Historia de España sin mitos ni tópicos

Manuel P. Villatoro
César Cervera

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Que nos perdone el refranero popular, forjado a golpe de la sabiduría que otorga la experiencia atesorada con el paso de los siglos, pero en algunas ocasiones una imagen no vale más que mil palabras. La historia es una de ellas. No negamos que la estampa de unos pocos soldados de los tercios españoles acometiendo una encamisada en mitad de la noche valga su peso en oro y tenga la capacidad de hacer estremecerse en la butaca del cine al espectador. Vaya que si pasa. Pero se puede llegar a disfrutar lo mismo, o más, al dibujar, con la ayuda de un buen cronista, las hazañas de los Julianes Romeros y los Grandes Capitanes de turno (que los hubo, y a cientos, en nuestro extenso pasado castizo).

Con ese fin fue alumbrada la sección de historia del diario ABC hace hoy más de un lustro. Bajo la premisa de que, letra a letra, es posible trasladar al seguidor —profano, versado o experto, hete ahí el reto— hasta épocas que han pasado de puntillas por las páginas de los libros. Aunque el verdadero desafío, o mandamiento, ha sido siempre acometer la tarea sin provocar bostezos en el público y sin evocar la imagen del típico profesor cascarrabias y pelmazo. Nuestra ventaja, quizá, haya sido disponer de un catálogo de más de cinco mil años para seleccionar gestas, personajes llamativos, monarcas alocados, guerreros gallardos o eventos clave para el devenir del mundo. Un catálogo más que extenso, todo sea dicho.

Si los tercios españoles se valían de la pica y del arcabuz para imponerse en el campo de batalla contra sus enemigos, nuestra arma ha sido la pluma. De su mano hemos combatido con Cosme Damián Churruca en Trafalgar contra seis navíos ingleses a la vez; nos hemos colado en el pudridero de El Escorial, sala que acoge los restos mortales de los monarcas durante un cuarto de siglo, o hemos acompañado a los conquistadores de Hernán Cortés en su tortuoso camino a Tenochtitlán. Nunca como protagonistas, sino como el cronista que, a diario, cubre las sesiones del Congreso de los Diputados para narrar al público lo que allí ha sucedido. Que lo hayamos logrado, o no, tendrá que decidirlo el lector.

La obra que sujetas (permítenos tutearte, pues, con suerte, pasaremos algún tiempo juntos a lo largo de estas páginas) nace también con esa intención. Busca hacerte viajar en el tiempo hasta la misma Numancia que combatió contra gigantescos elefantes y tuvo que resistir las embestidas de Escipión durante semanas. Ansía transportarte a la primigenia España de los Reyes Católicos a través de un monarca cuyos problemas sexuales moldearon la historia de nuestro país. Anhela que acompañes a los toreros que, armados con gigantescas picas, se lanzaron contra las filas napoleónicas en la batalla de Bailén con la única idea en su mente de acabar con la invasión gala. Los ejemplos son muchos, y recorren miles de años. Desde los olvidados tiempos de las legiones romanas hasta la tristemente célebre Guerra Civil.

La divulgación de la historia de España es una tarea grata y muy necesaria. Una asignatura pendiente sobre nuestras cabezas o bajo nuestros pies, según la perspectiva. Por razones más ideológicas que ciertas, los españoles hemos olvidado lo que fuimos, aferrándonos a un relato del pasado metálico, sin calor humano ni matices. La leyenda negra, sumada a la apropiación política de ciertos episodios históricos por parte de «hunos y hotros», hace que vivamos de espaldas a nuestros antepasados. Que la idea de que los visigodos formaron una primera y remota España cause aún urticaria a unos, tanto como a los otros el reconocer que los tercios no luchaban por España o la patria, sino por dinero y por el rey católico. La recurrente coletilla de «la historia olvidada» o «la verdad oculta» no solo es un vehículo para captar a una audiencia mayor: es el resultado de décadas y décadas de desprecio y desconocimiento.

Sobran mitos y prejuicios, y faltan ganas de aprender con un pasado que no es mejor ni peor que el de otros países. Los juicios morales hacia épocas ya pasadas también sobran. La historia de España no es la de una nación atrasada, como nos dice la leyenda negra, ni tampoco una cualquiera, sino la de una nación que llegó a ser un imperio colosal, descubridora de océanos, continentes y pionera a la hora de domesticar el globo. El tamaño gigantesco de estos hechos merece una divulgación en consecuencia, un altavoz entre las investigaciones académicas y un público masivo que, por nuestra experiencia, está deseando consumir historia.

Hemos seleccionado y ampliado para ti los mejores artículos que hemos escrito durante estos años en el diario centenario, incluyendo algunos inéditos, artículos que no pretenden ser la meta del conocimiento, sino la estación de salida para quienes quieran aprender más. Hay muchas formas de acercarse a la historia, muchos grados de conocimiento y escaleras. He aquí la nuestra. El puente hacia un pasado asombroso que queremos recorrer contigo.

HISPANIA ROMANA

HISPANIA ROMANA

Las minas de oro de Hispania saqueadas por Roma

Las minas de oro de Hispania saqueadas por Roma

CÉSAR CERVERA

Entre las muchas teorías sobre el origen etimológico de la palabra «Hispania», una de las que más fuerza cobra hoy en día es que proceda de I-span-ya, que se traduce como «tierra donde se forjan metales». Spy en fenicio, raíz de la palabra span, significa «batir metales». Una posibilidad que en nada sorprende si se tiene en cuenta la fama de las minas de oro, plata y cobre de la península Ibérica, que atrajeron de forma hipnótica a griegos, fenicios, cartagineses y romanos.

El escritor griego Ateneo ya había advertido en el siglo III a.C. sobre la riqueza minera de la zona más occidental bañada por el Mediterráneo. A través de sus colonias en la costa, estas civilizaciones establecieron enclaves comerciales desde los que compraban metales a los distintos pueblos prerromanos. Como muestra de que el oro abundaba, los hombres de Celtiberia solían llevar unos brazaletes de oro llamados viriae.

Los herederos n

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