Iceta

Raúl Montilla

Fragmento

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El 1 de octubre de 2016, el PSOE celebra su Comité Federal más mediático, el del derrocamiento de Pedro Sánchez. El secretario general socialista acaba renunciando a su cargo después de meses de una dura oposición interna, que secundan un amplio número de líderes territoriales del PSOE y que encabeza la presidenta de Andalucía, Susana Díaz.

Distintos medios de comunicación hacen un seguimiento en directo del agitado cónclave socialista en el que, además de Sánchez y Díaz, destaca el papel de otro dirigente: Miquel Iceta, de cincuenta y seis años. Cuando los dos primeros estaban todavía en las Juventudes del partido a principios de los años noventa, él ya era una de las personas con responsabilidad en la vicepresidencia de España. Ya era uno de los estrategas del Partido Socialista, tanto en Madrid como en Catalunya. Entonces, un aprendiz; ahora, un maestro.

Una de las televisiones retransmite «en exclusiva» lo que se convertirá en una de las imágenes del día: la presidenta de la Junta de Andalucía «hablando tranquilamente» con Iceta en el patio de Ferraz, aunque lo que se dirime en esa conversación es el futuro del PSOE.

El líder de los socialistas catalanes se ha convertido en un símbolo para los socialistas afines a Sánchez, para los dirigentes que defienden con mayor claridad una solución federal para España, en un referente para la militancia. Iceta se ha convertido en uno de los principales apoyos de Sánchez y quien, de forma más firme, defiende mantener el «no» ante la posible investidura de Mariano Rajoy. Quien ha defendido también de forma más vehemente, y antes que el propio Sánchez, un acuerdo de gobierno con Podemos.

Iceta no sigue el guion marcado por el aparato, como tampoco siguió el de su equipo cuando se dio a conocer por bailar Don’t stop me now en la campaña de las autonómicas catalanas de 2015. Hasta ese momento era un gran desconocido para la opinión pública, aunque acumulase cerca de cuarenta años en la política de primer nivel, tanto en el PSC como en el PSOE. Tanto en Catalunya como en Madrid.

Pero Iceta siempre quiso estar en segunda línea: tanto cuando fue hombre de confianza del vicepresidente Narcís Serra, como cuando acompañó a Josep Borrell en aquellas primarias en que este consiguió imponerse como candidato del Partido Socialista frente al hombre del aparato, Joaquín Almunia. Prefirió las bambalinas durante la etapa de los tripartitos de Maragall y Montilla, aunque fuese clave en la negociación del Estatut o, incluso, en la de aquellos dos gobiernos.

El niño que quería ser librero, el político al que siempre le costó besar a desconocidos. El adolescente que creció en el seno de una familia muy religiosa, perteneciente a una pequeña burguesía catalana venida a más y a una vasca venida a menos, pero que siempre se sintió atraído por el mundo obrero. Por la capacidad de la socialdemocracia de cambiar la sociedad, por la idea de justicia social.

Iceta, el estratega del Partido Socialista, el líder al que su metro sesenta y tres, sus propios complejos y su timidez —que pocos reconocen— hicieron sentirse siempre más cómodo entre bambalinas. Hasta que se sintió obligado a dar el paso para pasar a primera línea, donde se encuentra mucho mejor de lo que nunca creyó.


1. Un despacho con dos ventanas

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Un despacho con dos ventanas

en La Moncloa

La sede del PSC en la calle Nicaragua, en el distrito de Les Corts de Barcelona, es una vieja fábrica de bombillas de más de cuatro mil setecientos metros cuadrados, con ascensor y un enorme montacargas empapelado con fotos históricas del partido en blanco y negro.

En la última planta, la cuarta, está la sala donde se celebran las reuniones de la ejecutiva del partido; y no muy lejos de ella están los despachos de algunos dirigentes y sus ayudantes. No son muchos, tan solo cuatro, decorados de forma muy funcional con muebles de escritorio carentes del menor interés estético. En uno de estos despachos, que ni siquiera es el más grande, está Miquel Iceta. Entre visita y visita —que son constantes—, aprovecha para teclear agitadamente en su ordenador. Se detiene un instante, se reclina en la silla, donde tiene colgada la americana, y se le comienza a dibujar una sonrisa traviesa en la cara.

—No me lo puedo creer. ¡Mira el poema de hoy! —exclama divertido a una de las trabajadoras del departamento de dirección que acaba de entrar en el despacho cargada con una carpeta de papeles—. «Veo pasar / en el viento de otoño / mi amor secreto...» Qué bueno, qué bueno... Este es perfecto para hoy.

El haiku que ha recitado a la trabajadora, acostumbrada a los arrebatos del líder que interrumpen cualquier rutina, es el poema elegido para convertirlo en un tuit ese día. Porque cada día —salvo cuestión de fuerza mayor— reproduce en su red social un poema. Ese es el haiku elegido por el dirigente socialista para el 24 de noviembre de 2016, el día que viajará a Sevilla para mantener una larga y tensa reunión con Susana Díaz con el objetivo de conseguir que el PSC no sea arrasado por el PSOE. Faltan todavía meses para que se celebren las primarias que acabará ganando Pedro Sánchez.

Todavía ese día, el del viaje a Sevilla, no es que las relaciones entre el PSOE y el PSC sigan tensas, sino que prácticamente no existen. Iceta no pesca —salvo cangrejos cuando era niño—, pero sabe que el pez grande siempre se come al chico y que, aunque los socialistas catalanes ostenten la alcaldía en más de 120 municipios que suman 2,2 millones de personas y están en el gobierno de Barcelona y en el de las otras tres capitales de provincia catalanas, el PSC es bastante más pequeño que en la década anterior, cuando consiguió gobernar en Catalunya. Ahora es la tercera fuerza en la cámara catalana y el número de afiliados también ha bajado en picado. Y los socialistas andaluces son siempre el pez más grande.

A las ocho de la tarde del 24 de noviembre, Iceta y Susana Díaz mantendrán en Sevilla un encuentro de más de tres horas en la sede regional de los socialistas andaluces con el objetivo de reconstruir las relaciones entre el PSC y el PSOE. Tres horas en las que, después de semanas de distanciamiento, Iceta y Díaz se vieron cara a cara con el objetivo de restablecer el eje socialista Barcelona-Sevilla, importante para los dos y vital para la supervivencia del socialismo en España. Una reunión en la que Susana Díaz, sin ser formalmente la líder del PSOE en aquel momento —aunque sí de facto—, llamó la atención a Iceta sobre el hecho de que se tuviera que enterar

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