Ayer, hoy y mañana

Sophia Loren

Fragmento

cap-1

Prólogo

Mientras acabo de amasar los últimos struffoli, el timbre continúa sonando. Me apresuro a abrir la puerta con las manos sucias de harina, al tiempo que intento limpiármelas de cualquier manera en el delantal. El florista, oculto tras una gigantesca flor de Pascua, esboza una sonrisa. «Es para usted, señora Loren. ¿Me firma un autógrafo?» La etiqueta en el gran lazo rojo me recuerda Italia. Apoyo la planta sobre un mueble y leo la tarjeta. Una demostración de afecto y de alegría.

Los gritos de los niños, recién llegados de Estados Unidos para pasar las navidades, llenan la casa de un dulce alboroto. Mañana es Nochebuena y por fin estaremos todos juntos, pero la pura verdad es que no estoy lista. ¿Tendrá éxito mi cena? ¿Me dará tiempo de freír todos esos struffoli?

El mundo da vueltas a mi alrededor como un torbellino y no puedo pararlo. Estoy aturdida y tengo la sensación de que todo se me escapa de las manos. Vuelvo a la cocina y me pregunto por dónde empezar. Acto seguido me dirijo al comedor, con la esperanza de aclararme las ideas. ¡La mesa! Sí, hay que empezar por la mesa de mañana. Quiero que sea espléndida, una apoteosis de luz y de color. Presa del frenesí, saco las copas de cristal, coloco los platos y los cubiertos, doblo las servilletas, pienso en cómo nos sentaremos.

Soy Virgo y el orden es para mí una obsesión. Soy tan perfeccionista que a veces incluso me canso de mí misma, pero hoy no, hoy tengo la impresión de que reina el desorden. Vuelvo a empezar, debo reprimir mis emociones. Vamos a ver, dos, cuatro, ocho y cinco, trece, y cuatro diecisiete… no, ¡diecisiete no! Tengo que volver a hacerlo todo desde el principio.

Carlo, con esa sonrisa tan suya, me mira desde la foto del aparador, tomada el día de nuestra boda. Nunca olvidaré la primera vez que nuestras miradas se cruzaron, hace muchos años, en un restaurante que daba al Coliseo. Yo todavía era casi una niña y él un productor famoso. El camarero se acerca y me entrega una tarjeta suya en la que me dice que se ha fijado en mí. Después, el paseo por el jardín, las rosas, el aroma de las acacias, el verano que toca a su fin. El comienzo de mi aventura.

Acaricio la butaca verde donde dormía la siesta con el periódico sobre el regazo. Siento un escalofrío, mañana tengo que acordarme de que enciendan la chimenea. Afortunadamente, llega Beatrice y me rescata de la nostalgia.

—¡Abuela Sofia! ¡Abuela!

Es mi nieta más pequeña, muy rubita y vivaracha. Le sigue toda la tribu de apaches. Es la hora de prepararse para ir a la cama, pero ellos no tienen la más mínima intención de hacerlo. Los miro, me sonríen, llegamos a un acuerdo.

—¿Por qué no vemos una película?

Nos sentamos todos juntos en el sofá grande, delante del televisor. Entre gritos de entusiasmo estalla la guerra para elegir qué película de dibujos animados ver. Al final, gana Cars 2: Una aventura de espías, su preferida en este momento.

—Abuela, ¿haces de mamá Topolino?

—«Ahora mismo te preparo una cosa al vuelo» —digo interpretando mi papel mientras hago muecas divertidas.

—¡Otra vez! ¡Otra vez! ¡Por favor, abuela, dilo otra vez!

Les entusiasma oír un coche hablar con mi voz. ¡Quién lo hubiera dicho! ¡No las tenía todas conmigo cuando acepté ese estrambótico doblaje! Poco a poco, Vittorio, Lucia, Leo y Beatrice se quedan hipnotizados frente a la pantalla y, antes de que la película acabe, ya se han quedado dormidos. Los tapo con una manta, miro la hora y pienso en mañana. Fuera ha empezado a nevar y con este jaleo ni siquiera me había dado cuenta. Las llegadas y las despedidas son momentos especiales que avivan la memoria, el carrusel de los recuerdos.

Si pienso en mi vida, me parece casi imposible que haya ocurrido en realidad. Una mañana de estas, me digo, me despertaré y descubriré que lo he soñado todo. Para ser sincera, no siempre ha sido fácil, pero sin duda ha sido maravilloso, ha valido la pena. El éxito tiene un precio y hay que aprender a convivir con él.

Nadie te enseña cómo, tienes que aprenderlo por tu cuenta.

De puntillas, vuelvo a mi habitación. Es agradable quedarse un rato a solas. Sé que cuando me paro recupero el ritmo que dicta el latido sereno de mi corazón.

Al entrar en mi dormitorio me doy cuenta de que todavía llevo puesto el delantal. Lo desato, me quito los zapatos y me echo en la cama. Sobre las sábanas todavía hay una revista abierta, tal y como la dejé esta mañana. Durante estas últimas noches, la emoción por volver a ver a mi familia me ha desvelado y cuando no duermo me siento perdida. El sueño es el motor que me impulsa a seguir hacia delante.

—¡Que descanse! —dice Ninni—. ¡Intente dormir!

Ninni. Ninni… hace casi cincuenta años que vive con nosotros. Cuidó a Carlo Jr. y a Edoardo de pequeños, y todavía sigue cuidando de mí. Cuando la tribu de los pequeños apaches vuelve a casa, se dedica a ellos con el mismo entusiasmo de siempre. A veces me pregunto de dónde saca la paciencia para aguantarnos.

—Ya estoy durmiendo —miento para tranquilizarla. Nada de eso. Con los ojos muy abiertos, miro fijamente el techo.

Mientras intento relajarme, dejo fluir los pensamientos. Espero que a los niños les gusten mis struffoli. Cuando vivíamos en Pozzuoli los hacia la tía Rachelina y le quedaban mucho más buenos que a mí. No hay nada que hacer, los sabores de la infancia son inimitables.

Estoy inquieta, como cuando abandonas poco a poco la realidad y te sumerges en un mundo hecho de sueños o de recuerdos. No puedo estar sin hacer nada, así que me pongo la bata y voy al despacho, al fondo del pasillo; ni siquiera sé por qué lo hago. Miro fijamente las estanterías, cambio de lugar los libros, aparto objetos, fotos… Es como si buscase algo, y empiezo a ponerme nerviosa cuando en el fondo de una estantería entreveo una caja de madera oscura. La reconozco enseguida. En un instante desfilan ante mis ojos cartas, telegramas, tarjetas y fotografías. Esa era la llamada que sentía, el hilo conductor que guiaba mis pasos en esta mágica noche de invierno.

Es mi baúl de los recuerdos, me ha cogido por sorpresa, el corazón me ha dado un vuelco. Tengo la tentación de no abrirlo. Ha pasado ya mucho tiempo, han sido muchas emociones. Pero después hago acopio de valor: la cojo y regreso despacio a mi dormitorio.

Es el regalo de Navidad que quizá me estaba esperando. Y tengo que abrirlo yo.

cap-2

1

El Palillo

imagen

Abuela-mamá y mamá-mamaíta

Abro un sobre donde está escrita la palabra «Abuela» y vuelvo a verme delgada como un palillo. Tengo una expresión de sorpresa, la boca demasiado grande y los ojos color avellana. No logro contener una sonrisa al ver mi caligrafía infantil y en un instante vuelvo a Pozzuoli, a mi niñez cuesta arriba. Hay cosas que ni queriendo pueden olvidarse.

En la carta

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