Diccionario de la moda (edición actualizada)

M. Rivière

Fragmento

cap-2

PREFACIO A LA NUEVA EDICIÓN

En el siglo XX, cuando se escribió este diccionario en los años noventa, internet aún balbuceaba, el correo electrónico vacilaba y las conexiones y redes digitales eran, por decir algo suave, poco fiables. Todo era muy lento en el siglo XX.

La televisión arrasaba y, como había muchos menos canales que ahora, se repartían la atención de muchos más: su influencia era enorme. Lo que hoy se conoce como redes sociales —Facebook, Twitter, YouTube, entre otras— eran contactos cara a cara. ¿Teléfonos móviles? Eran de tamaño elefante y, por ejemplo, en 1995 se emitieron 0,4 mensajes de texto al mes, mientras que en 2010, bien entrado el siglo XXI, se podía enviar una media 193.000 mensajes por segundo. Un cambio enorme de dimensiones inabarcables. En el siglo XXI todo iba a ser rápido y excesivo.

Las marcas, basadas en grandes diseñadores —se habían llamado «modistos» durante décadas—, eran sólo un proyecto en el siglo XX. Muy pocos de estos artesanos —diseñadores, modistos, creadores— eran hombres de negocios.

Cuando, ¡en 1979!, Pierre Cardin fue a China a hablar de moda y a intentar hacer negocios pareció una excentricidad. El Muro de Berlín no caería hasta 1989. Cardin fue el primero en poner una tienda, ¡en 1991!, en lo que todavía era la Unión Soviética. También fue el primero en otras muchas cosas, como ser un hombre de negocios que, además, creaba moda o viceversa. También diseñaba chocolates, latas de sardinas, muebles u hoteles.

Este modelo de negocio arrastró a los costureros Grandes a la confección seriada, a las cadenas de tiendas y a la globalización. Una vez todos metidos en ello no hizo falta inventar nada más: la moda de París pasó a competir con los Oscar de Hollywood. Las grandes marcas se apuntaron a la «moda/espectáculo» y a la competición con aquelarres de shows/desfiles/marketing de dimensión planetaria.

Pese a estos esfuerzos para dirigir la estética y la moda, el siglo XXI era en eso tan plural y libre que se podía decir que la moda no existía en las ropas. En cambio, el cuerpo recibía el peso de la tiranía estética y su dictadura. La moda del vestido quedaba como algo antiguo, propio de épocas pasadas como el siglo XX, frente al actualísimo esplendor frenético del culto al cuerpo. Para colmo, los vestidos del siglo XXI no hacían sino copiar los del siglo XX: «vintage» se llamó esta excusa que tapaba la ausencia de ideas nuevas y pareció confirmar que en moda todo estaba inventado.

En el siglo XX, moda, industria y negocio eran cosas muy diferentes. El prêt-à-porter sirvió para preparar el camino a los gigantes de la industria y los supernegocios de la moda del siglo XXI. Y ¡nadie habría dicho antes de acabar el siglo XX que el mayor gigante entre los gigantes sería español! Inditex,* con sus marcas a cuestas, se gestó en el siglo XX en un país que siempre, a lo largo de su historia, había «exportado» el talento de sus creadores de moda y sólo empezó a romper esa costumbre en los años ochenta.

¡España no descubrió hasta el siglo XXI que tenía ideas de negocios de moda para ocupar un lugar en el casino del comercio internacional! El éxito, inesperado, fue ver que los españoles podían crear industrias que cruzaran los mares. Y eso ocurrió justo cuando las tecnologías digitales del siglo XXI fueron cerrando el paso a una industrialización enraizada en un pasado tan remoto como el siglo XVIII.

Cuando escribo este prólogo se detecta la fuerza de una deriva del ecologismo del siglo pasado que habla de desaceleración para que el planeta sobreviva. Pero pedir menos consumo ¿también significa producir menos ropa? ¿Tenemos un exceso de ropa y de moda referida al vestido? Éstas son inquietantes preguntas a las que tendrán que hacer frente los historiadores y expertos del futuro.

Personalmente pienso, y así lo he escrito,* que la moda ha muerto tal como se entendió hasta el final del siglo XX. Pero la moda ha resucitado en el ejemplo del «culto al cuerpo», y no sólo en eso. ¿Qué tiene que ver la moda con la creación de opinión pública? Mucho, según mi punto de vista. Los movimientos de moda son un recurso ancestral de las relaciones humanas que transmite ideas e influye de múltiples formas en grupos sociales e individuos. Este horizonte está muy claro en este acelerado siglo XXI. ¿Qué es un trending topic sino una nueva manifestación de moda?

El siglo XX ha dado paso a estas cuestiones que se tendrán que responder en el siglo XXI. La moda del vestido, haya muerto o no, será siempre el mejor ejemplo de cómo se relacionan las gentes, cómo se expresan los gustos y cómo se influyen entre sí los individuos. Siempre he dicho, y lo sigo pensando, que la moda es una fotografía social de cada época.

El siglo XXI nace con una enorme carga en la dimensión de la instantaneidad: todas las modas de todas las épocas son posibles, todas están a nuestra disposición (en el superarchivo de internet). Todas las modas y sus estéticas pueden influir en los individuos del presente. Esto es lo que ha pasado y está pasando con el gran peso que los diversos estilos y modas del siglo XX tienen sobre estos primeros años del siglo XXI. Este libro puede ser útil para calibrar esta influencia.

Cerré mi archivo el primer día del siglo XXI. Efectivamente el siglo XX da muchísimo de sí, fue muy creativo tanto en la materia prima como en las formas y en la difusión de las modas. Y tiene, lo subrayo, la mayor influencia en el siglo XXI.

Quienes hemos visto y vivido cosas tan rupturistas como la minifalda o el biquini, la liberación de las mujeres y la de los hombres (que encarnaron los Beatles y los Rolling Stones, entre otros) y el redescubrimiento del unisex, difícilmente encontramos hoy mucha novedad vestimentaria, dicho sea con toda sinceridad. Hasta finales del siglo XX moda del vestido y novedad iban juntas.

La moda se enorgulleció entonces de ser la expresión máxima de creatividad próxima y asequible. La creatividad del siglo XXI prioriza la tecnología, la economía y la aceleración. El siglo XX además de ser lento resultó creativo, democrático y novedoso. Éste es el secreto que guarda este libro de secretos de un pasado interesante que hoy se reinterpretan, a veces sin acierto.

Esta edición ha respetado al máximo su redacción original. Sólo se han añadido las fechas de la muerte de personajes principales que tienen entrada en el diccionario, aunque éstas se hayan producido en el siglo XXI. Creo que así se completa bien la perspectiva de la información que se transmite.

El lector debe tener en cuenta que no se han modificado algunas cifras que, en el siglo XX, eran en pesetas. La peseta era lo del siglo XX entre nosotros. También se ha dejado íntegra la lista de museos recopilados: son los que funcionaban en el siglo XX. En mi ciudad, Barcelona, por ejemplo, el magnífico museo reseñado, una pequeña joya de la historia del traje, ya no existe; sus fondos los absorbe, aunque en el momento en que escribo no se sabe en qué medida, un nuevo museo del diseño en general. El siglo XXI parece marcar dimensiones excepcionales y el traje es algo muy íntimo y fugaz.

MARGARITA RIVIÈRE

Barcelona, febrero 2014

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