La buena adolescencia

Begoña del Pueyo
Rosa Suárez

Fragmento

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A través de las líneas de este prólogo me gustaría animar a la lectura de La buena adolescencia. Desde principio a fin, uno tiene la sensación de dotar de encuadre muchas vivencias cotidianas de nuestro hogar.

En ocasiones, los padres damos por sentado que la educación de nuestros hijos depende del desarrollo de determinadas habilidades. La lectura de este libro pone de manifiesto que aquellas habilidades o destrezas que nacen de la profunda conciencia de ser padres o madres adultos son las efectivamente válidas. Son habilidades encarnadas en actitudes capaces de nutrir el proceso de aprendizaje de nuestros hijos con nuestra experiencia honesta y responsable frente a nosotros mismos: ser padres y madres de nuestros hijos adolescentes, desde el respeto y la conciencia de nuestra limitación, sin competir, sin coaccionar y desde la autoridad que imprime el afecto y la responsabilidad que destila el adulto.

Se me ocurre que cualquier invitación a reflexionar sobre nuestros hijos y sus vivencias constituye un estímulo para mejorar nuestra vida y la de todos. Desde aquí os animo a recorrer este viaje que nos proponen Begoña y Rosa. ¡Mucha suerte!

Un abrazo,

EMILIO ARAGÓN

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A menudo los hijos se nos parecen,

así nos dan la primera satisfacción…

Nada ni nadie puede impedir que sufran,

que las agujas avancen el reloj,

que decidan por ellos, que se equivoquen,

que crezcan y un día nos digan adiós.

JOAN MANUEL SERRAT,

«Esos locos bajitos»

Este libro pretende ser un ejercicio de autoafirmación para madres y padres. No hay que tener complejos si se actúa con coherencia y dedicación, las dos claves de la educación en la responsabilidad.

Disfrutar de los hijos y verles crecer, también en la etapa de la adolescencia, no es una utopía. Puedes conseguirlo si evitas hacer tuyos los prejuicios que impiden actuar con la misma serenidad que se ejerce de madres y padres durante su primera etapa de crecimiento.

NINGUNA FAMILIA PUEDE COLGAR EL LETRERO DEL

PROVERBIO CHINO QUE REZA «AQUÍ NO PASA NADA»

La crítica social que durante los últimos años ha recaído sobre las familias y la generalización sobre su incapacidad para establecer límites y normas claros ha hecho que algunos padres y madres manifiesten su impotencia y hayan delegado su responsabilidad en profesores, psicólogos y administraciones. Inhibe el miedo a no saber dar respuesta a unos hijos a los que se contempla más como un problema que como una fuente de satisfacciones. Esto es justo lo que pretendemos evitar con este libro. Son muchos los argumentos para que no tires la toalla, y te invitamos a descubrirlos. Cuando delegas tu responsabilidad, también estás renunciando a disfrutar de tu hijo.

Una encuesta realizada por la FAD (Fundación de Ayuda contra la Drogadicción) entre familias de niños de 4 a 6 años reveló que el 46 % de los padres tienen miedo de que los hijos crezcan y aseguran que preferirían convivir con una infancia eterna ante el temor a su incursión en las drogas, el sexo no seguro y el resto de los peligros que acechan a sus hijos en los entornos cada vez más complejos en los que se mueven en la adolescencia.

La buena noticia es que cada vez hay más profesionales convencidos de que lo que no necesitan las familias son críticas, sino «empoderamiento», y han decidido unir sus esfuerzos, sin prejuicios. El sentido común de los padres, su proactividad y la experiencia de los profesionales es una fórmula que invita al éxito.

Bruno Bettelheim, uno de los referentes más importantes en psicología infantil, comenta en su libro No hay padres perfectos que «para criar o educar bien a un hijo no hay que tratar de ser un padre o una madre perfectos, del mismo modo que no hay que esperar que el niño sea un individuo perfecto. Los errores que se cometen, debido a la intensidad de las emociones que en nosotros despierta el hijo, deben verse compensados por los numerosos casos en que hacemos lo correcto».

NI COMPLICADOS NI CONFLICTIVOS: POLIÉDRICOS

Para comenzar, como padre, tienes que quitarte de la cabeza la idea de que es imposible vivir, hablar y llevarse bien con un hijo adolescente. No todos son conflictivos, aunque en el imaginario popular se haya perpetuado el tópico de «disfrútalo ahora que es un bebé, que ya verás cuando crezca y tenga 15 años».

Lo que es imposible es llevarse bien siempre. En el conflicto con el adulto subyace el deseo del adolescente de sentirse independiente y de mostrar con su opinión que tiene su propio criterio.

Te reconfortará saber que, para la mayoría de los jóvenes y adolescentes, la familia es un valor «refugio». Si para ellos su hogar tiene tanta importancia, según reflejan la mayoría de los estudios en los que se abordan cuestiones relacionadas con sus inquietudes y el modo como emplean su tiempo libre, no puedes defraudarles.

Los jóvenes quieren tener la certeza de que sus padres están ahí. Necesitan que les digas lo que te parece bien y mal, aunque quieran tomar sus propias decisiones.

Pueden parecer huraños, pero debes desechar la idea de que un adolescente ya no necesita tu amor. Las muestras de afecto les conectan con una niñez que desean abandonar. Lo que ocurre es que quieren de una forma nueva. Para llevarte bien con tu hijo necesitas nuevas estrategias. Esa otra forma de dialogar y de pactar también te va a ayudar en tu vida cotidiana con compañeros de trabajo y con amigos.

Te darás cuenta de que puedes ser paciente y generoso. Con un adolescente en tu vida descubrirás también tu faceta menos cariñosa: tus celos, tu rabia, tus miedos e inseguridades. A veces descubrirás en ti comportamientos irracionales, pero tendrás el privilegio de ver emerger un adulto joven que puede darte lecciones.

LOS HIJOS YA SABEN QUE NO SOMOS S

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