Conexiones

Karl Deisseroth

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Después de sonido, luz y calor, memoria, voluntad y entendimiento.

JAMES JOYCE, Finnegans Wake[1]

En el arte de la tejeduría, los hilos de la urdimbre son estructurales y fuertes y se anclan al origen, creando un marco en el que se entrecruzan las fibras a medida que se elabora el tejido. Al proyectarse más allá del borde que avanza en el espacio libre, esos hilos conectan el pasado ya formado, el presente irregular y el futuro todavía indefinido.

El tapiz de la historia humana tiene su propia urdimbre, cuyos hilos están arraigados en los profundos cañones de África oriental —que conectan las texturas cambiantes de la vida humana a lo largo de millones de años— y que incluye pictogramas cuyo telón de fondo son el hielo agrietado, los bosques angulosos, la piedra y el acero y las espléndidas tierras raras.

El funcionamiento interno de la mente configura estos hilos para crear en nuestro interior un marco sobre el que se puede materializar la historia de cada individuo. El sesgo y el color personales surgen a partir de los hilos entrecruzados de nuestras vivencias y experiencias, la fina trama de la vida, que se integra y oculta el armazón subyacente con una minuciosidad intrincada y a veces maravillosa.

He aquí una serie de historias acerca de este tejido deshilachado en la mente de quienes están enfermos; personas en las que la urdimbre quedó al descubierto, descarnada, y se volvió reveladora.

La desconcertante intensidad de las urgencias psiquiátricas brinda un contexto a todas las historias de este libro. Para que semejante escenario pueda revelar el tejido compartido de la mente humana, los estados internos alterados deben plasmarse con la mayor fidelidad posible. Por esta razón, las descripciones de los síntomas de los pacientes son reales y no se han modificado, para reflejar así la naturaleza esencial, el timbre y el alma verdaderos de dichas experiencias, aunque para mantener la privacidad se han cambiado muchos otros detalles.

Asimismo, las poderosas herramientas tecnológicas de la neurociencia que se describen —que complementan a la psiquiatría al ofrecer una manera diferente de estudiar el cerebro— también son del todo reales, a pesar de tener cualidades desconcertantes que parecen de ciencia ficción. Tal y como se detallan aquí, estos métodos se han extraído, sin introducir cambio alguno, de artículos revisados por expertos de laboratorios de todo el mundo, entre ellos el mío.

No obstante, incluso la medicina y la ciencia por sí solas resultan inadecuadas para describir la experiencia interna del ser humano, y por eso algunas de estas historias no se narran desde el punto de vista de un médico o de un científico, sino desde el del paciente, unas veces en primera o tercera persona y otras bajo estados alterados que se reflejan en el lenguaje alterado. Cuando las profundidades de una persona —sus pensamientos, sentimientos o recuerdos— se describen de esta forma, el texto no refleja ni la ciencia ni la medicina, sino un acercamiento de mi propia imaginación, prudente, respetuoso y humilde, para entablar una conversación con voces que nunca he oído y que solo he percibido en forma de ecos. El reto de intentar percibir y experimentar las realidades inusuales desde la perspectiva de un paciente constituye la esencia de la psiquiatría, que trabaja a través de las distorsiones tanto del observador como del observado. Sin embargo, es inevitable que las auténticas voces más íntimas de los ausentes y los silenciosos, de los que sufren y de los extraviados, permanezcan en la intimidad.

En este caso, la imaginación tiene un valor incierto y nada se da por sentado, pero la experiencia ha revelado las múltiples limitaciones de la neurociencia y la psiquiatría modernas cuando actúan por separado. Hace ya tiempo que las ideas de la literatura me parecen igual de importantes para entender a los pacientes; a veces ofrecen una ventana al cerebro más esclarecedora que cualquier microscopio. Todavía valoro la literatura en igual medida que la ciencia cuando reflexiono sobre la mente, y siempre que puedo regreso a mi amor de toda la vida por la escritura, aunque durante años este amor fue solo un rescoldo cubierto por la ciencia y la medicina, cual montones de ceniza y nieve.

En cierto modo, tres perspectivas independientes, la psiquiatría, la imaginación y la tecnología, pueden configurar en conjunto el espacio conceptual necesario; quizá porque tienen poco en común.

En la primera dimensión se encuentra la historia de un psiquiatra, narrada a través de una sucesión de experiencias clínicas, cada una centrada en uno o dos seres humanos. Así como cuando un tejido se deshilacha deja al descubierto los ocultos hilos estructurales (o cuando una porción de ADN muta se pueden inferir las funciones originales del gen alterado), aquello que está roto describe lo intacto, de modo que cada historia subraya cómo las ocultas experiencias interiores de una persona sana, y quizá también de un médico, podrían quedar al descubierto por las experiencias aún más crípticas y sombrías de los pacientes psiquiátricos.

Cada historia recrea asimismo la experiencia interior de las emociones que afloran en el ser humano, tanto en el mundo actual como a lo largo de las milenarias etapas de nuestro viaje, tras dejar atrás obstáculos en nuestro camino que quizá no pudieran superarse sin hacer concesiones. Esta segunda secuencia empieza con historias sobre circuitos sencillos y ancestrales imprescindibles para la vida: las células para respirar, los músculos para moverse o la creación de la barrera fundamental entre el yo y el otro. Ese límite más temprano y primigenio entre cada uno de nosotros y el mundo —llamado «ectodermo», una frágil y solitaria capa, del grosor de una célula— da origen tanto a la piel como al cerebro, de modo que es con este mismo límite temprano que el contacto entre los seres humanos se siente en todas sus formas, físicas o psicológicas; a través de todo el espectro, desde los estados sociales sanos hasta los alterados.

Las historias se mueven entre los sentimientos universales de pérdida y dolor en las relaciones humanas, pasan por las profundas fracturas en la experiencia básica de la realidad externa que se producen con la manía y la psicosis, y por último llegan a las perturbaciones que invaden incluso al yo interior: la pérdida de la capacidad de sentir placer en nuestra vida —como puede ocurrir en la depresión—, la pérdida de motivación para nutrirnos —como en los trastornos alimentarios— e incluso la pérdida del propio yo, a raíz de la demencia al final de la vida. En esta segunda dimensión, la de las emociones del mundo interior subjetivo, empezamos y terminamos con la imaginación, ya sea con relatos de la prehistoria (los sentimientos no dejan restos fósiles; es imposible saber qué se sentía en el pasado, y por eso no intentamos ser psicólogos evolutivos) o del presente (ya que ni siquiera hoy en día podemos observar de manera directa la experiencia interior de otro ser humano).

Sin embargo, cuando los efectos medibles de los sentim

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