Ricos y famosos

Bio

Fragmento

El soltero de oro

George Clooney tiene algo de Cary Grant, sobre todo cuando despliega su irónica media sonrisa, incluso del carisma de Clark Gable, de Gary Cooper o de Montgomery Clift. Con su belleza clásica nos transporta al ayer, a un Hollywood dorado que en los años cuarenta contaba con los actores más atractivos, con ese tipo de estrellas cinematográficas que solo existían entonces, mucho antes de que la televisión hiciera su irrupción en nuestras vidas. Lo irónico es que él precisamente procede de ese medio, lo cual no le ha descalificado a la hora de convertirse en uno de los pesos pesados del universo hollywoodiense. Aunque alcanzar el estatus de estrella no le fue fácil; a lo largo de su temprana carrera experimentó el fracaso, la decepción y la frustración, y tuvo que luchar durante mucho tiempo en Los Ángeles por conseguir buenos papeles. Durante una década fue el rey de los episodios piloto y de las producciones modestas. Hasta que, de repente, el mundo empezó a prestarle atención.

En la actualidad, convertido en un actor capaz de proyectar inteligencia y humor y en un director de sorprendente habilidad e intuición, Clooney podría flotar para siempre a costa de un encanto que no pierde ni siquiera cuando, coherente con su fuerte implicación en la lucha por las nobles causas, reivindica la atención sobre el drama sudanés de Darfur. De momento, él prefiere papeles sin grandes tribulaciones —con muy pocas excepciones, para eso están Sean Penn, Johnny Depp o Daniel Day-Lewis— y se sumerge en la interpretación de personajes no muy alejados de él mismo, deslizándose entre títulos comerciales y un tipo de cine de autor que le ha reportado credibilidad y respeto. Ese es precisamente el «estilo Clooney», la audacia de actuar que solo una estrella de cine inteligente puede conseguir. Y todo aparentemente sin esfuerzo.

Claro que, en realidad, en su vida nada ha sido tan sencillo como aparenta.

EL MUCHACHO QUE NO TEME LAS BURLAS

Los Ángeles está lleno de perdedores, de individuos que desean llegar a ser actores y no consiguen triunfar en ningún sitio y quizá, tras mucho tesón, apenas alcancen a interpretar algún que otro papelito secundario en un episodio piloto o un anuncio de televisión. George Clooney parecía ir por ese camino, pero el hombre de innato atractivo que lo hace todo bien a los cincuenta lo hacía todo mal a los veinte, y muy pocos de los que lo conocían entonces veían la grandeza de su futuro, más bien vaticinaban una enorme decepción teniendo en cuenta que el espectáculo corre por sus venas y que a la tierna edad de cinco años ya correteaba por los platós y aparecía en el programa de televisión de su padre cautivando a la audiencia. «Mi apellido era famoso cuando nací, aunque siempre había querido triunfar por mis propios méritos», ha comentado el actor en varias ocasiones.

El largo viaje de George Timothy Clooney del fracaso de Los Ángeles al éxito de Hollywood comenzó en Lexington (Kentucky) el 6 de mayo de 1961, cuando el presentador de la televisión local Nick Clooney y su esposa Nina Warren tuvieron su segundo hijo. George Clooney es un fiel reflejo de sus padres y del entorno donde creció, marcado por la rectitud moral y el liberalismo disidente. Su madre ganó varios concursos de belleza e incluso llegó a ser elegida Miss Kentucky, y su padre era un presentador de televisión, actor y anfitrión de un talk show de gran reputación en el área de Cincinnati. Nick había comenzado su carrera en el ejército como pinchadiscos y después probó suerte en Hollywood antes de regresar al Medio Oeste, donde había nacido. Aquí fue primero presentador de noticias en Lexington, siguiendo los pasos de su héroe, el famoso periodista Edward R. Murrow, y cuando George nació era presentador de un programa de música para adolescentes.

Pronto los hermanos Clooney —George y su hermana Ada, tres años mayor que él— llegarían a conocer la naturaleza inconstante de la fama. Cuando George tenía nueve años su padre discutió con los directivos de la cadena de televisión en la que trabajaba y para la que conseguía unos importantes índices de audiencia y, como no accedieron a su petición de aumento de sueldo, decidió marcharse antes que bajar la cabeza. Como resultado, la familia dejó de tener ingresos durante un año y se trasladaron a vivir a una caravana hasta que el cabeza de familia consiguió trabajo en un teatro comunitario de Cincinnati. De ahí proviene el respeto que George Clooney siente por su padre: en un momento de su vida antepuso sus principios a todo lo demás. «Desde que George era un niño pequeño hemos hablado de los valores. Su madre y yo hicimos cuestión de honor el que, al menos una vez al año, nos sentáramos a la mesa de la cocina para leer la Constitución de Estados Unidos y así la pudieran oír él y su hermana Ada», contó su padre en una entrevista en 2006.

En 1974 Nick obtuvo su propio programa de televisión y la familia se mudó a Augusta (Kentucky), una confortable ciudad universitaria, un lugar tranquilo, ideal para que crecieran Ada y George, de catorce y once años respectivamente, y donde sus padres han residido desde entonces. Durante los años que George pasó estudiando en la Augusta Independent High School, de vez en cuando colaboraba en el programa de su padre sirviendo café y donuts y animando al público para que aplaudiera. No era muy buen estudiante, y Nick le obligaba a leer convencido de que no aprendía lo suficiente. Los libros de temática bélica se convirtieron en sus favoritos, pero lo que a George realmente le interesaba eran los deportes.

Por aquellos días desarrolló la parálisis de Bell, una enfermedad de causa desconocida que provoca una disfunción del nervio facial. Durante un año el ojo izquierdo se le cerraba y la mitad de su rostro quedaba paralizado, por lo que en el colegio se ganó el apodo de «Frankenstein». «Ese fue el peor momento de mi vida —declaró al Daily Mirror en 2003—. Los niños eran muy crueles y se burlaban de mí, pero la experiencia me hizo más fuerte.» Las mofas le hicieron sentirse excluido, sin embargo él lo intentaba compensar haciendo el payaso, riéndose de lo que le sucedía y de sus propios temores. George no solo se recuperó de su enfermedad sino que a partir de ahí explotó su atractivo personal, convirtiéndose en un «rompecorazones» ya en la adolescencia.

EL ROMPECORAZONES Y SU TÍA

Nada más llegar a la Universidad de Northern para estudiar Periodismo empezó a ir detrás de las chicas y, en menos de un año, despilfarró toda la asignación correspondiente a varios cursos de estancia universitaria. Durante su etapa de estudios perteneció al grupo de teatro de la facultad, pero no se tomaba en serio su vocación artística ya que su sueño era llegar a ser jugador de béisbol y entrar en el equipo de los Cincinnati Reds. Sin embargo su propósito se desvaneció ante la cruda realidad: no era lo suficientemente bueno.

Tras dejar los estudios, su primo Miguel Ferrer, uno de los hijos del actor José Ferrer (ganador de un Oscar al Mejor Actor en 1950 por Cyrano de Bergerac), le animó a que fuera a Los Ángeles y probara suerte con la interpretación. George tra

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