Compasión, amor y sexo (Flash Relatos)

Osho

Fragmento

cap

«Solo la compasión es terapéutica», dijiste. ¿Podrías hablarnos sobre la palabra «compasión», tanto por uno mismo como por el otro?

Sí, solo la compasión es terapéutica porque toda enfermedad en el hombre se debe a la falta de amor. Todos los conflictos internos que se padecen están relacionados de una forma u otra con el amor: no se ha sabido amar o no se ha sabido recibir amor. No se ha sabido compartir el ser. Esa es su miseria, la que crea todo tipo de problemas en su interior.

Esas heridas internas pueden aflorar de muchas maneras: pueden convertirse en enfermedades físicas y también mentales, pero la raíz del problema está en la falta de amor. Del mismo modo que la comida es necesaria para el cuerpo, el amor lo es para el alma. El cuerpo no puede sobrevivir sin comida y el alma no puede hacerlo sin el amor. De hecho, el alma no puede nacer si no hay amor, así que no se trata únicamente de su supervivencia, sino de su propia existencia.

Tú das por hecho que tienes un alma, y crees que la tienes porque temes a la muerte. Pero no aprenderás nada hasta que hayas amado. Solo a través del amor se llega a sentir que se es mucho más que un cuerpo, mucho más que una mente.

Por eso afirmo que la compasión es terapéutica. ¿Qué es la compasión? Es la forma más pura del amor. El sexo es la forma más elemental del amor; sin embargo, la compasión es la forma más sublime del amor. En el sexo, el contacto es básicamente físico; en la compasión, es sobre todo espiritual. En el amor, la compasión y el sexo se conjuntan; lo físico y lo espiritual se mezclan. Así, el amor está a medio camino entre el sexo y la compasión.

A la compasión se le puede llamar devoción o también meditación. La forma más elevada de energía es la compasión. La propia palabra «compasión» es hermosa: en ella aparece el término «pasión» y, de alguna manera, tan depurado que se ha convertido en compasión.

En el sexo se utiliza al otro, se le reduce a un medio, a una cosa. Por eso te sientes culpable cuando mantienes una relación sexual. Y esa culpa no tiene nada que ver con las enseñanzas religiosas, es un sentimiento mucho más profundo que cualquier creencia. Siempre te sentirás culpable en una relación sexual porque reduces a otro ser humano a una cosa, a una mercancía para ser usada y desechada.

Por esa misma razón, tú también sientes cierta esclavitud en el sexo porque, al igual que el otro, estás siendo reducido a una cosa. Cuando te conviertes en una cosa, tu libertad desaparece porque esta solo existe cuando eres una persona. Cuanto más persona seas, más libre serás; cuanto más cosa seas, menos libre serás.

Los muebles de tu habitación no son libres. Si salieras de esa estancia, dejases la puerta cerrada y regresaras muchos años después, los muebles seguirían en el mismo sitio, en la misma posición; no se reacomodarían por sí solos, pues carecen de libertad. Pero si dejaras a un hombre en esa habitación, no lo encontrarías igual, ni al día siguiente, ni siquiera instantes después. No encontrarías al mismo hombre.

El viejo Heráclito dijo: «No puedes bañarte dos veces en el mismo río». No puedes encontrarte con el mismo hombre dos veces porque el hombre es un río que fluye continuamente. Nunca sabes lo que va a suceder. El futuro está abierto.

Para las cosas, el futuro está cerrado: una roca seguirá siendo una roca. No tiene potencial para crecer. No puede cambiar ni evolucionar. Un hombre nunca permanece igual: puede caerse de espaldas, puede caminar hacia delante, puede entrar en el cielo o en el infierno, pero nunca permanecerá igual. Siempre se está moviendo, de una manera o de otra.

Cuando mantienes una relación sexual, reduces a la otra persona a una cosa. Y, al hacerlo, también sucede lo mismo contigo porque se trata de un compromiso mutuo: «Yo te permito que me reduzcas a una cosa y viceversa. Te permito que me uses y me permites que te use. Nos usamos el uno al otro. Ambos nos hemos convertido en cosas».

Esa es la razón… Observa a dos amantes en quienes el romance sigue vivo, cuya luna de miel no ha terminado, y verás a dos personas palpitando con la vida, listos para abrirse al mundo, listos para explorar lo desconocido. Y después observa a una pareja de casados, el marido y la esposa, y verás dos cosas muertas, dos tumbas, el uno al lado de la otra, ayudándose a permanecer muertos, obligados a seguir difuntos. Ese es el conflicto constante del matrimonio. Nadie quiere ser reducido a una cosa.

El sexo es la forma más inferior de esa energía, X. Si eres religioso, llámalo «lo divino»; si eres científico, llámalo «X». Esta energía X puede convertirse en amor y, si esto se produce, empiezas a respetar a la otra persona. Sí, algunas veces utilizas a la otra persona, pero te sientes agradecido por ello. Nunca le das las gracias a una cosa. Cuando estás enamorado de una mujer y hacéis el amor, le das las gracias por ello. Pero cuando se trata de tu esposa, ¿se lo agradeces alguna vez? No, lo das por sentado. Y tu esposa, ¿se muestra complacida? Tal vez puedas recordar algún momento, muchos años atrás, cuando os sentíais inseguros, cuando empezasteis a conquistaros, a seduciros. Pero después de que vuestra relación se estabilizara, ¿te ha dado ella las gracias por algo? Y has hecho tantas cosas por ella, y ella por ti… Ambos vivís el uno por el otro; sin embargo, la gratitud ha desaparecido.

En el amor hay gratitud y también un profundo agradecimiento. Sabes que el otro no es una cosa, que posee una magnificencia, una personalidad, un alma, una individualidad. En el amor le das libertad total al otro. Por supuesto que tomas y das; es una relación de concesiones mutuas, pero con respeto.

En el sexo, esta concesión se da sin respeto hacia el otro. En la compasión simplemente das. No esperas recibir algo a cambio; simp

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos