Una educación rebelde

Cristian Olivé

Fragmento

Prólogo: La escuela es más que aprender

PRÓLOGO

La escuela es más que aprender

En educación, ir a contracorriente no es una simple actitud; ser rebeldes es una convicción para caminar hacia la sociedad que queremos. Un día, de pronto, decidimos dejar de situar el foco en el objeto de estudio y lo pusimos en los jóvenes, los verdaderos protagonistas del proceso de aprendizaje y del cambio. Y entonces comprendimos que para que los jóvenes fueran los verdaderos protagonistas también era necesario dar un giro en nuestro papel como docentes, como familias y como sociedad.

Con los jóvenes nos miramos cara a cara, nos equivocamos juntos, al tiempo que descubrimos y procuramos construir una relación basada en el respeto y la confianza. Y lo mejor de todo es que, en este juego de azar, también aprenden y hasta pueden comprender cómo se sienten y cómo son. No importan las limitaciones de cada cual, sino descubrir hasta dónde podemos llegar.

Aprender es una cosa y la escuela, otra muy distinta. En la escuela hay diálogo, imaginación, intercambio de emociones, reflexión, autoconocimiento. No es un lugar; es un refugio. La función de la escuela va más allá de la transmisión de conocimientos. Si solo fuera así, los docentes no podríamos aprender también de nuestros alumnos y lo cierto es que eso ocurre todos los días. Y es que, de hecho, aprendemos de ellos y con ellos en clase, en los pasillos y en el patio. Lo llevamos haciendo desde que decidimos bajarnos del pedestal.

La escuela es crecer e intentar conocerse a uno mismo; es descubrir los talentos para desarrollar las capacidades y desplegar la creatividad; es apreciar a aquellos que están a nuestro alrededor con tolerancia y respeto; es hallar cobijo cuando lo que hay fuera nos trata a patadas; es comprender el mundo en el que vivimos para mejorarlo si cabe; es encontrar respuestas a preguntas que aún no se han formulado; es vivir experiencias para, a través de ellas, encontrar el conocimiento; es ofrecer pautas para superar los obstáculos de la sociedad del presente y del futuro; es desarrollar la fortaleza emocional necesaria para afrontar las situaciones más adversas.

La escuela es reflexión sin censuras. Y, por tanto, no puede haber miedos ni titubeos. El miedo detiene y detenerse implica perder oportunidades. Los jóvenes analizan distintos temas sin excepciones, se esfuerzan por conocer todos los puntos de vista, aprenden a seleccionar fuentes de información y son críticos con lo que los rodea. La escuela es formar a ciudadanos para que asuman su responsabilidad social y tengan capacidad de actuar. Por eso, tenemos que creer en los jóvenes de hoy para que sean mejores que todos nosotros.

La escuela no concluye con el horario académico. Las familias y el entorno son imprescindibles para desarrollar el modelo de sociedad que necesitamos. En las aulas, formamos a ciudadanos críticos y libres. En casa, también. No sería posible sin lo uno ni lo otro. Los docentes, las familias y toda la comunidad educativa sumamos esfuerzos para alcanzar el objetivo común. Y es que la tarea escolar y la social conviven a la vez.

La escuela nos permite saber cómo será la sociedad del futuro, porque la escuela, en definitiva, es movimiento; nos conduce de un origen a un nuevo destino. La escuela es cambio constante y evolución, y tiene el poder de transformar la sociedad. Por ello, valorarla y actuar en consecuencia está en nuestras manos.

Por si alguien lo duda todavía: la escuela no es aprender; es mucho más.

Un profe rebelde puede cambiar un aula, pero una educación rebelde puede transformar una sociedad.

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