El libro de los días

Patti Smith

Fragmento

cap-1

Hola a todos

El 20 de marzo de 2018, en el equinoccio de primavera, escribí mi primera entrada de Instagram. Mi hija, Jesse, me había propuesto abrir una cuenta de Instagram para distinguir la mía de las fraudulentas que se habían apropiado de mi nombre. Jesse también consideraba que la plataforma encajaría conmigo, pues escribo y hago fotos a diario. Juntas creamos el sitio. Me preguntaba cómo podía transmitirle a la gente que era verdaderamente yo quien me comunicaba con los demás. Decidí ponerle un nombre que no dejara lugar a dudas: thisispattismith.

Utilicé mi propia mano como imagen para mi primera incursión en el mundo virtual. La mano es uno de los iconos más antiguos, una correspondencia directa entre imaginación y ejecución. La energía sanadora se canaliza a través de las manos. Extendemos la mano para saludar y para ofrecer ayuda; levantamos una mano para hacer una promesa. Unas milenarias huellas ocres, que se hallaron estarcidas en la cueva de Chauvet-Pont d’Arc del sureste de Francia, fueron creadas salpicando pigmento rojo sobre una mano presionada contra la pared de piedra para fundirse con un elemento de fortaleza, o quizá para marcar una declaración prehistórica del yo.

Instagram me ha servido para compartir antiguos y nuevos descubrimientos, para celebrar cumpleaños, recordar a los fallecidos y acercarme a nuestros jóvenes. Escribo los pies de foto en un cuaderno o directamente en el teléfono. Me habría gustado tener un sitio web basado en fotografías Polaroid, pero como han dejado de fabricar los cartuchos que usaba, ahora mi cámara está retirada, testigo de viajes pasados. Las imágenes de este libro pertenecen tanto a Polaroids existentes como a mi archivo y al teléfono móvil. Un proceso único del siglo XXI.

Aunque echo de menos la cámara y el ambiente concreto de las fotos Polaroid, valoro la flexibilidad del móvil. Mi primera aproximación a los posibles usos artísticos del teléfono móvil fue a través de Annie Leibovitz. En 2004 hizo una foto de interior con el móvil y luego la imprimió en una imagen pequeña de baja resolución. Quitándole importancia, dijo que creía que algún día sería posible hacer buenas fotos con un teléfono. En aquella época no me planteaba tener móvil, pero todos evolucionamos con el tiempo. El mío, adquirido en 2010, me ha permitido unirme al explosivo collage de nuestra cultura.

El libro de los días es una aproximación a cómo navego en esta cultura a mi estilo. Está inspirado en mi Instagram, pero es una obra única. Gran parte del material lo creé durante la pandemia, a solas en mi cuarto, proyectándome hacia el futuro y reflejando el pasado, la familia y una estética personal coherente.

Las entradas y las imágenes son llaves que abren las puertas de los propios pensamientos. A cada una de ellas la rodea la reverberación de otras posibilidades. Los cumpleaños felicitados dan pie a otros, incluido el de quien me lee. Un café de París es todos los cafés, igual que una lápida puede ser el eco de otras personas lloradas y recordadas. Tras experimentar muchas pérdidas, he encontrado solaz en frecuentar los cementerios donde yacen personas a las que quiero, y he visitado muchos, para ofrecerles mis oraciones, respeto y gratitud. Me apasiona la historia y rastrear los pasos de aquellos cuya obra me ha inspirado; muchas entradas nacen del recuerdo.

Me ha alentado ver cómo crecía mi cuenta de Instagram, desde mi primera seguidora, mi hija, hasta más de un millón de personas. Ofrezco este libro, un año y un día (para quienes han nacido en un año bisiesto) con gratitud, como un espacio que infunda ánimo, incluso en los momentos más bajos. Cada día es una joya, porque todavía respiramos, nos conmovemos por el modo en que la luz incide sobre una rama alta, un escritorio matutino o la cabeza esculpida en piedra de un poeta amado.

Las redes sociales, en su retorcida democracia, a veces alimentan la crueldad, los comentarios reaccionarios, la desinformación y el nacionalismo, pero también pueden ponerse a nuestro servicio. Está en nuestras manos. La mano que escribe un mensaje, que acaricia el pelo de un niño, que tensa el arco y lanza la flecha. Aquí están mis flechas, dirigidas al corazón cotidiano de las cosas. Cada una de ellas lleva atada unas cuantas palabras, esbozos de oráculos.

Trescientas sesenta y seis maneras de decir hola.

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