Las minas y los mineros

Pedro Castera

Fragmento

Las minas y los mineros

Prólogo
AL ENCUENTRO DE UNA RICA VETA LITERARIA:
PEDRO CASTERA Y LAS MINAS Y LOS MINEROS

UN MINERO POETA

Pedro Castera (1846-1906), fue un hombre de múltiples facetas: minero, soldado, inventor, médium, científico, poeta, periodista y narrador, autor de dos obras de relevancia en la historia de nuestras letras: la novela sentimental Carmen y la colección de cuentos Las minas y los mineros, ambos publicados en 1882. Con la aparición de estos títulos, Castera ganó reconocimiento como literato de talento y originalidad. Pese a ello, el paso del tiempo y el arribo de otras formas de hacer literatura, así como nuevas preocupaciones sociales, políticas y estéticas de un país en construcción causaron estragos en la visión que se tenía del escritor, de modo que, sin ser olvidado del todo, se convirtió en esa referencia interesante, pero cuya lectura se pospone una y otra vez. Esta situación cambió a partir de la decisiva labor de rescate y estudio llevada a cabo por Luis Mario Schneider, primero, y por Antonio Saborit, después, al punto de que en los últimos tiempos la figura de Pedro Castera ha suscitado un renovado interés y su obra ha comenzado a ser estudiada desde muy diversas perspectivas.1

Como resultado de este proceso, ha sido posible tener mayor información acerca de la vida del autor y ahondar en su desarrollo como escritor. Según refieren sus biógrafos, tras haber perdido a su padre, el ingeniero en minas José María Castera, en la epidemia de cólera de 1850, Pedro Castera realizó estudios elementales de forma irregular, debido a las circunstancias políticas del país bajo el gobierno de Antonio López de Santa Anna. En la década de 1860, después de realizar trabajos en una fábrica de pólvora en Michoacán, Castera emprendió la carrera de ingeniero minero, pero con la llegada de las tropas francesas a México en 1862, tomó el fusil y participó en las batallas de los fuertes de San Javier y Santa Inés, en Puebla, y en 1867 combatió en Querétaro, lugar de la derrota de Maximiliano de Habsburgo.

Tras la caída del Imperio, Castera retomó su interés por la minería y en 1871 desarrolló un sistema de beneficio de metales de plata, lo que marcaría el inicio de su labor como inventor.2 Posteriormente, recorrió distintas zonas mineras de Guanajuato, Zacatecas, Durango, Michoacán, Guerrero, Estado de México y Pachuca. Tras este periplo, en 1872 Castera se integró a los grupos espiritistas que surgieron en la Ciudad de México y se convirtió en médium; asimismo, inició su carrera periodística y literaria con la publicación de poemas, artículos y relatos que buscaban propagar dicha doctrina. La importancia del sustento espiritista en la vida y obra del autor quedó de manifiesto en su “Profesión de fe”, donde afirmó su creencia en Dios, en la inmortalidad y la reencarnación de las almas, así como en el espiritismo, por enseñar los principios del bien, de la moral y de la caridad, y por contener reglas y demostraciones lógicas que probaban el poder de la divinidad.3 En este periodo, además, colaboró en diversas publicaciones periódicas como El Domingo, El Teatro, El Radical, El Monitor Republicano, La Primavera, El Monitor Constitucional, El Federalista, entre otros; dio a conocer su primer volumen de poemas con el título Ensueños (1875) y fundó el Círculo Literario Gustavo Adolfo Bécquer (1877), en compañía de poetas, como Francisco P. Urgell, Juan de Dios Peza, Manuel de Olaguíbel y Agustín Cuenca.

A partir de 1880, Castera se integró como redactor de La República. Periódico Político y Literario, fundado por Ignacio Manuel Altamirano, y en 1882 se convirtió en su director y principal colaborador con una serie de artículos de divulgación científica. En este mismo año, Castera publicó, además de los títulos ya referidos, la colección de cuentos Impresiones y recuerdos, la novela corta Los maduros, y el poemario Ensueños y Armonías. No obstante, toda su labor literaria se interrumpió al ser internado en el Hospital para Dementes de San Hipólito en julio de 1883, debido a que se le diagnosticó lipemanía, forma de la melancolía depresiva, lo que provocó la apertura de un juicio de interdicción que lo declaró incapacitado. Más allá de las especulaciones en torno a las verdaderas causas de su internamiento —que señalan ya un cansancio físico y mental ya una conspiración política por negarse a apoyar al entonces presidente Manuel González—, lo cierto es que la estancia en el hospital cerró su etapa de mayor producción literaria.4

En los años posteriores, Castera publicó esporádicamente algunas colaboraciones en La Juventud Literaria y El Liceo Mexicano; en 1889 retomó la labor periodística con una columna de artículos de tema científico en El Universal, en cuyo folletín apareció su novela Querens en enero de 1890; unos meses más tarde dio a la imprenta Dramas en un corazón, su último título. En 1891, Castera anunció su retiro de la prensa para emprender nuevos proyectos mineros. Todavía en 1896 publicó un artículo de tema histórico en el Almanaque de Ciencias y Artes del periodista Manuel Caballero y en 1899, un folleto sobre beneficio de metales. Si bien su labor como minero no siempre fue afortunada, sus andanzas literarias lo convirtieron —como vaticinó Altamirano—, en un pionero de nuestras letras, según se verá en las siguientes páginas.

ESCENAS DE LA VIDA MINERA

Castera decidió dar cuenta de sus experiencias en las minas mediante la pluma, por lo que en mayo de 1875 apareció su primer cuento minero titulado “En la montaña”, en El Artista, revista dedicada a las artes y las bellas letras. A finales de ese año, publicó “En medio del abismo”, en el periódico El Federalista, con un preámbulo o nota introductoria en el que expone los motivos que lo llevaron a emprender la redacción de sus historias. En dicho texto, el autor llama la atención sobre el escaso interés de los escritores mexicanos en abordar la vida minera, pese a que dicha actividad había sido fundamental en la historia del país, situación muy diferente en otras naciones, donde el tema sí había sido tratado. Así, comenta la obra de Louis Simonin, un ingeniero y explorador francés, quien, en La vida subterránea o Las minas y los mineros (1867), revisa las características de las minas, describe los procesos de extracción, ofrece datos sobre la producción de metales y refiere algunos accidentes y leyendas en minas de Europa y América. Con todo, Castera señala que, a diferencia de Simonin, él aborda ciertos lances oscuros y poco conocidos, historias trágicas sucedidas en las profundidades de la mina que no son producto de su imaginación, sino de los recuerdos de los momentos que pasó en ella. Como poeta y minero, Castera expone los vínculos que unen ambas actividades: “diversa for

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