Obra poética

Rosalía de Castro

Fragmento

Orillas del Sar

Orillas del Sar

I

A través del follaje perenne

que oír deja rumores extraños,

y entre un mar de ondulante verdura,

amorosa mansión de los pájaros,

desde mis ventanas veo

el templo que quise tanto.

El templo que tanto quise…

pues no sé decir ya si le quiero,

que en el rudo vaivén que sin tregua

se agitan mis pensamientos,

dudo si el rencor adusto

vive unido al amor en mi pecho.

II

Otra vez, tras la lucha que rinde

y la incertidumbre amarga

del viajero que errante no sabe

dónde dormirá mañana,

en sus lares primitivos

halla un breve descanso mi alma.

Algo tiene este blando reposo

de sombrío y de halagüeño,

cual lo tiene en la noche callada

de un ser amado el recuerdo,

que de negras traiciones y dichas

inmensas nos habla a un tiempo.

Ya no lloro…, y no obstante, agobiado

y afligido mi espíritu, apenas

de su cárcel estrecha y sombría

osa dejar las tinieblas

para bañarse en las ondas

de luz, que el espacio llenan.

Cual si en suelo extranjero me hallase,

tímida y hosca contemplo

desde lejos los bosques y alturas

y los floridos senderos

donde en cada rincón me aguardaba

la esperanza sonriendo.

III

Oigo el toque sonoro que entonces

a mi lecho a llamarme venía

con sus ecos, que el alba anunciaban,

mientras cual dulce caricia

un rayo de sol dorado

alumbraba mi estancia tranquila.

Puro el aire, la luz sonrosada,

¡qué despertar tan dichoso!

Yo veía entre nubes de incienso

visiones con alas de oro

que llevaban la venda celeste

de la fe sobre sus ojos…

Ese sol es el mismo, mas ellas

no acuden a mi conjuro;

y a través del espacio y las nubes,

y del agua en los limbos confusos,

y del aire en la azul transparencia

¡ay!, ya en vano las llamo y las busco.

Blanca y desierta la vía

entre los frondosos setos

y los bosques y arroyos que bordan

sus orillas, con grato misterio

atraerme parece y brindarme

a que siga su línea sin término.

Bajemos, pues, que el camino

antiguo nos saldrá al paso,

aunque triste, escabroso y desierto,

y cual nosotros cambiado,

lleno aún de las blancas fantasmas

que en otro tiempo adoramos.

IV

Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,

caigo en la senda amiga, donde una fuente brota

siempre serena y pura,

y con mirada incierta busco por la llanura

no sé qué sombra vana o qué esperanza muerta,

no sé qué flor tardía de virginal frescura

que no crece en la vía arenosa y desierta.

De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda,

gallardamente arranca al pie de la vereda

La Torre, y sus contornos cubiertos de follaje,

prestando a la mirada descanso en su ramaje

cuando de la ancha vega por vivo sol bañada

que las pupilas ciega,

atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada.

Como un eco perdido, como un amigo acento

que suena cariñoso,

el familiar chirrido del carro perezoso

corre en alas del viento, y llega hasta mi oído

cual en aquellos días hermosos y brillantes

en que las ansias mías eran quejas amantes,

eran dorados sueños y santas alegrías.

Ruge la Presa lejos… y, de las aves nido,

Fondons cerca descansa;

la cándida abubilla bebe en el agua mansa

donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa

beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa

las aguas del olvido, que es de la muerte hermano;

donde de los vencejos que vuelan en la altura

la sombra se refleja,

y en cuya linfa pura, blanco el nenúfar brilla

por entre la verdura de la frondosa orilla.

V

¡Cuán hermosa es tu vega, oh Padrón, oh Iria Flavia!

Mas el calor, la vida juvenil y la savia

que extraje de tu seno

como el sediento niño el dulce jugo extrae

del pecho blanco y lleno,

de mi existencia oscura en el torrente amargo

pasaron, cual barrida por la inconstancia ciega,

una visión de armiño, una ilusión querida,

un suspiro de amor.

De tus suaves rumores la acorde consonancia,

ya para el alma yerta tornóse bronca y dura

a impulsos del dolor;

secáronse tus flores de virginal fragancia,

perdió su azul tu cielo, el campo su frescura,

el alba su candor.

La nieve de los años, de la tristeza el hielo

constante, al alma niegan toda ilusión amada,

todo dulce consuelo.

Sólo los desengaños preñados de temores

y de la duda el frío

avivan los dolores que siente el pecho mío,

y, ahondando mi herida,

me destierran del cielo, donde las fuentes brotan

eternas de la vida.

VI

¡Oh tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella!

Viendo cuán triste brilla nuestra fatal estrella,

del Sar cabe la orilla,

al acabarme siento la sed devoradora

y jamás apagada que ahoga el sentimiento,

y el hambre de justicia que abate y que anonada

cuando nuestros clamores los arrebata el viento

de tempestad airada.

Ya en vano el tibio rayo de la naciente aurora

tras del Miranda altivo,

valles y cumbres dora con su resplandor vivo;

en vano llega mayo de sol y aromas lleno,

con su frente de niño de rosas coronada

y con su luz serena:

en mi pecho ve juntos el odio y el cariño,

mezcla de gloria y pena,

mi sien por la corona del mártir agobiada

y para siempre frío y agotado mi seno.

VII

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