Del Imperio Romano al año mil (Historia de la vida privada 1)

Philippe Ariès

Fragmento

cap-1

Prefacio a la Historia de la vida privada

por Georges Duby

La idea, la excelente idea de presentar a un público amplio una historia de la vida privada proviene de Michel Winock. Philippe Ariès se la apropió y fue él quien puso en marcha la empresa. La totalidad del trabajo que hemos llevado adelante, durante algunos años en su compañía, y después, por desgracia, ya sin ella, al tiempo que deploramos su tan brusca desaparición, ha de considerarse dedicada a la memoria de este generoso historiador que supo orientar con toda su nobleza, con libertad, con la espontaneidad de sus penetrantes intuiciones, unas investigaciones cuya fecundidad y osadía son bien conocidas, siendo el primero en aventurarse, como un explorador, por sectores de la historia moderna aparentemente impenetrables, abriendo caminos y urgiendo a otros pioneros a adentrarse por ellos a fin de comprender mejor lo que habían sido en Europa, durante los siglos XVII y XVIII, la infancia, la vida familiar y la muerte. A su entusiasmo, a su audacia tanto más viva cuanto que las rutinas universitarias no habían podido con él, hemos de atribuir no haber perdido nuestro coraje los medievalistas que, guiados por sus reflexiones, y por los consejos que nos dispensó en las reuniones preparatorias, durante el coloquio al que nos convocó en Sénanque, en septiembre de 1981, y luego en el que dirigió en Berlín, última etapa de su itinerario científico, íbamos a proseguir la obra hasta su término.

El recorrido era en efecto singularmente peligroso. En un terreno completamente virgen. No contábamos con antecesores que hubiesen seleccionado, o cuando menos marcado, los materiales de la investigación. A primera vista éstos se presentaban en abundancia, pero esparcidos por todas partes, diseminados. Nos vimos en la necesidad de abrir aquí y allí, en medio de una auténtica maraña, los primeros claros, de trazar caminos, y, como esos arqueólogos que, sobre un terreno inexplorado cuya enorme riqueza les es conocida, pero que da muestras de ser demasiado vasto para poder ser excavado sistemáticamente en toda su extensión, se limitan a cavar algunas zanjas de señalización, hubimos de resolvernos a unos sondeos análogos sin acariciar la ilusión de poder llegar a despejar una verdadera visión de conjunto. Sin conseguir avanzar más que a tientas, nos hemos resignado desde el principio a ofrecer a nuestros lectores, no un resultado, sino, por decirlo con más exactitud, un programa de investigaciones. Las exposiciones que aquí se van a leer plantean en efecto cuestiones mucho más numerosas que las respuestas que proporcionan. Confiamos al menos en que aguzarán impulsos de curiosidad e incitarán a otros investigadores a proseguir el trabajo, a roturar nuevas parcelas, a despejar a fondo las que nos hemos contentado con desescombrar en su superficie.

Se interponía aún otro obstáculo, menos aparente, pero más áspero. Habíamos decidido extender nuestras investigaciones a toda la historia de la civilización occidental en toda la vastedad de su duración. Se trataba, por tanto, de aplicar a más de dos milenios, y desde la Europa del norte hasta el Mediterráneo, así como a múltiples regiones de costumbres y maneras de vivir muy diversas, un concepto, el de vida privada, del que nos constaba muy bien que, bajo la forma en que nos es familiar, ha adquirido consistencia en fecha muy reciente, durante el siglo XIX, en algunas zonas europeas. ¿Cómo esbozar su prehistoria? ¿Cómo definir, en sus distintas variaciones, las realidades que ha abarcado en el curso de las edades? Además, había que delimitar con exactitud el tema, a fin de no extraviarse y acabar tratando, nuevamente, de la vida cotidiana, a propósito, por ejemplo, de la vivienda, de la habitación, del lecho, ni deslizarse hacia una historia del individualismo, o lo que es lo mismo, de la intimidad.

Hemos partido, en consecuencia, de la evidencia universal que, desde siempre y en todas partes, ha expresado a través del lenguaje el contraste, nítidamente percibido por el sentido común, que opone lo privado a lo público, a lo abierto a la comunidad popular y sometido a la autoridad de sus magistrados. Hay un área particular, netamente delimitada, asignada a esa parte de la existencia que todos los idiomas denominan como privada, una zona de inmunidad ofrecida al repliegue, al retiro, donde uno puede abandonar las armas y las defensas de las que le conviene hallarse provisto cuando se aventura al espacio público, donde uno se distiende, donde uno se encuentra a gusto, “en zapatillas”, libre del caparazón con que nos mostramos y nos protegemos hacia el exterior. Es un lugar familiar. Doméstico. Secreto, también. En lo privado se encuentra encerrado lo que poseemos de más precioso, lo que sólo le pertenece a uno mismo, lo que no concierne a los demás, lo que no cabe divulgar, ni mostrar, porque es algo demasiado diferente de las apariencias cuya salvaguarda pública exige el honor.

Inscrita por naturaleza en el interior de la casa, de la morada, cerrada bajo llave, enclaustrada, la vida privada se muestra, pues, como tapiada. No obstante, a un lado y a otro de este “muro” cuya integridad trataron de defender con todas sus fuerzas las burguesías del siglo XIX, se han entablado combates constantes. El poder privado ha de resistir, hacia fuera, los asaltos del poder público. Pero, hacia dentro, tendrá también que contener las aspiraciones individuales a la independencia, ya que el recinto alberga un grupo, una compleja formación social cuyas desigualdades y contradicciones se diría que alcanzan su colmo, si tenemos en cuenta que el poder de los hombres choca con el de las mujeres con más viveza que en el exterior, así como el de los viejos con el de los jóvenes, y el de los amos con la indocilidad de los sirvientes.

Desde la Edad Media, todo el movimiento de nuestra cultura se ha dirigido hacia una agudización siempre en aumento de este doble conflicto. Con el fortalecimiento del Estado, sus intromisiones se han vuelto más agresivas y penetrantes, mientras que la apertura de las nuevas iniciativas económicas, la debilitación de los rituales colectivos y la interiorización de las actitudes religiosas han tendido a promover y liberar a la persona, y contribuido a fortalecer, al margen de la familia y de la casa, otros grupos de convivencia, con lo que se ha desembocado en una diversificación del espacio privado. Por lo que respecta a los hombres, este espacio se ha ido distribuyendo progresivamente, y desde luego tanto en las ciudades como en los pueblos, en tres partes: la casa, donde se mantenía confinada la existencia femenina; ciertas áreas de actividades a su vez privatizadas como el taller, la tienda, la oficina o la fábrica; y, en fin, aquellos ámbitos propicios a las complicidades y los relajamientos masculinos, como el café o el club.

La ambición de los cinco volúmenes de esta obra consiste precisamente en hacer perceptibles los cambios, lentos o precipitados, que, al filo de las épocas, han afectado a la noción y los aspectos de la vida privada. Los rasgos de ésta, en efecto, se transforman sin cesar. En cada etapa, “persisten algunos que provienen de un pasado lejano”, como anotaba Philippe Ariès en uno de los documentos de trabajo que nos dejó. Mientras que otros, añadía, “más recientes, están destinados a seguir evolucionando, o bien desa

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