Tenía tanto que darte

Nena Daconte

Fragmento

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Prólogo

«Una vez, paseando por Barcelona, pisé sin querer una pegatina con mi cara que estaba tirada en el suelo». Esa es Mai, y así de vulnerable se muestra ante nosotros en un libro que no deja indiferente porque esa pegatina, o peor, ese pie que ha paseado la calle puede ser el nuestro. La hija de una familia numerosa, la chica que duda ante sus posibilidades, la que se pone a beber cervezas en un bar hasta caer rendida, la que estudia, la que se enamora perdidamente, la compañera discreta de la última fila del colegio, la que se siente inferior, la que asume con elegancia la invisibilidad o bebe apuradamente el éxito. Qué equivocados estamos ante Mai.

Es muy fácil empatizar con el ganador, «the winner takes it all», lo cantaba ABBA. Y tú los miras, embobado, porque el éxito tiene campanillas y nos gusta sentirnos de parte de los que triunfan. El éxito, como en unas elecciones, se huele. Pero ¿quién quiere ser amigo del perdedor, quién se suma a ese baile donde nadie ha salido a la pista? Estar del lado del que nadie mira solo pasa en las películas, porque sabemos que ganará el exitoso y el arrinconado, vencerá. Seremos el público que grita ante el gladiador que humillan, y también el alboroto que ensalza al que sale victorioso.

Con Mai es fácil ponerse de su lado, es la ganadora y la perdedora. Eso la convierte en especial porque de ahí solo puede salir una conquista personal. Y así es ella en este libro, como una casa abierta, de par en par por la que corre el aire. Este manojo de páginas es la catarsis de una chica que podríamos ser muchos, en la que el abrazo vibra a lo largo de todo el texto.

Detrás de la chica de la tele o de los éxitos de la radio, hay una mujer que solo quiere que la quieran. Una artista que fue la adolescente a la salida de un concierto buscando ver a su ídolo y, al mismo tiempo, la joven que escucha sus canciones coreadas por miles de fans: Idiota, En qué estrella estará, Tenía tanto que darte… No es Mai la dulce, es Mai la desnuda.

Tengo la sensación de que María Isabel, María, Mai, Nena Daconte, ha perdido trenes, lo sabe; pero sentada en el andén de una estación como una Penélope no espera olvidada, sino que se relaja y aguarda el próximo tren con su maleta de canciones. Esa actitud tan zen, que en ocasiones parece derrotista, me gusta. María es río. Mai sigue navegando, sabe que al final habrá mar. Y las rocas de los meandros, los problemas, los cantos rodados, las afonías, los miedos, los árboles que hunden sus raíces, los niños que se bañan, las sequías… se irán pasando y el río continuará su rumbo. Nena Daconte ya es un cauce, basta con que regrese la lluvia.

Todos podríamos quedarnos mirando el río. Ella no. En este deshielo de vida, Mai se convierte en la que es. No hay adornos, no pretende quedar bien con nadie y, sin embargo, consigue que sea mágico y amable el vuelo por sus años y sus anécdotas más ingratas. Porque cuando se narran, dejan de ser sufrimiento para ser ficción de una vida. No les pasan más cosas a aquellos que viven más, sino a los que mejor las cuentan. Ha compuesto su mejor canción porque tiene algo que decir. La melancólica, la naif, la dramática, la impostora, la desastre, la atropellada, la alegre, la dulce, la chica de los mil nombres es como nosotros. Y es muy bueno en ocasiones plegar velas para seguir viviendo, soltar lastre para volar más alto, tirar tabiques y ampliar espacios. Mai ha hecho eso con este libro: abrir ventanas a mil nudos que andaban congestionando la creatividad o la vida. Todos hemos sido un desastre; afrontarlo y decirlo con música es un regalo. Gracias, Mai. Porque la parte escondida del iceberg es la más interesante, la que nadie conoce, la que intuimos, la que hace que flotemos en un inmenso mar.

«¿Adónde vamos?», le pregunta un taxista en una ocasión. «No lo sé», responde Mai con voz de María. En ese «no lo sé» está la clave. ¿Siempre hay que saber adónde vamos? Disfruta del viaje.

MÁXIMO HUERTA

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María Isabel

La mayor parte de los fracasos nos vienen por querer adelantar la hora de los éxitos.

AMADO NERVO

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Cambiarse de nombre es como volver a nacer, pero sin morirse. Es una oportunidad para borrar todo lo anterior y empezar de cero. Es como si una persona cambiara de personalidad cuando se incorpora a un nuevo trabajo y modifica lo que ya no le gusta. ¿Que antes era introvertido? Pues ahora voy a ser el alma de la fiesta. ¿Que antes era amante del guacamole? Pues ahora, de las fresas.

¿Que por qué lo hice yo? Porque sí. Porque odiaba mi nombre. Así es que, a finales de 1994 —hace una eternidad—, cuando me emancipé de la niñez, me cambié el nombre a María. Ya no sería nunca más María Isabel, excepto para mis familiares, que jamás se dieron cuenta de estos cambios tan sutiles. Cambiarme de nombre me ha perseguido toda la vida, pero ya llegaremos a eso.

No sé muy bien qué tipo de persona soy. Desde fuera me dicen que soy dulce. Aunque yo más bien estoy del lado de los que piensan que soy una chica bastante empanada y un pelín pánfila. Es verdad, soy un poco así. Y muy despistada, por lo que apenas logro acordarme de nada. No suelo esforzarme demasiado en general. Me quedo con lo que consigo de forma fácil. Lo demás no me interesa. Y me gusta ver el cuadro desde lejos, con una gran perspectiva, con la vida entera como marco.

Dicen que no hay que tener miedo. Pero también dicen que no tenerlo es bastante peligroso. Yo casi nunca tengo miedo porque, para mí, lo peligroso no es el miedo sino la duda, como cuando siendo una niña, con mi bicicleta BMX, me caí porque me entraron las dudas al llegar a la curva, y me rompí la muñeca por mil sitios.

Tampoco me he hecho valer nunca. Siempre lo doy todo rápido y fácil. No me hago de rogar. Soy muy puntual y ando constantemente buscando que me quieran. Quedar bien. Ser educada. Un poco como la pelota de la clase. Todo lo quiero hacer perfecto.

En 2002 fracasé en el programa de televisión Operación Triunfo, en su segunda edición. Fui la primera expulsada. Años después, en 2006, triunfé notoriamente. Entonces, los periodistas me preguntaban:

—Bueno, Mai, ¿qué sientes ahora que estás triunfando?, ¿qué crees que pensarán los que te echaron?, ¿qué pensará Risto Mejide?

En realidad, en mi edición no estaba Risto, que, como te digo, yo soy de la segunda edición, y Risto apareció en la cuarta. Pero la gente nos confunde a todos porque somos un montón de triunfitos, así es como nos llaman a los que hemos participado en el programa de talent show. «Sí, sí, Risto», les contestaba. Yo nunca les rectificaba su error. Y, en realidad, jamás he sabido cómo responder a estas preguntas porq

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