Don Juan contra Franco

Juan Fernández-Miranda
Jesús García Calero

Fragmento

cap-1

PRÓLOGO

Mi buen amigo Juan Fernández-Miranda, redactor jefe de la sección de España de ABC, me propuso prologar un libro que ha preparado con Jesús García Calero, a la sazón redactor jefe de Cultura y Espectáculos en el mismo periódico. El título del libro, Don Juan contra Franco, me pareció de entrada un tanto sugerente. Y antes de tomar una decisión, me propuse leerlo y releerlo con suma atención.

Estamos, querido lector o lectora, ante un documentado libro de historia. Eso despejó mis primeras dudas sobre la conveniencia de prologarlo. Como duque de Alba mantengo una prudente distancia del acontecer político diario y una profunda cercanía con la Institución Monárquica.

En efecto, desde el siglo XV y sin interrupción alguna, la Casa de Alba ha tenido como propósito fundamental servir a la Corona en la forma que, al entender de sus titulares, era la mejor y más acertada para su engrandecimiento de España. Por eso, y como refleja bien el libro, cosa que agradezco profundamente a los autores, mi abuelo el duque Jacobo sirvió sin reservas a su Rey. Y cuando en el ejercicio de ese honroso menester le fue retirado el pasaporte, le dijo con firmeza al ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo lo siguiente:

—Es la primera vez en quinientos años que un duque de Alba no puede acudir a la llamada de su Rey.

En esa frase queda resumido el espíritu de la Casa de Alba: firme lealtad a la Corona por encima de cualquier consideración o circunstancia.

Por todo ello, y porque el libro me ha parecido acertado e iluminador, he accedido muy gustoso a prologarlo.

Procede, y no es un gesto de manida cortesía, felicitar caluro­samente a los dos autores por el rigor y la distancia científica que todo buen historiador debe tomar en relación con los hechos que analiza. Y ese análisis aborda unos acontecimientos históricos acaecidos en la España de los años cuarenta del siglo XX, absolutamente fundamentales para los sucesos que vendrían después.

El libro gira en torno a dos grandes protagonistas. Por un lado, Don Juan de Borbón, hijo y legítimo sucesor del Rey Don Alfonso XIII y, por tanto, Rey de derecho tras la abdicación y fallecimiento de su padre. Don Juan adoptó con acierto y prudencia el título regio de conde de Barcelona. Por el otro, el general Francisco Franco, proclamado jefe del Estado y vencedor en una sangrienta guerra civil tras el fracaso del régimen republicano como sistema capaz de organizar una pacífica y armónica convivencia entre todos los españoles.

Hay que decir que el dramatismo de la obra cobra especial relevancia al explicar los autores, con todo lujo de detalles, la acción desarrollada durante un período de tiempo corto, menos de una dé­cada, que sin embargo fue pródiga en acontecimientos de enorme importancia para el futuro de Europa y del mundo. Y ello porque justamente tras cinco meses del fin de la Guerra Civil dio comienzo la Segunda Guerra Mundial, cuyo resultado sería el diseño de un nuevo mundo. Ello vendría a incidir en los procesos políticos que tendrían lugar en España durante casi cuarenta años.

Pero volvamos a los dos protagonistas de esta obra. Don Juan siempre persiguió la Restauración de la Monarquía tratando de conseguir la reconciliación nacional. Frente a esta idea, la política del general Franco, que únicamente pretendía su propia supervivencia y la de un sistema político jurídicamente muy débil, pero que contaba, en buena parte, con el apoyo de un ejército vencedor, la totalidad de unas fuerzas de seguridad muy poderosas y con la estructura del nuevo Estado soportada mayoritariamente por la Falange.

Comenzada la Segunda Guerra Mundial, el régimen, pues no había otra forma de llamarlo, quiso primero alinearse con la Alemania nazi y la Italia fascista cuando estas potencias parecían vencedoras, si bien siempre con una prudente reserva y dilaciones varias. En ese contexto se produjo la declaración de «no beligerancia». Más tarde, a la vista del transcurso del conflicto bélico, el régimen trató de mantener una rigurosa neutralidad y, finalmente, aproximarse a los Aliados, acomodando su actuación al desarrollo de los acontecimientos.

En efecto, porque si algo caracterizó la actuación de Franco en política, por encima de cualquier otra consideración, fue un profundo pragmatismo.

Para Don Juan fueron al principio tiempos llenos de esperanzas y frustraciones, en los que al terminar la Segunda Guerra Mundial estuvo cerca de conseguir sus objetivos, pactando con los tradicionalistas y representantes de partidos de izquierdas, las llamadas Bases de Estoril. En éstas se proclamaba la voluntad de restablecer un régimen democrático en el que tuvieran cabida las distintas opciones políticas.

Pero como tantas veces ocurre, los acontecimientos de la po­lítica internacional tuvieron un eco inesperado en España, sobre todo a raíz de la condena internacional del régimen. Ello produjo un movimiento de adhesión que significó su reforzamiento y su victoria. Finalmente, vino la aceptación por Gran Bretaña y Estados Unidos de un sistema político que no les gustaba, pero que era considerado como mal menor y necesario frente al enorme peligro que significaba la Unión Soviética de Stalin, en un nuevo escenario que se denominó con acierto Guerra Fría. Este reconocimiento se vería consolidado tras los llamados Pactos de Madrid de 1953, tres «acuerdos ejecutivos» firmados el 23 de septiembre entre Estados Unidos y España, reforzados políticamente con el Concordato establecido con la Santa Sede, tan sólo un mes antes. Ello conllevó la participación activa y oficial de los católicos organizados en el sistema. Todos estos acontecimientos suponían la integración definitiva de España en el bloque occidental y, por tanto, la consolidación del régimen.

Como muy bien se describe en el libro, previamente a estos acontecimientos hubo entre Franco y Don Juan un acuerdo de última hora tras una entrevista ocurrida en el yate Azor. De ella resultó un acuerdo que a la larga resultaría fundamental: el Príncipe Don Juan Carlos estudiaría en España. Ello vino a significar una especie de prórroga, dejando que sólo el futuro, en la persona del joven Don Juan Carlos, resolviera los conflictos pendientes como al final así sucedió.

Esta pequeña síntesis no hace honor a la riqueza del contenido de la obra, pues la narración, muy fiel a la historia, tiene un ritmo trepidante, como una crónica periodística, en la que los distintos personajes van apareciendo sucesivamente en escena para representar su papel en el drama que supuso, situado en el contexto histórico, una fundamental, sigilosa, larga y difícil marcha hasta la Restauración y posterior legitimación de la Monarquía española, como recoge acertadamente nuestra Constitución de 1978.

CARLOS STUART Y MARTÍNEZ DE IRUJO

Duque de Alba

cap-2

PRIMERA PARTE

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