón abierto a todo sentimiento generoso, dicción pura y castiza, sin resabios de arcaísmos y rebuscamientos empalagosos”. Por ello, no es de extrañar que la obra haya sido “saludada por el aplauso de los más entendidos literatos de México, de Sud-América y de España misma”,6 pues la Revista Nacional de Letras y Ciencias se distribuía tanto en México como en el extranjero.

En palabras de Sosa, cuando La Calandria vio la luz,

la prensa periódica no se limitó a elogiarla, sino que reprodujo algunos de sus pasajes más bellos, e indicó la conveniencia de formar un volumen con aquellas páginas, para facilitar más su lectura, poniéndolas al alcance de los que no acostumbran suscribirse a revistas científicas y literarias. Muchos de sus amigos instamos a Rafael Delgado, y al fin obtuvimos de él la promesa de hacer la presente edición.7

Dicha edición es la que se reproduce en este volumen, con prólogo de Francisco Sosa, publicada en Orizaba por

Pablo Franch en diciembre de 1891, esto es, al año siguiente de su aparición en la revista.8

UNA NOVELA MEXICANA

En su prólogo a la segunda edición de La Calandria, Francisco Sosa destacó un elemento que me gustaría retomar aquí. Se trata de lo referente a la escuela literaria a la que Delgado “se filió” —para usar las palabras del prologuista—, a saber: el “realismo puro y bien entendido”, ajeno a “las desenfrenadas licencias de varios de los novelistas contemporáneos”. A juicio de Sosa, la novela de Delgado, además de llenar

la primera y principal condición de toda obra de arte, cual es la de realizar la belleza […], responde a una de las ne

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