El cerebro de la gente feliz

Ferran Cases
Sara Teller

Fragmento

el_cerebro_de_la_gente_feliz-2

Introducción

A veces me pasan ideas por la cabeza así, de repente, sin estar yo buscándolas. No sé si te sucede lo mismo. La cuestión es que cierta tarde calurosa, de hará algo más de un año, esa idea cruzó por mi cerebro como un rayo. «Voy a llamar a Sara», me dije.

—Tengo una idea.

Soy consciente de que, cuando llamo a alguno de mis amigos y empiezo con esa frase, la mayoría tiembla. Pero Sara siempre tiene respuestas bonitas para mí.

—Genial, ¡cuéntame!

—Es sobre mi tercer libro, me gustaría que lo hiciésemos juntos. Quiero hacer «la guía definitiva sobre la ansiedad».

A veces me flipo un poco, lo sé.

—Qué guay, me encantaría. ¿Y en qué estabas pensando?

—Me gustaría contar mi experiencia con la ansiedad pero no como siempre la he relatado. Quiero profundizar en esas anécdotas que poco a poco me hicieron superarla, y me encantaría que, después de cada historia, tú explicaras qué pasaba en mi cerebro en aquel instante. Sería un libro de neurociencia con toda la información necesaria para aquel que esté viviendo esta situación, y leer mi historia ayudaría a quien sufre ansiedad a verse reflejado y empoderado en su proceso.

—¿Cuándo empezamos? —respondió Sara.

Creo que en ese momento ninguno de los dos éramos conscientes del trabajo que conllevaría.

Así empezó a gestarse este libro que acabas de comenzar y que espero y deseo que te cambie la vida por completo.

Llevo diez años dedicando mis días al estudio de la ansiedad. Antes de trabajar en ello a nivel profesional, estuve quince años lidiando con ella.

Durante el último año he publicado dos libros que hablan del tema y he ayudado a través de mis cursos a miles de personas a seguir el camino adecuado para superar esta patología mental.

Una de mis obsesiones en este camino personal ha sido dar una información correcta sobre todo lo que rodea a la ansiedad. En mis talleres cuento con un equipo de profesionales que abarcan todo este conocimiento, desde la psicología hasta la filosofía pasando por la neurociencia. En este libro, la culminación de esta pequeña obsesión, he trabajado junto a Sara Teller, neurocientífica y física, que ha hecho un trabajo titánico. Sara habla de manera sencilla y amena sobre una materia de gran complejidad, para que tú y yo la comprendamos sin necesidad de tener un máster en neurociencia. Sin ella, este libro no existiría. Ahora que lo pienso, creo que ninguno de mis proyectos habría visto la luz. Muchas gracias, Sara, por poner luz en el camino.

el_cerebro_de_la_gente_feliz-3

0

¿Qué haces aquí?

Conocí a Sara por una de esas carambolas que te regala la vida. Por entonces yo daba clases de qigong en un centro budista cerca de la Sagrada Familia, en Barcelona. Esa herramienta, entre otras, me sacó de mis parálisis por ansiedad y aquello me convenció de que tenía que compartirla con el mundo.

En cada clase aparecían alumnos nuevos dispuestos a probar. Y un día se presentó Ferran.

Con Ferran compartíamos edad y nombre, pero además habíamos ido juntos al cole desde pequeños. Hacía años que no nos veíamos, y fue una grata sorpresa encontrarnos allí.

—Pero ¿qué haces aquí? —preguntó él nada más verme.

—Soy el profe —respondí.

Su cara de asombro habló por él. Años después me comentó cuánto le había sorprendido que alguien con mi «personalidad» hubiera terminado dedicándose a dar ese tipo de clases. Y no se equivocaba; aunque en ese momento yo era incapaz de verlo, mi objetivo era convertirme en una especie de maestro zen con poderes sanadores. Pero ya llegaremos a ese punto de mi historia.

Ferran siguió viniendo a mis clases semana tras semana. Hasta que un día nos decidimos a ir a tomar algo después de la sesión.

—Mi pareja sufre ansiedad y no sé cómo ayudarla. ¿Crees que le puede ir bien asistir a clase? —me preguntó.

—Claro, esta herramienta le irá genial, sobre todo para rebajar los síntomas.

Días después apareció Ferran en clase con su pareja, Sara.

A Sara no le gustó el qigong. Hoy en día sigo intentando convencerla de lo maravilloso que es, y ella hace lo mismo conmigo respecto al yoga. Los dos conocemos de sobra los beneficios de ambas disciplinas, pero es evidente que no hay una única puerta de entrada para cada persona.

Pasadas unas semanas empecé a trabajar la ansiedad de Sara. Procuré contarle y enseñarle todo lo que había aprendido sobre esta patología, y empezó a mejorar. Pero Sara no fue una alumna corriente, ella podía ir más allá.

—Todo esto que me cuentas sobre medicina china y respiración, sobre energía y movimiento, tiene una explicación científica. Lo sabes, ¿no? —me decía Sara.

—La verdad, no tenía ni idea, pero me alegro de que así sea.

Sara resultó ser neurocientífica y poseía un amplio conocimiento sobre el tema.

En ese instante, ella y yo empezamos a forjar una buena amistad. Debatíamos entusiasmados acerca de la ansiedad; yo le contaba mi experiencia, y ella me ilustraba sobre cómo reacciona el cerebro ante esta dolencia.

De repente todo empezó a cuadrar en mi cabeza. Gracias a lo que mi nueva amiga me explicaba, mis conocimientos sobre la materia tomaron forma, y razonamientos que antes aplicaba sin base sólida adquirieron rigor.

Años más tarde creé Bye bye ansiedad, un curso pensado para que todo el que esté dispuesto pueda superar esta patología psicológica. En él, la doctora Teller desempeña uno de los papeles más importantes: intentar que cualquiera de nosotros, sin tener ni idea de ciencia, llegue a comprender cómo funciona el cerebro cuando sufrimos ansiedad. Con eso, pierdes el miedo, pues el conocimiento te hace libre, y cuando eres libre el temor deja de existir. Y ya sabes qué pasa con la ansiedad cuando no sientes miedo, ¿verdad?

el_cerebro_de_la_gente_feliz-4

PRIMERA PARTE

¿Qué me está pasando?

el_cerebro_de_la_gente_feliz-5

1

¿Por qué estos pinchazos no me dejan dormir?

PARTIDO, CIGARROS Y PUÑALADAS

Era un sábado por la mañana, y en aquella época trabajaba en el museo Picasso de Barcelona vendiendo imanes de las Meninas, entre otros trastos inútiles con reproducciones del artista para los turistas. Las largas colas para conseguir un souvenir hacían que la impaciencia aflorara en los clientes.

Gestionaba el estrés como podía. Hacía ya unos años que había empezado a sentir vértigos y náuseas cuando me sentía nervioso. Pero esa mañana empecé a notar, además, unos ligeros pinchazos en la zona izquierda del pecho, como pequeñas puñaladas en el corazón.

No le di más importancia. «Es un poco de flato, debido al cansancio», me dije. El insomnio era otro de mis compañeros en aquella época, y llevaba una rutina de sueño de entre tres y cinco horas por noche.

Mi jornada en el museo empezaba temprano, pero también terminaba pronto. A las dos de la tarde estaba en casa para comer. Me preparé algo de comida basura, como cada día, posiblemente una hamburguesa y una cerveza, y me dispuse a ver la televisión un rato. Las noticias del día no eran muy esperanzadoras, el mundo daba bastante miedo.

De repente me vibró el móvil: «Ey, tío, esta tarde quedamos en Arkam para el partido a las siete». Era mi amigo Marc obligándome de manera sutil a ver al Barça en un bar del barrio que se ponía a reventar para esos eventos (parecía que estuvieras en el campo: ponían el himno antes de empezar el partido y todo el aforo enloquecía con aquellas cuatro notas).

Yo no era de aglomeraciones, de grandes conciertos o discotecas. Me agobiaba y me daban todos los males solo de pensar en meterme en un sitio de esos. Pero, cuando tenía veinte años, la presión social era más fuerte que mi personalidad, así que ni me planteé la posibilidad de no ir a ver el partido.

Me monté en el ciclomotor y me dirigí a la cita con mis amigos. El bar estaba repleto de gente y humo —por aquel entonces se podía fumar dentro de los locales—, y tuve que ir sorteando forofos para llegar a las primeras filas, delante de la gran pantalla donde se emitía el partido.

«Me han guardado un sitio, genial», pensé. Ya no había escapatoria. Pedí una cerveza, encendí un cigarrillo e intenté hablar de algo con el de al lado, sin mucho éxito debido al ruido.

El partido empezó, y una tos sospechosa se apoderó de mí. Tenía muchas ganas de vomitar, pero estaba dispuesto a aguantar como un campeón para no dar la nota.

El malestar me acompañó durante todo el partido.

Por fin llegué a casa. Me di una ducha y me dispuse a dormir. Me tumbé en la cama y la cabeza empezó a darme vueltas, sentía que me iba a desmayar en cualquier momento. Conocía bien la sensación de vértigo y mareo, la sufría desde aquel día fatídico en primero de bachillerato. (Ya llegaremos a eso, creo que vale la pena que conozcas mi primer viaje lunar). Los mareos iban acompañados de fuertes pinchazos en el pecho, era como si me estuviesen clavando espadas continuamente justo entre los dos pezones. Y de golpe y porrazo se me durmió el brazo izquierdo. La alarma de peligro se disparó. Ese era el síntoma típico de ataque al corazón.

«Tengo que ir al médico», pensé. Vivía delante de un hospital, bastaba con bajar a la calle y cruzar. Pero el miedo me tenía tan paralizado que fui incapaz; decidí tomar una pastilla para dormir y que mañana fuera otro día.

Corriendo delante de un mamut

Supongo que te estarás preguntando por qué le pasó eso a Ferran. A priori, ir a ver un partido de fútbol en un bar no tendría que disparar la ansiedad.

Bien, para entenderlo tenemos que hacer un viaje al pasado y remontarnos a millones de años atrás, cuando aparecieron los primates. Hace cinco millones y medio de años que surgieron los primeros homínidos, nuestros antecesores más atrevidos que decidieron ponerse de pie, y a lo largo del tiempo fueron desarrollándose especies que seguro que te suenan, como Homo habilis, Homo erectus..., hasta llegar a Homo sapiens, a la que pertenecemos y que surgió hace aproximadamente doscientos mil años. No somos tan viejos como te parece, en años de evolución eso es ser un bebé.

Te cuento esto por dos razones. La primera es porque, según varios estudios, la última evolución de nuestro cerebro ocurrió hace unos cien mil años. Entonces aún estábamos en el Paleolítico, en la época de la caza y la recolección. ¿Qué significa eso? Pues que al cerebro aún no le ha dado tiempo a adaptarse a todos los cambios tan vertiginosos que hemos vivido los últimos cien años (móviles, ordenadores, plasmas, internet...), ¡seguimos teniendo un cerebro primitivo! Y nos creíamos tan listos...

La segunda es porque, por otro lado, seguimos vivos como especie gracias a tener este maravilloso cerebro en nuestra azotea. Por selección natural tenemos este y no otro.

Mejor que sepas cuanto antes que la finalidad primordial de tu cerebro es sobrevivir.

¿Y qué ha conseguido principalmente que sigamos vivos como especie? Pues agárrate que esto te va a sonar fuerte: el miedo.

¿Por qué? Pues porque el estrés es la respuesta natural asociada al miedo que el organismo activa ante una amenaza y que nos ayuda a responder de la mejor manera posible ante el desafío o peligro. Seguro que ya te suena lo del mecanismo de lucha-huida que activa la ansiedad. Este nos prepara para la acción, ya sea huir o bien luchar ante esa amenaza, que por aquel entonces sería probablemente un mamut, un tigre o alguien que nos quería robar la novia.

Así que la ansiedad ha sido un mecanismo adaptativo, de supervivencia, que hace que aumente la actividad mental para tomar la mejor solución ante el desafío, mejora la capacidad y la velocidad de decisión haciéndonos reaccionar rápido ante la amenaza sin pensarlo mucho, y aumenta la atención.

¡Gracias a que sentimos miedo seguimos vivos como especie y como individuos! ¿A que ya no te sientes tan rarito?

Pero ¿por qué Ferran tenía pinchazos y el brazo dormido esa noche?

Eso tiene fácil explicación. Para ello debo presentarte a una amiga mía: la amígdala. Espero que a partir de aquí os hagáis íntimos; te hablaré mucho de ella a lo largo del libro.

La amígdala está situada en el sistema límbico, una parte muy primitiva del cerebro, y es la que procesa toda la información que recibimos de los sentidos ante una posible amenaza y decide si es peligrosa o no. Cuando considera que sí lo es, manda un mensaje a otra parte del cerebro llamada «hipotálamo». Esta es maravillosa ya que también regula el sueño, el sexo y la alimentación, factores que se ven afectados cuando tenemos ansiedad. Ya verás como ahora todo te empieza a cuadrar. A continuación, el hipotálamo le manda otro mensaje a la hipófisis y esta lo envía a las glándulas suprarrenales, que dan salida a tres hormonas que se liberan en la sangre y llegan a todo el cuerpo para controlar la respuesta al estrés. Estas son la adrenalina, la noradrenalina y el cortisol.

Las dos primeras hacen que aumente la concentración de sangre en las extremidades, el consumo de oxígeno, el ritmo cardiaco, la sudoración, se dilatan las pupilas, se relajan los músculos gastrointestinales y se eleva la presión arterial, entre muchas otras cosas. El cortisol aumenta el nivel de glucosa en sangre para nutrir el organismo, consume las reservas del cuerpo para liberar más energía, y disminuye la respuesta inmunológica con el mismo objetivo.

Últimamente también se habla de una tercera opción, que es la de quedarte paralizado. Luego hablaremos de esto.

Todas estas funciones hacen que el cuerpo se prepare para atacar, luchar contra la amenaza o bien huir. En el mejor de los casos, salir por patas.

La adrenalina y la noradrenalina son hormonas de activación rápida, son las primeras que se liberan en el organismo. Cuando Ferran entra en el bar y tiene que enfrentarse a toda esa gente para llegar a sus amigos, siente ese pánico repentino que invade su cuerpo en un segundo. Esa sensación la causan estas dos hormonas, que tardan de tres a cinco minutos en abandonar el cuerpo. Por el contrario, el cortisol, también llamado «la hormona del estrés», tarda más en liberarse y se distribuye por el cuerpo cuando la cosa se ha puesto realmente seria. Ya no se trata de un simple susto, sino de una amenaza real que perdura en el tiempo. Por ejemplo, cuando llevamos un rato corriendo con un tigre detrás, y entonces necesitamos mucha más energía para salir victoriosos. Espero que no te encuentres nunca en esta situación, la verdad.

Básicamente, lo que hace el cortisol es coger toda la energía que tenemos y bloquear todo lo que no nos es útil en ese momento, como el sistema reproductivo, el digestivo o el inmunitario, para poder sobrevivir sí o sí. Y hay que tener en cuenta que, una vez que se libera, el cortisol tarda unas horas en retirarse, y ahora entiendes por qué esos síntomas se quedan contigo un rato después de cada ataque. Sé que probablemente ahora estés pensando: «Yo tengo esos síntomas todo el día». Ya llegaremos a eso, también tiene explicación.

Vale, lo del tigre está muy bien, seguro que ya lo habías oído.

Pero ¿qué pasa actualmente? Que nosotros no tenemos a ningún felino que nos persiga, al menos donde yo vivo no los hay sueltos por la calle. Hoy en día, nuestro tigre tiene otra cara: no presentar un informe a tiempo, una pelea con el jefe, discutir con la pareja, perder a un amigo, la precariedad laboral, padecer una enfermedad...

El 98 % de las tareas que nos provocan estrés son cotidianas.

En general, nos sentimos estresados cuando pensamos que no tenemos los recursos necesarios para afrontar una situación. Uno de los que consideramos que más nos falta es el tiempo.

Estoy segura de que si tienes este libro entre las manos es porque eres una persona autoexigente. ¿He acertado? Pues no es que sea la pitonisa Lola. La gente que sufre ansiedad aspira a llegar a un nivel de perfección tan alto respecto a sus capacidades, que se estresa. Si este es tu caso, no te preocupes, cambiarlo está en tus manos, como iremos viendo a lo largo del libro.

El cerebro tiende a tenerlo todo controlado, puesto que esto nos garantiza la supervivencia. Pero un exceso de intento de control puede llevarnos a un estado de ansiedad alto y en consecuencia dejamos de disfrutar del placer. Justo lo que le pasaba a Ferran en el bar.

Nuestras experiencias pasadas, nuestras creencias y nuestra personalidad influyen en el grado de amenaza con que percibimos una situación. Por eso hay personas que ante la «misma amenaza» no se sienten en peligro. Ahora ya sabes por qué tu compañero de trabajo está tan tranquilo a tu lado, mientras tú estás bañado en sudor frío y pasándolo fatal.

Si cambiamos nuestra forma de ver la realidad, puede cambiar la propensión a padecer estrés o ansiedad.

Por desgracia las malas noticias no terminan aquí, pero mantén la calma porque las buenas también llegarán más adelante. Hay otras cosas que nos pueden provocar estrés y que no estamos considerando, como, por ejemplo, estar mirando el móvil de manera constante o tener muchas pestañas abiertas en el ordenador. Sobreestimular al cerebro crea estrés. Se ha comprobado que cuando hacemos dos o más cosas a la vez no prestamos el cien por cien de atención y la efectividad se reduce. Por ejemplo, leer y escuchar son tareas que implican a las mismas áreas del cerebro. No se pueden realizar bien si se hacen a la vez. Hay otras actividades como leer y oír música que no necesitan de las mismas conexiones para ser procesadas y pueden simultanearse, aunque de nuevo no estarás prestando toda la atención a ninguna de las dos cosas.

¿Y cuál es el problema con todo esto? Pues que el cerebro interpreta como un peligro cualquier estímulo que nos provoca inquietud y responde igual que ante ese tigre o mamut de hace miles de años, esto es, con el mecanismo de lucha-huida: activando la amígdala y liberando todas las hormonas de las que hablábamos antes. ¡Y ya tenemos el show montado!

SANTANA ME QUIERE MATAR

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos