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Sentada con las piernas cruzadas frente a la pantalla, Nadine aprieta el botón de avance rápido para saltarse los créditos. Es un vídeo antiguo sin mando a distancia.
En la pantalla, una enorme rubia atada a una rueda, cabeza abajo. Primer plano sobre su cara enrojecida, suda profusamente bajo el maquillaje. Un tipo con gafas la masturba enérgicamente con el mango de su látigo. La llama gorda perra lúbrica, ella cloquea.
Todos los actores de la película tienen cara de tenderos de barrio. Es el encanto desconcertante de cierto cine alemán.
Una voz en off de mujer ruge: «Y ahora, guarra, mea como tú sabes». La orina brota en alegres fuegos de artificio. El hombre aprovecha la voz en off para precipitarse con avidez sobre el chorro. Lanza rápidas y húmedas ojeadas hacia la cámara, se deleita con la meada y se exhibe con ganas.
Escena siguiente, la misma chica a cuatro patas abre cuidadosamente los dos globos blancos de su culazo. Un tipo parecido al primero se la mete en silencio.
La rubia tiene maneras de joven protagonista. Se relame golosamente los labios, frunce la nariz y jadea delicadamente. Nódulos de celulitis se mueven en la parte superior de sus muslos. Unas gotas de baba le resbalan por la barbilla y se vislumbran los granos bajo el maquillaje. Una actitud de jovencita en un cuerpo viejo y flácido.
A fuerza de mover el culo lo mejor que sabe, consigue hacer olvidar su barriga, sus estrías y su asquerosa cara. Todo un tour de force. Nadine enciende un pitillo sin quitar el ojo de la pantalla. Está impresionada.
Cambio de decorado, una negra de formas contenidas y subrayadas por un vestido de cuero rojo avanza por el pasillo de un bloque de apartamentos. Un tipo con pasamontañas le cierra el paso y la esposa hábilmente a la barandilla de la escalera. La agarra del pelo y la obliga a chupársela.
Se oye la puerta de la calle, Nadine refunfuña algo como «Esta imbécil no iba a venir a comer». En ese instante, el tipo de la película dice: «Ya verás cómo acabará gustándote mi polla; a todas les gusta».
Séverine grita antes de quitarse la chaqueta:
—Otra vez mirando esas porquerías.
Nadine contesta sin mirarla:
—Llegas en el momento preciso. Al principio no te hubieras enterado de nada, pero esta negra tiene que gustarte incluso a ti.
—Apaga eso ahora mismo, sabes perfectamente que me repugna.
—Además, lo de las esposas siempre funciona, eso me encanta.
—Apaga la tele. Ya.
Es el mismo problema que con los insectos que se acostumbran al insecticida: siempre hay que inventarse algo nuevo para aniquilarlos.
La primera vez que Séverine encontró una cinta porno tirada sobre la mesa del comedor, se quedó tan impactada que ni siquiera protestó. Pero con el tiempo se ha ido endureciendo considerablemente y cada vez hay que esforzarse más para neutralizarla.
En opinión de Nadine, es una auténtica terapia que hay que aprovechar. Poco a poco se le va abriendo el culo.
Entretanto, la negrata le ha cogido gusto al falo del tipo. Lo mordisquea glotonamente al tiempo que exhibe la lengua. El tipo acaba eyaculando en su cara y ella le suplica que se la meta por el culo.
Séverine se planta a su lado, evita escrupulosamente mirar la pantalla y sube el tono a unos agudos histéricos:
—Estás realmente enferma y acabarás poniéndome mala a mí.
Nadine pregunta:
—¿Por qué no te vas a la cocina? Tengo ganas de masturbarme delante de la tele, estoy harta de hacerlo siempre en mi habitación. Aunque si quieres quedarte…
La otra se queda paralizada. Intenta comprender lo que ocurre y buscar una respuesta. Demasiado para ella.
Satisfecha de haberla descolocado, Nadine apaga el vídeo.
—Era broma.
Visiblemente aliviada, Séverine se enfurruña sin convicción y empieza a hablar. Cuenta un montón de chorradas sobre su día en el trabajo y luego va al cuarto de baño para ver qué pinta tiene. Se escruta el cuerpo con una vigilancia belicosa, decidida a constreñir el pelo y la carne a las normas estacionales, cueste lo que cueste. Masculla:
—¿Ha llamado alguien preguntando por mí?
Se empeña en creer que el tipo que se la cepilló la semana pasada dará señales de vida. Pero el chico no parecía estúpido y es poco probable que lo haga.
Séverine hace todos los días la misma pregunta. Y todos los días se deshace en lamentos airados:
—Nunca me lo habría esperado de él. Estuvimos hablando superbién, no entiendo por qué no llama. Qué asco, cómo me ha utilizado.
Utilizado. Como si su coño fuera demasiado fino para agradecer una buena polla.
Cuando habla de sexo suelta chorradas de ese estilo con pasmosa prodigalidad, un discurso complejo repleto de contradicciones que no asume. En este momento, repite vehementemente «que ella no es una de esas». Para Séverine, la expresión «una de esas» resume a la perfección la peor conducta posible del género humano. Sobre ese punto preciso se la debería tranquilizar: es una gilipollas pretenciosa a más no poder, una egoísta hasta rayar en la sordidez y repulsivamente banal en todo lo que hace. Pero no es una chica fácil. En consecuencia, raras veces se la follan, aunque buena falta le haría.
Nadine la mira de reojo, resignada a su papel de confidente. Sugiere:
—Redacta un contrato para la próxima vez. Para que el tipo se comprometa a hacerte compañía al día siguiente, o a llamarte durante la semana. Si no firma, no te abres.
Séverine necesita algo de tiempo para comprender si debe tomárselo como un ataque, una broma o un sabio consejo. Opta finalmente por una risita delicada. Sutileza afectada de una vulgaridad atroz. Después prosigue sin piedad:
—Lo que no me cuadra es que no es de los que se tiran a cualquiera, si lo fuera yo no le habría dejado la primera vez. Hubo buena química entre nosotros. De hecho, pienso que le doy miedo, no te creas: los tíos siempre tienen miedo de las chicas con una personalidad fuerte.
Le encanta abordar el tema de su «personalidad fuerte». Con la misma facilidad con que habla de su viva inteligencia o su amplia cultura. Enigmas del sistema mental, solo Dios sabe cómo se le metió eso en la cabeza.
Es verdad que cuida su conversación. La pincela de rarezas debidamente acreditadas en el medio en que se mueve. Recurre asimismo a una serie de referencias culturales que escoge como los accesorios de su vestimenta: acorde con el signo de los tiempos, con verdadero talento para parecerse a quien tiene al lado.
Así pues, cultiva su personalidad del mismo modo que mantiene la depilación de su ingle, totalmente consciente de todas las cartas que deben jugarse para seducir a un chico. La meta final es convertirse en la mujer de alguien y, con el empeño que le pone, lo que planea es ser la mujer de alguien decente.
Intuición masculina mediante, los chicos se mantienen a buena distancia del bonsái. Pero ya conseguirá hacerse con uno. Será entonces cuando haga en el cerebro del pobre todas sus necesidades cotidianas.
Nadine se despereza, compadece sinceramente al pobre tipo que se dejará pillar. Se levanta y va por una cerveza. Séverine la sigue a la cocina sin cortar el rollo. Ha acabado con el tema del capullo que no llama, ya lo retomará mañana. Ahora ataca con ardor el inventario de los últim