INTRODUCCIÓN
Los motivos que hayan llevado al lector a escoger este libro serán variados, pero muy probablemente entre ellos se contará el recuerdo de la excelente película de Steve McQueen 12 años de esclavitud (2013), aclamada tanto por su dirección como por la actuación de los protagonistas Chiwetel Ejiofor y Lupita Nyong’o, y cuya estética fílmica y renovada presentación de la violencia esclavista imprimieron imágenes duraderas, aunque no menos polémicas, en los espectadores. Además, para el público español quizá exista un interés genuino por conocer la lejana historia de la esclavitud, en un ignoto lugar del llamado «Deep South», o el Sur profundo de Estados Unidos, en tiempos ya remotos, dos siglos atrás; el epítome de la explotación y la semilla de la consiguiente discriminación e injusticia racial en ese país.
Por distante que pueda parecer, este pasado no nos es para nada ajeno. El relato de Solomon Northup es también parte consustancial de la historia española, y de la de algunos países latinoamericanos. En España no son nada extrañas hoy estas motivaciones exotizantes, por el hecho de que la historiografía española ha maquillado y silenciado su historia imperial y esclavista tanto como ha podido hasta tiempos bien recientes. Pocos son los historiadores que, como Josep Maria Fradera, han trazado las relaciones entre los territorios metropolitanos y coloniales españoles. En cualquier caso, esos escasos estudios no han penetrado todavía en la educación primaria y secundaria, que ha relegado nada menos que cuatrocientos años de historia española a capítulos complementarios de la historia peninsular. Pero la conveniencia de la distancia transoceánica no exime de la brutalidad de nuestra historia, al igual que la brutalidad del sistema esclavista tampoco impidió el enriquecimiento peninsular. No en vano el cementerio de Nueva Orleans está poblado de tumbas con apellidos españoles y catalanes; no en vano España se embarcó en una larga y sangrienta guerra para impedir la independencia de Cuba, la colonia esclavista azucarera más importante del mundo; no en vano Cataluña se convirtió en uno de los principales productores mundiales textiles de algodón durante las décadas centrales del siglo XIX, ese mismo algodón que Northup y otros miles de esclavos recogían a golpe de látigo en las plantaciones de Luisiana. Esta no es ni una observación con intención moralista ni un gesto redentor, sino más bien un aviso a la necesidad de una, aunque tardía, aún pendiente concienciación histórica, que debería condicionar nuestra lectura de la narración de Northup y de las narraciones de esclavos. El periplo de Solomon Northup es, en definitiva y lamentablemente, parte de nuestra historia.
UN RELATO DE ESCLAVITUD
En Doce años de esclavitud (1853) Solomon Northup relata su experiencia como esclavo durante doce años en la región de Bayou Boeuf, en el corazón del estado de Luisiana, Estados Unidos. Solomon Northup era un hombre afroamericano libre, ciudadano del estado de Nueva York, que fue secuestrado en la localidad en la que vivía, Saratoga Springs, en 1841, cuando dos hombres le engañaron ofreciéndole un trabajo como violinista en Nueva York y en la ciudad de Washington. Tras ser intoxicado, lo despojaron de sus ropas y pertenencias y lo trasladaron a un corral de esclavos, William’s Slave Pen, muy apropiadamente situado cerca del capitolio. De ahí, el negrero James H. Burch lo embarcó junto con otros esclavos hacia Nueva Orleans, vía Richmond. En Nueva Orleans fue vendido al propietario de una plantación que era además un parroquiano, William Ford, quien en menos de un año lo vendió a su vez a John M. Tibeats, quien por último lo traspasó al que sería su amo durante diez años, el cruel propietario Edwin Epps. Bajo el nombre falso de Platt, que encubría su verdadero nombre y condición, Solomon sobrevivió a la inhumana explotación laboral y personal propia de la esclavitud y experimentó todos los aspectos de la sociedad, la economía y la psicología esclavista. Tras algunos intentos fallidos, Solomon logró escapar haciendo llegar una carta a manos de un abogado y amigo personal, Henry B. Northup. De acuerdo con una ley del estado de Nueva York que dictaba la obligación y responsabilidad por parte de ese gobierno de procurar por todos los medios el rescate de ciudadanos de Nueva York que hubieran sido secuestrados y esclavizados, Henry B. Northup se encarga de localizarlo y devolverlo a casa. Solomon estuvo esclavizado durante doce años y, a diferencia de muchos otros, recuperó su condición de libertad y se reunió de nuevo con su familia.
Perteneciente a un género muy popular durante la primera mitad del siglo XIX en Estados Unidos, narraciones como la de Solomon Northup pretendieron retratar y denunciar la esclavitud, y contribuyeron en gran medida a su abolición al fin de la Guerra Civil estadounidense (1861-1865). Doce años de esclavitud se publicó en 1853 y vendió nada menos que veintisiete mil copias en dos años. Defendida como sistema económico en muchos estados del sur de Estados Unidos y abolida en algunos otros del norte, la esclavitud floreció en la primera mitad del siglo XIX, a pesar de que se había abolido el tráfico de esclavos en 1808 y de que Gran Bretaña la suprimió en 1833. El sistema esclavista creció a partir de una expansión desde las colonias de Virginia y los estados de las Carolinas y Luisiana hacia el interior y hacia el oeste, los estados del Deep South, en dirección hacia el actual territorio de Texas y hacia los estados de Alabama y Mississippi. Durante el paso acelerado de una sociedad con esclavos a una sociedad esclavista entre 1810 y 1860, se produjo la introducción masiva de dos cultivos que transformarían la economía y convertirían la esclavitud en el sistema que hizo posible ese enorme crecimiento: la caña de azúcar y el algodón, este último a la par con el gran desarrollo de la industria textil a nivel mundial. Tras la expulsión de las poblaciones indias nativas refrendada por el llamado «Indian Removal» en la década de 1830, la esclavitud se expandió hacia nuevas tierras enormemente fértiles cuya explotación permitió la revolución de esos cultivos, que requerían mucha mano de obra y un trabajo intensivo. Las pequeñas plantaciones crecieron hasta generar una clase de grandes propietarios que endureció las condiciones laborales y vitales de los esclavos, consiguió reducir la población afroamericana libre y generó una violencia sistémica hasta entonces desconocida. Como comprueba el mismo Northup, escapar de las plantaciones de los estados del Deep South, o del también llamado «black belt» (cinturón negro) por la elevada proporción de población esclava, era casi imposible, puesto que la nueva clase económica de propietarios se encargó de blindar la explotación de personas en un engranaje muy eficaz que empezaba con castigos brutales en la propia plantación y terminaba con la actuaciones de los gobiernos, la implantación de leyes y la coerción organizada de los estados esclavistas. El relato de Northup da cuenta precisamente de esta postura sistémica en su intento de racionalizar la injusticia social en la que han crecido algunos amos «ignorantes» y que sus antepasados inmediatos han creado, y en la descripción de unos equilibrios entre explotación y preservación de la «propiedad» de los seres humanos que son propios de una visión de la esclavitud como sistema económico y social que trasciende la mera reflexión individual de la experiencia del esclavo.
LAS NARRACIONES DE ESCLAVOS Y EL ABOLICIONISMO
Al poco tiempo de serle devuelta su libertad, Solomon Northup acude al abogado abolicionista David Williams para ofrecerle la historia de su secuestro, esclavización y liberación. Ese gesto no es novedoso ni arbitrario. No es novedoso porque las narraciones de esclavos ya gozaban de una inmensa popularidad y estaban siendo utilizadas directamente como instrumentos políticos en las campañas abolicionistas que demandaban el fin de la esclavitud. Y tampoco es arbitrario porque los antiguos esclavos eran los primeros interesados en difundir las realidades ocultas y la injusticia de su situación frente al disfraz ideológico proesclavista, que vino a llamar a ese sistema, de modo eufemístico, «la institución peculiar». Los editores que trabajaban y prologaban los textos, y que en definitiva hacían posible su publicación, eran casi sin excepción hombres y mujeres blancos de los estados del norte y de ideología abolicionista. En la mayoría de los casos, la crítica incluso atribuye la autoría de esos relatos a sus editores, por lo general figuras relevantes y activas dentro del abolicionismo estadounidense. Como se verá más adelante, la «autenticidad» de esas narraciones «escritas por uno mismo» ha sido la preocupación central de la crítica literaria respecto a ellas. En cualquier caso, y más allá de la autoría de editores, antiguos esclavos o la mixtura de los dos, esos relatos se convirtieron en elementos instrumentales de las campañas abolicionistas porque, en primer lugar, ofrecían testimonios de las horrendas condiciones del sistema esclavista y de la vida de los esclavos, y en segundo lugar, porque supusieron la aparición de un género narrativo que superaba a la literatura abolicionista de ficción en cuanto a que el relato era histórico y verificable. Los autores «escribían por sí mismos» su vida como esclavos y su huida a los estados libres. Dado que estos fueron realmente esclavos que habían huido recientemente, sus narraciones ofrecían testimonios verídicos de la esclavitud, y aunque de hecho en muchos casos fueron tildados de testimonios falsos por parte de los proesclavistas, su peso político era mucho mayor que el de la literatura de ficción abolicionista. Si bien esta ofrecía historias con una capacidad empática y sentimental más elaborada y por lo general una perspectiva más global de la esclavitud, no dejaba de tratarse como ficción, y por lo tanto era fácilmente denunciable como una falsa representación de ese sistema. Doce años de esclavitud es un texto óptimo para comprender ese tipo de acusaciones, puesto que el caso de Solomon le sirve a Harriet Beecher Stowe en el libro Key to Uncle Tom’s Cabin (1853) para exponer la documentación histórica de La cabaña del tío Tom (1852) y justificar que su novela se inspira en hechos reales; a su vez Doce años de esclavitud abre su relato con una cita y una dedicatoria a la escritora. Las acusaciones de falsedad que recibe la ficción abolicionista, por lo tanto, llevan a Solomon Northup a puntualizar al comienzo de su narración que su objetivo es «ofrecer un sincero y veraz resumen de hechos concretos, narrar la historia de mi vida, sin exageraciones, y dejar para otros la labor de determinar si incluso las páginas de las obras de ficción ofrecen una imagen errónea de mayor crueldad o de una esclavitud más dura». Los abolicionistas acogen a los esclavos huidos y los hacen contribuir a su causa con sus narraciones, mostrándolos como víctimas de la esclavitud y protegiéndolos de mecanismos destinados a preservarla, como la polémica Fugitive Slave Law de 1850, que obligaba a devolver a los esclavos huidos a sus amos y criminalizaba a los que los protegían. Como los abolicionistas, muchos esclavos huidos ayudarían luego a otros a hacer lo mismo con sistemas organizados, como parece que colaboró Northup a través del conocido Underground Railroad.[1] Es cierto, sin embargo, que los abolicionistas ejercieron un inmenso poder en la manipulación de las narraciones, que despliegan una fuerte propaganda; y sobre los mismos antiguos esclavos, a quienes se les tergiversó la voz y se les asignó su lugar en la causa como tales: debían contar su experiencia pero no elaborar argumentos de índole política o dedicarse a ella (con la excepción de Frederick Douglass, a quien esa censura precisamente acabó por desmarcarlo de su protector, el abolicionista William Lloyd Garrison). Dichos comportamientos han sido criticados con vigor, hasta el punto de que, por un tiempo, la manipulación ideológica presente en muchas narraciones produjo que muchos críticos e historiadores las consideraran pura propaganda política. Aunque formaran parte de este intenso debate político, especialmente furioso en la década de 1850, justo antes de la Guerra Civil estadounidense, estos relatos han tenido ramificaciones e interpretaciones cambiantes a lo largo de la historia de Estados Unidos, y revisiones actuales los han leído mucho más allá de su función de propaganda, revelando su profunda influencia y su valor histórico y literario.
Los argumentos propios del abolicionismo que Philip Gould señala en estas narraciones son del todo distinguibles en el texto de Northup.[2] En primer lugar, el texto insiste en la humanidad de los esclavos, rebatiendo el argumento de que las personas de origen africano son inferiores a nivel moral e intelectual y, por lo tanto, no solo no son humanos en el sentido cognitivo y emocional, sino tampoco desde un punto de vista biológico. En la narración de Northup eso se percibe, por ejemplo, en la insistente atención a la humanidad de su propia voz, a la de cada uno de los esclavos y a los traumas que producen, por ejemplo, la separación de una mujer esclava como Eliza de sus hijos Randall y Emily. Ese elemento humano se retoma luego en la conversación política entre Edwin Epps y el carpintero Bass, artífice del rescate de Northup, en la que Epps trata a los esclavos de animales.
Cabe advertir que el argumento humanista abolicionista es también paternalista, y que no se debe confundir con la negación del racismo seudocientífico. El abolicionismo no era necesariamente antirracista. Es decir, creer en la abolición de la esclavitud no comportaba en todos los casos creer en la igualdad de las «razas», algo perceptible, por ejemplo, en la ya citada y exitosa novela antiabolicionista La cabaña del tío Tom, o en los discursos de Abraham Lincoln de 1862, que incluyeron al fin la abolición de la esclavitud como parte del compromiso de los estados unionistas del norte en la guerra. Tanto Stowe como Lincoln promovieron la supresión de la esclavitud, pero sus perspectivas eran todavía en gran parte racistas porque creían en las diferencias de raza y en sus distintas evoluciones, aun y estando en contra de la explotación inhumana del sistema esclavista.
La narración de Northup produce otros argumentos antiabolicionistas, confirmando y demostrando que la esclavitud no es una «escuela de civilización y de religión», como argumentaban los proesclavistas, sino que promueve la perversión y la hipocresía de la práctica religiosa y la negación de la educación del esclavo. La plantación no es, pues, una gran familia, sino una gran prisión explotadora, desmoronando así los argumentos paternalistas de la «institución peculiar». Del mismo modo, como señala Ira Berlin en su introducción a la edición inglesa, en la narración de Northup se enfatiza la industria de los estados del norte como mucho más eficaz y técnicamente evolucionada, y se puntualiza que en realidad el trabajo verdaderamente productivo resulta del trabajador que está contento y se siente realizado por su labor, no de aquel que trabaja exhausto y temiendo el castigo más cruel.[3] Así, Northup pone en duda incluso el argumento económico de que la esclavitud es el sistema más rentable y de que los esclavos trabajan en mejores condiciones que los obreros de un Norte industrializado.
ESCLAVO HUIDO, ESCLAVO SECUESTRADO: SUS NARRACIONES
La narración de Northup es, sin lugar dudas, una narración de esclavos, pero es también un caso singular. La suya no es, como la mayoría, la historia común pero no menos extraordinaria de una persona nacida esclava y huida con el suficiente éxito como para contarlo. No. Northup nació libre y fue secuestrado. Fue esclavizado y, milagrosamente, consiguió escapar. No se sabe con exactitud el número de esclavos que fueron secuestrados, pero se conocen otros muchos casos, y el hecho de que el estado de Nueva York promulgara una ley en 1840 que responsabilizaba al estado mismo de la liberación de sus ciudadanos «raptados o reducidos a esclavitud» revela que la práctica fue, por lo menos, significativa. De una forma u otra, todas las narraciones de esclavos tienen un vínculo con el secuestro y el tráfico de esclavos en territorio africano como punto de origen. El abolicionismo insistió en la idea del rapto y el «robo de hombres y mujeres» como metáfora de la esclavitud en un sentido global. Doce años de esclavitud puede verse entonces como un «secuestro» que remite al secuestro inicial en suelo africano. No obstante, el caso de Northup responde también a otro tipo de rapto. El suyo se debe a las crecientes dificultades en la comercialización de esclavos en el mercado estadounidense que comenzaron con la ilegalización del tráfico internacional en 1808, que prohibía su importación a Estados Unidos pero no el comercio interno. Al no poder nutrirse del mercado transatlántico, el mercado interior experimentó grandes dificultades para conseguir esclavos y venderlos dentro del país, y el secuestro de individuos libres parece que fue una de las respuestas a esa situación.
Lo que diferencia el relato de Northup de la mayoría de los de su género es que su autor no nació esclavo, lo que le imprime un carácter distinto. Aunque presenta con claridad gran parte de los elementos característicos de las narraciones de esclavos, en muchos casos los presenta desde un ángulo distinto. Este tipo de obras evitan la identificación histórica de los nombres propios y las plantaciones, protegiendo así la identidad de los esclavos huidos. En casi todos los casos, además, el miedo de estos a ser descubiertos hizo que escribieran bajo seudónimo. Esta práctica aumentó a partir de 1850, año en que se promulgó la ya mencionada Fugitive Slave Law, que implicaba que cualquier exposición de un esclavo huido podía resultar en una repatriación inmediata. Un caso extremo es el de Frederick Douglass. Tras escribir la más famosa de estas narraciones, Narrative of the Life of Frederick Douglass, an American Slave. Written by Himself (1845), se trasladó a Gran Bretaña e incluso pagó su manumisión a su vuelta a Estados Unidos para evitar problemas legales. Del mismo modo, Harriet Jacobs escribió Incidents of the Life of a Slave Girl (1861) bajo el seudónimo de Linda Brent, y la dificultad de documentar históricamente su caso no hizo posible su identificación hasta la década de 1980.
La mayoría de estos narradores desconocen su fecha de nacimiento. Muchos ignoran también quién es su padre, en muchas ocasiones un hombre blanco que había abusado sexualmente de la madre esclava y que no había reconocido a su hijo o hija. En Estados Unidos, la descendencia seguía por ley la condición de las madres, lo que legalizó la violación de las esclavas por parte de sus amos en un sistema de explotación sexual cuyos frutos eran hijos que incrementaban la «familia» de la plantación, es decir, sus esclavos, sobre todo después de la supresión del tráfico atlántico. El caso de Northup es marcadamente distinto. Por ello se encarga de abrir el relato señalando que nació libre y que recuperó su libertad, y de trazar una genealogía que legitima su condición y consolida una identidad asentada por completo en el nido familiar desde su nacimiento. Porque no teme por el descubrimiento de su identidad y tiene la voluntad de asegurar su condición de verificabilidad, la narración de Northup es especialmente precisa en su detalle histórico en comparación con la mayoría de los ejemplos de su género. Aunque su experiencia de la esclavitud fue distinta, la narración de Northup comparte con las demás la atención a la vida cotidiana, que se desgrana en sus actividades diarias y en las penosas condiciones de vida. Un día a día marcado por el hambre, infinitas horas de trabajo, el agotamiento, el miedo y el castigo brutal e injustificado.
Por lo general, las narraciones de esclavos describen momentos en los que estos toman conciencia de que la esclavitud y su condición individual es una injusticia. Esta toma de conciencia se produce por lo general gracias a la alfabetización, que se prohíbe, pero a la que los esclavos acceden de forma clandestina con la ayuda de niños o de personas libres. La educación es, por lo tanto, un valor que los narradores consideran crucial en el camino hacia la comprensión del contexto político y de la profunda injusticia que viven, porque les permite leer textos políticos. La educación será el campo de batalla de los abolicionistas pero también, más adelante, de los movimientos contra la segregación racial. El caso de Northup es distinto, aunque no único. Northup ya ha recibido una educación, y enseguida se da cuenta de que solamente esta puede salvarlo. Tras algunos intentos fallidos, una carta depositada en las manos de un conocido con suficiente información permitirá su rescate. Se pueden considerar hasta cierto punto estas narraciones como un tipo específico de Bildungsroman, porque la mayoría de esclavos huidos pasan por un proceso de educación y de toma de conciencia que los llevará a decidir agarrar las riendas de su destino y arriesgar su vida para huir de las plantaciones hacia los estados del Norte, en lo que Robert B. Stepto dibujó como una «doble gesta».[4] En su lucha contra el sistema esclavista experimentan un proceso de individualización y de logros que de algún modo caracteriza a este tipo de novela de formación (traumática, en este caso). La narración de Northup no es la de un individuo que aprende en el seno de la plantación cuál es su identidad y su lugar, y tampoco la de quien comprende cuál es el contexto político del país y que una vez toma conciencia de ello busca una forma de salir de su injusta situación. Se podría ver el caso de Northup como un caso casi contrario: puesto que nació como ciudadano libre en el estado de Nueva York, Solomon Northup vive con mayor dramatismo su nueva condición y la entiende mejor porque tiene un elemento de comparación, su experiencia de ciudadano libre, que no es un objetivo futuro todavía por conocer sino un pasado ya conocido. Su narración no se forma tanto como un Bildungsroman, como un descubrimiento de uno mismo y del mundo —injusto— que le rodea, sino más bien como un descenso, como una deshumanización y pérdida de todos sus valiosos derechos de ciudadano. Su lucha no es tanto su dignificación como persona, su cambio de condición, su crecimiento personal e intelectual en relación con el contexto político que lo maltrata, sino más bien una lucha contra la degradación de la dignidad de su vida y de su individuo, contra el desaprendizaje y la pérdida de identidad —la pérdida de su nombre propio es devastadora—, y el desaprendizaje del mundo libre y la sociedad no esclava en la que había crecido. Y es esa lucha la que hace que su narración no se parezca tanto a una novela de formación, sino que más bien tenga puntos de contacto con la literatura de la Shoah, salvando por supuesto todas las distancias con ambos corpus literarios.
Me atreveré a ofrecer una observación arriesgada, pero que me parece coherente y que tiene interés señalar por su diferencia con otras narraciones y porque revela la complejidad y el frágil equilibrio del contexto político. En Doce años de esclavitud se sugieren al mismo tiempo una gran crítica a la posición ambigua del estado de Washington y un gesto denunciador más contenido que en otras narraciones con respecto al sistema esclavista. Northup relata el intento de enjuiciamiento de sus secuestradores, y cómo el tribunal de Washington confirma al principio las pruebas de su estatus de ciudadano libre pero no niega el testimonio falso de sus secuestradores y traficantes de esclavos, a quienes la justicia deja en libertad. Este acto sugiere la complicidad gubernamental con el comercio de personas. Además, el tribunal de Washington rechaza el testimonio legal de Northup por ser un ciudadano afroamericano, lo que señala la injusticia de la desigualdad, ahora sí, racial y generalizada en Estados Unidos. No obstante, al mismo tiempo y de un modo paradójico, la narración de Northup deja una puerta abierta a su recepción por parte de la sociedad esclavista. Lo que convierte en ilegal su situación es su secuestro. Esa es, en último término, la injusticia que la ley está dispuesta a subsanar, incluso con la aceptación de aquellos esclavistas, quienes, de acuerdo con la esclavitud y viviendo en una sociedad esclavista, también están de acuerdo con sus normas. Eso se ve reflejado en el hecho de que el mismo sheriff haga suya la acción de buscar y liberar a Northup, y en que el estado de Washington persiga el secuestro y la venta ilegal de Northup sin cuestionar el comercio de esclavos per se. En este escenario, esta narración podría recibir incluso una relativa aceptación por parte de proesclavistas que distinguieran el caso de Northup del de otros que eran esclavos por ley, a pesar de las injusticias del sistema. De algún modo, la última imagen de una Patsey desolada y de sus compañeros, que nunca van a tener la suerte de Northup de ser libres porque legalmente no lo son, deja esa brecha de interrogantes abierta. Ese detalle no reduce en lo más mínimo la brutalidad de la experiencia de Northup como esclavo ni su eficaz exposición de los horrores de ese sistema, pero de algún modo deja traslucir una cierta aquiescencia entre los estados pro y anti esclavistas, un cierto statu quo por parte de los no esclavistas que, si bien condenan la esclavitud, establecen un cierto compromiso con los estados que la mantienen que se revela en la Fugitive Slave Law y la recuperación de los ciudadanos del estado secuestrados y vendidos como esclavos como casos marcadamente distintos de los referentes a los huidos. Hay ahí entonces una irremediable ambigüedad en la posición tanto en la actitud de Northup como en su relato, generada por una distancia inevitable que distingue los esclavos legales de los ilegales, verbalizada en esa pregunta con la que Patsey interpela a un Northup que no contesta: «¿qué va a ser de mí?».
LAS NARRACIONES DE ESCLAVOS COMO LITERATURA
Desde que Charles T. Davis y Henry Louis Gates publicaron el estudio The Slave’s narrative en 1985, la crítica ha considerado las narraciones de esclavos como un corpus sin duda literario. Además, este es precisamente el corpus que se ha tomado como fundacional de la llamada literatura afroamericana. De hecho, desde el punto de vista de la tradición, ha ejercido una influencia enorme en toda la literatura posterior, tanto en términos temáticos como formales. Sus particulares características han definido no solo los textos afroamericanos no ficcionales de corte político en contra de la segregación racial (1896-1964), sino también la literatura claramente de ficción, sobre todo las llamadas «neo-slave narratives», como por ejemplo la conocida Beloved (1987) de Toni Morrison. De igual modo, estos textos ejercieron una gran influencia en la literatura proesclavista del momento y las llamadas novelas de plantación, unas narraciones de corte nostálgico y evocador del llamado «Old South», por lo general posteriores a la Guerra Civil estadounidense. Esta nueva perspectiva de la narrativa de esclavos permite considerarla a la luz de la tradición literaria y muestra el reduccionismo de valorarla en términos de mera propaganda abolicionista, descubriendo a su vez nuevos elementos de su complejidad textual.
Aunque la narración de Northup ofrezca una historia distinta de la del esclavo huido, desde el punto de vista literario el texto presenta la mayoría de las convenciones del género. Por lo general, como recopiló The Slave’s Narrative en su definición del corpus literario y continuó The Cambridge Companion to the African American Slave Narrative (2007), las narraciones de esclavos afroamericanos deben su origen genérico y mantienen lazos con la novela sentimental, los relatos de cautivos y las autobiografías espirituales.[5] Se han citado como distintivas algunas características formales generales. Estos relatos cuentan la vida de un esclavo que se fuga para convertirse en persona libre y escribe su historia en primera persona, la cual suele comenzar con la fórmula «Yo nací...», que justifica un título que en la mayoría de casos incluye un «Escrita por él mismo» o «Escrita por ella misma». Así, las narraciones configuran una nueva voz que hasta entonces no había aparecido como sujeto de enunciación. Además, se acompañan de un aparato de documentos que lo enmarcan y legitiman: epígrafes poéticos o no poéticos, un prólogo del editor, imágenes del esclavo y de algunos episodios (incluido un retrato firmado por el autor), cartas, notas de compra-venta, poemas, testimonios, certificados de matrimonio o de manumisión, extractos de documentos legales y apéndices varios. Los textos suelen aspirar a la objetividad, que se refuerza con una fuerte presencia de la técnica descriptiva, sobre todo de personajes, del entorno y de los detalles pormenorizados de la vida cotidiana de los esclavos, incluyendo descripciones de vestuario, comida y las precarias condiciones de vida. Abunda también el retrato físico y psicológico de los amos de la plantación y sus capataces, de su modo de vida y de sus comportamientos. Northup describe, además, la producción técnica del algodón y del azúcar, así como la industria maderera. En muchas ocasiones las narraciones toman de la novela sentimental los escenarios y el tono dramático, sobre todo en los aspectos relacionados con la convivencia de los esclavos, su empatía hacia el sufrimiento de sus congéneres, y muy especialmente la descripción de los espacios más íntimos, como las relaciones amorosas o familiares y su destrucción por parte de los amos. Del mismo modo, estas narraciones a menudo son relatos que se proclaman objetivos pero se revisten de un claro tono moral. Suelen incluir escenas codificadas de los mercados de esclavos, de las separaciones de sus familiares o seres queridos, escenas de alfabetización, del funcionamiento de la plantación y del trabajo, de los escasísimos momentos libres, escenas de los peores castigos y de los instrumentos de tortura como el látigo, de la insinuación de la explotación sexual a las mujeres por parte de sus amos y de la ira y envidia que despiertan en las amas, escenas del miedo permanente de los esclavos y de su agotamiento, de múltiples planes de fuga y huidas fallidas, de las dificultades para confiar los planes y la ayuda que requieren para llevarlos a cabo; motivos como el cambio de nombre, el desarrollo del sentido de supervivencia; y reflexiones sobre el sistema de la esclavitud y las oportunidades y los límites de la resistencia, que tejen todo el texto. El tema y objetivo general de estas narraciones es, entonces, el relato de las realidades de la esclavitud y la insistencia en la necesidad de abolirla. La estructura que se adopta hilvana un conjunto de episodios, descripciones y reflexiones ordenadas de forma cronológica que llevan al narrador protagonista desde su anterior condición de esclavo hasta su libertad, condición desde la que se relatan los hechos.
LA CUESTIÓN DE LA VERDAD Y EL CARÁCTER AUTOBIOGRÁFICO DE LAS NARRACIONES DE ESCLAVOS
Al leer Doce años de esclavitud y a sabiendas ya de su contexto, emerge inevitablemente una doble pregunta: ¿es esa historia verdadera tal y como se cuenta? ¿Es Solomon Northup, un hombre que estuvo doce años reducido a la más desgraciada condición de esclavo, el autor de esta narración de tonos líricos y embellecimientos varios? Esa es, en efecto, la cuestión que ha centrado la crítica literaria e histórica de este género. En este caso particular, tanto el prólogo como el cuerpo de la narración insisten en la veracidad de los hechos tal y como se relatan, y los hechos de la vida de Solomon Northup han sido recorridos en la historia por parte de Sue Eakin, quien recuperó el texto del olvido publicando una edición ampliamente documentada en 1968.[6] Pero ella misma de un modo exagerado y otros críticos de manera más sutil argumentan que el cuerpo de la narración es enteramente o en gran parte de David Williams, su editor. El debate sobre la autoría existe para la mayor parte de estas narraciones, aunque es imposible verificar qué palabras son de quién y si el relato en voz del esclavo se produjo «exactamente» como se narra. De hecho, tal vez esa pregunta parezca solo relativamente importante para determinar su significación literaria e histórica, puesto que no tiene respuesta posible. Pero, como voy a intentar demostrar, es significativa la pregunta misma más que su respuesta, por lo menos para comprender cómo funcionan estas narraciones y qué efectos tienen en el debate sobre el género autobiográfico y los límites de la ficción.
En el caso del relato de Northup no disponemos de instrumentos lo bastante fiables como para decidir su autoría. Como observó James Olney, este es un caso ambiguo en particular, puesto que el editor menciona que los «hechos [...] le fueron comunicados», y que Solomon «ha repetido la misma historia, sin cambiar y sin desviarse en el más mínimo detalle, y también ha leído con detenimiento el manuscrito y ha ordenado corregir la más trivial inexactitud que haya podido surgir».[7] Pese a reproducir la historia de Solomon como la «recibió de sus labios», el editor admite posibles imperfecciones de estilo de forma ambigua, sin que se sepa si se refieren a su propio estilo como editor/escritor o al estilo de Northup. De esa forma el texto se muestra como de autoría mixta y de estilo inextricable. ¿Es ese un factor que invalida su autofiguración y su valor como relato autobiográfico? No necesariamente, aunque haya quienes hagan de esta cuestión una batalla en la que deba tomarse partido y encontrarse respuesta. No obstante, tampoco parece que esa inextricabilidad haga de la pregunta sobre la veracidad histórica y la autoría una cuestión desdeñable. Y no lo es en absoluto, porque la existencia de este género y su fuerte influencia se basan, precisamente, en esta pregunta, que el texto propone de un modo deliberado.
El mismo contexto social y político en el que las narraciones de esclavos surgen y adquieren un sentido inmediato hace de cualquier menosprecio de la verdad histórica que revelan una actitud claramente discutible. Los estudios sobre el género autobiográfico, hoy todavía en auge, pasaron por un antes y un después tras la crítica en las líneas de Philippe Lejeune y de Paul de Man, que indicaron de distinta manera que lo interesante de estos textos es la construcción de un yo, que en realidad se trata solo de una figuración textual sin correspondencia relevante o real con una materialidad del autor que en principio escribe su vida, y que por lo tanto la búsqueda de las circunstancias y verdad histórica que había centrado los estudios anteriores sobre la literatura autobiográfica era la pregunta equivocada en relación con el género.[8] Lejeune definió el famoso concepto del «pacto autobiográfico», con el que el lector se compromete a «creer» la verdad del mundo textual y la correspondencia entre autor que firma, narrador y p