El libro de la vida

Santa Teresa de Jesús

Fragmento

CAPÍTULO II

Trata cómo fue perdiendo estas virtudes,
y lo que importa en la niñez tratar con personas virtuosas.

Paréceme que comenzó a hacerme mucho daño lo que ahora diré. Considero algunas veces cuán mal lo hacen los padres que no procuran que vean sus hijos siempre cosas de virtud de todas maneras; porque con serlo tanto mi madre, como he dicho, de lo bueno no tomé tanto en llegando a uso de razón, ni casi nada, y lo malo me dañó mucho. Era aficionada a libros de caballería,1 y no tan mal tomaba este pensamiento como yo le tomé para mí, porque no perdía su labor; sino desenvolvíamonos para leer en

Los libros de caballerías, auténticos best seller en la España del siglo

XVI<2>El caballero de Ávila. Nada se sabe del paradero de este texto. De lo que no hay duda es que Teresa quedó fascinada por el ideal de lo heroico que encarnaban los protagonistas del género caballeresco y que aquél contribuyó notablemente a la forma de concebir su labor reformadora posterior en el ámbito de lo religioso. La religiosidad que defendió Teresa de Jesús fue, en gran medida, heroica.

ellos, y por ventura lo hacía para no pensar en grandes trabajos que tenía, y ocupar sus hijos, que2 no anduviesen en otras cosas perdidos. De esto le pesaba tanto a mi padre,3 que se había de tener aviso a que no lo viese. Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos, y aquella pequeña falta que en ella vi, me comenzó a enfriar los deseos y comenzar a faltar en lo demás; y parecíame no ser malo, con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio, aunque escondida de mi padre. Era tan en extremo lo que en esto me embebía, que, si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento.

Comencé a traer galas, y a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos y cabello, y olores y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa. No tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie ofendiera a Dios por mí.4 Duróme mucha curiosidad de limpieza demasiada, y cosas que me parecía a mí no eran ningún pecado, muchos años; ahora veo cuán malo debía ser. Tenía primos hermanos algunos, que en casa de mi padre no tenían otros cabida para entrar, que era muy recatado, y pluguiera a Dios

que, «para que».
Bulletin Hispanique, X, 1908, p. 19) señala que esta expresión es equivalente casi siempre en Teresa de Jesús a libros de devoción.

que lo fuera de éstos también; porque ahora veo el peligro que es tratar en la edad que se han de comenzar a criar virtudes con personas que no conocen la vanidad del mundo, sino que antes despiertan para meterse en él. Eran casi de mi edad, poco mayores que yo.5 Andábamos siempre juntos; teníanme gran amor, y en todas las cosas que les daba contento, los sustentaba plática, y oía sucesos de sus aficiones y niñerías, nonada buenas; y lo que peor fue, mostrarse el alma a lo que fue causa de todo su mal.6

Si yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres que en esta edad tuviesen gran cuenta con las personas que tratan sus hijos; porque aquí está mucho mal, que se va nuestro natural antes a lo peor que a lo mejor. Así me acaeció a mí, que tenía una hermana de mucha más edad que yo,7 de cuya honestidad y bondad, que tenía mucha, de ésta no tomaba nada y tomé todo el daño de una parienta8 que trataba mucho en casa. Era de tan livianos tratos, que mi madre la había mucho procurado desviar que tratase en casa (parece adivinaba el mal que por ella me había de ve

Muy probablemente se refiere a los tres hijos varones de su hermana doña Elvira de Cepeda, Vasco, Francisco y Diego, a quienes don Alonso no podía prohibir la entrada en su casa por tratarse de parientes muy cercanos.
6. Alude la autora a su actitud de alentar una amistad amorosa con uno de los primos antes aludidos. Esa relación obligó a su padre a alejarla de su casa e internarla en un convento, como se verá a continuación, para atajar las habladurías y evitar cualquier peligro que pudiera comportar la pérdida de la honra de su hija.
7. María de Cepeda, hija del primer matrimonio de don Alonso con doña Catalina del Peso.

nir), y era tanta la ocasión que había para entrar, que no había podido. A esta que digo, me aficioné a tratar. Con ella era mi conversación y pláticas; porque me ayudaba a todas las cosas de pasatiempo que yo quería, y aun me ponía en ellas y daba parte de sus conversaciones y vanidades. Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años, y creo que más (para tener amistad conmigo, digo, y darme parte de sus cosas), no me parece había dejado a Dios por culpa mortal, ni perdido el temor de Dios, aunque le tenía mayor de la honra.9 Éste10 tuvo fuerza para no perderla del todo, ni me parece por ninguna cosa del mundo en esto me podía mudar, ni había amor de persona de él que a esto me hiciese rendir. Así tuviera fortaleza en no ir contra la honra de Dios, como me la daba mi natural para no perder en lo que me parecía a mí está la honra del mundo, y no miraba que la perdía por otras muchas vías.

En querer ésta vanamente tenía extremo. Los medios que eran menester para guardarla, no ponía ninguno; sólo para no

Aparece ya aquí el concepto de la honra, uno de los temas centrales de toda la obra teresiana. Como se podrá comprobar, la autora continuamente contrapone la honra del mundo, basada en las apariencias externas y en el miedo al «qué dirán», a la honra de Dios, la única verdaderamente importante, según entenderá más adelante, después de su conversión. Sin embargo, en esos días de su juventud ignoraba el valor de la última y sólo atendía en parte a la primera. En tal actitud no debió de influir poco el origen judeoconverso de su padre, acostumbrado a aparentar desde siempre una hidalguía de la que en realidad carecía y, por lo tanto, especialmente expuesto a los juicios de la opinión pública. Eso debió de convertirle en un hombre muy atento a esos aspectos externos típicos de la honra del mundo, que la joven Teresa parecía conocer tan bien.
Éste, el temor de la honra.

perderme del todo tenía gran miramiento. Mi padre y hermana sentían mucho esta amistad; reprendíanmela muchas veces. Como no podían quitar la ocasión de entrar ella11 en casa, no les aprovechaban sus diligencias; porque mi sagacidad para cualquier cosa mala era mucha. Espántame algunas veces el daño que hace una mala compañía, y si no hubiera pasado por ello, no lo pudiera creer; en especial en tiempo de mocedad, debe ser mayor el mal que hace. Querría escarmentasen en mí los padres para mirar mucho en esto. Y es así, que de tal manera me mudó esta conversación, que de natural y alma virtuosa, no me dejó casi ninguna,12 y me parece me imprimía sus condiciones ella y otra que tenía la misma manera de pasatiempos.

Por aquí entiendo el gran provecho que hace la buena compañía, y tengo por cierto que, si tratara en aquella edad con personas virtuosas, que estuviera entera en la virtud; porque si en esta edad tuviera quien me enseñara a temer a Dios, fuera tomando fuerzas el alma para no caer. Después, quitado este temor del todo, quedóme sólo el de la honra, que en todo lo que hacía me traía atormentada. Con pensar que no se había de saber, me atrevía a muchas cosas bien contra ella y contra Dios.13

Al principio dañáronme las cosas dichas, a lo que me pa

. ella, la parienta.
12. Se sobrentiende «virtud». Este tipo de elipsis son muy

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