Miguel Ángel

Martin Gayford

Fragmento

Martin Gayford

Miguel Ángel: una vida épica

Traducción de Federico Corriente

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Muerte y vida de Miguel Ángel x

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«La Academia y el gremio de pintores y escultores han resuelto, si le place a vuestra muy ilustre Excelencia, honrar de algún modo la memoria de Miguel Ángel Buonarroti, en razón de la deuda contraída con el genio del que quizá fuera el artista más grande de todos los tiempos (compatriota suyo y por lo tanto especialmente querido para ellos en en calidad de florentinos)…»1

Vincenzo Borghini, carta al duque Cosme de Médici en nombre de la Academia florentina, 1564

El 14 de febrero de 1564, mientras caminaba por Roma, un joven florentino residente en la ciudad llamado Tiberio Calcagni escuchó rumores según los cuales Miguel Ángel Buonarroti estaba gravemente enfermo2. Se encaminó inmediatamente hacia la casa del artista, ubicada en la calle Macel de’ Corvi, cerca de la columna trajana y de la iglesia de Santa Maria di Loreto. Al llegar allí encontró al gran artista a la intemperie, caminando sin rumbo bajo la lluvia. Calcagni le reprendió. «¿Qué quieres que haga?», replicó Miguel Ángel. «Estoy enfermo y no logro descansar en ninguna parte».

De algún modo, Calcagni lo persuadió para que volviera a entrar en casa, pero lo que vio allí le alarmó. Ese mismo día, más tarde, escribió a Lionardo Buonarroti, sobrino de Miguel Ángel, que estaba en Florencia. «El modo en que vacila al hablar, sumado a su aspecto y a la tez de su rostro, hacen que tema por su vida. Puede que el fin no llegue enseguida, pero me temo que quizá no esté

(página anterior) Autorretrato de Miguel Ángel El Juicio Final,

(página anterior) Bocetos de niños (detalle) c. 1504-1505

Miguel Ángel lejos»3. Aquel lluvioso lunes, a Miguel Ángel le quedaban tres semanas para cumplir ochenta y nueve años, edad muy avanzada en cualquier época y sumamente notable para mediados del siglo xvi.

Más tarde, Miguel Ángel mandó llamar a otros amigos. Pidió a uno de estos, un artista conocido como Daniele da Volterra, que escribiera una carta a Lionardo. Sin llegar a dar a entender que Miguel Ángel estaba muriendo, Daniele dijo que sería deseable que Lionardo acudiera a Roma en cuanto pudiera. La carta la había firmado Daniele, y bajo su firma se encontraba la del propio Miguel Ángel, de trazos débiles y dispersos. No volvería a escribir otra.

Pese a su evidente enfermedad, la enorme energía de Miguel Ángel aún no se había disipado del todo. Seguía consciente y en posesión de sus facultades, pese a que lo atormentaba la falta de sueño. Al final de la tarde, una o dos horas antes de la puesta de sol, intentaba salir a cabalgar, como acostumbraba a hacer cuando hacía buen tiempo (Miguel Ángel adoraba los caballos) pero tenía las piernas débiles, se mareaba y aquel día hacía frío. Se quedó sentado en una silla junto al fuego, posición que prefería con mucho a estar en la cama.

Lionardo Buonarroti fue informado de todo esto en una carta posterior enviada ese mismo día escrita por Diomede Leoni, amigo sienés de Miguel Ángel, que recomendó a Lionardo que acudiera a Roma, pero que no corriera riesgo alguno apresurándose por llegar a través de unas pésimas carreteras en aquella época del año.

Después de pasar otro día en la silla junto al fuego, Miguel Ángel se vio obligado a acostarse. En su domicilio se encontraban algunos miembros de su círculo íntimo: Diomede Leoni, Daniele da Volterra, su criado Antonio del Francese y un noble romano, Tommaso de’ Cavalieri, unos cuarenta años más joven que él, y posiblemente el amor de su vida. Miguel Ángel no dejó testamento escrito alguno, pero declaró de manera sucinta su última voluntad: «Pongo mi alma en manos de Dios, y entrego mi cuerpo a la tierra y mis posesiones a mis parientes más próximos, a los que encarezco que, cuando les llegue su hora, reflexionen acerca del sufrimiento de Jesucristo».

Muerte y vida de Miguel Ángel

Durante algún tiempo más, él siguió esta última recomendación escuchando a sus amigos leer pasajes de los Evangelios acerca de la pasión de Cristo. Murió el 18 de febrero, alrededor de las 16:45.

x * x Así concluyó la vida del artista más célebre que nunca hubiera habido hasta ese momento, y es más, de acuerdo con muchos parámetros, el más famoso de todos los tiempos. Pocos otros seres humanos, a excepción de los fundadores de religiones, han sido objeto de estudios y debates tan meticulosos. La vida, la obra y la fama de Miguel Ángel transformaron para siempre nuestra noción de lo que podía ser un artista.

En 1506, cuando contaba solo treinta y un años, el Gobierno de Florencia describió a Miguel Ángel (en el marco de una comunicación diplomática con el Papa) como un «excelente joven, sin igual en su profesión en Italia y quizá en el mundo entero»4. En aquel momento aún tenía por delante seis décadas de trayectoria. Partiendo de ser «quizá» el artista más grande del mundo, su prestigio no hizo sino crecer cada vez más.

La vida de Miguel Ángel estuvo marcada por cualidades épicas. Al igual que un héroe de la mitología clásica (como Hércules, cuya estatua esculpió de joven), estuvo sujeto a pruebas y tareas incesantes. Muchas de sus obras fueron inmensas y supusieron formidables dificultades técnicas: los enormes frescos del techo de la Capilla Sixtina y El Juicio Final, el gigantesco David de mármol, esculpido a partir de un bloque de dicha piedra dotado de una forma problemática y que había sido utilizado anteriormente. Los mayores proyectos de Miguel Ángel —la tumba de Julio II, la fachada y la nueva sacristía de San Lorenzo, la gran basílica romana de San Pedro— fueron de una magnitud tan ambiciosa que, por falta de tiempo o de recursos, no pudo completar ninguno de ellos de la forma prevista en un principio. Sin embargo, hasta sus edificios y esculturas incompletos fueron venerados como obras maestras y ejercieron una enorme influencia sobre otros artistas.

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Daniele da Volterra, Retrato de Miguel Ángel, 1551-1552.

Muerte y vida de Miguel Ángel

Miguel Ángel continuó trabajando, década tras década, en las inmediaciones del centro neurálgico de los acontecimientos, el vórtice en el que se estaba transformando la historia europea. Cuando nació, en 1475, Leonardo da Vinci y Botticel

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