índice
El oro de los incas
Los misteriosos visitantes
1533 Antes de cristo: En un mar olvidado
El cataclismo
1 de marzo de 1578: Costa este de perú
Primera parte. Huesos y tronos
10 de octubre de 1998: Cordillera de los Andes, Perú
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Segunda parte. En busca del Concepción
15 de octubre de 1998. Callao, Perú
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Tercera parte. El demonio de los muertos
22 De octubre de 1998. Washington. Distrito de Columbia
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Cuarta parte. El pasadizo del terror
31 de octubre de 1998. Poza del Diablo, Baja California, México
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Epílogo. La vuelta a casa
4 de noviembre de 1998. San Felipe, Baja California
Postscriptum
Notas
Biografía
Créditos
En recuerdo del doctor Harold Edgerton, Bob Hesse, Erik Schonstedt y Peter Throckmorton, queridos y respetados por todas aquellas personas de cuyas vidas formaron parte.
En 1997, Estados Unidos de América, único país del mundo que aún mantenía el sistema no decimal, se convirtió por fin al sistema métrico, una necesidad apremiante si el país pretendía ser competitivo en el ámbito del comercio internacional.
LOS MISTERIOSOS VISITANTES
1533 ANTES DE CRISTO EN UN MAR OLVIDADO
Vinieron del sur una mañana soleada. Mientras se deslizaban por un mar centelleante, sus figuras fantasmales rutilaban como en el espejismo de un desierto. Bajo el plácido azul del cielo, las velas rectangulares de algodón de una flotilla de balsas colgaban inertes de los palos. Los marineros remaban en un silencio sepulcral. No se oía a nadie dar órdenes. Sobre sus cabezas, un halcón revoloteaba como si quisiera guiar a los timoneles hacia la isla desierta que se erguía en medio del mar interior.
Las balsas estaban hechas con varios haces de juncos atados y con los extremos curvados hacia arriba. Seis de estos haces constituían el casco, mientras que la quilla y el bao eran de bambú. La proa y la popa tenían la forma de una serpiente con cabeza de perro cuyas fauces se elevaran hacia el cielo como si estuviera ladrando a la luna.
El comandante de la flota se sentaba en una especie de trono situado en la punta de proa de la balsa principal. Llevaba una túnica de algodón adornada con pequeñas láminas de turquesa y un manto de lana bordado de multitud de colores. Su cabeza estaba cubierta con un yelmo empenachado y su cara, con una máscara de oro. Todo lo que llevaba puesto brillaba al sol: los ornamentos de las orejas, los brazaletes, el enorme collar que le colgaba del cuello... Incluso sus zapatos lanzaban destellos dorados. Lo que hacía de la comitiva algo realmente asombroso era el hecho de que los miembros de la tripulación fuesen ataviados con igual magnificencia.
Los indígenas que poblaban la fértil tierra cerca del mar se habían acercado a la costa para observar, con una mezcla de miedo y admiración, cómo la flota extranjera invadía sus aguas. No parecía que tuviesen la intención de defenderse ante los invasores. Eran simples cazadores que, aparte de capturar algún conejo y algo de pescado, se dedicaban a la recolección de semillas y nueces. Curiosamente, su cultura era bastante primitiva si se la comparaba a la de sus vecinos del este y del sur, quienes habían acabado formando verdaderos imperios con el paso del tiempo. Vivían y