Emociones para la vida

Enric Corbera

Fragmento

cap-1

 

INTRODUCCIÓN

El día que la abuela tuvo que cuidar por primera vez a su nieto, su hijo le dijo: «Mamá, si el niño llora, le cantas la canción de la vaca lechera y verás cómo se queda tranquilo. Hemos probado con muchas canciones y la única con la que se calma es con esta». Le pareció curioso y extraño a la vez. Al cabo de un instante, la abuela recordó que esa misma canción era la que padre le cantaba de pequeña cuando lloraba o estaba nerviosa.

Esta historia real me la contó una buena amiga. Sabe lo mucho que me interesa el estudio de la herencia de los comportamientos y de los estados emocionales. He tenido la oportunidad, a lo largo de mi vida, de conocer infinidad de historias personales que reflejan la influencia que ejercen las experiencias de nuestros familiares. Muchos de los estados emocionales que vivimos no parecen tener una explicación lógica. Solo cobran un significado para nosotros cuando los percibimos desde una óptica transgeneracional.

Recuerdo el caso de una señora que me contó que estaba triste desde que tenía uso de razón. Le pregunté por el estado emocional de su madre cuando ella estaba en su vientre; le expliqué que las emociones que siente la madre durante la gestación son experimentadas directamente por el feto, hasta el punto de que marcan las emociones de este. La señora recordó entonces que su madre, durante el embarazo, estaba muy preocupada por su propia madre. Esta se encontraba gravemente enferma y murió poco después del parto. Durante varios días, la recién nacida permaneció en brazos de su madre, que estaba muy triste y no paraba de llorar.

Los momentos y las situaciones dolorosas se guardan en nuestra memoria inconsciente y se reactivan cuando se dan unas condiciones parecidas. Al terminar nuestra conversación, la señora me dijo: «Ahora comprendo por qué lloré tanto cuando nació mi hija. No lloraba por su nacimiento, estaba reviviendo el mío». De repente se sintió aliviada. Se dio cuenta de que en lo más profundo de su ser ocurría algo que le era ajeno. Cuando lo comprendió, pudo «soltarlo».

Es posible que alguien se muestre un tanto escéptico después de conocer los relatos anteriores. Pero estoy seguro de que, a muchas personas, estas dos historias les harán pensar en momentos muy precisos y concretos de su vida. Este libro pretende dar algunas respuestas que permitan comprender por qué solemos sentirnos como nos sentimos, por qué tendemos a comportarnos de un modo determinado y por qué repetimos el mismo tipo de relaciones personales una y otra vez. Estas y otras cuestiones tienen su raíz en el lado oculto de nuestra mente: el inconsciente. Conocer su origen y comprenderlo facilita que podamos gestionar dichos aspectos a voluntad.

Con este libro también quiero dar otra visión de lo que llamamos «realidad». Esta nueva percepción abre la mente a nuevas formas de interactuar y de relacionarse con todo lo que nos rodea, con la finalidad de liberarla de las emociones que surgen de una incoherencia emocional. Los sentimientos de culpabilidad se recolocarán a otro nivel. Comprenderás que estos se alimentan de hacer aquello que no quieres hacer, pero que te sientes obligado a realizar.

Prestar atención a nuestras incoherencias nos permitirá ser más asertivos. Nos sentiremos más tranquilos cuando expresemos nuestras opiniones y cuando queramos decir «no» porque es lo que realmente queremos decir. Este libro tiene por objetivo llevarte a un estado emocional de bienestar contigo mismo o contigo misma.

Espero que lo disfrutes.

ENRIC CORBERA

cap-2

CAPÍTULO I

¿PARA QUÉ SIRVEN LAS EMOCIONES?

Las emociones no son buenas ni malas. Son la energía para actuar.

 

...................

El objetivo es comprender que las emociones son fundamentales para poder adaptarnos a las diversas situaciones de nuestra vida. Son el hilo conductor de unos programas inconscientes —información— acumulados en nuestra psique que se reflejan en nuestra vida.

...................

Si afirmo que todos los seres vivos sienten o experimentan emociones (no que piensan), probablemente muchos dirán que esto no es posible. Otros quizá digan que sienten o experimentan emociones pero que, probablemente, sea de una forma muy distinta a cómo lo hacemos los seres humanos.

Las emociones son innatas a todos los seres vivos y desempeñan unas funciones muy claras según el ser vivo que las exprese; como sucede, por ejemplo, con el miedo y el asco. En un orden superior, las emociones son auténticos motores motivadores. Nos empujan a la acción, muchas veces sin razonamientos previos. Por otro lado, nos permiten comunicarnos. Incluso, en el caso de la comunicación no-verbal, esta nos dice mucho más de nuestro interlocutor que la palabra misma. Las emociones se expresan primero en nuestro cuerpo y luego les damos un sentido y una salida en las relaciones sociales.

Podemos afirmar que los animales piensan, aunque no como nosotros. Sin embargo, los sentimientos y las emociones nos son comunes, pues son tan antiguos como la propia evolución. Todos los seres vivos, al igual que nosotros, responden al ambiente a través del sentir. El hambre, el miedo, las penurias, entre otras necesidades y sentimientos, nos hacen actuar. La supervivencia es una fuerza que mueve a todo ser vivo. Es más, si nuestras necesidades no son satisfechas o no podemos satisfacerlas, nos impulsan a ciertos estados de ánimo que condicionan nuestra conducta. Por lo que, a modo de resumen, podemos decir que las emociones son la fuerza motriz que nos impele a actuar.

Cuántas veces nos hemos puesto de mal humor y hemos dado respuestas fuera de tono si la comida no está a cierta hora, por ejemplo, o si estamos estresados porque perdemos un avión. Nuestra corporalidad cambia, podemos notar cómo nos tensamos. Son respuestas fisiológicas ante una situación estresante que nuestro cerebro percibe como un peligro. Este nos prepara para atacar o para huir, según cómo percibamos la situación. En ese momento, nuestras necesidades básicas quedan suspendidas.

Nuestras respuestas emocionales, lo que sentimos, son automáticas. No requieren de ninguna capacidad de procesamiento cognitivo. Se trata de respuestas que son producto de la evolución. Si tenemos hambre y comemos, nos relajamos. Si estamos estresados por una preocupación, sea esta real o no, se nos quita el hambre, nuestros cuerpos se tensan y nuestro sistema nervioso autónomo se prepara para lo que pueda suceder. Todo el mundo ha oído o expresado en algún momento la siguiente frase: «Solo de pensarlo se me ponen los pelos de punta». Cuando pensamos algo que nos produce miedo, se dispara la respuesta emocional: el pelo se eriza, aparece la carne de gallina, el frío recorre la espalda. Es una suerte que eso ocurra porque nos permite anticipar una respuesta.

Cuanto más fuerte es una emoción, con mayor fuerza se graba en la memoria. Si ese recuerdo llega a alterar el equilibrio emocional, puede aparecer el síndrome postraumático. Este es un gran recurso que la naturaleza ha desarrollado para grabar en nuestra memoria sucesos de gran estrés. Estudiar y observar las emociones en el ámbito donde se manifiestan nos permite indagar qué información se almacena en nuestro inconsciente, gracias a la capacidad de adaptación que todo ser vivo tiene y que forma parte del bagaje para la supervivencia.

Las personas que son capaces de anticipar la respuesta a una emoción están mejor preparadas para tomar decisiones sin equivocarse. Es lo que pretendo con esta obra: mostrar el camino para lograr el bienestar emocional; y eso se consigue aprendiendo a gestionar nuestras emociones, lo cual nos permitirá, además, evitar situaciones de las que tengamos que arrepentirnos más adelante.

Estoy viendo un documental sobre serpientes. El investigador está intentando coger una para poder hacer sus anotaciones y ponerle un chip. Cuando la coge, comenta que la serpiente acaba de cazar —como se aprecia a simple vista— y que, en estas ocasiones, cuando las serpientes se sienten atrapadas, regurgitan su comida porque no es el momento de digerir nada. Su vida instintiva le dice que está en peligro. En otro documental, en el que se enseña cómo encontrar serpientes que se han instalado en jardines o en el interior de las casas, explican que las serpientes, al ser atrapadas, defecan. Estos ejemplos nos aclaran que, cuando se trata de sobrevivir, hay funciones que se paralizan para facilitar la huida.

El ser humano es mucho más complejo, pero sus instintos básicos de supervivencia siguen actuando. Si observas que has dejado de tener apetito, por ejemplo, analiza si ha sucedido algo en tu vida que pueda afectar a tu sistema digestivo. Nunca olvides que la gran diferencia del ser humano con respecto a la mayoría de los seres del reino animal es nuestra poderosa capacidad de imaginación. Por lo tanto, el peligro al que me refiero puede ser real, pero en casi todos los casos es virtual, es decir, imaginario.

Algunos sentimientos y emociones que compartimos todos los seres vivos son la preocupación y la decepción; también experimentamos desprecio, sabemos consolar, tenemos paciencia, nos deprimimos, sentimos vergüenza y vivimos el duelo, la ternura, la lujuria, la compasión y el altruismo.

Quizá piensas que exagero. Pues bien, mi sorpresa fue enorme cuando estaba viendo un documental sobre una pareja de lagartos que vive en el desierto. La hembra iba delante y, en su camino, se interponía una carretera. Cuando empezó a cruzarla, pasó un automóvil y la atropelló. No podía dar crédito a lo que ocurrió después: el macho se quedó a su lado mientras la lamía y la acariciaba con su lomo, hasta que él también murió.

Para la reflexión:

Hay una emoción que nos hace diferentes del resto de los seres vivos: el odio.

El odio es un deseo de destruir lo que crees que te produce infelicidad. Sentir odio es autodestructivo. Solamente te perjudica a ti. Los demás seres vivos no odian, ellos atacan, huyen, matan, se defienden, protegen, cuidan, pero no odian. Una vez pasado el estrés emocional, siguen con sus vidas.

— LAS PLANTAS TAMBIÉN SIENTEN Y PIENSAN —

Se ha repetido en infinidad de ocasiones que las plantas también sienten. Lo que nunca llegué a imaginar es que las plantas tomaran decisiones, que avisaran a sus congéneres de la llegada de una plaga o de una infección de bacterias u hongos. O que se apoyaran, se comunicaran y fueran capaces de generar sustancias para protegerse de sus depredadores. Las plantas duermen, tienen los mismos cinco sentidos que nosotros y utilizan parámetros físicos y químicos que los animales desconocen. También perciben campos como el eléctrico o el magnético, a diferencia de la mayoría de los seres del reino animal. Tienen una importante vida social e incluso cuidan de sus hijos. A este respecto, el doctor Stefano Mancuso afirma con rotundidad: «No hay diferencia entre la inteligencia de los animales y la de las plantas».

Todos los seres vivos tienen la capacidad de adaptación, todos los seres vivos han de solucionar problemas; si no, la evolución los hace desaparecer. La inteligencia es una propiedad innata que todos los seres vivos necesitan tener para sobrevivir. Esta inteligencia debe tener algún tipo de percepción, y quizá en esto resida el quid de la cuestión. La percepción es la clave, el catalizador, para activar las respuestas emocionales, cuya finalidad es la adaptación.

El doctor Mancuso afirma:

La vida social de las plantas es muy activa. Como no pueden moverse, tienen que tejer unas relaciones sociales útiles con las plantas vecinas. Hablamos de colaboración o avisos de amenazas. Por ejemplo, hablando de los hijos, se ha visto que les proporcionan cuidados muy largos en el tiempo. Si imaginamos una semilla que cae en un bosque, que puede ser un lugar muy oscuro, antes de que pueda crecer y llegar a la luz del sol para hacer la fotosíntesis puede pasar un período de diez a veinte años, en los que la planta necesita cuidados, porque no tiene autonomía, y esos cuidados se los proporcionan las plantas de su mismo clan que están cerca, a través de las raíces, hasta que pueda hacerlo por sí misma.

Sentimientos, pensamientos y emociones, todo ello conforma una unidad de acción. Sin ellos es imposible actuar, tomar decisiones, relacionarse; en definitiva, es imposible vivir. La emoción es consustancial a la experiencia, y esta, en el ser humano, viene predeterminada por la percepción.

— SENTIR CON LA BARRIGA —

Los neurólogos han hallado que el estómago también es capaz de recordar, ponerse nervioso y dominar a su colega más noble, el cerebro. Hace cuatro mil quinientos años, los eruditos egipcios situaban en la parte más prosaica de nuestro organismo, con sus intestinos inquietos y pestilentes, la sede de nuestras emociones. La medicina tradicional china asocia a cada órgano una emoción y asegura que, presionando ciertos puntos energéticos, pueden alterarse sentimientos y emociones.

Se han encontrado en nuestros intestinos unos cien millones de neuronas. Esto explicaría por qué muchas veces, cuando vivimos ciertas situaciones importantes, sentimos unas sensaciones extrañas en nuestro estómago. Como, por ejemplo, las famosas «mariposas» cuando nos enamoramos o cuando nos sentimos conectados con alguien.

Existen estudios, como los del doctor Michael Gershon en su obra The Second Brain, que demuestran la importancia de la alimentación para remediar no solamente la salud física, sino también la salud mental. Mantener unos intestinos sanos, con las enzimas adecuadas y un equilibrio de probióticos y prebióticos que permitan tener un tracto intestinal en perfectas condiciones, es fundamental, pues en ellos se generan neurotransmisores muy importantes para el equilibrio emocional.

Hoy se sabe que la serotonina es el principal neurotransmisor que regula las emociones, seguido de la dopamina, y que el 95 por ciento de la serotonina y el 50 por ciento de la dopamina que circulan por el cuerpo se originan en los intestinos. Por tanto, no es nada descabellado pensar que este «cerebro intestinal» influye en los pensamientos y en las conductas.

Como podemos ver, nuestra biología está totalmente conectada gracias al sistema nervioso, y este responde a nuestros estados emocionales. Los sentimientos y las emociones son fundamentales en todos los ámbitos de la vida. Sirven para avisarnos de peligros, para que nos sintamos seguros, para saciar nuestros apetitos corporales; en definitiva, para sobrevivir.

Recuerdo que una persona me contaba que, cuando sufría estreñimiento, se entristecía profundamente. Indagamos qué problema emocional se escondía detrás de este estreñimiento que, curiosamente, solo aparecía en ciertos ambientes emocionales. Era evidente que no se trataba de un problema estrictamente fisiológico, sino que había un componente emocional importante que se manifestaba en ciertas situaciones. Tomó conciencia de que el ambiente estresante tenía que ver con emociones relacionadas con la ira y la cólera, con la toma de decisiones urgentes en las que era muy importante evitar pérdidas económicas.

— EMOCIONES Y SENTIMIENTOS —

Una pregunta que puede surgir, y de hecho mucha gente se la hace, es la siguiente: ¿qué es primero, los sentimientos, las emociones o los pensamientos?

Para poder responder correctamente a esta pregunta, tendremos que dejar muy clara la diferencia entre sentimientos y emociones: mientras los sentimientos son procesados por nuestra mente, las emociones son viscerales, es decir, yo no decido tener rabia en una situación y tristeza en otra. La rabia y la tristeza son conceptos que intentan cualificar un estado emocional. Los animales experimentan los mismos estados emocionales, pero ellos no saben si tienen rabia o tristeza. Una gacela está comiendo tranquilamente en la pradera, de repente es atacada por un depredador y la emoción —que nosotros llamaríamos «miedo»— la empuja a salir corriendo. Instantes más tarde, cuando ya se ha zafado del ataque, se la ve comiendo con sus congéneres y moviendo el rabo como si nada. Como afirma el doctor Damásio, «las emociones pertenecen al cuerpo, y los sentimientos, a la mente, pero van totalmente ligados»; y los sentimientos son la expresión de unas creencias inconscientes que determinan mi percepción del mundo y, por lo tanto, mi interacción emocional.

La razón está sustentada por varios niveles neuronales, desde la corteza prefrontal hasta el hipotálamo y el tallo cerebral. Cuando experimentamos una sensación física frente a una situación que puede ser estresante, esta no necesita ningún soporte neurológico, puesto que es procesada por el sistema límbico, el cual se expresa al instante en nuestra corporalidad. Cuando le ponemos nombre a esta sensación física, la convertimos en un sentimiento y para ello utilizamos la razón. El ser humano tiene la capacidad de observar sus estados emocionales, y, si esta observación se canaliza correctamente, puede encontrar los programas inconscientes que guarda en su psique y que le empujan a adoptar ciertas reacciones frente a eventos muy concretos: le permite encontrar esta historia oculta que condiciona su vida.

Así lo resume el doctor Damásio:

Sentir nuestros estados emocionales, que es lo mismo que ser conscientes de las emociones y sentimientos, nos ofrece la posibilidad de observar la historia particular —la historia que nos explicamos— de nuestras interacciones con el ambiente.

Las emociones vendrían primero; los sentimientos y los pensamientos, después. Seguro que muchos no estarán de acuerdo con esta afirmación. Quizá no recuerdan cómo muchas veces quieren poner freno a lo que nuestra mente nos muestra constantemente. Ciertas personas quieren detener su mente, quieren «dejar de pensar», lo que demuestra que el pensamiento no está básicamente controlado por la mente. Es una respuesta a estímulos emocionales. Si estás triste, tendrás cierta corriente de pensamientos ligados a experiencias poco agradables que hayas vivido con anterioridad. Tu mente evocará imágenes de momentos que ya has vivido y experimentarás emociones y sentimientos asociados a ellas. Tu mente seguirá y no parará mientras le prestes atención. De nada sirve luchar contra esos pensamientos, la mente vive de prestarles atención y de darle vueltas a la situación, buscando una salida que nunca se encuentra. Por el contrario, si experimentas emociones alegres, estas te llevarán a evocar recuerdos asociados a esas emociones, y así sucesivamente con todo tipo de emociones.

Un ejemplo de cuando manda el pensamiento, sería la resolución de un problema: «Si hoy es domingo, ¿qué día fue hace dos días?». En este caso, solamente tengo que utilizar la razón. Mientras que el sentimiento es una explicación cognitiva a una sensación corporal.

Nuestra mente siempre está alerta para responder con inmediatez a cualquier necesidad. La parte de la mente que desarrolla esta función es la mente inconsciente o subconsciente. Te ayuda a reaccionar frente a una situación de peligro. Si percibes la presencia de una serpiente, darás un salto. No mirarás a la serpiente y luego pensarás «tengo que dar un brinco». La mente subconsciente no analiza, sencillamente actúa. Una señora a la que le dan asco las cucarachas y se encuentra una en el baño lo más probable será que grite. Todos sabemos, y ella también, que la cucaracha no se la va a comer, ni va a picarle, ni nada que se le parezca. Es una reacción visceral asentada en una memoria atávica —la memoria de nuestros antepasados, que se transmite por medio de la genética— de miedo y de asco, y otra potencial de contaminación y enfermedad. En el inconsciente colectivo, estos animales activan la memoria de que son nocivos para la salud.

Nuestro primer cerebro fue el intestinal, tal como se afirma en un artículo publicado en New Scientist. Dicho sistema nervioso entérico (SNE) es, en realidad, el sistema nervioso original, que se desarrolló con los primeros vertebrados «hace más de quinientos millones de años y que desde siempre fue responsable de los “instintos” frente a las amenazas ambientales».

Durante años, cuando alguien tenía problemas de úlceras o dolor crónico sin causas específicas, se le enviaba al psicólogo o al psiquiatra. De alguna forma, ya se estaba intuyendo que su dolencia tenía que ver con el cerebro. Ahora sabemos que, si bien es una cuestión emocional, el origen está en este segundo cerebro.

Sea como sea, está claro que la comunicación entre los dos cerebros es una autopista en dos sentidos, con diez veces más tráfico hacia arriba que hacia abajo. Además, el «segundo cerebro» es la única parte del cuerpo capaz de rechazar una orden que llega de la cabeza. De ahí que las «mariposas» que usted percibe sean, ciertamente, sensaciones producidas en el estómago, donde sabemos que se expresan muchas emociones, con el permiso del pretencioso cerebro de la cabeza.

Y en este segundo cerebro tenemos que prestar mucha atención a los habitantes de nuestros intestinos, las bacterias, que están estrechamente relacionados con las emociones. Hoy en día, científicos de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) confirman el nexo entre la microbiota y la estructura cerebral: «Las reacciones emocionales están vinculadas con las bacterias intestinales». En esa misma universidad se está investigando la correlación de tipos de bacterias y estados emocionales, y se ha llegado a la conclusión de que, según las bacterias que predominen, las reacciones emocionales ante imágenes emocionales negativas son de ansiedad, angustia e irritabilidad.

Todo lo expuesto hasta ahora demuestra que la parte que recibe en primer lugar los impactos ambientales es el cerebro intestinal, llamado también «segundo cerebro». Las emociones vendrían a ser los mensajeros, cuya función sería activar los órganos correspondientes que liberarían las sustancias endógenas necesarias para que podamos realizar funciones conductuales y cognitivas.

Emociones primarias y secundarias

Tenemos dos tipos de emociones o, mejor dicho, tenemos dos vías de expresión de nuestras emociones: la vía secundaria y la vía primaria. Ambas utilizan el mismo camino neurológico, no hay especificidad ninguna en nuestra biología. Pero, entonces, ¿dónde está la diferencia?

Las emociones secundarias serían las que estarían relacionadas con las funciones cognitivas; son las emociones con las que nos explicamos y razonamos aquello que percibimos con nuestros sentidos. Vendrían a ser las emociones con las que revestimos nuestras historias, las que nos explicamos a nosotros mismos.

Las emociones primarias son viscerales. Las sentimos originalmente, no tienen explicación y son las que muchas veces ocultamos en nuestro inconsciente. Tratamos de reprimirlas y, sobre todo, tratamos de explicarlas, tapándolas con las emociones secundarias. Pero, más tarde o más temprano, las emociones reprimidas —las primarias— acabarán por expresarse en nuestra corporalidad para que les prestemos atención.

Quizá alguien se pregunte cómo reconocerlas. Me temo que no existe una clasificación para identificarlas; dependerá fundamentalmente de la persona, de su percepción y de su memoria atávica.

Tanto los pensamientos como los sentimientos están sustentados por las emociones secundarias. Son las emociones que soportan «mi historia», la que me explico constantemente. Aun así, dándoles una explicación, no me siento liberado, falta algo más. Hay que tomar conciencia, indagar qué hay detrás, saber qué ocultan mis justificaciones y explicaciones sobre lo que estoy experimentando. Aquí me sitúo en la emoción secundaria, la que expongo socialmente y me explico constantemente, hasta el punto de que «mi historia» acaba convirtiéndose, para mí, en cierta.

La libertad emocional estriba precisamente en esta comprensión, en saber que mi historia está sustentada por creencias y memorias de mis progenitores, y la historia de estos, en las de los suyos. Las emociones hay que liberarlas, sentirlas, comprenderlas. Sabemos que las emociones tienen un sentido biológico de adaptación, nos permiten sobrevivir, pero el inconsciente del ser humano no diferencia entre una situación de peligro real y una situación de peligro imaginado. Por ello, nos podemos explicar historias con el fin de ocultar emociones que no nos permitimos expresar por muchas razones, especialmente por motivos culturales.

La salud emocional está estrechamente relacionada con nuestra capacidad de saber prestar atención a nuestras señales fisiológicas, que son la expresión de las emociones primarias y, a su vez, tienen una relación directa con la percepción del entorno. Estas emociones primarias son el soporte de una información que ha sido almacenada en mi inconsciente, información heredada de mis ancestros, de la etapa de gestación en la que percibimos el estado emocional de nuestra madre, y de la etapa que hemos vivido hasta los seis o siete años. Toda esta información conforma los filtros con los que percibimos el mundo exterior.

Las emociones básicas

Existen muchas clasificaciones de las emociones. El doctor Paul Ekman ha profundizado en las emociones básicas y, en gran parte, ha detallado sus investigaciones en su obra El rostro de las emociones.

Para Ekman, las emociones básicas son: ira, asco, miedo, alegría, tristeza y sorpresa. Estas emociones, esencialmente, son necesidades biológicas no satisfechas y, tal como vengo diciendo, se pueden expresar en dos vías, la primaria y la secundaria. La gran diferencia entre una y otra vía es que, cuando nuestras emociones se expresan en la vía primaria, lo hacen visceralmente, no interviene la razón para nada. Cuando analizo mis emociones —sensaciones físicas— y les doy una explicación, entonces estoy en la vía secundaria. Las emociones que se expresan en esta segunda vía son las que me permiten sostener mi historia y las que justifican lo que yo estoy sintiendo en mi corporalidad.

La hipótesis de partida, según Ekman, es la siguiente:

Probablemente las estrategias de la razón humana no se desarrollaron ni en la evolución ni en ningún individuo aislado, sin la fuerza que encauza los mecanismos de la regulación biológica, de los que la emoción y el sentimiento son expresiones notables.

Cuando aprendemos a tener miedo de algo, se crean asimismo nuevas conexiones entre un determinado grupo de células cerebrales, formando una reunión de células. Parece ser que dichas reuniones de células, que contienen el recuerdo del desencadenante aprendido, son unos registros fisiológicos permanentes de lo aprendido. Conforman lo que yo llamo base de datos de alerta emocional. Sin embargo, es posible aprender a interrumpir la comunicación entre las reuniones de células y el comportamiento emocional. El desencadenante pone en funcionamiento la reunión de células, pero la conexión entre ellas y nuestro comportamiento emocional puede cortarse, al menos durante un tiempo...

Y Ekman añade:

También podemos aprender a cortar la conexión entre el desencadenante y las reuniones de células de manera que, aunque la emoción no se dispare, la reunión de células se conserve, la base de datos no se borre y continúe existiendo la posibilidad de conectarla de nuevo al desencadenante, con lo que nuestra capacidad de respuesta seguirá manteniéndose. En determinadas circunstancias, cuando estemos bajo un tipo concreto de presión, el desencadenante volverá a activarse, conectados a la reunión de células, y la respuesta emocional surgirá de nuevo.

Con todo ello se puede concluir que las emociones tienen una función biológica de adaptación, y que se sustentan con un soporte neurológico que les permite activarse en diferentes ambientes. Lo que tenemos que entender es que el inconsciente no diferencia entre el peligro real y el imaginado. Para ilustrar mejor lo que acabo de exponer, pondré un ejemplo de una experiencia que viví cuando me encontraba en unas montañas, a una altura de unos tres mil metros. Soplaba un viento muy fuerte que me impedía llegar a un refugio que estaba a unas decenas de metros. La dificultad era enorme, pues el viento no me dejaba avanzar y, además, no podía respirar bien. Al día siguiente, mientras estaba haciendo una excursión, suave y tranquila, de repente empezó a soplar un viento ligero y observé que me estaba alterando, mi corazón latía con más fuerza y me costaba respirar. Mi inconsciente guardaba la memoria de lo que me había sucedido anteriormente, cuando pasé mucho estrés. El inconsciente se activó al más mínimo síntoma de peligro y reprodujo la ansiedad. Pero como tomé conciencia del para qué me estaba ocurriendo esto, automáticamente mi ansiedad se redujo.

Aprender a tomar el control consiste en tener conciencia de para qué se me activa esta respuesta fisiológica y comprender que tiene una función adaptativa cuya finalidad es preservar tu vida, tu supervivencia. Nuestro inconsciente no valora la intensidad del viento, aunque sí recoge todos los aspectos que los sentidos captan para ser guardados en la memoria y actuar con prontitud ante el más mínimo estímulo. Cuando cambia nuestra percepción sobre la sensación y la emoción que estamos experimentando, dichos aspectos pierden intensidad, y en muchos casos la conexión neurológica se reestructura. A esto le llamo «reescribir la historia». Detallo más adelante todo este proceso, para su mayor comprensión.

Ahora nos basta con reconocer la importancia de las emociones para la supervivencia, y comprender que, tras un impacto emocional, no hay un razonamiento sino una expresión biológica, que más tarde puede pasar a convertirse en un sentimiento y un pensamiento para darle una explicación. Esta explicación no me va a liberar de repetir la experiencia y su impacto. Puede crearme un condicionamiento aversivo, que uno no llega a comprender. Conseguir que nuestra mente experimente otras emociones frente a la misma situación es el reto que asumí junto con mis colaboradores.

Emociones heredadas

Cuando hablo de emociones heredadas me refiero a emociones que se desencadenan en situaciones concretas y bajo unas circunstancias estresantes, en las que uno no tiene ningún control y no sabe ni comprende por qué se expresan. Sencillamente sucede. Y, además, otros miembros de la familia no tienen el mismo problema o expresan otras emociones. ¿Qué podríamos pensar, por ejemplo, si conociéramos a una joven que tiene un miedo visceral a los gatos pese a que nunca ningún gato le ha hecho daño? Una explicación plausible sería que quizá esta memoria de aversión a los gatos sea una memoria atávica, una memoria heredada de alguien de su clan.

Sobre esta misma cuestión, pero refiriéndose a las rosas, reflexionó René Descartes en su libro Pasiones del Alma. Siguiendo a Descartes, tendríamos que preguntarle a la madre de esa joven a la que nos referíamos si tuvo algún problema con un gato. Para comprender este razonamiento es necesario tener en cuenta que no solo heredamos lo que hasta ahora se conocía como «herencia genética». Hoy en día ya se ha demostrado que heredamos también los problemas emocionales y estresantes de nuestros ancestros, no solo lo que comieron o bebieron, sino incluso los traumas, los sufrimientos y los secretos. En resumen, los grandes impactos emocionales que recibieron nuestros abuelos y nuestros padres. A la ciencia que estudia esto se le llama epigenética.

La epigenética —más allá de la genética— asegura que, si hay situaciones donde algún miembro del clan ha temido por su vida, este estrés se guardará y se transmitirá a la siguiente generación para prevenir a los descendientes de cualquier peligro para la existencia. La supervivencia es un objetivo fundamental, y sobrevivir se convierte en un impulso irracional, no tiene tiempo para elucubraciones, ni de aprender mediante prueba y error. Es un sí o sí. Porque, si no, la única alternativa es la muerte. Según la doctora Rachel Yehuda:

La epigenética proporciona un mecanismo para adaptaciones a corto plazo. [...] No podemos esperar a la evolución. La idea es transmitir información, que el inconsciente considera crítica, por experiencias pasadas, transmitirlas a las siguientes generaciones, para que, de alguna forma, estén avisadas y/o actúen en consecuencia. Hay que actuar rápido.

Mi propuesta es una toma de conciencia. Comprender que posees una información que no tiene sentido para ti, pero también entender que, si en vez de un gato hubiera sido una serpiente venenosa, esa misma información ya tendría su razón de ser. Como sabemos, el inconsciente es irracional, no analiza entre un gato y una serpiente venenosa, solamente guarda información de algún tipo de trauma.

Varios estudios, como los llevados a cabo en la Universidad McGill de Montreal, en Canadá, demuestran la importancia de la epigenética. Los investigadores aseguran que, si un antecesor tuvo un problema grave con algún tipo de medicación, algún nieto podría manifestar alergia a ese medicamento como mecanismo de defensa. Esto es así porque para la memoria del inconsciente —que no razona—, dicho medicamento es mortal. Toda experiencia que ponga en peligro la vida de forma real, o simplemente por el hecho de que se haya percibido con miedo a perder la vida, queda guardada y se transmite a nuestros descendientes.

Esto es fácil de comprender. Imaginemos una situación de peligro. Por ejemplo, que estás viajando con tu coche de madrugada. En el camino encuentras unos obstáculos que son peligrosos para los conductores, y sabes que tus hijos pasarán por el mismo sitio dentro de una hora. ¿Qué es lo primero que te viene a la mente? Ante esta pregunta, creo que hay pocas dudas: «¡¡Tengo que llamarlos!!, debo avisarles de alguna manera para que vayan con cuidado». Así es como el inconsciente guarda la información para las futuras generaciones.

Nuestro inconsciente guarda la información que nos puede ser útil, sea la que sea. Por ello, si bien prevenir los peligros es muy importante, guardar la memoria de situaciones o experiencias positivas también lo es. Recuerdo una situación en la que unos amigos estaban en el coto de Doñana, en Cádiz. El guarda que los acompañaba durante la visita hizo la siguiente observación: «Estoy viendo cómo una cierva está comiendo los frutos de aquel arbusto. Esto quiere decir que viene un verano caluroso». A la pregunta de cómo lo sabía, él respondió: «Estos frutos tienen propiedades anticonceptivas; si los come evita tener descendencia. Esto lo vemos cada verano caluroso, las hembras tienen pocas crías o no tienen ninguna». ¿De dónde sale esta información? Obviamente, del inconsciente del clan. Hay que prevenir el esfuerzo y el sufrimiento de parir y criar un cervatillo, si la probabilidad de que viva es muy escasa o nula. Existe una memoria en el inconsciente biológico que conserva la información relevante para la supervivencia. Es importante saber dónde hay comida, dónde hay agua y, sobre todo, cuáles son los peligros potenciales y cómo evitarlos.

Podemos heredar respuestas emocionales programadas por el inconsciente del clan o simplemente por el inconsciente de nuestra madre. Si, cuando estábamos en su vientre, nuestra madre experimentó una emoción muy fuerte frente a una situación como, por ejemplo, de pérdida de un ser querido, puede darse la posibilidad de que llevemos impresa en nuestra memoria una emoción como la tristeza. De este modo, esa emoción se nos podría manifestar en muchas situaciones, sin que haya motivos aparentes para experimentarla.

Sin emoción no hay recuerdo, no hay impresión neuronal. La emoción es la que nos permite experimentar la vida de una forma plena. Sin emoción no hay empatía, se hace difícil compartir. La emoción fortalece los lazos del clan, es vital para la supervivencia. Los padres de todas las especies cuidan a sus descendientes. Se nos ha dicho que las emociones forman parte de la evolución, así se llega a la evidencia de que aprender a gestionar nuestras emociones también es una manera de sobrevivir. Que nuestros descendientes hereden estas informaciones, incluidas las emociones, permite que tengan más capacidad de sobrevivir. Este es el objetivo fundamental de la existencia, sobrevivir y transmitir la información útil a nuestros descendientes.

Reflexionemos acerca de lo que venimos diciendo:

• Las emociones tienen un sentido biológico de adaptación.

• Podríamos definir las emociones primarias como «emociones viscerales». Son las que sentimos originalmente, no tienen explicación racional.

• Las emociones secundarias son las que nos sirven para explicar y razonar aquello que percibimos con nuestros sentidos.

• Los pensamientos y los sentimientos están sustentados por las emociones secundarias.

• Cuando cambio mi percepción, cambio mis emociones, y a esto le llamamos «reescribir la historia».

• Nuestro inconsciente guarda la información que nos puede ser útil, sea la que sea.

• Sin emoción no hay recuerdo, no hay impacto neuronal.

– LAS CREENCIAS Y LAS EMOCIONES –

¿No te has preguntado muchas veces por qué no encuentras explicación a cómo te sientes en diferentes momentos?

Las emociones y los sentimientos están sostenidos por creencias profundamente arraigadas en nuestra personalidad. Por tanto, puede considerarse que la creencia precede a la emoción, y esta, al pensamiento y a la acción.

Las creencias son sistemas socializados de conceptos que organizan la percepción del mundo. No podemos hablar de las creencias si no hablamos previamente de los conceptos. Estos determinan nuestra realidad, son añadiduras que ha puest

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos