De viaje
Querida lectora, tienes en tus manos una tarjeta de embarque muy especial. Ah, que eres lector. No importa, este viaje es para todos, una propuesta tan genuinamente universal como el personaje al que retrata. José Manuel Lucía ha construido una obra de divulgación en el mejor sentido, cuando los ensayos trascienden la disertación académica y consiguen llevarse al huerto a los más profanos, y hasta a algún ilustre ignorante, como yo. Pero, sobre todo, y ahora hablo como guionista, este libro es un maravilloso divertimento, escrito desde el corazón y el humor, en justa consonancia con el tono y el talante que envuelve la obra de Miguel de Cervantes.
No nos engañemos. Volver a Cervantes, a su figura y su tiempo, a veces da un poco de pereza, quizá porque es lo primero que nos hicieron estudiar en el colegio: nació, vivió, murió... Es ese inmutable y etéreo señor mayor con barba, lechuguilla en el cuello y una mano oculta en la chaqueta del que muchos creen que no hace falta saber nada porque ya lo saben todo. Y, sin embargo, como demuestra este libro, nada más lejos de la realidad. Con una mirada a la vez fresca, rigurosa, honesta y valiente, Lucía nos invita a repasar aspectos de su azarosa vida y la de sus coetáneos desde un nuevo prisma, huyendo de los grandes titulares que alimentaron mitos y clichés a lo largo de los siglos, para permitirnos descubrir a un Cervantes posible, tangible y real, un ser humano, complejo, con sus grandezas y flaquezas, como los personajes que pueblan sus novelas.
De nuevo como guionista, no me gustaría anticipar y destripar las fascinantes cuestiones que el autor plantea ya desde la primera línea, alguna desarrollada como ficción en mi proyecto cinematográfico El cautivo, para el que conté con su inestimable supervisión. Así que solo añadiré mi profundo agradecimiento por permitirnos a todos, cervantistas acreditadas, cervantistas aficionados y no cervantistas, lectoras y no lectores, asomarnos al alma y la intimidad de un escritor legendario, y ya puestos de toda una época, y pasarlo en grande. Se trata sin duda de una empresa osada, casi quijotesca, pero nadie mejor que José Manuel Lucía Megías, cargado de desparpajo, ironía y mucho Cervantes a sus espaldas, para quitar a sus insignes estatuas y retratos el polvo y alguna que otra telaraña y llevarnos a conocer a ese tipo que, además de gran escritor, comía, bebía, reía y, sin lugar a dudas, follaba.
Buen viaje.
ALEJANDRO AMENÁBAR
INTRODUCCIÓN
Pero, entonces, ¿Cervantes era homosexual o no?
¿No te sucede, curioso lector, que hay preguntas que te persiguen como uno de esos estribillos que no puedes quitarte de la cabeza? Uno cree que ha conseguido olvidarlo, y, de pronto, ¡zas!, aparece sin esperarlo detrás de una esquina, y te acompaña durante todo el día.
A mí, durante los quince años que llevo trabajando en la vida de Cervantes, me sucede con la pregunta: «Pero, entonces, ¿Cervantes era homosexual o no?».
Un amigo o un conocido que se acerca con una sonrisa, una mano que se levanta en medio del salón de actos al finalizar una conferencia o, simplemente, un alumno en mitad de una clase.
Siempre la misma pregunta.
Y siempre el deseo de una contestación irrefutable, como si estuvieran delante del oráculo de Delfos y solo admitieran un sí o un no como respuesta.
Y siempre contestaba de la misma manera: un agarrarse a ese «no» de la misma pregunta para responder, pero dejando al final unos puntos suspensivos de duda.
Y siempre me quedaba con la misma sensación: una enorme pereza, como me sucede con otros tantos temas cervantinos y quijotescos que llenan horas y horas de conversaciones y, lo peor, páginas y páginas de presuntas investigaciones de iluminados que se venden como la piedra Rosetta para comprender el significado oculto (y, por tanto, el único verdadero) de la obra de Cervantes (especialmente del Quijote).
¿Por ejemplo?
Convertir la geografía literaria del Quijote (una obra de ficción, no se olvide) en un territorio al que se puede ir en coche o en tren (en especial el archiconocido y archirrepetido tema de dónde situar en el mapa el lugar de la Mancha «de cuyo nombre no vale la pena acordarse»).
O buscar en la realidad de la época a las personas que inspiraron a los personajes quijotescos, llegando, incluso, a publicar partidas de bautismo de algunos de sus protagonistas literarios, como si Cervantes fuera un cronista local antes que un poeta universal.
¡Con todo lo que nos queda por leer y por comprender para dedicarle un solo segundo a estas fruslerías, a estos temas tan de tertulia dominical mezclada con el sopor del vino peleón y de la deseada siesta!
Y no diré que estaba como en suspenso en mi estudio, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en la mesa y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, sin saber cómo seguir adelante con mis propias investigaciones cervantinas, cuando me encontré en la pantalla del ordenador, en octubre de 2022, con el siguiente titular de la entrevista que le hicieron en la Cadena SER a Álvaro J. Sanjuán (conocido como Otto Mas en su red social), que acababa de publicar el libro Grandes maricas de la historia: «Cervantes era homosexual y eso no le hace peor escritor ni peor persona».
¿Esta doble afirmación había salido de la boca de Álvaro J. Sanjuán, que durante años había seguido la pista, en un tono distendido y ameno, de algunos «grandes» maricas a lo largo de los siglos: Alejandro Magno, Leonardo da Vinci, Isaac Newton, George Washington, Montaigne… terminando, de una manera provocadora, con Miguel de Cervantes?
¿Qué me había perdido para que el filólogo e historiador pudiera afirmar, con la rotundidad de los estribillos veraniegos, que Cervantes era homosexual? Ni sodomita ni tampoco que hubiera mantenido relaciones homoeróticas durante su estancia en Roma o en Argel, por ejemplo. Así, sin ninguna duda: «Cervantes es homosexual».
¡Cómo le gusta una afirmación escandalosa a un titular!
Hasta aquí podía llegar, pero ¿la segunda de las afirmaciones? ¿Qué tiene que ver la homosexualidad de Cervantes (en caso de que admitamos pulpo como animal de compañía) con ser mejor o peor escritor, o mejor o peor persona?
A la altura del tercer decenio del siglo XXI, ¿aún estamos a vueltas con este tipo de prejuicios en relación con la sexualidad de nuestros escritores? ¿Acaso tendría sentido un titular del tipo: «Lope de Vega era heterosexual, y eso no le hace peor escritor ni peor persona», siendo conocida su larga lista de conquistas y las continuas mujeres y amantes con que compartió su cama, incluso después de haber sido ordenado sacerdote?
Pero aquel titular y las páginas que Álvaro J. Sanjuán dedica a Cervantes en su libro —que me compré al momento— me pusieron delante el espejo de mi propia impostura: el tema estaba ahí, era una cuestión que interesaba y que sigue interesando. Solo hay que hacer una sencilla búsqueda en Google para toparnos con la radiografía de un interés que va más allá de la literatura. Con solo poner en el buscador «Cervantes y homosexualidad», se recupera la cifra escandalosa de 754.000 resultados.
Pero, sobre todo, quedaba claro que es un tema que merece ser estudiado, desde una perspectiva científica, entendiendo en su contexto cada uno de los aportes, y alejándose de los titulares impactantes y de los brochazos críticos, que siempre nos llevan a la casilla de salida, que nos impiden avanzar en el conocimiento.
¿No había yo también condenado a Cervantes a seguir viviendo sin su sexualidad, del tipo que sea? ¿No había obviado el tema en las mil páginas que le dediqué a su vida en los tres tomos de mi propia biografía cervantina publicada por Edaf entre 2016 y 2019?
Y ahora sí, con el ordenador abierto, el Pilot en la oreja, el codo en la mesa y la mano en la mejilla, pensando si debería intentar comprender y hacer comprensible el universo homosexual en la época de Cervantes, recordé, como si entrara en mi estudio a deshora, las palabras de mi buen amigo Pablo Peinado, «gracioso y bien entendido», que lleva años insistiendo en que este tema merece un libro y que no hay nadie mejor que yo para escribirlo, pues a mi conocimiento biográfico de Cervantes y de la época que le tocó vivir, se une mi militancia activa en los movimientos LGTBI+, además de mi propia condición de homosexual, lo que me aleja de toda sombra de prejuicio sobre el tema.
«Si no lo escribes tú, ¿quién lo va a escribir?».
Y esta pregunta se ha convertido, en estos últimos meses, en la verdadera pregunta iniciática en este viaje que comienza en la construcción del Cervantes-mito para terminar en la necesidad de rescatar al Cervantes-hombre si queremos acercarnos al tema de su sexualidad.
La biografía de Cervantes es una construcción a lo largo de los siglos, donde se han entrelazado, de una manera inevitable, la escasez de datos documentales con la necesidad de convertirlo en modelo de conducta según los patrones imperantes en cada momento histórico.
Cervantes —siendo el más universal de nuestros escritores— se ha convertido en símbolo de España, de lo español. De ahí que su vida, ese Cervantes-hombre con mil matices, voces y ecos que vivió casi setenta años entre los siglos XVI y XVII, se ha terminado por simplificar en una única voz, en una precisa imagen del Cervantes-mito. Una construcción en la que se ha impuesto un determinado imaginario ejemplar y heroico, que, inevitablemente, lo aleja del Cervantes que vivió en esa época fascinante que conocemos como Siglos de Oro.
Se equivocan los que defienden que Cervantes siempre ha sido el mismo Cervantes desde que murió hasta nuestros días, que su imagen mítica, tal y como hoy la entendemos, se construyó y se impuso en el siglo XVII.
Me temo que Cervantes es mucho Cervantes.
Igual que se equivocan los que creen que la única forma de conocer a Cervantes es destruir esta imagen mítica ejemplar y heroica, y lo intentan hacer defendiendo nuevos mitos, que más tienen que ver con las construcciones del presente que con el conocimiento del pasado, como si el mito fuera fuente de conocimiento.
Esta es nuestra limitación, pero también nuestro desafío.
Por esto te animo a acompañarme en este viaje donde analizaremos la construcción de antiguos mitos cervantinos (vida ejemplar y heroica) como de otros nuevos (su homosexualidad).
Un viaje que tiene solo un puerto de llegada: Cervantes-hombre.
Solo desde esta perspectiva estaremos en condiciones de comprender un poco mejor la sexualidad cervantina, una sexualidad que —ayer y hoy— vive en un inestable equilibrio entre los deseos personales y las imposiciones y limitaciones sociales, que se van transformando con el paso del tiempo.
Los mitos necesitan de un relato en una única dirección, de titulares impactantes e incisivos y de una estructura perfecta de cada uno de sus argumentos.
Todo lo contrario de lo que sucede con la vida.
Todo lo contrario de lo que a muchos nos interesa: comprender y acercarnos al Cervantes-hombre, al hombre que vivió en una época —y en una literatura— fascinante, y que fue capaz de regalarnos unas obras geniales que también se han llenado de mitos y de lugares comunes, de un mármol que las aleja de los lectores más jóvenes.
Un viaje donde vamos a dejar atrás los titulares, la dictadura de las tertulias televisivas, un «sí» o un «no» que tiene que ver más con la fe que con la ciencia.
Te invito a que comencemos juntos este viaje para rescatar al Cervantes-hombre, con todas sus contradicciones y con todos sus aciertos (como lo son los nuestros en la cotidianidad de nuestros actos y decisiones).
Partimos de unas ideas y de un índice provisional —que es una especie de cuaderno de bitácora de nuestra travesía—; aunque serán muchas las sorpresas que encontremos a lo largo de las próximas páginas.
O eso espero.
CERVANTES Y LOS MITOS
I. CERVANTES-HOMBRE, ESE OSCURO OBJETO DE DESEO
La increíble historia del autor menguante
No me cabe ninguna duda de que Miguel de Cervantes murió con una sonrisa en los labios. Llegaba al final de sus días, a aquel 22 de abril de 1616, sabiéndose dueño de su destino y habiendo puesto los cimientos literarios para que su nombre perdurara en el tiempo.
Lo había dejado todo atado y bien atado… o, al menos, eso es lo que él creía.
Unos días antes, no sin cierta dificultad y con letra dolorida, había terminado la carta al conde de Lemos, esa que debía encabezar su novela de aventuras, Persiles y Sigismunda, esa novela que era la culminación de su trabajo literario, gracias a la que conseguiría fama inmortal como escritor. ¡Qué emoción compartida al imaginar su última escritura, esta carta que, para mi admirado Luis María Anson, es su último poema!
Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo esta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir…
«El deseo que tengo de vivir»…
Pero ha llegado el momento de terminar de escribir, de poner fin a una vida llena de aventuras y desafíos, de desencuentros y de amarguras, y de comenzar a disfrutar de la «eterna vida» de la fama.
Ha llegado el momento de dejar de ser hombre y comenzar una nueva etapa en que la literatura será su único territorio.
¿Puedes imaginar otro final para quien ha dedicado los últimos tres años de su vida a publicar un particular programa literario con el que reivindicarse como uno de los mejores escritores de su tiempo?
Y, a pesar de los dolores y de la sed que sentía por su enfermedad, sonríe al mirar el manuscrito de su Persiles y Sigismunda. Sabe que no lo verá en forma de libro impreso, pero ahora eso no importa. Cuando se publique, su éxito será la prueba de que tenía razón.
Y no se equivocó.
Al menos, no se equivocó en aquellos primeros años del siglo XVII, pues el Persiles, desde que su viuda Catalina de Salazar lo publicara en 1617, gozó de un enorme éxito de ventas tanto en España como en Europa, con continuas reediciones y traducciones.
Ninguno de sus escritos había llegado tan lejos.
Ni el primer éxito del Quijote de 1605 y, mucho menos, el fracaso de la segunda parte del Quijote, la de 1615, que no consiguió ni vender todos los ejemplares de la primera edición. Solo el éxito editorial de las Novelas ejemplares estaba a la altura de la majestuosa difusión del Persiles.
¡Y cómo hubiera sido la sonrisa de nuestro Miguel de haber podido leer los versos que le dedicó Lope de Vega en su Laurel de Apolo catorce años después de su muerte! ¡Versos que hacían realidad sus deseos! Y Lope de Vega, el genial Lope de Vega no podía equivocarse en su juicio.
En la batalla, donde el rayo austrino,
hijo inmortal del Águila famosa,
ganó las hojas del laurel divino
al rey del Asia en la campaña undosa;
la Fortuna envidiosa
hirió la mano de Miguel Cervantes;
pero su ingenio en versos de diamantes
los del plomo volvió con tanta gloria,
que por dulces, sonoros y elegantes,
dieron eternidad a su memoria:
porque se diga, que una mano herida
pudo dar a su dueño eterna vida.
«Versos de diamantes» que «dieron eternidad a su memoria»… Y Lope de Vega a la altura de 1630 no podía equivocarse… «pudo dar a su dueño eterna vida».
Todo estaba saliendo como Miguel lo había imaginado y como se había esforzado en los últimos años para que fuera así… ¡por fin el triunfo parece que llamaba a su puerta!
¡Aunque fuera el triunfo después de la muerte!
Pero me temo que Miguel hubiera dejado de sonreír si alguien le hubiera vaticinado en aquel momento que, en efecto, llegaría a ser famoso, que gozaría de la eternidad de la fama, pero que lo sería por haber escrito el Quijote.
¡Precisamente, el Quijote!
¿Qué locura hubiera pensado Cervantes si alguien hubiera podido predecir que él, el autor de todo un original programa literario, terminaría por convertirse en EL autor del Quijote, solo EL autor del Quijote?
¿Acaso hubiera sonreído Cervantes al saber cómo, a medida que el Quijote no dejaba de imprimirse, traducirse, imitarse por toda Europa, su nombre y su recuerdo comenzaban a menguar?
¿Cómo es posible que la primera parte del Quijote, aquel libro de caballerías que escribiera para el librero Francisco de Robles en 1605, terminara por ser el más impreso y traducido de todos los libros que había escrito? ¿Quién en su sano juicio pudiera esperar algo de la segunda parte del Quijote, la que imprime en 1615 como respuesta al Quijote falso de Avellaneda, dado a la imprenta un año antes, y que fue un verdadero fracaso editorial en su momento?
Si Cervantes hubiera tenido noticia del éxito europeo de su Quijote a lo largo del siglo XVII, se echaría las manos a la cabeza sin entender nada.
Cervantes se ha convertido en el ejemplo paradigmático del autor menguante, el autor que queda reducido a una de sus obras, dejando en un segundo plano el resto de su escritura. Aún hoy en día tenemos que seguir haciendo esfuerzos por reivindicar al Cervantes poeta o al Cervantes dramaturgo, como si los más de cuarenta mil versos que escribió en su vida hubieran sido un capricho.
Y del Cervantes novelista, ¡que levanten la mano aquellos que hayan leído alguna otra cervantina que no sea algunos capítulos del Quijote!
Y este tiempo de silencio alrededor de Cervantes a medida que avanzaba el siglo XVII y el Quijote iba triunfando más en Europa que en los territorios de la Monarquía Hispánica, es un lugar propicio para la construcción de mitos.
Y hacia ellos nos encaminamos.
«Un tal de Saavedra»: Cervantes se vuelve personaje (por él mismo)
1580 es un año crucial en la vida de Cervantes.
Es el año en que será liberado por los frailes trinitarios de su cautiverio en Argel.
Es el año de volver a Madrid con treinta y tres años, de intentar conseguir una merced para hacer frente a las deudas contraídas por el pago del rescate (a los frailes y a sus hermanas, que utilizaron sus dotes para liberar a sus hermanos).
¿Cómo no le va a conceder Su Majestad una merced después de todos los servicios prestados como soldado desde su participación en la batalla de Lepanto, sin olvidar los cinco años de cautiverio?
Esta es la pregunta que se hace Cervantes —y también su familia— en los primeros meses de 1581 cuando llega a Madrid.
Pero esta es también la pregunta que se hacen miles de pretendientes que asimismo han llegado a la corte para hacerse con su particular merced, con uno de los puestos vacantes en la cada vez más compleja administración de la Monarquía Hispánica de Felipe II.
Todos ellos, soldados. Muchos de ellos, cautivos.
Cervantes no es más que uno de los miles que solicitan alguna merced y que se han convertido en un grave problema para Madrid, que ve cómo muchos de ellos terminan convirtiéndose en mendigos al no encontrar respuesta a sus peticiones.
Pero Cervantes cuenta con un as bajo la manga: la literatura de cautivos es muy popular en aquella época, y gusta, sobre todo, en los recién creados corrales de comedias. Muchos escritores de comedias se acercan a pretendientes que han sido cautivos para que les cuenten su historia, detalles de Argel para así tener argumentos que llevar a las tablas.
Cervantes no tiene que preguntarle nada a nadie: él ha permanecido durante cinco años cautivo, su escritura puede enriquecerse con sus propias experiencias: de este modo, podrá ganarse sus buenos ducados como autor teatral o mediante novelas que pudieran tener una circulación manuscrita.
¿Y por qué no aprovechar este interés por la literatura de cautivos para difundir sus méritos como soldado y como defensor de la fe cristiana en Argel? ¿Acaso no es esta una buena estrategia para que su petición de merced sobresalga sobre los miles de peticiones similares que llegan a los distintos Consejos de la Monarquía Hispánica?
Manos a la obra.
De este modo, no debe extrañarnos que el Cervantes-escritor introduzca a personajes con el apellido Saavedra en algunas de las obras que escribe a su vuelta de Argel. El Cervantes-pretendiente va a hacer uso del ingenio del Cervantes-escritor para apoyar sus peticiones creando a un Cervantes-personaje que es un modelo de conducta heroica y ejemplar.
Y el uso de Saavedra (o Sayavedra) como nombre de este Cervantes-personaje hay que entenderlo también como una clave de lectura de la época. La primera vez que va a aparecer el apellido Saavedra en una portada de un libro de Cervantes será en el Quijote de 1605: «Compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra». Y con estos dos apellidos se imprimirán las portadas del resto de sus obras.
¿Por qué Miguel de Cervantes Saavedra y no Miguel de Cervantes Cortinas, que era el apellido de su madre? ¿Acaso decide utilizarlo para «ennoblecerse», teniendo en cuenta los orígenes de hidalguía leonesa de los Saavedra? Así lo hará Lope de Vega con su apellido Carpio y tantos otros, antes y después de que lo hagan ellos.
Pero con nuestro autor siempre hay que tener cuidado con este tipo de interpretaciones, sobre todo cuando se hace sin tener en cuenta el tiempo, su tiempo de vida y de literatura.
¿Por qué introducir un personaje que se llama Saavedra (o Sayavedra) en obras ambientadas en Argel, donde se da cuenta de aspectos de la vida de Cervantes durante el cautiverio? ¿Por qué no llamarlo directamente Cervantes o un tal de Cervantes? ¿Hay alguna explicación que relacione Saavedra con Argel, como si fuera una clave de lectura?
La respuesta es afirmativa, y la encontró hace unos años la siempre encantadora y sorprendente Luce López-Baralt: el apellido «Saavedra» sería la adaptación al español del mote por el que era conocido Cervantes en los baños de Argel: Šayb aḏ-ḏirā‘ (pronunciado Shaibed), es decir, «el del brazo estropeado». De este modo, con solo citar «Saavedra», Miguel incorpora como apellido lo que no era más que un mote en tierras argelinas. Un mote que se vuelve hidalgo en la fonética castellana.
De este modo, la aparición de un «Saavedra» literario no hemos de leerla como fuente de «datos históricos» ni mucho menos como confesión de un cautivo traumatizado por su paso por Argel, sino como una estrategia personal vinculada directamente a su tiempo de escritura: la construcción literaria de un personaje (Saavedra) para apoyar las demandas del autor (Cervantes) para conseguir un oficio en la corte.
¿Y cómo es este Cervantes-personaje escrito por el propio Cervantes?
¿Con qué hilos teje su personalidad y la imagen que quiere ofrecer de sí mismo?
Comencemos con Los tratos de Argel, una de las comedias que Cervantes estrena en los corrales de comedias a su vuelta del cautiverio en 1580. Al inicio de la cuarta jornada entran en escena los cautivos Pedro y Sayavedra. El primero, un pícaro que se aprovecha de la buena fe de los cautivos cristianos para conseguir el dinero de su rescate, confiesa a su compañero su deseo de renegar —falsamente— para obtener su libertad. Sayavedra no puede quedarse callado y hace un alegato contra el reniego —uno de los grandes peligros durante el cautiverio—. Y los argumentos del Sayavedra cervantino terminan por ser tan convincentes, que le hacen desistir a Pedro de su plan inicial.
Termina la escena con una despedida donde se dibuja a Sayavedra como ese cautivo ejemplar que no solo piensa en su libertad personal, sino que es esencial para mantener la ortodoxia cristiana en un contexto tan poco propicio como los baños de Argel:
PEDRO
¡Mis obras te darán señales ciertas
de mi arrepentimiento y mi mudanza!
SAYAVEDRA
¡El cielo te dé fuerzas y te quite
las ocasiones malas que te incitan
a tener tan malvado y ruin propósito!
PEDRO
El mesmo a ti te ayude, cual merece
la sana voluntad con que me enseñas. (Vv. 2271-2276).
Con el ropaje como valedor de la fe cristiana en tierras de moros se viste el primer personaje Saavedra: «la sana voluntad con que me enseñas».
La segunda de las alusiones saavedrianas aparece en la Historia del cautivo en el capítulo 40 de la primera parte del Quijote, en que el capitán Ruy Pérez de Viedma cuenta su historia en tierras de moros. Una obra que los críticos defienden que pudiera estar ya escrita alrededor de 1590.
Para dar credibilidad a su relato, a su propio personaje, Cervantes utilizará una estrategia narrativa muy común en la época: junto a los datos de ficción entrelazará algunas noticias «verdaderas» sobre Argel, que bien conoció en sus cinco años de cautiverio, para dar un aire de historia a lo que no deja de ser ficción, creación poética.
Y así, el capitán Ruy Pérez —que llega a Argel
