Mi papa me mima

Patxi Irurzun

Fragmento

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Índice

Portadilla

Créditos

MI PAPÁ ME MIMA

El bebé lechuza

La tahona mágica

Un hombre a una silleta pegado

Popó

El niño croqueta (playa o montaña)

Un mundo sin niños

Moda otoño-invierno

¿Buscáis la fama?

Tócala otra vez, H

Carnaval, te quiero

Insomnio (forzado)

¿Quieres pis, H?

El rey de la carretera

Superabuela al rescate

Un arrebato de amor

Una habitación sin vistas

De picnic en la maternidad

Asunto: H no quiere una hermanita

Riesgos laborales

Parecidos ¿razonables?

De Rodríguez con trancazo

El perseguidor

Un secreto a voces

Personalidad múltiple

Emociones fuertes

Mil dolores pequeños

¿Granito o silestone?

Las fiestas del pueblo

Embarazado

Falsa alarma

Doctor H y Mister Hyde

A quien corresponda

Como pez en el agua

Dieciséis borrachos en el cofre del muerto

La vía láctea

Callejeros

Momentos inolvidables

Neumococos y dibujos animados

Seis grados de separación

El tiovivo de la vida

Blop, blop

Tarzana

Tecnología y primeros pasos

Boda para cuatro

Mi papá no me mima

El muñeco de nieve más feo del mundo

Minimudanzas

Bola de partido

Macaco, Pablo y el vecino

La fabulosa niña de goma

Un día de playa

La niña-pegatina

Mi momento del día

Intrusos

Dieta milagrosa

Don Padre Perfecto

Efectos secundarios

Desquiciado

Chupetes

El bolso de Sport Billy

Cambio climático

Arrivederci

Proximamente...

Pulgones

La piel nueva

El ladrón accidental

Ratones

Bizcocho

Si hoy es martes, esto es Bélgica

El ogro del segundo D

Ratoncito Pérez

Los niños mutantes

El largo camino de regreso a casa

Los Dalton

Canguros

Función nocturna

Making of

Extraescolares

El grito

Mi peluquera antibiótica

Punto y aparte

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MI PAPÁ ME MIMA

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EL BEBÉ LECHUZA

Mi hijo H es una lechuza. Nos lo dijo una pequeña indígena que vendía colgantes con los signos del zodiaco maya en las ruinas de Palenque, en México:

—Lechuza. Le va gustar salir de noche. Será algo calavera.

Mi mujer, A, todavía ni siquiera había dado a luz, pero fue un vaticinio de lo más certero, pues efectivamente a H siempre le ha gustado hacer de madrugada inventario de sus chupetes desparramados por la cuna, o enemistarse con los vecinos que trabajan en el turno de mañana. Después de todo, es lógico: H nació con nocturnidad y alevosía, justo cuando, tras un retraso de dos semanas, todo hacía indicar que agotaría educadamente su plazo de llegada hasta la mañana siguiente, para venir al mundo como una personita formal, que madruga y recibe a la hora acordada al pediatra y que lo hace recién aseado en lugar de con unas ojeras de noche toledana. Pues no. H hizo batir esa noche a su madre algún tipo de récord olímpico a la hora de dilatar. De 0 a 10 en un cuarto de hora.

Recuerdo todo aquello como si fuera un sueño; uno de esos sueños como montañas rusas, en los que se suceden las subidas que parecen que van a llevarte al cielo y bajadas de pesadilla.

Recuerdo, por ejemplo, los gritos de A mientras yo luchaba en la sala de dilatación con las calzas y esa bata verde que precisa de un máster en Suecia para atársela correctamente a la espalda. Nunca la había oído gritar así. Era como si se estuviera partiendo en dos —de hecho lo estaba haciendo—. Cuando entré al paritorio (demasiado tarde, porque todo fue tan rápido que no hubo tiempo ni para inyectarle la epidural) ella estaba tumbada sobre la camilla, temblando como una hoja, mientras le cosían los puntos. Pero a pesar de lo crudo de aquella imagen mi mujer me pareció la mujer más fuerte del mundo, y la más guapa, como si ella también naciera otra vez. Luego trajeron a mi hijo y yo hice un enroque de personalidades con él, pues lloré igual que un niño cuando me lo pusieron entre los brazos y H, por el contrario, se apareció como un pequeño hombre, tan serio, tan despierto, tan entero... Más tarde, en la habitación, A amamantó a H y, al lado de ellos dos, tuve la molesta sensación de verme a mí mismo feo y torpe (más feo y más torpe, quiero decir). Todavía me sucede a veces, pero al mismo tiempo desde que soy papá, y a tiempo completo, porque, como ya les iré contando en las próximas páginas, no me separo de H en todo el día ni en buena parte de sus noches calavera, desde que soy papá, decía, me siento más limpio y mejor. Me siento por primera vez en mi vida un hombre. Un hombre completo, feliz. Agradecido.

Recuerdo también que H estuvo jugando a los hipnotizadores durante el resto de la noche y que no pudimos dejar de mirarle hasta que amaneció. Después yo salí a llamar por teléfono a mi madre y cuando se lo conté volví a llorar, a moco tendido. Fue entonces cuando comprendí que, afortunadamente, nada de aquello había sido un sueño. Eran las siete de la mañana y en el pasillo sonaba el hilo musical: la sinfonía del nuevo mundo. Yo colgué el teléfono y volví a la habitación, al lugar donde debía estar. Junto a mi mujer y mi hijo. Nuestro hijo. H. El bebé lechuza.

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