Prólogo
Apuesto que ya lo habrás notado, pero hay un zoo dentro de tu cabeza. Tienes un arca de Noé entre las dos orejas: monos, vacas, elefantes, tigres… ¿Acaso vamos a asistir a una disertación sobre zoología? Todo a su debido tiempo, lector, pero en esencia este libro va a tratar de explicarte cómo lidiar con todas esas especies que pueden haber colonizado tu cerebro, y cómo poner orden entre esa algarabía de mugidos, chillidos, rugidos y demás sonidos que conforman esa jungla mental en la que a veces te sumerges. Los trastornos de ansiedad tienen muchos rostros, y sin embargo hay una forma de ansiedad que atraviesa a todas las demás. La ansiedad generalizada es como una alarma que nunca se apaga y nos mantiene en un estado perpetuo de tensión y preocupación, en el que la mente se adelanta continuamente a posibles peligros que rara vez se materializan. La preocupación, la rumiación y la anticipación están presentes en todos los trastornos de ansiedad. Llámalo ruido mental, cháchara, mar de dudas, carrusel de los pensamientos o como quieras nombrarlo, pero tienes una mente que no para de hablar, que no piensa callarse y con la que más te vale aprender a dialogar (y, de paso, poner cierto orden en tu cabeza).
Estamos pagando una factura evolutiva. Poseemos un cerebro que no ha sido diseñado para la enorme complejidad del mundo que hemos creado. Somos poseedores de una mente que es capaz de adelantarse en el futuro y retroceder en el tiempo, como si fuera un DeLorean que se aventura por dimensiones paralelas a la realidad que presenciamos en el aquí y ahora. Todo este poder tiene el inconveniente de que no siempre somos capaces de manejarlo o de saber gestionarlo de forma adecuada.
Nuestra «mente de mono» tiene propensión a anticiparse a peligros y catástrofes que nunca ocurrirán, vivir en miles de futuros que no se materializan y aferrarse a pasados inmodificables. Por otro lado, el «cerebro de vaca» da vueltas una y otra vez sobre sí mismo, generando el pensamiento obsesivo, de ahí que podamos comparar esta cualidad mental con la acción de rumiar de una vaca. La ansiedad que nos genera un perjuicio se manifiesta a través de este tipo de mecanismos: la preocupación constante que nos mantiene vivos, pero también nos quita la vida, y la rumiación que busca soluciones, pero nos atrapa en laberintos de pensamiento sin salida. Ambas son respuestas evolutivas que, paradójicamente, se han vuelto contra nosotros en el complejo mundo en el que vivimos.
«Si tiene solución, ¿por qué te preocupas? Y si no tiene solución, ¿por qué te preocupas?». Este aforismo se le atribuye a Confucio. Supongo que se quedaría tan ancho después de decirlo, pero también es lícito suponer que probablemente continuó preocupándose después de haber llegado a esa conclusión. Por desgracia, las frases que se inscriben en pósters de amaneceres de dudoso gusto suelen ser difíciles de seguir. No significa que no respondan a una lógica clara, pero obvian que hablar sobre un concepto bienintencionado no se parece en nada a asirlo, a atravesarlo e interiorizarlo. Olvidan que nuestro cerebro sigue su propia lógica, y que si no lo entendemos bien estaremos dando palos de ciego.
Como alguien que ha padecido episodios de ansiedad intensos durante largo tiempo, al venirme a la cabeza frases como esa solía imaginarme a Confucio confundido, con la mirada perdida en algunos momentos de su vida o atenazado por la angustia cotidiana (quizá un hijo que le había salido rana, o algún problema con el emperador), y alguien a su alrededor diciéndole: «Pero, Confucio, ¿no habías dicho que no había que preocuparse?».
Una persona con ansiedad generalizada vive como si estuviera perdida en un laberinto sin salida. Cada pasillo que recorre está lleno de espejismos de preocupaciones y miedos, que distorsionan su percepción de la realidad. En cada giro busca una salida, pero solo encuentra más paredes, más espejismos. Sus pensamientos se convierten en acechadores susurrantes, convenciéndola de que nunca encontrará la salida, de que está atrapada allí para siempre. Al intentar retroceder, para recordar cómo entró, parece que cada paso hacia atrás la dirige a lo más profundo del laberinto.
Llevo veinticinco años atendiendo casos de ansiedad, y casi todos ellos han pasado por épocas en las que la ansiedad generalizada ha tomado el control. La ansiedad generalizada es diferente a la aguda, al ataque de ansiedad, y es más parecida a esa gota malaya que se usaba como elemento de tortura. Así se instala, gota a gota. La preocupación y la rumiación son parte de la composición cualitativa que hay en la etiqueta de la mayoría de los trastornos de ansiedad. Son dos acciones —y quiero usar intencionalmente este término y subrayarlo— que terminan volviéndose contra sus creadores.
En estas páginas trataré de analizar contigo lo que tal vez está detrás de tus noches de insomnio, en la opresión de tu pecho. Me interesa tanto el contenido de tus pensamientos como la función que esos pensamientos cumplen para ti. Alguien dijo que la definición de inconsciencia es la de esperar distintos resultados haciendo lo mismo una y otra vez. Por eso me gustaría arrojar algo de luz para que no andemos a ciegas, para tener una experiencia más consciente que haga que no demos vueltas en círculo y volvamos a la casilla de salida una y otra vez.
En primer lugar vamos a tratar de entender nuestro particular zoo mental y aprenderemos un glosario de definiciones que nos servirá para nuestro cometido. La ansiedad, al no tener palabras claras ni definiciones precisas, genera confusión, lo que nos lleva a engancharnos más a ella.
Para entender todo esto nos será muy útil conocer la dinámica de nuestro querido cerebro. No temas, no vamos a dar ningún curso de anatomía, ni vamos a tener que memorizar nada especialmente complicado; solo necesitamos entender que nuestro encéfalo es una maravilla biológica, pero que quizá debamos tener en cuenta que el pobre se ha visto un poco sobrepasado por los acontecimientos, y que tenemos que traducir sus señales y adaptarlas.
¿Alguna vez has pensado que cuando nos nutrimos somos muy exquisitos con respecto a qué tipo de alimentos ingerimos, pero no hemos aprendido a hacer lo mismo con nuestros pensamientos? Mientras las estanterías de las librerías se inclinan bajo el peso de
