Yo muero hoy

Olga Rodríguez

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Las revueltas árabes de 2011 no surgieron por generación espontánea, como si de un brote de varicela se trataran. Detrás de ellas hay una historia de lucha por un cambio real a través del activismo clandestino, de la defensa de los derechos humanos, de los movimientos obreros, de las agrupaciones que llevan años trabajando por la justicia social. La constancia de la militancia de unos pocos sentó las bases y creó los cauces para canalizar el hartazgo de muchos. Sin unos y otros las revueltas no habrían tenido lugar.

Cada país árabe tiene sus peculiaridades, y por eso no sería correcto atribuir a todos los levantamientos populares las mismas causas, pero es cierto que comparten contextos. Todos ellos han estado marcados por la corrupción, la falta de libertad, la represión contra todo tipo de disidencia y las grandes desigualdades sociales y económicas.

En los últimos años sus economías habían experimentado una transformación. Se abrieron a la liberalización de sus mercados, redujeron las inversiones públicas y las ayudas sociales e impulsaron la privatización de empresas públicas. En algunos casos, como el de Egipto, estas políticas no hicieron más que beneficiar a una élite frente a los más desfavorecidos, ya de por sí afectados por el gran recorte de los servicios públicos y por las privatizaciones. En todos ellos habían aumentado el desempleo, la pobreza y las desigualdades, agravadas por la crisis económica global. En 2008 sufrieron un incremento de los precios de productos básicos como el pan, provocado, entre otras razones, por la especulación en los mercados financieros internacionales.

Junto con estas razones ha habido otros factores relacionados con las emociones que desempeñaron un papel importante. Las revoluciones árabes han sido un estado de ánimo, una actitud dominada por un optimismo adoptado no desde la ingenuidad o la ignorancia, sino desde una elección consciente de sus riesgos. Solo desde la certeza de que el cambio es posible se puede protestar, luchar e incluso arriesgar la vida.

En estos meses he conocido a cientos de personas capaces de extraer energía y valor en los momentos más adversos para mantener viva la llama de la protesta, la única arma de un pueblo contra el poder que le despoja de sus derechos, de su dignidad.

Así son los movimientos colectivos. Irrumpen solo cuando un cúmulo de elementos variados se encuentran, se mezclan, estallan. Más allá de las explicaciones racionales, políticas, económicas y sociológicas, surge un ingrediente aparentemente simple pero imprescindible: lo instintivo, lo intuitivo, el impulso.

En la base de toda reflexión descansa el lenguaje de las emociones. Quizá por eso el novelista egipcio Alaa al-Aswany ha comparado la vehemencia de la «revolución» con un proceso de enamoramiento, en el que opera, desde los recovecos del subconsciente, como motor fundamental del cambio, un instinto vital capaz de avanzar enfrentándose a los más graves obstáculos, representados aquí en la violencia que las fuerzas de seguridad han ejercido contra los manifestantes.

«YO MUERO HOY»

Tan solo en los dieciocho días de la primera etapa de la «revolución» egipcia murieron ochocientas personas y miles más resultaron heridas. En la primera línea de batalla, algunos jóvenes, conscientes de que se jugaban la vida, gritaron «Yo muero hoy», no porque desearan la muerte o el martirio, sino porque en su balanza de preferencias pudieron más la dignidad, la certeza de que no había marcha atrás, el deseo del cambio, que el miedo. Yo muero hoy encierra el ansia por sentirse vivo, no desde la cercanía a la muerte, sino desde la toma de conciencia de sí mismo como ciudadano y no como súbdito.

Uno de los aspectos que más me han destacado quienes han participado en las revueltas es su orgullo por poder formar parte al fin de un proyecto colectivo en el que había cabida para todos. «Hoy siento que vivo de nuevo» y «Yo muero hoy», dos gritos que han resonado en las plazas de las revueltas y que, aunque aparentemente contradictorios, forman parte de una misma actitud colectiva en la que venció la apuesta de la lucha, con sus terribles riesgos, por encima del temor al castigo e incluso a la muerte.

Este libro pretende acercarse a la experiencia vital de las protestas en el mundo árabe a través de los ojos de algunas personas que han participado en ellas. Son manifestantes, activistas, abogados defensores de los derechos humanos o blogueros con los que he compartido conversaciones y vivencias. A algunos los conozco desde hace años, a otros no. No son los únicos protagonistas de las revueltas. En realidad, estas no tienen ni dueños ni protagonistas. Han sido producto de un trabajo colectivo y anónimo que, en cierto modo, no podría haber avanzado sin la aportación de cada uno de sus participantes.

A su vez, estas páginas intentan enmarcar las protestas árabes en un contexto histórico más amplio que vuelve la mirada a las décadas pasadas, sin el cual no sería posible comprender las causas, los orígenes y la importancia de la llamada «revolución árabe».

Egipto es el eje central de Yo muero hoy, por varias razones. Es el país árabe más poblado del mundo —con 85 millones de habitantes—, alberga en su territorio el canal de Suez —la principal vía marítima que conecta Asia con el Mediterráneo— y comparte frontera con Gaza e Israel. La firma de los acuerdos de paz entre Egipto e Israel en 1979 facilitó al gobierno de Tel Aviv implementar sus políticas de ocupación en los territorios palestinos sin temer ya una guerra directa con su vecino árabe. A cambio, Estados Unidos recompensó a Egipto con importantes ayudas económicas. Desde entonces el ejército egipcio recibe una media de 1.300 millones de dólares al año de Estados Unidos, una cifra solo superada por la ayuda estadounidense a las fuerzas armadas israelíes. Un Egipto realmente democrático y libre de injerencias extranjeras podría facilitar un cambio de equilibrios en toda la región.

A través de los acontecimientos de Egipto, Yo muero hoy se acerca a los otros cinco países donde las revueltas han calado más hondo y han provocado cambios fundamentales en la sociedad y en la situación política: Túnez, Libia, Siria, Bahréin y Yemen, con especial atención a Siria, por ser el escenario de un choque de intereses internacionales, y a Libia, donde las revueltas derivaron en un conflicto armado con intervención extranjera.

Ha habido grandes movilizaciones en otros países árabes, como Marruecos, Omán o Jordania, pero allí las reformas anunciadas por sus gobiernos frenaron su empuje, al menos temporalmente. En las zonas chiíes de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Qatar también se registraron protestas, a las que las autoridades respondieron con un aumento de salarios y otra serie de incentivos. En el caso de Arabia Saudí, la respuesta también llegó a través de la represión ejercida por las fuerzas de seguridad contra los manifestantes. En Irak las movilizaciones terminaron desinflándose a causa del agotamiento colecti

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