Carta de batalla por Tirant lo Blanc

Mario Vargas Llosa

Fragmento

PRÓLOGO

Prólogo

En aquella aula de la vieja San Marcos —era el año 1953 o 1954— el profesor de Literatura Española del Siglo de Oro despachó una rápida diatriba contra las novelas de caballerías que —averigüé después— había tomado de Menéndez y Pelayo. El espíritu de contradicción con que he nacido me llevó a la añosa biblioteca llena de telarañas de la casona sanmarquina y el azar, o Dios, si existe, puso en mis manos la edición del Tirant lo Blanc de Joanot Martorell publicada por Martí de Riquer en 1947. Leer ese libro fue una aventura que, creo, cambió para siempre la vida del furioso lector que ya era y del escritor que soñaba con ser.

No sólo gocé sumido en las épicas, risueñas, disparatadas, sensuales y delirantes hazañas de Tirant y su corte. También, gracias a ellas, descubrí esa vocación proliferante y deicida de la novela, su irresistible propensión a crecer y multiplicarse, enfrentando al mundo, a la vida, a la historia una réplica de imaginación y de palabras que los imita a la vez que los niega, que desafía a Dios, rehaciendo —corrigiendo, mejorando o empeorando— la realidad que creó.

Los ensayos de este libro son testimonios de mi fidelidad al entusiasmo y felicidad que he sentido cada vez que he leído, o releído en todo o en parte, la extraordinaria novela de Joanot Martorell. Los escribí en distintas épocas y siempre guardaré gratitud a Jaime Salinas, entonces director de Alianza Editorial, que fue el primer editor al que pude convencer de que encargara una nueva traducción al castellano del clásico valenciano, y a Carlos Barral, que, poco después, se animó también a hacer una edición popular de esa obra maestra.

MARIO VARGAS LLOSA
Lima, abril de 2008

CABALGANDO CON TIRANT

Cabalgando con Tirant

Los ensayos que componen este libro fueron escritos a lo largo de treinta años. Son hitos de una ininterrumpida, apasionada y apasionante relación con el Tirant lo Blanc. Cuando llegué a España, de estudiante, en 1958, me sorprendió lo desconocida que era para el lector medio español la novela que, desde que la descubrí en una biblioteca limeña, me había impresionado como una cumbre del género. Confinada en cenáculos de especialistas, ni siquiera había ediciones —catalanas o castellanas— al alcance del gran público.

Desde entonces traté de convencer a los editores que se ponían a mi alcance para que hicieran una edición popular del Tirant lo Blanc. Me llena de vanidad haber vencido las reticencias de Carlos Barral a leer el libro, primero, y, luego, a hacer en Seix Barral una edición comercial de la novela. Se hizo, en 1969, en dos volúmenes de la «Biblioteca Breve de Bolsillo», preparada y prologada por Martí de Riquer. Que se agotara en pocos meses fue una rotunda demostración de algo que siempre sostuve: que, pese a sus larguras y a lo intrincado de su prosa, Tirant lo Blanc podía ser leída y gozada en su lengua original por cualquier hispanohablante someramente culto.

De la traducción anónima al castellano de 1511 había una reedición en el tomo de Libros de caballerías españoles, de Aguilar (edición de Felicidad Buendía, Madrid, 1954), donde aparecía acompañada de El caballero Cifar y el Amadís de Gaula. Pero la letra microscópica y el papel biblia de aquella impresión exigían lectores de ojos heroicos. (Uno de ellos fue Luis Martín-Santos, el único escritor español entre los que frecuenté en los años sesenta que lo había leído —en dicha edición— y compartía mi entusiasmo por el libro.) Esta traducción de época tiene una frescura salvaje, el encanto de ciertas cosas bastas y primitivas, pero, además de tomarse excesivas libertades con el texto, como añadidos y enmiendas, es incompleta pues el traductor —o el editor vallisoletano Diego de Gumill— se permitió suprimir páginas y frases del original.

Jaime Salinas, que dirigía entonces Alianza Editorial, se animó a encargar una nueva versión castellana, íntegra y fidedigna. La hizo J. F. Vidal Jové y apareció en dos tomos, en «El Libro de Bolsillo», en Madrid, en 1969. Para prólogo de ella escribí el primer ensayo de esta compilación, cuyo título belicoso se explica, tal vez, por el carácter arriesgado y desafiante, de libro difícil que sale a conquistar lectores, de aquella edición, la que, para desagravio de Joanot Martorell y felicidad mía, se ha reimpreso desde entonces varias veces.

El segundo ensayo fue una conferencia en el Instituto de España en Londres, en marzo de 1970, en un mínimo homenaje al autor del Tirant lo Blanc que me permitió organizar don Carlos Clavería, director de aquella institución. El texto sirvió luego de prólogo a una edición de la correspondencia de Joanot Martorell, que hicimos con Martí de Riquer en Barcelona, en 1972, y que auspició también Carlos Barral, en Barral Editores. Fue para mí emocionante compartir esta pequeña aventura editorial con quien mejor conoce en el mundo la obra y la época de Martorell y con quien ha escrito con tanta sabiduría sobre las calumniadas novelas de caballerías.

El tercer ensayo fue leído en el simposio convocado por la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, en noviembre de 1990, para celebrar el quinto centenario de la primera edición del Tirant lo Blanc. Participaron profesores y críticos venidos de Estados Unidos, Alemania, Italia, Francia y creo que algún otro país, además de los españoles. Y con motivo de ese aniversario, tanto en Barcelona como en Valencia, además de seminarios y artículos en homenaje de Martorell, se exhibieron las viejas y las nuevas traducciones, las ediciones ya hechas y se anunciaron varias haciéndose. La proliferación de trabajos académicos que, en distintos lugares del mundo, analizan, interpretan o cotejan el libro es tal que va siendo difícil mantenerse al día. La novela que yo divisé por primera vez, a mediados de los cincuenta, en la polvorienta biblioteca de la Universidad de San Marcos, ha escapado de la cárcel universitaria y de la mano de muchísimos nuevos lectores, ganado derecho de ciudad. Por estúpido que parezca, no puedo dejar de sentir que esta resurrección y apoteosis del Tirant lo Blanc es también una victoria mía, algo que de algún modo recompensa la fidelidad del más intransigente de sus valedores.

Lima, 3 de septiembre de 1991

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