Antimeditaciones

Victor Amat

Fragmento

Lo que todo escolar debe saber sobre la vida

Ilustración decorativa

Si alguna vez has echado un buen polvo y ha sido más rápido de lo previsto, estoy convencido de que te hubiera gus­tado alargarlo. No soy un mentalista, pero sé que al leer la frase que titula este capítulo, ese perezoso cerebro tuyo tenía otro final: «Lo bueno si breve, dos veces bueno». Lo has escuchado tantas veces que no lo pones en duda.

Has de reconocer que la mayoría de la gente cuando le sueltan una afirmación que suena bien la acepta sin cuestionarla. Lo ideal, por el contrario, sería pensar primero y dilucidar después si eliges creerla. Si, has leído bien: tú decides si quieres tragártela.

Pero, lo que sucede en realidad es muy sencillo: muy poca gente lo hace así y por eso somos esclavos.

Estás cautivo por no pensar.

Esa es una pandemia más grave y fulgurante que la gripe. Está ocurriendo en todo el mundo occidental y cada vez es más fácil que nos comportemos como gilipollas en masa. Suelo preguntarme por qué venden tanto los gurús que proclaman a los cuatro vientos recetas infalibles para vivir la vida, y tiendo a encontrar pocas respuestas. La más fiable es que descubrir la peligrosidad de la existencia es peor que pasar por un campo de minas. Es por eso que, si no has madurado esa verdad en tu interior, aun teniendo cien años, vas a necesitar que tus «papás» te digan lo que has de hacer para ser buena gente.

Te voy a contar que eso es lo que hicieron hace muchos siglos algunos filósofos, pensadores y, también, los poderosos; esto es, escribir reglas y preceptos para que podamos convivir y, también, para aborregar a la peña.

Adivina qué tienen en común nombres tan famosos como Marco Aurelio, Confucio, Pablo de Tarso, Mao, Hitler y hasta el psiquiatra guapo de tu barrio: todos tienen su libro de cómo debes actuar para no tener problemas.

Pretendo ser el grano en el culo de toda esa gente y he conseguido que te gastes la pasta en un libro que quiere volar las costuras de tu masa gris. Me gustaría que salgas de esa cómoda autopista de peaje mental por la que viajas y te pierdas por las pistas forestales de la reflexión. Sé que piensas que voy a ganar poco dinero con ese propósito, pero no tengo remedio. Quiero ser honesto y mi experiencia como psicólogo me ha enseñado que no debo decirte qué has de hacer con tu vida, ya eres mayor y no crees que la Tierra sea plana.

Descubrir el punto J

Aunque no lo encontremos ni con un letrero de neón anunciando dónde está, todos hemos oído hablar del punto G. Reconozco que es un tema interesante, pero no soy un especialista cualificado en este asunto. Lo que me mola a mí es hablar del punto J.

El punto justo.

Todo el mundo puede seguir las modas, como quien abraza farolas o árboles, aunque es bastante ingenuo. Ahora, ir de impasible se está poniendo en boga y voy a demostrarte que querer ir de tipo duro por la vida es tan gilipollas como ser una florecilla del campo que piensa que todo es maravilloso. Mi viejo solía decir: «Todos los excesos perjudican y hay que tener mesura hasta en la mesura», y estoy convencido de que hasta el más sabio de los pensadores estaría de acuerdo.

Ser impasible frente a las dificultades, actuar en modo justo y racional, es un discurso en alza, y para poder hablarte de esto, me he documentado mucho.

Presta atención a las siguientes frases que encontré en una página web a la que fui a parar al documentarme:

• «Vive sin miedo».

• «Rodéate de los mejores».

• «Lucha por tus sueños».

• «Afronta la vida con actitud positiva».

• «Domina tus emociones y busca la virtud».

¿Qué tienen en común?

Son frases extremas. No te permiten ubicarte en un lugar intermedio. Lo que te están diciendo es que, si tienes miedo, te rodeas de algún mediocre, abandonas un sueño o te levantas con el pie izquierdo, eres tonto de los cojones.

Pero esto no es así, nada es tan sencillo y la clave está en encontrar la medida correcta de las cosas. Soy sincero, alcanzar este nivel de conocimiento es un asunto difícil y por eso vendo menos libros que el vendehúmos de turno. Ser sabio es sacar adelante tus proyectos aun cagado de miedo, querer a tu gente, aunque no sean brillantes y esforzarte lo suficiente en lo que vale la pena. Si alcanzas ese objetivo, tendrás una buena vida. Por el contrario, si te zampas las recetas que encuentras por ahí sin pensarlas demasiado, sufrirás malas digestiones, te lo aseguro. Estoy harto de ver la diarrea mental que muestran las personas frustradas por albergar expectativas absurdas.

No dejes que te engañe el título del libro, no he escrito un ensayo sobre estoicismo. No soy tan sabio para meterle el diente a una filosofía tan antigua. La cuestión aquí tiene que ver con mi trabajo como psicólogo desde antes de que cambiáramos de milenio. Lo que quiero es que pienses.

Eso sí es radical.

Explorar versus creer

En esencia, te veo más como un científico explorador que como a un borrego en su rebaño, de modo que te propongo una investigación a través de algunos de mis pensamientos recopilados con el paso de los años. Déjame que te confiese que soy tan friki que cuando escucho o leo algo, le doy la vuelta y acabo apuntándolo. Siempre aparece en mi mente, como una maldición, lo contrario a lo que me dicen.

Antes, lo hacía en una libreta que siempre llevo encima, pero, de un tiempo a esta parte, lo apunto en la aplicación de notas de mi teléfono. ¡Menudo inventazo!

Quizá pienses que debo de tener mucho ego, pero llevo años escribiendo mis reflexiones. Así que se me ocurrió hacer una compilación de esos pensamientos en forma de aforismos, con la intención de detener tu mente por un instante. Soy fan de las citas y de los pensamientos que te dejan sin aliento. Y como adoro ganarme la vida juntando cosas que me gustan, aquí he mezclado el pensamiento crítico con frases ostentosas cargadas de mala leche. Te juro por los dioses del Olimpo que luego te cuento más sobre eso.

A mí no me hagas caso, no compres lo que te digo porque no deseo convencerte de nada. Con infinita humildad, te invito a derribar algunos mitos. En mis libros anteriores te llevé a las trincheras punk y, como los ensayos filosóficos suelen ser más aburridos que un ascensor sin espejo, quiero hacerte pensar mientras te partes el culo. Es la mejor manera de poner en forma a tu cerebro.

Tenemos chico nuevo en la oficina

El mundo de la autoayuda y el crecimiento personal es un ejemplo de cómo se adapta el marketing a los cambios de paradigma del pensamiento. El capitalismo es como el plástico en el mar, siempre flota. Durante décadas, lo que he llamado «pensamiento naif», heredero de la cultura hippy, ha imperado en el discurso del bienestar. Hemos tenido una psicología bienintencionada, con mensajes de perdón, agradecimiento y todas las zarandajas que recuerdan bastante a los evangelistas de antaño. El pensamiento y la actitud positivos han sido un terreno abonado para que no te quejes de las carencias sociales y te culpes de que las cosas te vayan mal. Así que si no tienes dónde caerte muerto, eres un vago y no estás poniendo toda la carne en el asador.[1]

Pues bien, como el rollo happy flower va cambiando, ha llegado un forastero a la ciudad: el estoico 2.0.

Parece que si adoptas la fe de Zenón de Citio, que sobrevivió a un naufragio y montó una escuela de autoayuda hace dos mil trescientos años, ha habido un giro grande, ¿verdad? Puede que creas que siguiendo sus preceptos y los de sus seguidores, como Epicteto, Marco Aurelio, Séneca y otros más, ya no serás un ingenuo y te convertirás en un Steven Seagal del pensamiento, ¿no es así?

Vamos a examinarlo.

El estoicismo es una escuela filosófica que apela a la virtud, a la sabiduría a través de la razón y del control de las emociones. Para que nos entendamos, el estoico es alguien que sigue la máxima «Haz lo que está bajo tu control y sé impasible frente aquello que no depende de ti». La virtud para el estoicismo es la búsqueda del autoperfeccionamiento, tratar de ser un atleta de élite de la vida. A lo Rafa Nadal. Trata de que busques un ideal de ti mismo, el rollo ese de «sé tu mejor versión», vamos.

Si echas un vistazo rápido a los que promueven ese movimiento y sabes qué buscar puede que encuentres alguno bueno, pero si no eres experto, hallarás infinitas versiones machirulas de Terminator. En YouTube he visto a entrenadores de fitness animándote al estilo Clint Eastwood en El sargento de hierro, a nutricionistas buenorros diciendo que si eres obeso es porque quieres y no tienes cojones. He escuchado a ex­pertos en seducción decir que ellas nos prefieren duros y sin corazón. Deben de ser mujeres con bajo coeficiente intelectual, que son las subyugadas por ese tipo de técnicas para idiotas. Bajo ese paraguas basado en el pensamiento clásico, puedes meterle la mierda que quieras. Dices una memez, lo pintas de frase de Séneca, añades un fondo de piano en un vídeo y a vivir del cuento

Te lo digo de otra manera: «Pasa de criptos, bro. Compra acciones de Estoicismo S. L. porque va a estilarse mucho en los próximos años». Frente al pensamiento fluido, ¡alguien tiene que poner la testosterona sobre la mesa! ¿Quién?

El chico nuevo de la oficina.

Triple flipe

Como no estoy haciendo un tratado sobre filosofía, voy a ser escueto para no marearte, el discurso estoico, aplicado a la vida cotidiana, propone tres ideas que tener en cuenta. Aquí te lo escribo para que se lo cuentes a tu tía:

1. Distingue entre lo que puedes controlar y lo que no

• Pon atención a cómo reaccionas frente a lo que sucede.

• Te estresas por pensar en el pasado y el futuro. Son aspectos de tu vida que no puedes cambiar.

• Ejemplo: si tu tía se queda sin curro, puede mejorar su formación y su currículum en lugar de agobiarse y pensar que estará en la ruina.

2. Cultiva la virtud

• Tu felicidad y tu paz interior no dependen de los factores externos, sino de tu carácter.

• Las cuatro virtudes que has de tener o eres más flojo que la gelatina de fresa del geriátrico de tu abuela son: sabiduría, justicia, coraje y templanza.

• Ejemplo: dile a tu tía que lea filosofía a las cinco de la mañana mientras la ciudad duerme, puede ir a conferencias, asistir a encuentros filosóficos o apuntarse al crossfit del barrio para intercambiar conocimientos profundos.

3. Acepta lo que es

• Acata la realidad, hasta las mierdas, sin juzgarlas ni tratar de cambiarlas. Sé impasible frente a ello.

• Resistir lo inevitable te hará sufrir como un tocino.

• Ejemplo: si tu tía se está divorciando de un pendejo, puede sentirse triste, pero sin obsesionarse con el pasado o culpar a su pareja. Ha de enfocarse en sanar sus emociones y construir una nueva vida.

¡¿Cómo se te queda el cuerpo? Nuestro recién llegado, henchido de sabiduría, nos ha dado tres claves chiripitifláuticas para que te conviertas en un marine de Estados Unidos de América pero con otro aguilucho en la bandera. Vigila que no te la quieran meter doblada porque esto es un más que flipe: es tres veces flipe.

¿La respuesta a Mr. Wonderful?

Si en algún momento has pensado que este tipo de pensamiento para tipos duros es la respuesta a Mr. Wonderful, eres más ingenuo que creer que un rey trabaja. En realidad, las propuestas del estoicismo, grosso modo, son la misma patraña que el wonderfulismo. Volvamos a tu tía, por ejemplo:

1. Tu tía no sabe o no puede distinguir las cosas que puede o no controlar. Es de las que piensa que su ex debería cambiar y ella se esfuerza para ello. No sabe dejar de pensar en el pasado y no puede manejar su futuro catastrófico en su mente. ¿Qué hacemos? ¿Le echamos una bronca? ¿Insistimos en que cambie porque es idiota?

2. Rota por el duelo, las emociones pueden con ella, está triste, se cabrea, etcétera. ¿De dónde sacas que tenga templanza, justicia y la valentía de Lara Croft?

3. No puede estar impasible frente al dolor y no puede ser justa porque la decepción nubla sus comportamientos.

Si a ella le sucede todo esto, te felicito, tienes una tía normal. Un ser humano que, frente al sufrimiento, se repliega y retuerce hasta que pueda asimilar lo ocurrido. Así de fácil, la hermana pequeña de tu madre es como tú y como yo, como Shylock, el personaje de El mercader de Venecia, la famosa obra de Shakespeare:

Y todo ¿por qué? Porque soy judío. ¿Y el judío no tiene ojos, no tiene manos ni órganos ni alma, ni sentidos ni pasiones? ¿No se alimenta de los mismos manjares, no recibe las mismas heridas, no padece las mismas enfermedades y se cura con iguales medicinas, no tiene calor en verano, y frío en invierno, lo mismo que el cristiano? Si le pican, ¿no sangra? ¿No se ríe si le hacen cosquillas? ¿No se muere si le envenenan? Si le ofenden, ¿no trata de vengarse? Si en todo lo demás somos tan semejantes, ¿por qué no hemos de parecernos en esto? Si un judío ofende a un cristiano, ¿no se venga este, a pesar de su cristiana caridad? Y si un cristiano a un judío, ¿qué enseña al judío la humildad cristiana? A vengarse. Yo os imitaré en todo lo malo, y para poco he de ser, si no supero a mis maestros.

Cambia la palabra «judío» por «persona», y ya lo tienes. Ser humano comporta algo que no puedes evitar: la vida te afecta. El pensamiento naif es creer que puedes superponer una emoción agradable a otra que no lo es. Esto no funciona así, si estás psicológicamente sano no puedes no sentir. Tratar de hacer eso es como pensar que el monstruo de tu habitación no te comerá porque te tapas con la sábana.

La mierda de la disociación

Una de las maneras de salir adelante cuando lo emocional duele a lo bestia es desconectarte de lo que está ocurriendo. Es como si pudieras salir del cuerpo para no sentir. Estás ahí, pero como si fueras de hielo, o cartón, y te sientes medio a salvo. Eso pasa en las experiencias traumáticas, cuando te enfrentas a situaciones críticas, accidentes, guerras, violaciones o maltrato. No hablo de que tu madre te dé un cachete por esconder una bola de carne masticada en una servilleta. Me refiero a cuando la vida te jode de verdad.

Disociarse es algo corriente, puede ayudarte en esos primeros momentos pero, si no integras lo vivido, es decir, si no aprendes a volver a conectar con lo que sientes, las consecuencias psicológicas de ello, para ti y los demás, son devastadoras. La disociación, cuando es la única opción para vivir, te vuelve majara de verdad.

Virginia Woolf, la gran escritora, sufrió abuso cuando era niña por sus hermanastros veinte años mayores que ella. En esa misma época, murió su madre, a la que adoraba. La situación traumática duró mucho tiempo, y a pesar de tratar de digerir lo ocurrido con la escritura, acabó tirándose al río envuelta en su abrigo lleno de piedras en un gélido mes de marzo. A sus siete años, al ver a su mamá agonizando, dijo: «La veo morir y no siento nada». Esas son las consecuencias de vivir disociado de ti mismo.

El asunto es sencillo de entender: te joden, duele mucho, te desconectas, sufres esa disociación, tratas de integrarla y lo logras. O no.

Este no es un libro sobre trauma, no voy a darte una charla con eso, pero quiero advertirte de los peligros de intentar que las cosas no te afecten. Verás, a la capacidad de salir adelante de una manera digna de una infancia o de un acontecimiento traumático los psicólogos la llamamos «resiliencia». Resiliente es la persona que no solo sobrevive a un palo tremendo, sino que logra digerirlo conectándose a sí misma. No es nada fácil, y hablar de esto me está dando ideas para otro libro. (Por favor, ¡que alguien me pare!).

Si has superado un divorcio, aunque lo pases fatal, eres una persona normal. Si has sobrevivido a tres años de asedio en Gaza y llegas a la costa italiana en patera después de ser violado y golpeado en la costa de Libia, eres resiliente. ¿Se ve la diferencia?

Mi amigo, el profesor de filosofía y psicología Carlos Javier González Serrano, autor del libro Una filosofía de la resistencia, vino a presentar su obra a Barcelona. Excelente orador, explicó muchas cosas sobre lo que lo llevó a escribirlo. En la ronda de preguntas, le pregunté su opinión acerca del auge del movimiento neoestoico y respondió lo siguiente: «Viktor Frankl, un psiquiatra que sobrevivió al campo de concentración, se refirió a la resiliencia para describir cómo superó esa desgracia en la que murieron sus familiares cercanos. Pienso que una sociedad que recomienda a la gente a tener resiliencia es un campo de concentración». ¡Hostia, qué frase!

Disociarse, tratar de negar el dolor y animar a alguien a que pase página sin elaborarla forma parte de una psicología de centro de exterminio, en la que el sistema trata de que no te quejes, que aguantes y revientes mientras te explota.

Mr. Wonderful con camiseta imperio

Pues bien, ya tenemos pintado el cuadro de la situación, la psicología happy flower ha intentado que, si estás mal, sientas otra cosa. O lo que es lo mismo, «no tienes motivos para estar jodido, así que sonríe y agradece a la vida la oportunidad de aprender algo de esto», y el chico recién llegado a la oficina nos ofrece un discurso innovador: «No tienes motivos para estar jodido porque cómo reaccionas a lo que te pasa depende solo de ti. No sientas, y ya está».

Puede que quien logra estar disociado de sí mismo sea por una de estas razones, o ha sufrido graves traumas o es un psicópata, o ambas a la vez.

Te voy a decir una cosa y, si eres neoestoico o algo parecido, me vas a hacer hate. Estos gurús que te dicen que todo depende de ti, que seas tan impasible como John Wick frente al malestar, son Mr. Wonderful con olor a sudado. Diferente receta, pero mismos ingredientes.

Unos son paella y los otros, arroz con cosas.

Epicteto y el tío Tom

Epicteto fue un gran filósofo que vivió hace dos mil años. Nacido en Turquía, en la actual Pamukkale, vivió como esclavo durante mucho tiempo. Fue desarrollando su pensamiento a lo largo de muchos años, y no se sabe muy bien ni cómo ni por qué, su amo Epafrodito, lo liberó. La cuestión es que Epicteto se piró a Grecia y montó una escuela de filosofía, al estilo de Sócrates. Muchos romanos de la alta sociedad visitaron su escuela, por lo que se ha considerado que no fue demasiado crítico con la esclavitud. Realmente su biografía no es muy clara, pero se sabe que su dueño, por el motivo que fuera, lo mandó a estudiar con grandes filósofos. No parece que estuviera picando piedra, bajo el sol abrasador, en las canteras de mármol.[2]

Como en el libro de La cabaña del tío Tom, en la que Tom es un esclavo que está contento con su condición, no puedo dejar de pensar que Epicteto fue un esclavo favorecido. No estoy diciendo que algunas de sus ideas no sean buenas, solo pretendo que te des cuenta de que su experiencia de cautividad no fue la más común. Lo normal siendo esclavo es que te den bastante por saco, te peguen latigazos, violen a tu madre y destrocen tu identidad.

Marco Aurelio y la madre que lo parió

Si Epicteto fue un siervo poco común, ¿qué te voy a contar de Marco Aurelio? El bueno de M. A., además de filósofo, fue el puto emperador de Roma.

Ahí es nada.

En su libro Meditaciones[3] da un sermón que flipas sobre cómo debes manejarte por la vida y ser un ciudadano ejemplar. Se tr

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