Mejorando lo presente. Poesía española última: posmodernidad, humanismo y redes

Martín Rodríguez-Gaona

Fragmento

El goce de escribir, de producir, apremia a todos; pero como el circuito es comercial, la producción libre sigue atascada, enloquecida y como desesperada; las más de las veces, los textos, los espectáculos van allí donde no se los reclama; encuentran, para su desgracia, «conocidos», no amigos, y mucho menos compañeros.

ROLAND BARTHES

Durante la modernidad el arte no se había cuantificado como hoy en día y era accesible a la clase media. Por eso en la modernidad era posible vivir lo cualitativo y distanciarse de lo cuantitativo. Esto es imposible en la posmodernidad.

JOSÉ LUIS CASTILLEJO

¿Puede el término Posmodernismo aplicarse, entonces, por igual a los sesenta y los noventa? ¿Podemos simplemente invertir ese gran 6? ¿O es que los días posteriores a lo posterior de los que somos testigos prefiguran una fase para la que aún no tenemos un nombre y a cuyos posprotagonistas no logramos todavía conceptualizar?

MARJORIE PERLOFF

Introducción: La poesía española reciente frente

Introducción

La poesía española reciente frente a los desafíos de una nueva era

Desde los últimos veinte años del pasado siglo, en los medios artísticos y filosóficos internacionales, el empleo del término posmoderno ha sido una constante para referirse a producciones culturales de muy diversa índole. Dentro de la esfera literaria, no pocos escritores lo utilizaron para explicar aspectos formales o discursivos de sus propuestas, mientras otros se opusieron rotundamente a toda posible vinculación con el mismo. En España, el debate que esa polémica o vaguedad conceptual sugería no se asumió con todas sus consecuencias, debido a la ausencia de un espacio adecuado para este diálogo en el seno de la institucionalidad literaria, condicionada, en gran medida, por la reparación simbólica de las fisuras sociales heredadas de la dictadura franquista. No obstante, existen indicios de que sí hubo estrategias (políticas y comerciales) que impidieron o desvirtuaron la reflexión sobre dicho discurso. En todo caso, a lo largo de casi tres décadas, lo posmoderno en la poesía española ha conformado una nebulosa, a la manera de un invitado impertinente al que se prefiere ignorar.

En la actualidad, un simple paseo por galerías y museos contemporáneos, e incluso por la cartelera cinematográfica, nos demuestra que entrado el siglo XXI, lo posmoderno se ha convertido en lo hegemónico dentro del panorama cultural de la mayor parte del planeta. Fuera de discusiones legitimistas, en un sentido histórico, la estética posmoderna representa la fase final de un proceso de desacralización que, iniciado en la modernidad, sustituyó la relevancia fundamental de la creación (idealismo trascendente) por el énfasis en la productividad (materialismo capitalista). Siguiendo el mencionado razonamiento, resulta fácil constatar que tanto los ideales ilustrados como el toque divino del artista romántico han sido sustituidos, en el imaginario público, por las prerrogativas del éxito económico: la aceptación de una obra de acuerdo a su adecuación en términos de mercado.1

Pero esta situación es apenas un ángulo del poliedro posmoderno. Al igual que lo acontecido previamente con otros movimientos históricos, como en el caso del neoclasicismo y su relación con la monarquía, o con el romanticismo y el modernismo con respecto a los sistemas educativos republicanos, ciertas versiones del posmodernismo son y serán neutralizadas e instrumentalizadas en el curso de su incorporación como parte de los cánones artísticos o literarios. Lo importante para comprender este proceso, que asocia al posmodernismo con la economía neoliberal propia de la sociedad globalizada, será esclarecer los vínculos que otras estéticas internacionales trazaron frente a fenómenos clave en sus respectivas épocas, como en el caso del modernismo con la racionalidad positivista o, anteriormente, entre el romanticismo y la espiritualidad laica.2

Expresando silenciosamente estos conflictos, en España, la asunción de lo posmoderno dentro de la comunidad poética ha tenido un desarrollo larvario, opacado por los enfrentamientos entre los llamados Poetas de la Experiencia y otros escritores esencialistas liderados por José Ángel Valente. Fuera de la anecdótica agresividad manifestada por ambas partes, dichos roces ejemplificaron una profunda divergencia sobre los proyectos que sustentaban sus versiones acerca de la modernidad literaria. Lamentablemente, lo que pudo ser un buen punto para propiciar un debate de cara a lo posmoderno nunca llegó a concretarse. Tanto los cultores de un realismo urbano de rigurosa tradición castellana, como los idealistas heterodoxos de pretensiones místicas fueron absorbidos por el mercado y por la presión de las instituciones culturales. Pese al escaso intercambio estrictamente intelectual, dicho conflicto expresó que, en buena medida, las desavenencias no pertenecían de forma exclusiva al campo de la estética o lo artístico, sino que hundían sus raíces en la pugna por ser parte de las estructuras de la institucionalidad cultural, los medios masivos y el mercado.3

La peor consecuencia de aquel conflicto fue que produjo una falsa dicotomía, simplista y maniquea, que no obstante su escasa elaboración fue muy beneficiosa para los intereses comerciales de los medios periodísticos y las editoriales, por su afinidad con la sociedad del espectáculo. Es decir, en términos publicitarios, aquel enfrentamiento público fue más importante que la obra de los propios poetas. La repetición de nombres e imágenes en entornos asociados al mundo de las letras produjo personajes identificables que, más allá de sus éxitos artísticos, profesionales o sociales, por la dependencia de sus propuestas en la publicidad mediática, involuntariamente daban cuenta de un peculiar estado de la cultura en la sociedad postindustrial: el ocaso del lector burgués y del proyecto ilustrado.4

Si bien los indicios de esta situación son tan lejanos que se remontan por lo menos a la desaparición del Antiguo Régimen, el deterioro de las relaciones burguesas tradicionales en el mundo de las artes, que marca la literatura española de fin de siglo, sólo colapsó por completo recientemente, con la caída del muro de Berlín. El surgimiento internacional de los nuevos ricos, tecnócratas o especuladores financieros, despreocupados por igual de

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