Y ahora, volved a vuestras casas

Evelyn Mesquida

Fragmento

La Red Ponzán

La Red Ponzán

Toulouse, 1944. Francisco Ponzán comprendió que iba a morir.

Desde que fue detenido el 28 de abril de 1943, esperaba su juicio entre los muros de la prisión Saint-Michel de Toulouse por un asunto menor de papeles falsos. Durante muchos meses tuvo la esperanza de que sus compañeros —los ingleses, franceses o belgas con los que trabajaba— lograrían salvarlo. Poco a poco había ido perdiendo esa esperanza.

Unos meses antes de ser asesinado, supo que esta vez no escaparía, que su combate lo había convertido en enemigo de muchos. Ahora, además, una parte del movimiento libertario español también lo había abandonado, reprochándole su relación con los servicios secretos británicos, franceses y belgas y considerándolo «elemento indeseable y sospechoso».

La época de duda y deshonor que se había ido instalando en el país estaba lejos de la Francia pionera en resistencia en la que el aragonés se había implicado y en la que se había desenvuelto con gran eficacia. La Francia de 1944 se había convertido en un turbio conglomerado de intereses y manipulaciones, en «un mundo de sospechas y traiciones, de calumnias, de agentes dobles y de confidentes».[1]

El 2 de junio de 1944, el prisionero Ponzán escribió una carta a Palmira Pla, la mujer que amaba, en la que le pedía con firmeza y fatalismo, temiendo por ella, no seguir haciendo gestiones para su liberación porque «... mis enemigos son superiores a tus fuerzas...».[2]

Pocos días antes, en su celda, Paco Ponzán había redactado su testamento y lo había entregado a su hermana Pilar, su gran colaboradora. Una de las cláusulas especificaba: «Deseo que mis restos sean trasladados un día a tierra española y enterrados en Huesca... al lado de mi maestro, el profesor Ramón Acín y de mi amigo Evaristo Viñuales».[3] Su deseo no pudo cumplirse.

Tiempo atrás...

Fue largo el camino de lucha en Francia desde aquel 10 de febrero de 1939 en que, dejando atrás un trozo de su historia, Francisco Ponzán atravesó la frontera pirenaica como uno más entre los miles y miles de combatientes vencidos por la coalición de cuatro ejércitos. Atrás dejaba un largo combate por la libertad, la sangre que había corrido y el silencio de tantos muertos. Entre ellos el de su querido y admirado Ramón Acín (anarquista, maestro, dibujante, escultor, escritor y hombre de gran cultura).

Conocido como «Paco», «Gurriato» o «el Gafas», por su miopía, y más tarde como «François Vidal», Francisco Ponzán era un aragonés circunstancialmente nacido en Oviedo, donde trabajaba entonces su padre. La familia de seis hijos se instaló poco después en Huesca, villa natal de su madre, mujer de gran religiosidad, recordada por todos como persona muy bondadosa. El padre murió cuando él tenía seis años. Hombre culto y de ideas liberales, había estudiado para maestro pero no llegó a ejercer nunca.

Desde muy pronto, el pequeño demostró ser un buen estudiante pero rebelde a su entorno clerical y a la formación religiosa obligada. Acusado de ser un mal ejemplo para los otros alumnos, terminó expulsado de los Padres salesianos y como castigo su madre lo puso a trabajar a los doce años en una librería donde se encargaba de barrer y hacer recados, y donde inmediatamente descubrió a Julio Verne, Dickens y Víctor Hugo, entre otros, y se escondía para leerlos. Casi al mismo tiempo, en un viejo baúl del desván de su casa, descubrió también los libros que habían pertenecido a su padre y se los apropió en secreto: Rousseau, Voltaire, Ángel Ganivet, Joaquín Costa, Anselmo Lorenzo... Sendas diversas para descubrir un mundo más cercano a sus deseos.

El dueño de la librería, que había simpatizado con el muchacho y que apreciaba su inteligencia y su personalidad, no tardó en animarle para que no perdiera el tiempo, dejara el trabajo y prosiguiera sus estudios. Así se lo dijo a su madre, y a los catorce años Paco comenzaba las clases de Magisterio en la Escuela Normal. Allí conoció al profesor Ramón Acín, miembro de la CNT y hombre respetado por todo el mundo, al que admiró enseguida por su gran sensibilidad, su humanismo y su riguroso sentido de la justicia. Con él, Paco aprendió, según su propio testimonio, «la mejor forma de entender el anarquismo». Paco empezó a frecuentar también el Ateneo Cultural Libertario.

A los dieciocho años, siendo todavía discípulo de Ramón Acín, obtuvo su título de maestro y empezó a ejercer en Ipas y en Castejón de Monegros. Más tarde estuvo destinado en varios municipios de La Coruña. En esa etapa, al mismo tiempo que ejercía el magisterio, que descubría su necesidad de compromiso con los obreros, su deseo de lucha contra la explotación y sus ansias de libertad, participaba en mítines, huelgas y algunos sabotajes. Comenzó también a conocer la cárcel. Fue detenido en 1930 tras la sublevación de Jaca y encarcelado en 1932 por apoyar a obreros en huelga. Tras la insurrección libertaria de diciembre de 1933 (huelga general acompañada por la acción de milicias armadas que pretendían implantar el comunismo libertario) fue detenido en Zaragoza y poco después acusado de nuevo de facilitar la fuga a diez presos de la cárcel de Huesca. Esto le costó algunos meses más de cárcel. Después volvió a sus clases en Galicia.

En julio de 1936 regresó a Huesca, donde le sorprendió el golpe de Estado militar. Ponzán fue inmediatamente partidario de defender la República con las armas. Su impulso espontáneo y combativo fue atenuado en aquel momento por Ramón Acín, que le incitó a esperar acontecimientos. Pero pocas horas después ya fue demasiado tarde. Evaristo Viñuales, también alumno de Acín, maestro y gran amigo de Paco, diría más tarde: «A Ramón Acín... le repugnaba profundamente la violencia, el derramamiento de sangre, motivo que sin duda no le dejó ser lo enérgico e inflexible que debiera haberse mostrado ante la gravedad del momento...».[4]

Frente al peligro inminente, Paco Ponzán tuvo que salir de la ciudad oscense, donde los facciosos lo iban buscando. Unos días después, Ramón Acín fue arrestado por los Camisas Negras (comandos legionarios de tropas voluntarias italianas concentradas en Aragón y con su mando militar en Zaragoza) en circunstancias dramáticas, y el 6 de agosto, fusilado delante de las tapias del cementerio de la ciudad. Unos meses más tarde, Ponzán publicaría en el periódico Nuevo Aragón de Caspe una carta de homenaje póstumo a su maestro. Algunos párrafos decían: «A ti, Ramón, mi Maestro bueno... con tu ejemplo señalaste la trayectoria de mi vida... me iniciaste en la senda de todas las rebeldías... en la adolescencia, en aquel velador de un café oscense, me dijiste con palabras que nunca se olvidan, que jamás me arrastrara como la oruga a lo largo de la estaca buscando medrar...». El dolor por la muerte de Ramón Acín acompañó a Ponzán hasta el final de su vida.

Unido a otros compañeros, Paco comenzó enseguida a requisar armas y a enfrentarse a las columnas del

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