Sobrevivir a Mauthausen-Gusen

Enrique Calcerrada Guijarro

Fragmento

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NOTA A LA PRESENTE EDICIÓN[I]

ENRIQUE CALCERRADA: LOS OJOS DE GUSEN,

EL MATADERO DE MAUTHAUSEN

Gusen sigue siendo, a día de hoy, uno de los campos de concentración nazis más desconocidos. Dos son las principales razones que lo han mantenido siempre en un lugar secundario, alejado de la atención casi constante, la emoción y la indig­nación que provocan en la sociedad mundial recintos como Ausch­witz, Dachau o Buchenwald. La primera de ellas es, quizá, la más lógica y obvia: la enorme magnitud que tuvo el sistema concentracionario creado por Heinrich Himmler, y que llegó a contar con más de veinte mil recintos para prisioneros diseminados por Europa y el norte de África.[II] El segundo motivo es que Gusen era un campo satélite de Mauthausen, por lo que, en todo momento, permaneció eclipsado por el nombre y la relevancia que tuvo el campo central.

Esa doble realidad puede justificar la falta de conocimiento que existe sobre Gusen en el resto del planeta, pero no en nuestro país. No en nuestro país porque en ese lugar murió la inmensa mayoría de los españoles deportados a los campos de concentración nazis. Aunque hubo cientos de compatriotas, hombres y mujeres, que perecieron en Buchenwald, Sachs­en­hausen, Ravensbrück, Dachau o Auschwitz, lo cierto es que, de los cerca de 5.500 españoles asesinados en todos los campos nazis, 3.959 lo fueron en Gusen. En otras palabras, tres de cada cuatro murieron entre las alambradas de ese campo olvidado, y solo pudieron salir de él convertidos en humo y cenizas, a través de la chimenea de su crematorio. Y si estos son los terro­ríficos datos, ¿cómo es posible que en España la inmensa mayoría de la población no haya ni siquiera escu­chado el nombre de Gusen? La respuesta nos lleva a añadir un tercer motivo, puramente ibérico, a los dos anteriormente mencionados: porque sus víctimas fueron también víctimas del franquismo.

Está sobradamente documentado que el dictador español, a través de su cuñado y superministro de Gobernación y Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer, acordó con Hitler y con Himmler la deportación a los campos de concentración nazis de más de siete mil españoles. Todos ellos se encontraban, en ese momento, cautivos en campos para prisioneros de guerra, custodiados por soldados del Ejército alemán que, más o menos, respetaban los principios del Convenio de Ginebra y, por tanto, los derechos humanos de los internos. Nuestros compatriotas habían terminado allí porque habían combatido, en su mayor parte, en el Ejército republicano y habían tenido que huir a Francia tras el triunfo de las tropas fascistas. El Gobierno democrático galo los trató como a perros y los encerró en campos de concentración situados, principalmente, en las playas de la costa mediterránea más próximas a la frontera española. A pesar de ello, miles de ellos se alistaron en el Ejército francés para combatir en la guerra que se avecinaba contra Alemania. Ya fuera en la Legión Extranjera o, muy mayoritariamente, en las Compañías de Trabajadores Españoles, acabaron siendo capturados por la Wehrmacht y encerrados, junto a los soldados franceses, belgas o británicos, en esos campos para prisioneros de guerra llamados stalags. Allí deberían haber permanecido el resto de la contienda, como lo hicieron los cautivos del resto de nacionalidades, pero las conversaciones entre la cúpula franquista y la del Reich cambiaron para siempre su destino.

Los prisioneros de guerra españoles, y solo los españoles, fueron sacados de los stalags y enviados hacia Mauthausen. Un total de 7.532 hombres fueron llegando, en trenes destinados al transporte de ganado, hasta ese campo de concentración situado en la Austria anexionada por Hitler. La mayoría de ellos no permanecerían mucho tiempo en el campo central y fueron enviados a diversos subcampos y grupos de trabajo. El grueso, casi 5.300, acabaron en Gusen, el lugar que sería bautizado muy acertadamente como «el matadero de Mauthausen». La dictadura franquista estuvo informada, a través de diversas vías, de lo que ocurría en el campo. Tanto fue así que, en diversos momentos, pidió la liberación de varios prisioneros, cuyas familias tenían contactos con altos cargos del régimen. Así, Joan Bautista Nos Fibla y Fernando Pindado fueron liberados por los nazis en julio de 1941 y entregados a la policía franquista. El resto de las peticiones que se cursaron no pudieron atenderse porque llegaron tarde; según informaron puntualmente las autoridades alemanas, los prisioneros cuya repatriación se solicitaba ya estaban muertos.

Entre 1943 y 1945 serían deportados a campos de concentración nazis, en este caso ya no solo a Mauthausen, otros dos mil españoles y también españolas que habían militado en la Resistencia. Así se completaba la historia de la deportación española, más de 9.300 prisioneros y prisioneras de los que, como se ha dicho anteriormente, perecieron cerca de 5.500. Más de nueve mil héroes y heroínas cuyas historias fueron enterradas durante la dictadura porque eran las historias de sus enemigos republicanos y a la vez las historias de sus víctimas. Franco y los suyos se encargaron de borrar y reescribir lo ocurrido para eliminar las huellas de su amor por la cruz gamada y, ya de paso, maquillar su criminal actuación. Tristemente, tras la muerte del dictador, nuestra democracia no quiso recuperar la verdad histórica y dejó las cosas en el terreno de la manipulación, la ignorancia y la equidistancia en el que nos encontramos actualmente.

Así que sí, esa es la tercera razón por la que Gusen es un campo desconocido en España, porque Gusen es una de las pruebas más brutales de lo que fue y lo que supuso el régimen franquista.

Enrique Calcerrada Guijarro: un testimonio único

Mientras realizaba la investigación que plasmé en Los últimos españoles de Mauthausen me obsesioné con recopilar el mayor número posible de testimonios de los supervivientes de los campos. Entrevistar personalmente a veinte de ellos fue uno de los mayores regalos que me ha hecho la vida. Escuchar de los labios de un hombre o de una mujer de noventa años sus vivencias en el interior de Ausch­witz, Buchenwald, Ravensbrück, Gusen o Mauthausen es algo que te marca para siempre. Sin embargo, sentí algo muy parecido cada vez que leía los diarios o las memorias de otros deportados españoles ya fallecidos. No estaban allí y, sin embargo, era tan fuerte y tan emotivo todo lo que relataban que los sentía a mi lado, hablándome cara a cara. Ese sentimiento me invadió especialmente cuando cayó en mis manos el libro de Enrique Calcerrada Guijarro. Fue Adelina Figueras, la hija del superviviente de Mauthausen Josep Figueras, quien me lo descubrió y prestó. Era imposible comprarlo porque apenas se habían impreso unas decenas de ejemplares para la familia y los amigos del protagonista. Aunque se trataba de una edición muy modesta, me sorprendió lo cuidada que estaba, gracias en buena medida al trabajo de Florencio Pavón, cuyo prólogo se ha recuperado para esta obra. Enseguida me percaté de que estaba ante un testimonio único y de enorme valor.

Enrique relata de forma ágil y directa su dramático periplo desde el final de la Guerra de España. Si no supiéramos que todo lo que cuenta es, simplemente, su día a día, podríamos pensar que estamos ante una trepidante novela

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