Cuentos de San Petersburgo

Nikolái V. Gógol

Fragmento

Prólogo

PRÓLOGO

Gógol o la invención de

la literatura moderna

1

La literatura de Nikolái Gógol surge a medio camino entre el romanticismo y el realismo, pero no constituye un espacio de transición, sino el umbral de esa forma moderna de narrar que asociamos a Kafka, Dostoievski, Melville, Robert Louis Stevenson o Robert Walser. Gógol descubrió que la mejor forma de retratar la vida consistía en deformarla, combinando lo ordinario con lo fantástico, lo grotesco con lo previsible, lo insignificante con lo terrorífico, pero sin ese énfasis retórico que había caracterizado a los escritores románticos. En sus Cuentos de San Petersburgo, que reúne cinco relatos o novelas breves publicados entre 1835 y 1842, Gógol aplicó esta fórmula, logrando captar el espíritu de una ciudad que adquirió el sobrenombre de la «Venecia del Norte» gracias a sus puentes, canales, palacios e iglesias. Con su estilo barroco y neoclásico, San Petersburgo impugnaba el mito de que el Imperio ruso se hallaba más cerca de esa Asia reacia a la modernidad que de la refinada Europa. El esplendor de una ciudad que se convertiría en uno de los primeros escenarios de la Revolución rusa creaba el espejismo de un mundo iluminado por la razón, tal como habían anhelado los filósofos de la Ilustración, pero no todo era racionalidad, prosperidad y belleza, como advirtió Gógol. La miseria y lo sobrenatural circulaban por los estratos más profundos de la urbe, cuestionando esa imagen impoluta que exaltaban los cronistas de sociedad. Gógol abordó simultáneamente ambas dimensiones, alumbrando un mosaico donde el protagonismo está repartido entre la ciudad y los personajes. Algo similar a lo que haría Joyce con Dublín o Christopher Isherwood con Berlín.

Nikolái Gógol fue un hombre extraño y paradójico, con un talento descomunal y un alma atormentada. Nació el 1 de abril de 1809 en Soróchintsi, un pueblo de la región de Poltava, que actualmente pertenece a Ucrania. Creció en el seno de una familia de la baja nobleza rutena. Entre sus antepasados había nobles polacos. De hecho, su apellido completo era Gógol-Yanovski, pero el escritor prefirió prescindir de la segunda parte, que le parecía un añadido artificial. La infancia de Nikolái discurrió en la aldea de Vasílievka, cerca de Dikanka. Allí se familiarizó con el folclore ucraniano, un material que explotaría en su primer libro de relatos. A los quince años, perdió a su padre, autor de comedias caseras que escenificaba con su esposa en casa de un pariente lejano. Nikolái se aficionó al teatro y la literatura en la biblioteca de ese pariente, abarrotada de clásicos rusos y extranjeros. Durante su estancia en la Escuela Superior de Niezhin escribió para revistas estudiantiles, pintó decorados teatrales y destacó como actor cómico.

En 1828 Gógol se estableció en San Petersburgo con la esperanza de iniciar una carrera literaria o trabajar como actor, pero no lo consiguió y la urgencia de sobrevivir le obligó a colocarse en el Departamento de Hacienda, ocupando un puesto sin importancia. A pesar de eso, siguió escribiendo y pagó de su bolsillo la publicación de un poema juvenil, «Hans Küchelgarten», una pieza romántica que esboza el tema central de su obra: el conflicto entre la realidad y los sueños. La obra, que apareció firmada con el pseudónimo V. Álov, fue un fracaso. Abatido, Gógol compró todos los ejemplares y los destruyó. Dos años más tarde, hizo amistad con Aleksandr Pushkin, que le animó a perseverar en su vocación. El éxito llegó con Los atardeceres cerca del caserío de Dikanka, una colección de relatos inspirados en recuerdos de infancia y en las fiestas, leyendas y tradiciones ucranianas. El reconocimiento obtenido le permitió abandonar su puesto de funcionario y lograr una plaza de profesor adjunto de la Cátedra de Historia Universal de la Universidad de San Petersburgo, pero enseguida abandonó el aula, pues no se sentía cómodo impartiendo clases.

La novela Taras Bulba, ambientada en el mundo de los cosacos, afianzó su fama, pero el estreno en 1836 de la comedia El inspector, una sátira despiadada de los peores aspectos de la sociedad rusa, desató un alud de críticas hostiles. El público le dio la espalda y el escritor, sorprendido por el rechazo y la incomprensión, se marchó al extranjero. Durante cinco años, viajó por Italia, Alemania, Suiza y Francia. En Roma, trabajó en Almas muertas, su obra maestra. Cuando recibió la noticia de la muerte de Pushkin en un duelo amañado —manipularon su pistola, privándole de cualquier posibilidad de defensa—, su ánimo, ya maltrecho, empeoró trágicamente. Gógol anotó: «Mi vida, mi gran deleite, murió con él». El escritor había heredado el temperamento depresivo de su padre y, con la edad, se había acentuado su tendencia a la soledad y la melancolía. Su apatía a veces se transformaba en ira, lo cual no facilitaba la relación con los demás. En 1839 regresó a Rusia y publicó, no sin problemas con la censura, la primera parte de Almas muertas, cosechando el apoyo de los círculos reformistas, que interpretan la novela como una denuncia descarnada de los males del imperio. Gógol se propone emular la Comedia de Dante. La primera parte de Almas muertas se correspondería con el infierno. La segunda y la tercera describirían el purgatorio y el paraíso. El proyecto nunca llegó a realizarse.

Gógol trabajó intensamente en la segunda parte de Almas muertas, pero no consiguió avanzar. Su mente iba hundiéndose en un estado cada vez más sombrío. Siempre había sido muy religioso y pensó que peregrinar a Jerusalén aliviaría su sufrimiento psíquico. Su viaje a Tierra Santa, que incluyó la visita a un monasterio, fortaleció su deseo de purificar y renovar su alma. A partir de entonces, su meta será convertirse en un hombre espiritual, imitando la vida de los monjes. A su regreso a Rusia, escribió a sus amigos, explicándoles su evolución. No se contentó con abrir su corazón en privado. Reunió pasajes de su correspondencia y los publicó con el título Páginas selectas de cartas a mis amigos. En esa pieza tardía defiende la autocracia, la servidumbre, la pena capital, la obediencia al poder político y religioso; es decir, todo lo que había criticado en la primera parte de Almas muertas y en El inspector. En sus cartas, Gógol escribe como un profeta, con un tono moralizante y bíblico. Su giro ideológico irritó profundamente a los liberales. El filósofo y crítico literario Visarión Belinski lo acusó de haberse convertido en un «predicador del látigo y un apóstol de la ignorancia». El encuentro con el padre Matvéi agudizó la religiosidad de Gógol. Se dice que el sacerdote ortodoxo fue el que le sugirió quemar la segunda parte de Almas muertas, que iba a titularse Almas blancas. Otros dicen que fue un acto de impotencia, pues el escritor sentía que había perdido la inspiración.

Gógol pasó sus últimos años en una casa de dos plantas del bulevar Nikitsk

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