Prólogo
Elizabeth y yo siempre hablamos más de sensaciones corporales que de pensamientos, y es que sabemos que el cuerpo se expresa en todos los idiomas que conoce para alertarnos cuando algo no va bien, pero también para indicarnos «el camino» hacia las personas que nos hacen sentir a salvo.
Esto es precisamente lo que ocurre con un narcisista o un psicópata: nuestro cuerpo nos avisa de su presencia con sensaciones de incomodidad, confusión, alerta e hipervigilancia, aunque nuestra mente intente callar esas sensaciones con todas sus fuerzas, porque ¿cómo vamos a permitirnos pensar por un momento que nuestro padre, pareja o jefe puedan ser algo tan terrible?
A lo largo de estos años de amistad y de compartir nuestra maravillosa profesión, Elizabeth y yo hemos tenido cientos de conversaciones en las que nos planteábamos la bondad y la maldad del ser humano para intentar comprender aquellos actos que nos parecía imposible que alguien fuese capaz de hacer a otra persona. De hecho, esa es una de las tantas cosas bonitas de nuestra relación: que podemos verbalizar los pensamientos más crudos y profundos que se nos pasan por la cabeza, y también que por nuestras vivencias podemos lograr entendernos muy bien, cosa que, afortunadamente para los demás, no todos comprenden. Al final de nuestras eternas conversaciones, siempre llegamos a la conclusión de que la maldad pura existe.
Precisamente por eso Elizabeth es tan brillante, porque investiga, estudia, conoce y comprende al ser humano en todas sus formas. A sus veintiséis años ha vivido situaciones que de forma increíble ha transformado en conocimientos y ganas de ayudar a otras personas para que se sientan arropadas, comprendidas y seguras con ella. No hay nada más maravilloso que tener la valentía y la capacidad de transformar tu dolor en la decisión de ayudar a las personas y abrazarlas a través de las palabras, algo que ella sabe hacer de una forma impresionante.
Esta es una de las muchas razones por las que quiero y admiro profundamente a mi amiga, porque tiene una valentía incansable para afrontar cualquier adversidad y, además, se implica muchísimo en ayudar a otros para que también lo hagan. Eso es lo que ella me aporta, el sentir que a su lado todo saldrá bien y que, pase lo que pase, podremos afrontarlo juntas.
No sé cuántas veces habremos hablado sobre lo que puede llegar a afectar a alguien, a todos los niveles, toparse con una persona de este perfil y lo importante que es conocerlas bien para poder ayudar a nuestros pacientes. En el área del trauma, que es a la que me dedico, suelo decir a las personas a las que acompaño que juntas vamos a convertirnos en expertas en este perfil de personalidad, porque si no ellos siempre irán un paso por delante. A través de conocer cómo son, cómo piensan, cómo actúan, qué estrategias utilizan y qué repercusiones tienen sobre nosotros, podemos anticipar su conducta para protegernos.
Por este motivo, este libro es una joya para todo el que lo lea y haya experimentado la sensación de desamparo, inseguridad y confusión que provoca tener a un psicópata o a un narcisista en su vida. Con este libro, Elizabeth nos da una ventaja tremendamente poderosa para hacerles frente. Está lleno de ejemplos concretos, de pensamientos, vivencias, emociones y situaciones que te harán sentir profundamente comprendido y, sobre todo, te harán sentir esperanza.
Me siento increíblemente afortunada y agradecida por poder leerlo y de formar parte de él de esta manera tan bonita. Para mí, esto ya es reparador en sí. Y espero que a ti, que vas a leer este libro, te pase lo mismo.
Te quiero una vida, amiga mía.
Alma Eixea
(@psicologiaconalma_)
Presentación
Lo que más traumático nos resulta a los seres humanos
es el daño que viene de otro de nuestra especie.
ANABEL GONZÁLEZ
Para entender la terminología que usaremos en este libro es importante que leas con atención este apartado.
Siempre fui de buscar más allá. Cuando alguien se comportaba de una forma que a mis ojos era incomprensible, yo, en lugar de juzgarla, pensaba: «¿Por qué? ¿Qué le ha sucedido para actuar así? ¿Qué le hicieron?». Curiosamente, siempre que indagaba, encontraba. Encontraba una infancia difícil, malas experiencias en relaciones anteriores, episodios traumáticos, bullying… La gente siempre me mostraba una herida que explicaba su conducta errática y, entonces, la comprendía. Y eso me relajaba y me permitía ayudar a esa persona. Pero… ¿qué pasaba cuando alguien actuaba de una forma tan despiadada que ni el trauma más doloroso podía justificarlo? ¿Y qué sucedía con aquellas personas que también habían sufrido mucho y jamás llegaban a comportarse de esa forma con los demás?
Me di cuenta de que hay conductas que un pasado difícil no justifica. Que hay actos a los que jamás les encontraremos sentido. Que no se nos cerrará el círculo de la comprensión con todas las personas. Hay gente que nos dejará cabos sueltos. Hay cosas que no entenderemos nunca porque, si somos personas con empatía y compasión, jamás en la vida podremos ver a través de los ojos de alguien que no piensa en el daño que hace a los demás. Y está bien, es un gran privilegio poder sentir bonito. Enamorarse, sufrir por el dolor ajeno y luchar por evitarlo. Consolar con un abrazo, llorar para que nos arropen. Qué bonito tener la capacidad de poder conectar con otros. Al final, a eso hemos venido al mundo.
Entonces ¿quién es esa gente que se sale de lo que los demás entendemos como «normal»? ¿Quiénes son esas personas que tienen tan disminuido el rasgo más puro y representativo del ser humano: la humanidad? ¿Quiénes son aquellos que, por encima de todo, incluso de las personas a las que más deberían querer en la vida, miran únicamente por sí mismos?
Sean quienes sean, existen. Existen y negarlo es ponerse una venda en los ojos y caminar por un sendero con agujeros: puedes caer o tener la suerte de no hacerlo, pero nunca estará en tu mano lo que suceda contigo. Podrás tener suerte o podrás tener mala suerte, pero será cosa del azar y no el resultado de que te hayas protegido, porque tú no los ves. Solo si te quitas la venda de los ojos podrás evitarlos. Y de eso se trata cuando hablamos de este tipo de personas: detectarlas para así poder esquivarlas. Pero estar, están. Nos guste o no.
Desde que lo entendí, empecé a leer y a estudiar sobre los narcisistas y los psicópatas y, para mi sorpresa, me encontré con un inmenso e interesantísimo mundo por descubrir: maridos aparentemente maravillosos, pero que en realidad son personas infieles que llevan una doble vida; padres ejemplares de cara a la galería, pero maltratadores a puerta cerrada; madres que hacían sentir atados y culpables a sus hijos por no darles la atención que ellas querían; líderes de sectas; exitosos empresarios que no merecían sus puestos; asesinos en serie… Personas que aparentemente no tenían nada que ver entre ellas, pero, sin embargo, había un término en el que se podían englobar: psicópatas.
Para mí y hasta entonces, una palabra tan grande como «psicópata» parecía acertada para hacer referencia, por ejemplo, a Ted Bundy, el monstruo que había acabado con la vida de treinta y seis mujeres entre 1974 y 1978 tras secuestrarlas y abusar sexualmente de ellas. Aunque claro, emplear la misma palabra para describir a Bundy que a un exitoso empresario abusivo con sus empleados o a un padre de familia aparentemente perfecto, pero que de puertas para dentro maltrata psicológicamente a su pareja, me parecía muy fuerte, aunque sus actos fuesen también detestables.
Sin embargo, por lo visto, estos tipos no eran tan diferentes entre sí. A ver, el punto al que habían llegado sus acciones sí era indiscutiblemente distinto, pero lo que había detrás de sus actos, lo que había en el fondo, no lo era tanto. Y sus patrones de conducta, tampoco. Estas personas compartían el egocentrismo, el sentimiento de grandiosidad, la falta de empatía, la crueldad y el deseo de controlar y de tener poder sobre los demás. Engañaban a la gente aparentando ser personas maravillosas (o como mínimo normales) para así poder manipularla. ¿Sabías que Ted Bundy conseguía que sus víctimas, por voluntad propia y sin conocerlo de nada, lo acompañasen a su coche, donde las golpeaba, secuestraba y acababa asesinando? Bundy era descrito como un hombre arreglado, agradable, encantador y destacado por su formación universitaria, inteligencia y atractivo, pero asesinaba a mujeres, tenía relaciones sexuales con ellas una vez fallecidas y guardaba algunas de sus cabezas como recuerdo.
Evidentemente, los asesinos en serie son un extremo y los casos menos frecuentes por lo que respecta a la psicopatía. De hecho, por lo general, los psicópatas son personas aparentemente corrientes y perfectamente integradas en la sociedad. La mayoría de ellos pasan desapercibidos porque nunca llegan a cometer delitos graves y eso les permite tener familia, amigos, trabajo, pareja, descendencia e incluso éxito y prestigio social. Esto lo consiguen esforzándose mucho en proyectar una imagen impecable de cara a la galería y solo aquellos que más cerca los tienen acaban viendo su otra cara y, desgraciadamente, preguntándose si lo que perciben es real o si están perdiendo la cordura.
Hablando con gente de mi entorno me di cuenta de que prácticamente todo el mundo se había topado con al menos uno en su vida, pero nadie había sabido ponerle nombre. «Mala persona», «tiene dos caras», «no me entra en la cabeza cómo ha podido hacerme esto», «no parecía ser así», «no tiene empatía», «se suponía que me quería», «si es que parecía perfecto»… Estas eran las frases más empleadas para describirlos, y la incomprensión, la emoción predominante en todas las víctimas, que, casualmente, siempre eran personas de buen corazón y con mucha empatía.
Durante mis estudios, estuve atendiendo a mujeres víctimas de maltrato por parte de sus parejas en Guatemala. Mis supervisores y tutores siempre hablaban de esta problemática etiquetándola como «violencia de género». Y sí, es innegable que existe y que es una espantosa lacra social, no hay más que encender la televisión y consultar la cantidad de víctimas para darse cuenta, pero explicar lo que algunas de esas mujeres estaban viviendo únicamente empleando el término «machismo» era claramente reduccionista, no abarcaba de ninguna manera la totalidad de esos casos. Muchos de esos hombres no solo eran machistas, sino algo mucho más grave e inmodificable.
La misoginia no te convierte en un gran actor y en un manipulador, no te hace desarrollar esa tremenda capacidad para engañar, atrapar y absorber hasta la última gota de vitalidad de una persona, como veíamos que hacían con nuestras pacientes. El machismo no explicaba por qué las técnicas de maltrato psicológico de un hombre a su pareja eran las mismas que las de un jefe despiadado a sus empleados o las de un padre o una madre desalmada con sus hijos. Había un patrón. Un patrón de personalidad que se repetía constantemente y de forma evidente, pero que nadie mencionaba en voz alta, ¡¿por qué?!
¿Por qué en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) solo se mencionan dos perfiles que podrían ser parecidos a estas personas, pero que claramente se quedan cortos?
1. El trastorno de personalidad antisocial, que, básicamente, hace referencia de forma poco precisa a la personalidad de un delincuente con tendencia al consumo, a las conductas de riesgo y al desinterés por socializar.
2. El trastorno de personalidad narcisista, que es un patrón de personalidad en el que domina la necesidad de admiración y la falta de empatía. Son personas que exageran sus logros y talentos, que esperan ser tratadas como superiores por el simple hecho de «ser ellas» y que creen ser especiales y únicas, por lo que sienten que solo pueden ser comprendidas o relacionarse con personas «de alto estatus». Como son personas muy egocéntricas y egoístas, se aprovechan de los demás para sus propios fines. Además, son envidiosas y tratan de restar importancia o atribuir fraude al éxito de los demás. En estas personas predomina su sentimiento de superioridad frente a los demás y por ello acaban siendo dañinas para quienes se relacionan con ellas. En este caso, dañan por egoísmo y desde el «yo, yo y, después, también yo». Podríamos decir que el daño que causan es la «consecuencia» de ese sentimiento de grandeza propia e inferioridad ajena, pero no tanto de la crueldad.
Es difícil actuar bonito con los demás cuando sientes que no te llegan ni a la suela de los zapatos.
Sin duda, el narcisista se parece más que el antisocial a la descripción que hemos hecho anteriormente del psicópata, pero, aun así, se queda corto. El psicópata es mucho más cruel que el que es únicamente narcisista y, a la vez, no tiene por qué ser un delincuente con poco interés en socializar como sería el antisocial. ¡Al contrario! Suelen ser grandes charlatanes. Como buenos camaleones que son, adaptan su forma de ser en función de la persona a la que quieran seducir y, cuando se la han ganado, muestran su verdadera cara.
En ese momento, gracias a las técnicas de manipulación que emplean y que explicaremos más adelante, siguen absorbiendo a la víctima hasta el punto en que ella, pese a ser consciente de que debe cortar con ese vínculo, siente que le es imposible. Se pregunta si es ella el problema, duda de su cordura, cree que está volviéndose loca, se siente perdida… Ha caído en un bucle del que le es muy difícil salir.
Lo curioso es que, pese a la experiencia de la víctima, el depredador tiene gente que lo admira y lo quiere. A veces, pasa totalmente desapercibido como una persona más que nadie diría que es capaz de ser así en el ámbito privado. Más bien todo lo contrario, ¡habrá personas decididas a defenderlos a capa y espada de cualquier acusación! También hay quienes nunca los detectarán porque son realmente buenos cayendo bien a quien les interesa tener a su favor. Digamos que son expertos en aparentar ser no solo personas cualesquiera, sino, incluso, personas excepcionales.
Este perfil más manipulador, dañino, camaleónico, interesado y estratégicamente inteligente nos va sonando un poquito, ¿verdad? Ya no solo hablamos del egoísmo, la prepotencia y la falta de empatía de un narcisista, sino que nos damos cuenta de que es más que eso: se trata de un perfil de personalidad más complejo al que, en criminología, muy acertadamente, se le llama «psicópata».
¿Qué sucede? Que en los manuales de referencia que empleamos los psicólogos y psiquiatras no está contemplado el término «psicópata» (aún), solo los dos anteriores, los cuales no acaban de describir la gran profundidad de un perfil como este.
Esto es un problema, porque los profesionales de la salud mental que nos ceñimos a estos manuales y no estamos especializados en el ámbito de la criminología, casi que nos vemos obligados a utilizar términos «aceptados» en nuestro ámbito, y el más cercano a la psicopatía es el de narcisismo, aunque se quede corto. A decir verdad, también es el que está más normalizado y nos suena «menos fuerte».
Por lo tanto, emplearé la palabra «narcisista» para aquellos momentos en los que predominen el egoísmo, la falta de empatía y el sentimiento de superioridad frente a los demás, y solo añadiré el término «psicópata» en los que la crueldad intencionada con la que actúan cobre tanto protagonismo que reducirlo solo a «narcisismo» me sea éticamente imposible, por mucho que ese concepto no aparezca en los manuales de diagnóstico, porque confío en que, tarde o temprano, se actualicen en este ámbito, ya que es muy necesario que tanto los profesionales de la salud mental como los de la justicia conozcan este perfil en profundidad para así poder prevenir y proteger al resto de la población.
Por eso aquí estoy, escribiendo un libro sobre ello, porque, independientemente de lo que digan los libros «de referencia», necesitamos saber qué pasa. Porque vivir en un mundo en el que nadie habla de estos depredadores es como vivir en un mundo en el que hay una enfermedad gravísima pululando por ahí, dejando víctimas y secuelas, pero que ni tiene tratamiento ni nos dicen cuál es la forma de prevenirla. Necesitamos ponerles nombre, identificarlos, protegernos y reparar el daño que nos hacen.
Y esto no se consigue desde la ignorancia.
Así que a abrir los ojos.
Introducción
El individuo que no sabe crear
decide destruir.
ERICH FROMM
¿En alguna ocasión te has preguntado una y otra vez el porqué de la conducta cruel de alguien sin conseguir llegar a comprenderla nunca?
Somos muchos los que nos hemos visto en la situación de tratar de entender las crueles actuaciones de otra persona, incluso de manera obsesiva. Alguien se comporta de una forma objetivamente malvada y hasta innecesaria, y nos obcecamos en comprender el porqué. Le damos cien vueltas, nos hacemos miles de preguntas, tratamos de ponernos en su situación, les atribuimos un terrible problema psicológico que justifique su forma de ser, un trastorno mental, algún trauma infantil, un problema que pueda estar generándoles mucho dolor y llevándolos a actuar de esta forma tan inadecuada, pero ni aun así conseguimos dar sentido a sus actos. ¿Por qué? Porque para dar explicación a su conducta estamos basándonos en nuestra forma de ser, en nuestra forma de entender el mundo, en nuestros esquemas mentales, en cómo funciona nuestra mente. Y, lamentablemente para nosotros, hay personas que no funcionan de esta manera. Hay seres humanos que no cumplen con lo que la mayoría de nosotros entendemos como evidente y normal, ni siquiera con lo más básico.
Es así como muchos de los comportamientos que concluimos como incomprensibles son, en realidad, obra de un psicópata o de un narcisista. El problema es que nunca se nos pasaría por la cabeza ponerle ese nombre a una persona que nos hace daño si es alguien a quien queremos. Hemos visto su parte buena, y es muy buena. Conocemos sus heridas de la infancia, que no son pocas. Entendemos su dolor y empatizamos con él. Amamos su parte buena y deseamos con todas nuestras fuerzas que esa sea la totalidad de su ser, pero no lo es. Por mucho que intentamos justificar su comportamiento, siempre nos damos contra un muro. El muro de la cruda realidad: sus actos nos dicen que no es una buena persona. Pero, aun así, ignoramos la intuición que nos grita la verdad para poder seguir aferrándonos a esa pequeña porción de ellos que tanto nos gusta y con la que nos conquistaron.
¿Cómo vamos a llamar «psicópata» o «narcisista» a la persona que nos ha criado? ¿Cómo vamos a ponerle ese nombre al amor de nuestra vida? ¿O a un compañero de trabajo que no ha cometido ningún delito? Suena mejor decir que «es tóxico», «está mal de la cabeza», «es una mala persona», etc., pero la realidad es que, en muchas ocasiones, se trata de eso que tanto nos cuesta afirmar en voz alta.
Una buena persona rodeada de las personas equivocadas sentirá que es «el problema». Sin embargo, un narcisista, esté donde esté, siempre será la persona equivocada.
A lo largo del libro, iré intercalando casos reales de personas a las que he acompañado, pero debes saber que todos los datos de personas y situaciones que podrían dar lugar a ser identificativos han sido alterados con el fin de preservar su anonimato.
PRIMERA PARTE
¿CÓMO SON LAS PERSONAS NARCISISTAS? APRENDE A DETECTARLAS
¿QUIÉN ES EL NARCISISTA?
Cuando alguien es un desalmado,
no hay persona que pueda construirle un alma.
LYDIA CACHO
Lo primero y más importante que debemos entender es que el narcisist