A través de los ojos

Andrés Suárez

Fragmento

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... DE UN MANOJO DE NERVIOS

Dentro de cien libros aprenderé a escribir algo decente. Mientras, cada vez se me muere más gente y ya no sé si es que me hago mayor o es que hice algo mal.

Comencé a escribir estos textos a comienzos de 2020. Ahora, a finales, no se me ocurre mejor motivo que publicarlos a modo de lacónico homenaje de vida. Agradezco a la misma que me haya cruzado con mi amigo Gonzalo Albert, quien además es mi editor, que cree en mí arriesgándolo todo. No vaya a pensar el lector que estas son cartas desde la pandemia o un diario del peor año vivido por todos, pero nos asoló un tsunami y alguna referencia habela haila. No entraba en mis planes, y mira que hay contertulios televisivos que sabían el cómo, el porqué, el cuándo y la solución. Yo, ni idea.

En estos tiempos en los que nos amamos con los ojos fulgen de mis manos deseos de abrazar, de acariciar, de amar con desconsuelo, de volver a subirme a un escenario, de sentir la sal del mar en mi piel. Anhelo que exista la vida.

Formo parte del despilfarro eléctrico de las ciudades al dejar mi cuaderno a un lado y escribir con el ordenador; en esto me hago joven. Deterioro mi pluma cuando le doy importancia al pasado que se ríe de nosotros al tiempo que miramos con miopía al futuro. De momento sigo tecleando mientras alguien ha abierto la ventana y ha puesto Bella Ciao en un idioma que desconozco, pero suena a libertad. Por eso escribo. Por eso canto. Por eso fado, por eso pena.

A veces pienso que tengo demasiados recuerdos, esa es la razón de que se me olviden si no los escribo, no es cosa de lo que bebo; eso no es más que un líquido homenaje al consumo, que hace mucha falta. En esta vanidad de camarero bailo con vuestros ojos, enamorado, en este salón de mi casa de alquiler. Sale ahora el arcoíris y parezco no conocer todos los colores.

Disculpad mi delirio, pero creo que el mal terminará desapareciendo, que hace mucha falta. Mientras, tenemos la palabra como la última cosa que nos queda, la honradez del fracaso, algún amigo que otro. Mi perro corriendo, libre. Puede que me veáis entrar melancólico en el bar de vuestros ojos, mas solo será por sentir que no estaré a la altura de conversaciones pasadas. Creedme, lo prefiero a formar parte de aquellos que se piensan condenados a la gloria. No olvidemos que es tan demagogo el lector como el que escribe.

En ocasiones hablaré en primera persona desde los ojos que nunca fracasan. En otras, la primera persona no será mía, que también hace mucha falta.

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... DE LA HÉLICE DE UN BARCO

Al cuarto intento, nadie sabe cómo, se sube al timón de hierro salado y plomo. Ya le pesa todo. Consiste en respirar muy poco y soñar lo justo. Cuatro dátiles, bocata de pollo, tenis muy guapos y el puñetero frío de las entrañas del mar.

Desde su camarote no se ve horizonte alguno. Sueña con llegar y enseñar su mochila futbolera. Un móvil, alguna foto, tres sueños y norte.

Él se llama negro, se llama mena, se llama nadie; paisaje de playa, delfín varado. Cree que tiene casi quince años.

Cuando la noche duerme, las estrellas se visten de memoria. Sus pasos se vuelven de gacela, su sonrisa le gana a la sed. Regatea dos sábanas, chuta un balón de gol y ovación. Mas el tiempo no tiene calendario. Es legal, juez escueto. Lo encuentran al tercer día y le dicen: «Sois muchos». Cuentan veintitantos cadáveres. Él, que buscaba norte, se volvió de piedra, hábito, paisaje.

«La muerte es palabra malsonante», dice mi padre después de contarme su historia.

P.D.: basado en hechos reales.

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... DE MI EDÉN

Mi jardín hace como que no ve los errores de la tutela de mis padres.

Mi jardín es Cedeira, amigo, bajamar o amante. Solo llora cuando no lo espero. Parece aferrarse a los textos que no le he escrito; de dónde sacará tanta sangre...

Jamás se ha encarado con la mano que escribe, más bien anota en ella palabras por ultimar. Mi jardín es Rayuela y no cede ante el poder. Huele a domingo los jueves. Huele a piano el jazmín.

Es amor breve las veces que quieras, es desnudez muda que te supera, es un niño dormido en un remolino de verdes, es jazz de aromas, es consuelo y jornal, es lengua sumada al lenguaje. Es azaroso deseo. Es éxito celestial.

Cómo mi jardín va a ser palabra en singular.

Tan solo deseo estar aquí. No quiero escribir este libro, seguir haciendo canciones o empezar otra gira. Me quedaré aquí sentado, llueva o nieve, como ya lo estaba antes del nacimiento de la incredulidad.

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... DEL HOMBRO DE MI AMIGO JAVIER

En lo que dura el suspiro de mi amigo nacen personas, chocan objetos en Corrientes y se cumplen planes, buenos y malos.

Lo mío con Pauliña fue una reacción física a su forma humana, a la simetría de sus hombros, a la gravedad de la punta de su nariz, al preciso color de su pelo ante tal pléyade de opciones.

Mi amigo Javier me consoló en Octavo de EGB en ese mi primer enamoramiento. Sabía que tenía un viernes, un solo viernes de entre los viernes que se van repitiendo, unos segundos a solas y ya. Desde el lunes llevé mal lo de nutrirme, a partir del miércoles anduve sin dormir. El jueves me cambié legalmente de nombre. El viernes era antes del fin del mundo.

Decidió mi cuerpo, juro que yo no, no ser capaz de sostener mis dos ojos en los dos suyos. Son solo dos, una suma de cuatro, no más.

No sería tan horrible si no hubiera decidido también emitir un sonido desconocido por el hombre hasta aquel medio viernes. Un sonido de eubalaena japónica. Un so­nido imposible. Ese fue mi superpoder, seguido de un profundo y largo suspiro. Se rio. Me quedé.

Javi me sacó de allí antes de volverme otra vez humano, no se fuera a liar.

Por ser preciso, lector: yo paralizado en el tercer banco a la derecha, jardines de Capitanía, humedad de un sesenta por ciento en el aire, noventa y siete por ciento en mi cara. Dos perros famélicos sin voluntad de dueño. Dos señoras y sus carros rumbo al mercado. No recuerdo más.

La mano de Javi sobre mi hombro, máxima presión: «Todos hacemos el tonto cuando nos gusta mucho alguien».

Nuestros políticos deben de enamorarse con facilidad.

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