Sin miedo

Rafael Santandreu

Fragmento

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1

Muchos trastornos, un solo problema:

ataques de desequilibrio emocional

La próxima vez que no encuentres suelo bajo tus pies, no lo consideres un obstáculo en absoluto; considéralo más bien un gran golpe de suerte. Finalmente, después de todos estos años, quizá consigas crecer realmente.

PEMA CHÖDRÖN

María José es una hermosa mujer de cincuenta años, extremadamente simpática y alegre. Luce una melena castaña clara que le cae ondulada hasta más abajo de los hombros. Vive en Alicante y le encanta pasear por la playa con su perrita. Se ha casado en dos ocasiones y trabaja como funcionaria.

Recuerdo que, el primer día de consulta, cuando me explicaba su problema de ansiedad —¡que la torturaba desde hacía veinticinco años!—, bromeaba todo el tiempo. La ansiedad la atenazaba hasta el tuétano, pero, aun así, no PODÍA evitar desparramar su alegría natural.

María José sufría a diario fortísimos ataques de ansiedad. Y para empeorar el asunto, por una nefasta recomendación de su médico, se había enganchado a los ansiolíticos, unos fármacos que no sólo no la ayudaban en nada, sino que le habían generado más ansiedad, confusión y algún que otro susto por sobredosis accidental.

Tomaba seis o siete tranquilizantes al día y, sin embargo, la ansiedad no dejaba de crecer año tras año. Ella misma lo describe así ahora, una vez curada del todo:

Entre el trastorno de ansiedad y la adicción a las pastillas, mi mente era una completa maraña. La adicción aumentaba mi ansiedad porque una hora antes de cada toma ya me entraba el mono. Es decir, tenía ataques de pánico y encima me daba el mono por culpa de esas asquerosas pastillas.

En sus ataques de ansiedad, María José sentía palpitaciones exageradas, como si el corazón se le fuera a salir del pecho, mareos bestiales que casi la tumbaban y una horrorosa sensación de proximidad a la muerte. El miedo era tal que las manos le temblaban como si tuviese párkinson. El pánico podía durarle horas o asaltarla durante el sueño, con lo cual esa noche no pegaba ojo ni con doble ración de pastillas. ¡O triple!

En la actualidad, María José es una persona nueva. En el momento de escribir estas líneas, hace más de tres años que no tiene ningún ataque y su vida es de un color completamente diferente: ¡es luminosa! No toma ningún fármaco, ni falta que le hace. Lleva una vida la mar de normal. Más que normal: plenamente feliz.

En una conversación que mantuvimos hace poco, me decía:

—Si no te llego a conocer, ¡no me curo nunca! ¡Me has salvado la vida!

Pero la verdad es que María José se salvó a sí misma. Se curó gracias al trabajo duro y a la determinación. DE LA MISMA MANERA QUE LO VAS A HACER TÚ.

Fíjate bien: María José vivió durante veinticinco años la pesadilla del pánico diario más una fuerte adicción a los tranquilizantes. Y ahora ha pasado página porque lo ha superado. Sin fármacos. Sólo con trabajo personal y mucha persistencia y determinación.

Este libro habla del tratamiento de lo que podríamos llamar genéricamente «ataques de desequilibrio emocional», un fenómeno que consiste en experimentar ansiedad aguda sin una causa racional. Dicho de otra forma: un estado de vulnerabilidad en el que hemos perdido el control de las emociones, en el que éstas se han desmadrado. Ya no somos el que éramos. Ahora somos un personaje temeroso, débil y con emociones anormales.

Los ataques pueden presentarse sin avisar. Simplemente, aparecen de la nada. Por ejemplo, al despertar por la mañana. O tras cualquier pequeño temor o adversidad sin importancia. Por ejemplo, al saber que tenemos que realizar una tarea nueva en el trabajo. De repente, la novedad nos estresa y, en poco tiempo, estamos ansiosos a más no poder. «¡Antes yo no era así! ¿En qué clase de niñato débil me estoy convirtiendo?», podemos preguntarnos.

Estos ataques de ansiedad, desequilibrio emocional o como se los quiera llamar son una auténtica pesadilla que deja a la persona exhausta, atemorizada, aislada, incapacitada, confundida y débil.

Para alguien que nunca haya padecido este problema, resulta difícil de entender porque no existe una causa racional. Es como si nos inyectasen una droga que produce alucinaciones espantosas y no supiéramos cuándo tendrá efecto. ¡Podría ser en cualquier momento! Y entonces... ¡pam!: las pesadillas nos llevan a ese maldito pozo oscuro donde sólo pensamos en huir, en que el mal rollo desaparezca porque notamos que ese estado nos impide hacer cualquier cosa e incluso relacionarnos adecuadamente con los demás. El ataque de pánico es algo así como un dolor insoportable e inagotable: quien lo sufre tan sólo desea que llegue rápido la noche para poder dormir y apagar el cerebro ansioso de una vez.

Estos ataques son más comunes de lo que se cree. Los psicólogos les solemos asignar diferentes etiquetas, como «trastorno de ataques de ansiedad» o «trastorno obsesivo compulsivo», «depresión», etc., aunque en realidad se trata de un mismo fenómeno. Esto es: las emociones negativas son enormes, nos invaden y ya no podemos detenerlas; dominan nuestra vida y nos la arruinan. En estos ataques las emociones negativas, que sentimos de un modo exagerado, entran en bucle y nos poseen, nos arrastran al lodo del sufrimiento emocional hasta que el propio ataque tiene suficiente y se va por donde ha venido, aunque, eso sí, dejándonos baldados, desorientados y asustados. Y hasta la próxima, baby.

¿POR QUÉ A MÍ?

Con frecuencia, la persona se siente desorientada ante lo que le sucede: antes no era así y, por más que lo intenta, no consigue liberarse de esta rara enfermedad.

Se pregunta: «Dios, pero ¿qué me está pasando?».

Al contemplar a la gente que pasea por la calle, no puede evitar envidiarla y decirse: «¿Cómo es posible que todos estén tan bien? ¿Por qué yo no puedo ser como los demás?».

A causa del temor que le provocan los ataques, la vida se transforma en un lugar inseguro, lleno de agujeros por donde caer en el abismo emocional.

Al poco de comenzar este proceso, la persona empieza a evitar situaciones asociadas al ataque, como coger el metro, entrar en grandes almacenes, quedarse sola o tener pensamientos desagradables que la predispongan a sufrir uno, cualquier cosa capaz de despertar el bucle de malestar. Y su vida, de repente, se ve muy limitada por numerosas situaciones que le dan miedo.

Una y otra vez se dice: «Dios, pero ¡cómo le puedo tener miedo a estas tonterías! ¡Si antes hasta disfrutaba haciéndolas!». Pero lo único cierto es que ésa es ahora su nueva realidad.

Y ante tal estado emocional, todo es muy difícil: tomar decisiones, afrontar pequeños problemas, esforzarse en cualquier cosa, trabajar, amar...

En ocasiones, la persona experimentará momentos de paz aislados en los que creerá que recobra la salud mental. No obstante, como una extraña maldición, el descalabro regresará al cabo de pocos días.

En este libro veremos dos subtipos de ataques de desequilibrio emocional:

• Los ataques de ansiedad (o pánico)

• El trastorno obsesivo compulsivo o TOC

Sin embargo, hay muchos más subtipos, como diferentes variedades de depresión, malestares psicosomáticos, migrañas, dolores en apariencia inexplicables... Todos forman parte del mismo fenómeno.

Si el lector se nota «débil» a nivel emocional, lo más probable es que padezca este fenómeno de los ataques de desequilibrio emocional. Aplíquese, pues, a raja tabla todo lo que aquí se dice. Basta con intercambiar esas etiquetas diagnósticas por lo que le sucede a cada uno.

En el caso de los ataques de ansiedad, pueden darse uno o más de los siguientes síntomas:

• Dolor en el pecho

• Dolor de estómago

• Ahogo

• Mareos

• Sensación de peligro (incluso de muerte)

• Y sobre todo ¡mucho miedo!

En el caso del deprimido:

• Desánimo agudo

• Cansancio físico

• Pensamientos oscuros

En el obsesivo:

• Ideas amenazantes que tiene que evitar/resolver/eliminar.

Estos ataques emocionales no son enfermedades fisiológicas u orgánicas, por mucho que puedan parecerlo. No van asociados a una falta de serotonina ni a un descenso de riego sanguíneo en el cerebro. Se trata de una simple trampa mental en la que es fácil caer, como el famoso juego chino de los dedos.

Este milenario juguete consiste en un tubo de bambú que, como muestra la imagen, se introduce en un dedo. Al intentar retirarlo, el bambú se contrae y se cierra alrededor del dedo, y cuanto más tiramos para sacárnoslo, más atrapados quedamos.

La solución pasa por hacer algo que no adivinaríamos ni por asomo: empujar hacia delante e introducir más el dedo en el tubo. Entonces, curiosamente, las fibras se abren y, con cuidado, podemos retirar el dedo.

En todos los ataques de debilidad emocional —ansiedad, depresión u obsesiones— sucede algo análogo. La persona ha caído en una ingeniosa trampa mental y sus intentos de liberarse no hacen sino atarlo más al problema: cuanto más intenta retirar el dedo, más lo atrapa el chisme.

Es importante tener esto claro: la mayor parte de los trastornos psicológicos son sólo eso: una ingeniosa trampa lógica. ¡No hay ninguna enfermedad en las neuronas, ni en la genética ni en ningún lugar físico del cuerpo! Por lo tanto, no hay necesidad de tomar fármacos.

En este libro veremos cómo liberarnos de esa trampa mental para siempre, para así recuperar TODA la fortaleza mental, la serenidad, el equilibrio y la alegría. Es decir, la vida.

Y no sólo eso: gracias al aprendizaje adquirido, poseeremos una enorme capacidad para amar y ayudar a los demás, explorar lo más bello del mundo y compartirlo con otras personas.

Debemos, pues, alegrarnos porque no padecemos una enfermedad orgánica y podemos curarnos sin fármacos y, además, salir de ella más fuertes y preparados para disfrutar de la vida. ¡Curación limpia, total y superempoderante!

¿Estás preparado para esta hermosa aventura hacia el verdadero autoconocimiento, la liberación, la fortaleza y la felicidad?

Este libro está lleno de historias de superación auténticas, historias en las que se ha vencido el problema que tú también tienes. Léelas de vez en cuando para inspirarte. Sus protagonistas son personas iguales que tú, hombres y mujeres corrientes que aprendieron esta técnica para conquistar su mundo emocional.

En este capítulo hemos aprendido que:

• Los ataques de ansiedad, las obsesiones, los dolores psicosomáticos y la mayor parte de las depresiones no son enfermedades del cuerpo. Son sólo trampas mentales de las que podemos aprender a salir. Si sufres ataques de ansiedad, trastorno obsesivo compulsivo, depresión o hipocondría, alégrate: sólo tienes un problema lógico, no médico. Te puedes curar completamente, sin fármacos y sin secuelas.

• Por muy confuso que estés, por muy débil que te sientas, no te preocupes: te vas a poner bien muy rápido. La gente que ha pasado por esto se sentía igual y ahora, como María José, sonríe a la vida. No lo dudes: si sigues las instrucciones de este libro, muy pronto estarás en ese grupo. Sólo depende de ti.

• Toda la confusión, el dolor emocional, la debilidad y el temor desaparecerán como por arte de magia cuando hayas completado tu autoterapia. Será un trabajo intenso, a veces duro, pero ¡está garantizado!

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2

El mecanismo de la neura

Nuestro trabajo de crecimiento personal tienen mucho que ver con tener el coraje de morir, el coraje de morir continuamente.

PEMA CHÖDRÖN

Diego es un empresario de cuarenta y ocho años. Es alto, bien proporcionado y se mantiene muy atlético. Recuerdo que, cuando lo conocí, aunque su estado emocional era muy precario, tenía un aspecto imponente. Vestía con elegancia y tenía el cabello moreno ondulado, peinado hacia atrás. Unas gafas muy modernas coronaban su look elegante pero un tanto informal.

Diego llegó a la consulta completamente agotado. Desde joven había sufrido los estragos de la debilidad emocional, sobre todo, ataques de ansiedad. Y había probado muchísimos tratamientos sin apenas resultados.

Sin embargo, al cabo de alrededor de un año de trabajo acertado, ya era otra persona. Tras su exitosa terapia, me escribió una carta para que la hiciese llegar a cualquiera que afrontase su mismo problema. Se trata de una carta preciosa, con un mensaje muy claro para quienes empiezan esta autoterapia:

Prometí a Dios que, si algún día conseguía poner fin a mi larga historia con la ansiedad y la depresión, intentaría que los padecimientos que yo había sufrido sirvieran para dar luz a otras personas que, como en mi caso, llevan muchos años padeciendo profundos episodios de debilidad emocional.

Mi historia es una prueba de que se puede salir adelante y, además, encontrarse la mar de bien. Ahora se habla mucho de la plasticidad de la mente, y creo que yo soy una prueba más de ello.

Hoy puedo decir que me siento muy agradecido, feliz y asombrado por lo conseguido, pues, durante muchísimos años, pasé por un largo infierno lleno de profundos episodios de ansiedad y depresión.

Todo empezó cuando tenía cuatro años y, a raíz de un accidente, me fracturé no sé cuántos huesos por todo el cuerpo. Fue una vivencia muy traumática que marcó mi infancia. Pasé unos seis años entre médicos, quirófanos y rehabilitaciones, hasta más o menos cumplir diez. Recuerdo que fue un tiempo de mucho miedo por mi grave estado de salud. Algunas noches llamaba a mi madre porque no podía respirar y vivía angustiado por mi salud. Hoy sé que aquellos ahogos y temores eran fruto de la ansiedad, pero en aquel entonces era sólo un niño y no lo entendía.

A los dieciséis años tuve mi primera depresión. Y no sólo eso: empezó también el pensamiento obsesivo. Me venía la idea de que quizá podía atacar a alguien y eso me atemorizaba. Entonces fui por primera vez al psiquiatra, que me infló a antidepresivos y ansiolíticos.

A los veintiocho años ya había estado en tratamiento con nada menos que cinco prestigiosos psiquiatras de la región. Me trataron con múltiples y variados fármacos. Cada uno con su cóctel.

Poco después heredé la empresa de mi padre y el estrés aumentó, y, con ello, la ansiedad y el miedo. Era el año 2003. Sentía un temor atroz y muchos días me refugiaba en la cama muerto de miedo. Las ideas de suicidio eran constantes y me daban todavía más pánico. La ansiedad extrema hacía que temiese cometer una locura. No me acercaba a los cuchillos. Los pensamientos se volvían obsesivos y se retroalimentaban. Incluso me daban miedo las noticias de la tele.

Tenía la boca seca todo el día; no podía tragar. No dormía por las noches. Perdía mucho peso, estaba aturdido y me costaba pensar. Cosas como vestirme, planificar el día o darme una ducha me suponían un grandísimo esfuerzo.

Diego vivió una transformación enorme. Y es que, como él mismo explica, estuvo durante muchísimos años en un pozo muy profundo. Antes de ir a parar a mi centro, había estado ingresado varias veces en hospitales psiquiátricos, había tomado más de cincuenta fármacos diferentes y había llevado a cabo dos intentos de suicidio.

Muchos psiquiatras no habrían dado un céntimo por su recuperación. Sin embargo, hoy Diego no toma ningún fármaco, es feliz y se siente un ejemplo de alegría y amor por la vida.

Diego empezó el programa que describimos aquí y tardó dos años en recuperarse. Es cierto que dedicó un esfuerzo encomiable y que su determinación fue clave, pero, básica­mente, hizo lo que aquí vamos a aprender.

Podemos preguntarnos: «¿Seré yo también como Diego? ¿Seré capaz de transformarme a mí mismo?».

Y la respuesta tiene que ser: «¡Por supuesto! Y formaré parte de una nueva hermandad de hombres y mujeres solidarios y amantes de la vida y de los demás».

TODO MENTAL

La investigación de los trastornos emocionales es apasionante y está llena de misterio. La razón es que, desde el inicio de los tiempos, estos trastornos se han confundido con enfermedades orgánicas de difícil curación y, a veces, también de terrible pronóstico.

El error es comprensible porque da la impresión de que sean problemas orgánicos. Desde luego, ¡lo parecen! El ejemplo del tabaquismo, que es otro fenómeno mental, es muy ilustrativo en este sentido.

La medicina todavía cree que las adicciones producen un cambio neuronal que desemboca en el famoso síndrome de retirada o mono, y que resolverlo es muy difícil y doloroso. Según la tesis oficial, la droga causa una especie de transformación en las neuronas, por lo que el adicto lo pasa fatal hasta que éstas se recuperan.

Sin embargo, gracias al genio británico Allen Carr, sabemos que la teoría del daño cerebral en las adicciones es un mito, al igual que el famoso síndrome de retirada.

Gracias a su método, explicado en su libro Es fácil dejar de fumar si sabes cómo, millones de personas han descubierto que el 95 % del síndrome de retirada es puramente mental y que, con la mentalización correcta, no aparece y punto. Yo mismo, cuando dejé el tabaco, disfruté del proceso y no pasé la más mínima ansiedad. Y, como yo, millones de lectores de Carr. Así pues, ¡no tiene nada de anecdótico o inusual!

Carr repetía, una y otra vez, que todas las dependencias son iguales, sean de alcohol, cocaína, heroína y demás. La ansiedad de retirada que sufren los que intentan dejar estas drogas es creación de su mente. La drogadicción es un fenómeno mental que, eso sí, produce muchísima ansiedad y toda clase de síntomas (sudores, fiebre, temblores y delirium tremens), pero, a fin de cuentas, todo eso es humo y lo produce nuestra imaginación. Por lo tanto, ¡podemos aprender a no sufrirlo!

Quienes trabajan en centros penitenciarios saben que, si en su prisión no hay forma de encontrar droga, los adictos la dejarán fácilmente, como por arte de magia, sin que se produzca el síndrome de retirada. ¿Cómo es posible? ¿Qué tiene la cárcel para producir ese milagro médico? La respuesta es simple: si la mente sabe que no hay posibilidades de conseguir droga, no activa el proceso mental de la adicción.

La persona aquejada de ataques de ansiedad u obsesiones también padece un trastorno puramente mental, por lo que es esencial que deje de buscar la solución en medicamentos, acupuntura, vitaminas o minerales.

¡Ya basta! Centrémonos en el único causante del problema: el fenómeno mental del círculo vicioso del temor. Pensemos que, cuanto más nos concentremos en el verdadero problema, antes acabaremos con él.

Por mucho tiempo que se haya sufrido un trastorno, por muy grave que sea, por muchos médicos que se hayan visitado, se trata de un fenómeno mental y la solución definitiva está a la vuelta de la esquina.

¿POR QUÉ TENGO ESTO EN MI CABEZA?

Muchos pacientes me hacen con frecuencia la siguiente pregunta:

—¿Por qué tengo pensamientos obsesivos? ¿Qué anda mal en mi mente?

—Lo único que anda mal es que has caído en una trampa mental —les respondo siempre—. Es posible que tengas una ligera tendencia neuronal a caer en esa trampa, pero esa vulnerabilidad sólo supone un 3 % del problema.

—Ah, entonces ¿sí hay un defecto en las neuronas, aunque sea pequeño? —suelen preguntar.

—Sí, pero funciona de manera idéntica al tabaco. La nicotina provoca que caigamos en la trampa mental de la adicción a través de una sensación física menor, un ligero nerviosismo, y eso desata de inmediato la adicción mental. La sensación física inicial que provoca la nicotina es una tontería, muy fácil de llevar y superar. El verdadero problema es el miedo que, a partir de ahí, desarrolla el fumador y que desencadena el síndrome de retirada, es decir, la extraordinaria ansiedad.

—De acuerdo. Entonces, hay algo fisiológico, pero es minúsculo. El problema central está en la mente y en lo que hago a nivel de pensamiento y acción, ¿verdad?

—Exacto: deja de preguntarte si lo que tienes es físico o mental porque la buena noticia es que se cura por completo con psicología, y eso es lo que vas a hacer —concluyo.

EL MECANISMO DE LA ANSIEDAD

Y ahora estudiemos con un poco de detalle esa trampa llamada «círculo vicioso del temor», el mecanismo de la ansiedad, las obsesiones, muchos tipos de depresión, la hipocondría, etc.

Todos los miedos infundados son fruto del citado «círculo vicioso del temor».

Todo empieza por casualidad, cuando un mal día experimentamos una emoción inusualmente desagradable, que nos sorprende y nos asusta. Se puede tratar, por ejemplo, de un dolor muy agudo en el pecho, de un mareo más fuerte de lo habitual o, simplemente, de una ansiedad desconocida hasta entonces. Y, ¡atención!, ahí viene el susto: «Dios, ¿qué me está pasando? ¡Esto no es normal!». Ya está: el temor a esas sensaciones aumenta el propio malestar, y se genera una retroalimentación diabólica que produce cada vez más miedo y más sensaciones ad infinitum.

En el caso de los ataques de ansiedad se ve muy claro.

Un día, por casualidad, la persona experimenta, en primer lugar, una fuerte aceleración del corazón o una arritmia traicionera y, como está sensible por cualquier causa o porque la sensación es similar a un ataque al corazón, se sorprende y asusta. Ahora imaginemos que, semanas antes, un familiar de esa persona murió precisamente de un infarto. Pues bien, cuando tenga un episodio de arritmia, casi de forma automática pensará: «¡Oh, no! Seguro que es un fallo cardíaco». En consecuencia, la preocupación acelerará instantáneamente el corazón y, ¡maldición!, al notar el latido aún más fuerte, más se preocupará. ¡Ése es el nefasto círculo vicioso del temor!

Esta espiral emocional es la verdadera fuente de los ataques de ansiedad y el trastorno obsesivo.

Con el tiempo, las sensaciones van creciendo y la persona, por miedo, empieza a evitar situaciones, lo cual acentúa la sensibilización y, por tanto, las sensaciones. Al final, se acaba desarrollando un trastorno emocional en toda regla que abruma y destroza la vida.

El mecanismo de la neura es la espiral: sensación – preocupación – evitación que hemos descrito. Y cualquiera puede llegar a experimentarlo. De hecho, millones de personas han caído en esta trampa mental, por el simple hecho de que la mente humana tiene tendencia a caer en ella.

He conocido personas muy fuertes a todos los niveles que han desarrollado un trastorno de pánico: policías, bomberos, políticos, empresarios, deportistas de élite... Su fuerza de voluntad, su coraje y el resto de sus admirables capacidades no impidieron que padecieran este trastorno. Eso sí, esas mismas cualidades, a muchos, les permitieron superarlo más rápido.

Llegar a padecer uno de estos trastornos es, fundamentalmente, una cuestión de mala suerte: la mala fortuna de haber experimentado sensaciones que nos asustan y que desencadenan la espiral ascendente que hemos descrito.

No obstante, una vez más, conviene subrayar que el único origen del problema es un fenómeno mental: el círculo vicioso de la emoción. Nada más.

No se trata de ninguna enfermedad orgánica, ni de una carencia de serotonina ni de un mecanismo neuronal. Se trata de un fenómeno mental que se cura con trabajo mental. Y todos podemos lograrlo si:

a) Comprendemos al cien por cien el contenido de este libro.

b) Lo trabajamos con la debida dedicación.

En este capítulo hemos aprendido:

• Los ataques de ansiedad, las obsesiones y demás «neuras» son una trampa mental en la que cualquiera puede caer.

• La esencia del problema es una espiral de miedo al miedo, un temor a sensaciones que se acentúan, fruto del mismo temor.

• La solución, como veremos, está en perder el miedo a esas sensaciones. Cuando lo logramos, simplemente se desvanecen, y aparecen la alegría y el amor.

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3

La cura, en una sola frase:
«Perder el miedo a la sensación»

La gente piensa que los valientes no tienen miedo pero se equivocan; son amigos íntimos del miedo.

PEMA CHÖDRÖN

Mila es una mujer de cuarenta y siete años llena de alegría por la vida, supersimpática y amable. Es hermosa, con el pelo moreno y largo y una cara siempre sonriente. Se le nota al vuelo que es una amante de la vida y de los demás seres humanos. Cuando habla, tiene un delicioso acento andaluz.

Y, además, es una artista consumada. Trabaja como cantante desde hace muchos años y le apasiona lo que hace. Tiene una voz espléndida que desparrama en coplas típicas de su tierra.

Sin embargo, Mila tuvo ataques de ansiedad durante mucho tiempo y vivió autorrecluida a causa de la agorafobia. Salía sólo para hacer su trabajo. Muchas veces, cantaba hecha un manojo de nervios. Incluso tuvo un fuerte ataque en el escenario.

Hasta que encontró una guía para salir de ese pozo y volver a ser una estrella en todos los sentidos: en su vida profesional y personal.

Con una gran generosidad, me envió el relato de su proceso de curación y tuvimos una conversación que está colgada en mi canal de YouTube.

Éste es mi testimonio. Empecé a sufrir ansiedad a los diecisiete años y me he curado del todo a los cuarenta y seis. Bastante tarde, pero ha valido la pena. ¡Por fin soy libre!

Recuerdo muy bien mi primer ataque. Como digo, tenía diecisiete años. Estaba en una fiesta en la otra punta de mi pueblo y allí, en medio de la movida, me dio ansiedad por primera vez. Superasustada, me fui corriendo a casa. El trayecto me resultó la cosa más horrible del mundo. Iba agarrándome a los muros del miedo que tenía. La sensación de asfixia era horrorosa, como si alguien me estuviese cogiendo por el cuello y apretando para ahogarme. ¡Me faltaba el aire! También sentía un mareo espantoso y tenía miedo a desmayarme. Las piernas me flaqueaban y me temblaba todo el cuerpo. Pero lo peor era el miedo.

Cuando llegué a casa, mi madre, al ver mi estado, pensó que me habían hecho algo. Le expliqué como pude lo que me ocurría y se tranquilizó. Y, al cabo de un rato, estirada en el sofá con un paño en la frente, se me fue pasando.

Pero, ¡ay, Señor!, a partir de ahí los ataques de ansiedad continuar

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