INTRODUCCIÓN
HAZLO, PROFETA
La Comedia es un poema tan sincero que confunde. En la vida y en la poesía, la extrema sinceridad resulta engañosa, no es lo usual. Tendemos a la elaboración de la verdad, no a la verdad. Ante la Comedia, no creemos que sea verdad lo que se nos está diciendo porque nadie nos ha dicho la verdad así, tan desnudamente, con una fe fanática en ella.
Dante es el poeta de la veracidad extrema: poética, filosófica, teológica, política, experiencial. Él lo ha sentido, él lo ha estudiado, él lo ha vivido. Él lo sufre y lo sufre por todos.
Tanta verdad solo puede acabar en profecía, en la proclamación de un sentido nuevo, aunque de nuevo no tiene nada, es simplemente el sentido total, oculto, que al individuo se le escamotea de continuo a cambio de una construcción radiante pero insatisfactoria: el ego.
La profecía restituye el sentido primigenio: propone el sentido que el hombre —cuando supo— ya sabía, antes de la caída en la historia, es un regreso al hombre primigenio aunque no adánico, pues no pierde de vista el orden social. Para el profeta la verdad es total, integral, atañe a todos los órdenes, que en el caso de Dante se resumen en dos: político y espiritual, independientes aunque conectados; a poco que uno falle, el mundo se precipita en la bestial ignorancia, como se ve en su querida Florencia, entregada al cinismo y al dinero, o en la curia romana, corrompida de idéntica manera. Si el mundo se desangra, es porque se ha perdido el sentido. Los hombres han decidido vivir como menos que hombres. No gobiernan la ciudad y han perdido el camino a las estrellas.
Por descontado que, desde casi todos los puntos de vista, la verdad dantesca es una construcción de la verdad, pero en estos términos de absoluta intransigencia y convincente pureza que no le dejan al lector más opción que la pasmada credulidad.
Junto a la verdad, la abundancia puede ser un segundo elemento que se preste a confusión. Ocurren tantas cosas (encuentros: con almas, monstruos, diablos, ángeles; con condenados, penitentes, beatos; con personajes grandes y pequeños, de Adán a príncipes y emperadores) en el viaje por los tres reinos (infierno, purgatorio y paraíso) que perdemos de vista lo único que de verdad está ocurriendo: el viaje de Dante a Dios, que culmina con la unión mística. El poema se inicia con un individuo que intenta salir de la «selva oscura» (los extravíos del yo) y acaba con un individuo sumido en Dios, que al fin entiende lo incomprensible, porque abandona la razón y se adentra en el todo: el todo le da un «golpe», y ¡al fin entiende!
Dante se salva gracias a un viaje (la deconstrucción del yo) que le procura la experiencia que le faltaba: la cara escondida de sus saberes. Ese viaje es el poema, regido por el perpetuo movimiento argumental, rítmico. Dante busca el conocimiento total porque todos sus saberes (filosóficos, científicos, experienciales) no bastan y le han llevado a la selva oscura. Pero sus saberes también le legitiman: Dante lo ha probado todo y ese todo magmático le constituye y no le abandona; con la verdad dolorosa que le proporciona, avanza hacia la totalidad. Esos saberes son la forma instaurada, acumulable, de verdad, y le invisten de veracidad, la acuciosa veracidad que preside todos los actos del protagonista del poema, el Dante personaje, el viator (‘viajero’, ‘peregrino’).
Ante un planteamiento así, lo mejor que puede hacer el lector es creer en todo lo que Dante le dice. La Comedia es una obra que no admite resistencia y a la que hay que dar fe. De lo contrario es imposible leerla. Esto es así tanto por la distancia cultural como por las características de la visión dantesca, intransigente. A quien se sitúa a sí mismo en el vértice de la verdad extrema, es mejor dejarle hablar, tal vez tenga algo que decir. Imponer nuestras expectativas, resistencias y reluctancias no conduce a nada. El libro que cuenta la historia de la apertura de una mente debe leerse con una mente, en la medida de lo posible, abierta.
Es difícil encontrar un lector que se atreva, una vez identificadas, a dudar de las coordenadas poemáticas de la Comedia: de la selva oscura a la presencia divina. Desde el comienzo del libro, la poética de la veracidad extrema se impone, casi sin elaboración; basta la primera terzina:
Mediado ya el camino de la vida,
me vi de pronto en una selva oscura,
ya del todo perdido el rumbo cierto.
If I 1-3
El arranque está tan bien definido que no hay contraverdad posible: el que se sabe perdido está en lo cierto. Un personaje que lo ha vivido todo (las pasiones, las filosofías) y que ha fracasado, está a punto de dar un paso nuevo, diferente, de salvación espiritual pero también política, en la medida en que el viaje le refrendará en sus ideas ciudadanas y le anunciará la restauración de la politicidad perdida, pues el orden temporal, reservado al emperador, ha caído en las manos indebidas del papado. Pero el Dante de las primeras estrofas aún no sabe que le aguarda lo máximo, porque él no decide su salvación: va a ser la instancia misma salvadora (la totalidad) quien decida por él, tan extraviado está; se salvará porque el fantolin (‘el chiquillo’) no desmerece, al fin y al cabo, de la Madre (la cadena María-Lucía-Beatriz, la trinidad matria salvadora). Aquí surge ya, larvariamente, un personaje distinto al altivo e hipercapacitado Dante codificado por la tradición (que queda más cerca del autor): un Dante tontuso, corto en sus alcances frente a Virgilio (que ya ha estado en el infierno) y Beatriz (ella le reñirá, lo cual es parte de la poliédrica veracidad que Dante se construye) y las otras luminarias con que se encuentra, un Dante que se dispone a un aprendizaje oneroso, pagado con una paulatina pérdida de yoes: «Cada etapa y parada de su viaje ultraterreno es una modalidad de su “yo” antiguo victoriosamente superada» (Gianfranco Contini). Y ello hasta la disolución del yo, en Dios o en el todo. No es tanto a la fábrica de un yo nuevo —¡uno más, qué peste!— a lo que asistimos leyendo el poema, sino a la quiebra del yo en favor del conocimiento total. El magullado ego del hombre que se cree total, total por sus saberes, que como buen escolástico Dante se esfuerza en integrar, se pliega al final del viaje a la pequeñez sabia del hombre desnudo, san Francisco, evocado en el cielo del Sol con un ardor inigualado en el poema:
advino al mundo un sol, igual que sale
este que ahora hollamos por el Ganges.
Por ello al mencionar ese lugar,
que nadie diga Asís, que sabe a poco,
Oriente es en verdad más apropiado.
Pd XI 50-54
De todos los yoes que se le van apareciendo al viator, es este, el del poverello, el más cercano a su destino final, si bien técnicamente será un místico del claustro, no del camino, san Bernardo —su tercer y último guía tras Virgilio y Beatriz— quien le lleve de la mano a la presencia divina.
La veracidad del que testimonia no nace en Dante con la Comedia, es una actitud congénita, viene ya de la Vita Nova:
otra cosa no digo, no se dijo.
VN 14 25
Otra cosa no ocurre, antes o después, podría extrapolarse. Si ha ocurrido o puede ocurrir, yo lo cuento, dice Dante, que continuamente se reivindica en sus funciones, tanto a través de sus guías o protectores, como Virgilio y Brunetto Latini, o bien directamente:
Mas no puedo callarme. Por los versos
de esta comedia, lector, yo te juro,
y sean largo tiempo respetados,
que vi que por el aire grueso y negro
nadaba una figura hacia lo alto,
que hubiera estremecido al más pintado (...)
If XVI 127-132
Dante no deja de susurrarle al lector: conmigo estás seguro, yo te llevo al conocimiento que no falla, he tenido los mejores guías y ahora yo soy tu guía; léeme y no abandones el poema, que te lo dará todo: la belleza de la poesía y la grandeza del conocimiento, indisociados.
Tan verídico es para Dante lo que cuenta, que testimoniar la verdad es la actitud básica del viator: él es un mediador de la realidad verdadera, venuta o ventura (‘conocida’ o ‘por conocer’), hasta el punto de carecer, pese a su arrolladora personalidad, de importancia en sí mismo. Es imposible que en Dante algo no sea exacto, un traslado cabal de lo real, aunque su idea de realidad es más amplia que la nuestra, es un conjunto de vida terrena y vida eterna.
Dante, como único personaje vivo de todo el poema, está sujeto a evolución, los demás no, aparecen en su ser esencial ultramundano: el de condenado, penitente o beato, sin que ello suponga la pérdida, en cuanto representación literaria, de los atributos específicos de su historicidad. Como ya explicó Erich Auerbach, los personajes de la Comedia tienen un doble estatuto, terrenal y eterno; conservan su carácter histórico y gozan de una realidad última, vista a la luz de Dios. O dicho de otro modo: son a un tiempo su ser esencial y su ser histórico, en una representación que les permite «actuar» y ser juzgados, ya sin trampas ni cartón, no como en la tierra. Por eso, entre otras cosas, Dante resulta tan moderno, porque varios planos se entrelazan y actúan a la vez, sus seres son poliédricos, actúan en varias dimensiones: un papa es un papa y es un pecador condenado con el que Dante charla (Nicolás III, por ejemplo). Esta modernidad es un efecto «involuntario» de la representación medieval, que alberga un procedimiento «dramático» que al Dante autor le da mucho juego, y que es más rico que la mera alegoría, aunque contiene valores alegóricos.
Es precisamente la entrada de un vivo, Dante, en los reinos de los muertos lo que abre las puertas del sentido total: por medio del viaje, Dante conoce el ser esencial, eterno, de los que vivieron en el mundo, y así completa su comprensión —y la del lector— de la historia humana, a la vez que se perfecciona espiritualmente (obtiene una «esperienza piena», If XXVIII 48). Con el viaje Dante se salva y se hace profeta. Se salva porque tras la experiencia mística, cuando regrese a la tierra, ya no volverá a las andadas de la selva oscura, podrá morir arrepentido de sus pecados (la soberbia, sobre todo) y volver al purgatorio a limpiarse de ellos, de camino al paraíso final. Se hace profeta porque al conocer el sentido total ha de restituirlo, se ve intimado a ello (por su antepasado Cacciaguida, por Beatriz), y ha de hacerlo a través del poema, que es su profecía (como Virgilio fue profeta, para Dante, de todas las Romas con su Eneida). Es pues el conocimiento último de la historia humana el que restaura el Sentido y faculta la profecía.
Toda la Comedia es una minuciosa indagación del sentido del mundo, del cosmos y de la divinidad. Y una reflexión sobre la creación de sentido y los creadores de sentido, político o espiritual, de ahí los amplios repasos de figuras del pasado y el presente. No se trata tanto de juzgar, la Comedia no es ante todo el tribunal dantesco de la historia, sino de saber quién aportó sentido (Catón, por ejemplo, no solo Aristóteles o Tomás de Aquino) o quién lo destruyó (Bruto, Caifás). Y a Dante no se le oculta que el mayor transmisor de sentido del poema es él mismo, y por ello la figura ejemplar por excelencia, capaz de rivalizar con Eneas, que bajó a los infiernos, y con san Pablo, que subió a los cielos. Ejemplar en su caída (su pecado, la selva oscura) y ejemplar en su intento de salvación, mediante la conquista del sentido total y su formulación profética. Mientras que en figuras como Brunetto Latini la aportación de sentido (político y literario, en su caso) se ve menoscabada por su pecado (aportación de sentido negativo), el Dante personaje logra el equilibro mediante su perfeccionamiento espiritual y el carisma terreno de su figura intelectual, perseguida por los corruptores de la historia, que le han condenado a muerte y forzado al exilio. Si no hubiera logrado ser profeta en el poema, alzarse al sentido total, el Dante autor no habría sido nada: un vanidoso intelectual errabundo de corte en corte, de gran señor en gran señor, cada vez más pasado de rosca. Pero ya en una etapa avanzada del viaje, a punto de consumar su purificación en el edén terrenal, sito en lo alto del purgatorio, Beatriz le dice, y es la segunda vez que le conmina a ser profeta:
Tú apunta. Y como yo te las aporto,
anuncia estas palabras a los vivos
que viven un correr hacia la muerte.
Pg XXXIII 52-54
Para lo alto y para lo bajo, Dante es la raíz de toda la poesía testimonial posterior, sabe que su obra será «vital nodrimento» de poetas y «políticos» futuros, de aquellos que quieran cambiar el mundo o cambiar su vida al menos. Más adelante, ya en el paraíso, su pariente Cacciaguida le dirá, ante las dudas de Dante acerca de su vida, su exilio y su poesía:
apartando la mentira,
tú expresa sin tapujos tu visión,
y deja que se rasquen los sarnosos.
Pues si tu voz, de nuevas, será áspera,
ha de ser alimento y vida pura
después, cuando haya sido digerida.
Tu grito hará lo mismo que hace el viento,
que bate con más fuerza la alta cima,
lo cual no es poco título de gloria.
Pd XVII 127-135
La dimensión profética es doble: en lo temporal, Dante profetiza la restitución del orden político gracias a la llegada de una figura providencial, enviada (el Lebrel, enigmática); en lo espiritual, Dante sabe, y lo dice, que la razón tiene sus límites y que el hombre no puede hacer por sí solo el camino hacia el conocimiento total, precisa de figuras de trascendencia que le ayuden, en su caso: María, Lucía, Beatriz, Matelda; san Francisco, san Bernardo; Virgilio (por su dimensión de profeta «cristiano», pues según interpretaba la cultura medieval anunció en la cuarta égloga la venida de Cristo al mundo). Estas figuras también son ejemplares, como las demás, pero en una dimensión superior y más personal. Son las que le sirven a Dante para llegar donde no se llega en vida: a la presencia divina misma (al cospetto di Dio), punto final del viaje.
Hay dos palabras que articulan la visión integral de la realidad dantesca: Imperio y trashumanar. La primera es común, la segunda es un neologismo. La primera es la expresión máxima, según Dante, del orden temporal, su sostén y garantía: solo el Imperio universal, que obedece a designios providenciales (dar al César lo que es del César), realiza adecuadamente el poder político en la tierra, en un continuum sagrado que va de la fundación de Roma a Carlomagno y al desdichado presente italiano, marcado por las discordias civiles y la figura del emperador ausente. La segunda es el fundamento del orden espiritual: el hombre ha de trashumanarse, lo cual quiere decir ir más allá de lo humano, hacia lo divino, lo que, paradójicamente, es un humanarse más, hacerse más humano, totalmente humano, recuperar las dimensiones perdidas de la propia humanidad:
Trashumanar no es cosa que se pueda
expresar con palabras. Sirva el símil
a quien la gracia otorgue la experiencia.
Pd I 70-72
Trashumanar es, a buen seguro, la palabra cardinal del poema, la única que no se puede sustituir. Todo el libro gira en torno a ella. En la Comedia lo indecible fuerza a menudo el neologismo, sobre todo en la tercera cántica, donde abundan. Trashumanar, lo que no se puede expresar con palabras, es el camino que el viator inicia en el paraíso hacia la realidad última del ser humano, que para Dante es Dios, pero que desde una perspectiva atea puede ser el yo deconstruido, incondicionado. El hombre que no emprende un viaje para trashumanarse, esto es, para humanarse más, está incompleto, es juguete de lo disociado, nunca se alzará a las estrellas (las estrellas con que acaba cada cántica, para que el lector no se despiste). Ya al final de su migración celeste, el propio Dante se admira de haber peregrinado de lo peor (Florencia) a lo mejor (el Empíreo):
yo, que fui a lo divino siendo humano,
a lo eterno partiendo de este tiempo,
y de Florencia a un pueblo justo y sano (...)
Pd XXXI 37-39
Sin viaje no hay integración. La visión dantesca de la realidad es holística. Lo que pide representación es sagrado. Y todo pide representación, incluso el mal, que es la ganga de la cosmogénesis divina. El poema apunta al bien último (Dios, las estrellas) por un solo y grandioso motivo: porque Lucifer ha sido rebasado por Dante, que ha bajado con Virgilio por el embudo infernal hasta su gigantesca figura, hasta su ombligo mismo, sito en el centro de la tierra y del universo, y allí, tras girar 180 grados hacia las alturas y soltarse de sus cerdas, lo ha dejado atrás para siempre, recluido, atado a su corporalidad pilosa. Ya desasido del mal —porque el hombre se ase a él, es la lección—, el viator avanza hacia la luz de Dios, incorpórea, de un blanco sin blanco.
Se inicia así un segundo viaje, camino de las estrellas. Ya no se baja, ya solo se sube. Tras la representación del mal, el territorio se ensancha pero se estrecha. Dante sabe que el infierno es el lugar de todos (en términos poemáticos, que son al fin y al cabo los que importan) y que el purgatorio y el paraíso lo son de muchos menos, solo de aquellos que quieren salvarse (también poemáticamente). Con el infierno acaba el espectáculo, el mundo falso de quienes no han sabido vivir; con el purgatorio y el paraíso comienza la realidad verdadera, la de aquellos que han admitido lo que no se ve, lo que no se sabe (como Pablo de Tarso, que subió a los cielos; si con su cuerpo, no lo supo): la realidad indisociada que es fruto del trabajo personal y (en términos cristianos) de la gracia, a la que podríamos llamar, de una manera más amplia, la iluminación. El purgatorio es un lugar de trabajo, de meditación iluminada; el paraíso (el Empíreo) es un lugar de iluminación, es el no lugar y el no tiempo que abarcan todo tiempo y todo lugar. El purgatorio aún es obra humana; el paraíso es el fin de toda obra, es Presencia: la presencia absoluta de lo real. Por ello el viaje (y la profecía: el viaje es la profecía) es un avanzar que no es progreso, es regreso: el regreso a la realidad primera, a lo Incondicionado. No es una conquista, aunque es cómodo llamarlo así, es una renuncia: al ego que garantiza un remedo de realidad.
La representación del trashumanarse siempre ha dado problemas, en todas las épocas. Sin embargo, llegar al muro de lo inefable es el sueño de toda poesía. Es un problema de difícil resolución, pero un indicio de que se está donde se debe. O no tan difícil, porque la solución, rebasado cierto punto, viene sola. Al nivel de lo inefable, el artificio literario, siempre necesario, es un mecanismo que trabaja casi por sí mismo. Solo hay que echarlo a andar.
De los años juveniles de las rimas d’Amore a la Comedia, Dante no parece haber cambiado mucho en su idea de cómo surge la voz poética. Ha cambiado su mundo, su visión, no eso. Dante escucha un dictado. Él ha pasado de la amada a la filosofía y de la filosofía a Dios, al menos en el relato mítico que forja de sí mismo. Pero la poesía sigue respondiendo a una realidad interior de carácter superador del individuo, del mero individuo civil, siempre valioso aunque cosa ordinaria a su lado. Dante concibe la poesía como dictado que una realidad superior (el Amor, Dios, la totalidad) dicta en el interior del poeta, que solo ha de saber escucharla:
«Yo soy uno», le dije, «que inspirado
por Amor, tomo nota, y a la letra
traslado lo que dicta en mis adentros».
Pg XXIV 52-54
En este pasaje Dante se refiere a sus años juveniles, pero habla en presente, porque nada ha cambiado, porque aún ama a Beatriz, transustanciada. Dante habla siempre en tiempos verbales intemporales, míticos: el tiempo de la visión poética, en el que él es siempre un poeta inspirado. Si en su juventud seguía a Amor, que le dictaba las dulces rimas nuevas (el dolce stil novo), en la madurez de la Comedia il dittatore no ha desaparecido, solamente se ha transformado, es otro: o Dios o la totalidad. Por eso el antaño poeta del Amor es ahora el profeta de lo Último, en la constante integración sin demasiadas fronteras con que Dante ve la realidad y se ve a sí mismo. Hay un resultado, pero persisten los primeros principios.
Para Dante importa más escuchar, conectar con lo decible, que querer decir algo, lo cual viene por sí solo. Es la experiencia lo que va primero, conforme al principio de veracidad que le rige. Importa vivir la experiencia del Sentido para no tener que buscarlo con las palabras, en las que él era un experto, por lo que conocía su doble filo. La retórica existe, y la fictio (la ficción poética, el engaño verdadero) no menos, pero han de quedar ocultas por la fuerza de la visión. El arte de la palabra Dante sabe que lo tiene desde sus tiempos juveniles, pues ha sido un refinado intelectual que conoce su Biblia, sus poetas latinos, a los padres de la Iglesia, los trovadores, la escolástica. Pero su camino ha sido otro: el del arte de la visión y la laboriosa conquista de la realidad verdadera. Y lo que ahora le dicta il dittatore es la nueva profecía, la profecía dantesca, suma de la experiencia humana vista a la luz del viaje. Para Dante, toda realidad verdadera es dictado, es imposición del carácter inevitable de la existencia. Dicta Dios, dictan los astros, dicta Beatriz, dictan Virgilio, Ovidio, Lucano (en términos poéticos), y la suma —Dante es summa— de dictados conforma la entidad última: la revelación dantesca, entendida como summa político-teológica, esto es, poética, menos buscada que impuesta. Lo que interesa de la plétora de referentes summáticos en que la revelación se articula es cómo Dante se llena de totalidad, de toda la totalidad: de la totalidad política y de la totalidad mística.
Hay que volver a la vieja tesis de Michele Barbi evocada por Edoardo Sanguineti para entenderlo; dice Barbi: «La Comedia no fue concebida, como se afirma a menudo, como un poema alegórico, sino más bien como una revelación; el viaje que describe no fue imaginado para que Dante tejiera una telaraña de ideas sutiles, sino para anunciar lo que Dios quiso que él viera y oyera en su “fatal viaje”, con la finalidad de salvar a la humanidad descarriada».
Tocando cautelosamente el explosivo tema de lo alegórico, hay que decir que la alegoría expone un límite, mientras que la visión o revelación lo conculca; la primera es un término, la segunda es un inicio. La revelación no pide permiso, la alegoría llama a la puerta. Aunque existen valores alegóricos en la Comedia (entre otros muchos), la alegoría no explica la apoteosis fenomenológica que toda revelación comporta, y que el poema expone. El problema es tan arduo, que a menudo cuesta distinguir entre la alegoría entendida como técnica compositiva y la alegoría practicada como exégesis, asunto tan viejo que atañe al propio Dante, quien en líneas generales puede decirse que compone en un nivel abierto pero se interpreta a sí mismo, como hace en el Convivio o en la carta a Cangrande (si es que es obra suya), en otro cerrado. Lo que sí es cierto es que Dante escribía en un contexto en que la lectura alegórica era usual, como consecuencia de la exégesis alegórica del Antiguo Testamento practicada desde los padres de la Iglesia, que veían en la vieja escritura una prefiguración de la Nueva. La Comedia presenta capas de alegorismo, pero ni son dominantes ni nos fuerzan a hacer una lectura concreta y solo una. Por más que tengan tintes de ello, Virgilio no representa a la razón y Beatriz a la teología, pues el Dante personaje (y el lector), cuando los ve, ve al Virgilio y a la Beatriz tout court: a Virgilio quiere emularlo como poeta-profeta, siendo el cantor de una nueva Florencia, justa y pacífica, incardinada en el Imperio; en Beatriz ve a la dama de la que fue rendido caballero, que aún le abrasa:
«No hay gota de mi sangre que no tiemble,
conozco el signo de la antigua llama».
Pg XXX 47-48
No son iguales en su grado de alegorismo Virgilio y Beatriz que el leopardo (la lujuria), el león (la soberbia) y la loba (la codicia) que le salen al paso a Dante al inicio del poema, en la selva oscura (los extravíos del sujeto), o el carro tirado por un grifo (la Iglesia guiada por Cristo; Pg XXIX) o el Viejo de Creta (las edades de la humanidad; If XIV 103 ss.) o la Pobreza con la que se desposó san Francisco (Pd XI 74): todos ellos admiten una lectura cerrada, unívoca, mientras que Virgilio y Beatriz son personajes sujetos a las modulaciones que sobre ellos proyecta su dimensión histórica, e interactúan en términos psicológicos con Dante y lo que sucede.
A partir de esto podemos sacar algunas conclusiones que ayuden a leer el texto sin imponerle realidades gravosas: la Comedia es antes un texto revelado que un texto alegórico; un texto visionario que un texto cultural; un texto descodificado que un texto codificado; un texto político-performativo, y no un texto-comentario, informativo; un texto místico, y no un texto dogmático. Y todo ello pese a la alegoría, la cultura, la codificación, el comentario y el dogma, que desde luego están presentes, pero en sostenidas condiciones de reversión y trascendencia: hacia más allá del símbolo, hacia más allá de la cultura, del código, de la glosa y la doctrina:
Ya bien sé que la mente no se sacia
a no ser que la alumbre esa verdad
que no deja lugar a otras verdades.
Pd IV 124-126
El título del poema, Comedia (Commedia), desconcertó desde el principio. Dante murió en 1321. Unos treinta años después, Boccaccio, uno de sus primeros y más entusiastas admiradores, que escribió una biografía de tintes hagiográficos, no lo entendía, y Petrarca tampoco, de lo que hay que deducir que no era transparente e inmediato, sino un título cauto tras el que Dante se resguardaba, el título más prudente, conciliador y feo de la historia de la literatura. Todo el carácter torrencial que la obra tiene, pues el libro no solo es apasionado sino veloz, queda fuera del título, que se refiere solamente, aunque de una manera ambigua, al modelo retórico seguido. Lo cómico sería el estilo medio-bajo, opuesto al alto de la tragedia (el de la Eneida, por ejemplo), pero que en las manos de Dante no impide la subida a las alturas. Ese es el planteamiento. En realidad lo cómico dantesco funciona como una mezcla de estilos, muy apropiada para una obra que abarca el universo, o dicho de otro modo, que abraza las dos escatologías: la de la mierda y la del cielo. Si la retórica medieval propugnaba la adaptación del estilo al asunto (el principio de convenientia), una obra como la Comedia, que trata enciclopédicamente de todos los asuntos y saberes posibles, solo podía escribirse, habida cuenta de su nivel de dramatización y su espectro analógico, desde la variedad estilística, hasta el punto de que la contigüidad de estilos se manifiesta en una misma página (hay antecedentes ya en san Agustín). A varia materia, vario estilo. Con Dante no cabe acomodo. Cuando el registro parece estabilizarse, viene el cambio: de las esferas celestes, por ejemplo, con sus correspondientes esplendores lumínicos, se pasa a la violenta execración de los males terrenales; la Beatriz que habitualmente imparte doctrina divina, desciende a un encendido moralismo:
Antes bien, piensa, sin llamarte a asombro,
que no habiendo en la tierra quien gobierne,
se pudre la familia de los hombres.
Pd XXVII 139-141
Fue más tarde, dos siglos después, en 1555, cuando un editor veneciano añadió al título el epíteto de «divina», en el que resuenan los elogios de Boccaccio, y con el que la obra conquistó un principio de inteligibilidad, pues le cuadra: no en vano, ya avanzado el argumento, en el Paraíso, Dante llama a su poema «poema sacro», al que por un momento fía sus esperanzas de regreso a Florencia:
Si llega el día en que el poema sacro
en el que han puesto mano cielo y tierra,
y me tiene en los huesos hace tiempo,
derrota la crueldad que me echó fuera
del bello aprisco en que dormí cordero,
enemigo de lobos que hacen guerra,
con otra voz entonces, otro pelo,
regresaré poeta, y en la pila
de mi bautismo ceñiré corona,
pues allí conocí la fe que amista
a las almas con Dios, que me ha valido
que Pedro me nimbara la cabeza.
Pd XXV 1-12
Un par de cantos antes ya lo había llamado «sagrado» (Pd XXIII 62). Son dos denominaciones relativas al contenido, a la materia del poema, que trata de cosas sagradas, y a la composición, pues ha sido escrito con ayuda divina, es decir, de manera revelada («en el que han puesto mano cielo y tierra»), un poco, salvando las distancias, como los salmos de David, el cual cantó por imposición divina, además de, secundariamente, «por gusto suyo» (Pd XX 42). David es la contraparte divina del paradigma poético que Virgilio encarna. Dante se mira en ambos, dos modelos elevados, y pese a toda la baja materia que el poema contiene, en su parte final la nomenclatura interna, que también ha usado el término «comedia» (If XVI 128; If XXI 2), se decanta hacia lo sagrado. En cualquier caso, habría que entender que no se trata tanto de niveles de realidad, pues la realidad es una, sino de niveles de visión, y que las cosas no sagradas están vistas, en último término, desde la perspectiva sagrada, esencial, del viaje ultramundano, y que por ello todo el poema admite estos calificativos de «sacro» o «sagrado». Que el añadido de «divina» sea espurio, no le quita la adecuación que tiene y el equilibro que aporta. Por otra parte, y aunque esto sea secundario, es evidente que Dante habría convenido. Él no podía calificar su obra de «divina», tenían que ser las generaciones futuras quienes lo hicieran, los lectores comunes a los que había decidido dirigirse escribiendo en su lengua florentina, «la lengua de la gente no letrada» (De vulgari eloquentia I 1), no en latín; él, podría decirse, solo se ocupó de crear las condiciones objetivas para que surgiera la adjetivación.
La cuestión queda bien resumida en estas palabras de Anna Maria Chiavacci: «Si Comedia es el título que le puso el autor, y como tal el único filológicamente correcto, Divina Comedia es el título que le puso el lector, e históricamente constituido, y por ello legítimamente usado todavía para designar el poema dantesco».
El sujeto que al comienzo de la Comedia se declara, no sin falsa modestia, indigno del viaje que Virgilio le propone,
Mas ¿para qué yo, a mí quién me autoriza?
Si yo no soy Eneas, no soy Pablo.
Ni yo ni nadie me creerá a la altura.
If II 31-33
en el último canto, el centésimo, llega a la presencia divina y se sume en ella, literalmente se adentra (voz activa) en Dios, en su luz. El Dante personaje gana todas sus batallas. En verso Dante triunfa. Profetiza la restauración del orden político imperial (que queda abierta, fiada a la providencia y al Lebrel venidero) y consigue llevar la experiencia mística hasta el final, hasta donde ya no hay más allá porque cesa lo condicionado. El Dante personaje es un triunfador tardío de la pequeñez franciscana y del aniquilamiento del yo en la Unidad. Por el contrario, el Dante sujeto civil, del que poco sabemos, es un individuo que acaba sus días en Rávena tras vagar por media Italia, sin otra victoria que la Comedia, que no siendo poca cosa, no enmienda las humillaciones del exilio, el dolor de no haber sido profeta en su tierra. Al Dante personaje le nimba tres veces la cabeza san Pedro, en pleno paraíso (Pd XXIV 152-154), a falta de la corona de laurel que no ceñirá el Dante de carne y hueso en el baptisterio de Florencia, como era su deseo, en signo de victoria poética y de restitución de lo perdido.
J. G.
Junio de 2013-septiembre de 2020
SOBRE LA TRADUCCIÓN
Esta traducción de la Divina Comedia solo pretende una cosa, además de hacer realidad la entelequia a la que llamamos «restituir el original»: que el lector la oiga. Eso quiere decir, por una parte, que los endecasílabos en que está escrita se dejen oír, cosa que el mero uso del endecasílabo no garantiza, y por otra, que la lengua misma sea audible, en cuanto lengua actual y reconocible pero no ajena a las resonancias diacrónicas que toda gran poesía tiene. Eso significa, en términos históricos, romper con la retórica decimonónica que ha presidido, en mayor o menor medida, las versiones hechas desde las de Cheste y Mitre, sobre todo las realizadas en verso y en España. El patrón Cheste-Mitre, más o menos permeado, ha sido la perfecta red que ha secuestrado a la Comedia en español durante más de un siglo.
Restituir el poema desde una retórica y una poética contemporáneas, supone muchas cosas: escuchar la oralidad del texto, mayor de la que se presume; reproducir los decires, bajos y altos, poéticos y técnicos; percibir la ironía, el sarcasmo y hasta el humor del texto, muy sutil; que el habla de los personajes sea habla entre personas: por ejemplo, la manera materno maltratadora en que Beatriz se dirige a Dante, muy poco explorada; que el verso rebase la musicalidad horizontal y conquiste la vertical, en Dante como en Góngora o Darío definitoria, en la que la cápsula versual se atenúa en favor de la cadencia, constituida de manera más rizomática que el mero verso (aliteraciones puntuales y secuenciales, «actos» de rima, encabalgamientos, balbuceos prosódicos, monosilabismo, anáfora material y anáfora del intelecto, suciedad fónica, cultivo del no verso en el verso, oído lejano y lengua próxima, tensión legato/staccato, con sitio para este último); que la velocidad sea la justa para que el poema avance y no aburra, una vez reequilibrada respecto al original (sin rima hay que aumentar la velocidad del verso); respetar tanto el pulido como la frescura de la repentización; proteger lo sintético y alejarlo de conceptualizaciones espurias; y, en líneas generales, no alterar la naturaleza del fraseo, que es la esencia misma del arte de Dante.
Una traducción de la Comedia nunca puede dejar de ser, aunque modesta, una propuesta de estudio. De poco sirve creer que se puede leer a Dante por placer y buscando en Dante el placer. Lo hay, pero no es el placer corriente de la lectura «egoísta», de refrendo de lo constituido (para eso habría que tener una cultura y una sensibilidad inmensas), sino el de la lectura entendida como formación, esto es, como constitución de artefactos mentales nuevos, poderosos. La Divina Comedia es un libro muy peligroso.
Dante es, y cuesta decirlo, el mayor poeta de Occidente. Mientras Homero y Shakespeare a veces sestean, él no. Traducir a Dante es traducir toda la historia de la poesía occidental, la previa a él y la posterior, ya que milagrosamente la contiene (si se mira con calma, se ve a Mallarmé). El siglo inmediato a su muerte y el siglo XX fueron los que mejor le entendieron. El futuro no podrá no leerlo, pues el hombre total que Dante encarna es la única salida para el hombre.
NOTA TEXTUAL
El texto original seguido es la antica vulgata fijada por Giorgio Petrocchi. Se ha corregido en no más de treinta lugares siguiendo propuestas de Anna Maria Chiavacci y de Giorgio Inglese.
Infierno
PRÓLOGO
EL EMBUDO DEL MAL
Un hombre sabio, Virgilio, y un hombre que quiere serlo, Dante, bajan por un embudo rocoso: el infierno. En el ápice inferior les aguarda Lucifer. Virgilio guía a Dante. Los dos son poetas, los dos creen en la razón, en la instrumental y en la poética, pero les diferencian algunas cosas: Virgilio es el alma de un muerto, Dante está vivo, baja con su cuerpo sorprendentemente carnal; Virgilio fue pagano, Dante ha conocido la fe en Cristo; Virgilio sufre condena en el limbo, en la boca del infierno, la sección más benigna de este reino de castigo, Dante ha de volver a la tierra cuando concluya su viaje por los tres órdenes de ultratumba; Virgilio padece el eterno desear del bien que no ha conocido (Dios),
un bien
allende el cual no existe ningún otro,
Pg XXXI 23-24
mientras que a Dante le aguarda el conocimiento total de ese bien: llegará a la presencia divina y se adentrará en ella, aunque aún no lo sabe, ha de ganárselo; Virgilio, en cuanto gran poeta, profetizó en su cuarta égloga la venida de Cristo al mundo, Dante (aún no lo sabe) ha de profetizar en su poema lo que le enseñe el viaje (el reequilibrio del compuesto temporal/espiritual, podrido por la intromisión de la Iglesia en los asuntos del Imperio). Juntos van y juntos padecerán los estragos infernales y las pruebas del purgatorio, una montaña cuya subida limpia de los pecados del mundo. Virgilio guía a Dante porque Beatriz se lo ha pedido: ella ha bajado al limbo desde el Empíreo (el término del viaje dantesco, si Dante resiste los dos primeros reinos) y le ha rogado al mantuano que ayude a su devoto amador, que se ha extraviado en la selva oscura de la vida mundanal. Dante, remiso al principio, se aviene, dado el alto patronazgo, al viaje y al discipulado:
Virgilio, el padre bueno,
Virgilio, a quien me di para salvarme,
Pg XXX 50-51
dirá como despedida cuando se separen. Estos son los presupuestos de la primera etapa del viaje dantesco, y en buena medida de la segunda, de la subida a la cumbre del purgatorio, donde se halla el edén terrenal y se completa la purificación, y el lugar en que Virgilio dejará el sitio a Beatriz, la nueva y definitiva guía. Porque Virgilio es un sabio, pero Beatriz está iluminada: solo un ser que ha conocido la gracia y la salvación puede ocuparse de llevar a Dante hasta el Empíreo mismo (en el último «tramo», justo antes de llegar a la presencia divina, Beatriz dejará su sitio a un místico, san Bernardo).
La Comedia es una suma de encuentros. El primero, instantáneo casi, es el de Dante con Virgilio: sesenta versos tarda Virgilio en aparecer. El poema es velocísimo y sitúa al lector enseguida. Es un comienzo in medias res (precisamente «mediado ya el camino de la vida», la de Dante y la de todos, viene a decirse) y sin presentaciones. Es como si el lector tuviera que saber ya quiénes son los protagonistas, y así será siempre: Dante da por descontada la realidad trascendental, intemporal de sus personajes, de los mayores a los menores. No admiten pedagogía —la pedagogía se reserva para las ideas—, sino objetivismo poético y la oblicua referencialidad de que goza lo intemporal. De hecho es común que se postergue su identificación; casi nunca nadie es él por anticipado. Son todo o nada. Y Dante sabe que la fuerza de su poesía hace que sean todo.
La poética de Dante queda al margen de lo heurístico: no busca, ni siquiera encuentra, es el verdadero Tal Cual, la cosa misma sin resquicio de no ser, de no estar, de no formar parte de su todo. Vistos a la luz divina del viaje, esto es, de la revelación dantesca, cada ser está en su lugar: los condenados en el infierno, los penitentes en el purgatorio y los justos en el paraíso. Y en su ser: ninguno podría haber sido otra cosa, de otra manera. Es un mundo arrancado de cuajo de la no existencia inartística, temporal, no divina, a la que llamamos historia, y que desde la perspectiva de Dante es el mundo sin conocer, sin juzgar, pues solo el juicio y el amor divinos, escenificados en el poema, culminan lo real.
El primer encuentro es de desvalido con dueño de sí. Virgilio es protector, Dante es humano y a menudo teme y se resguarda tras él. Virgilio es paternal como luego Beatriz será maternal, aunque Virgilio le trata mejor que Beatriz: es todo protección y cuidados; Beatriz le da los de la mente, los de la sabiduría divina, los más altos, pero costosamente dispensados, a cambio de la entrega total del ego de su pupilo, que cada vez sabe más porque sabe menos. Con todo, entre Virgilio y Dante hay lugar para cierta ironía y cierto pique, muy sutil, y se entrevé el principio de algo más que la relación maestro-discípulo: una amistad. Pero no hay tiempo para tanto: en el viaje a Dios no hay amigos, al menos entre los mentores, hay figuras paterno-maternales de conocimiento, todo lo más. Este juego de lo que es y no puede ser (Virgilio un amigo, Beatriz una amante real) enriquece mucho la psicología de los tres principales personajes, y da pie a los matices de su habla, al atisbo de la intimidad, que el lector desea pero no obtiene.
Lo más importante de cuanto le ocurre a Dante en su viaje es que nunca está solo. Solo lo estará al final, ante Dios mismo, cuando dé un paso adelante y Bernardo se quede quieto y ya Dante se valga por sí mismo, sin necesidad, como en las etapas precedentes, de que le digan lo que tiene que hacer o cómo ha de interpretar lo que ve. Mientras, necesitará ayuda.
Es innegable en la Comedia, como en toda la cultura antigua, sin distinción geográfica, la importancia del magisterio, que comporta siempre dos hechos: que alguien esté dispuesto a guiar porque ha hecho el camino, y que alguien acepte el discipulado, esto es, la propia ignorancia. Aquí Dante, un prestigioso intelectual, es un chiquillo que todo lo tiene que aprender de sus guías, lo que significa que cuando el hombre mundano se asoma a lo eterno, de poco le sirven sus saberes.
La magia del libro consiste precisamente en que casi desde el principio este Dante pupilo, que nunca es del todo el que parece, es nuestro maestro: él hace el camino por él y por nosotros; él sigue a Virgilio, nosotros le seguimos a él. Porque el viator, el peregrino escatológico, no tiene más vida que el viaje: si la tuvo, no la tiene ya, por más que la evoque; si ha de tenerla, poco sabremos de ella, por lo cual no importa. Estar en el camino es la realidad total del Dante personaje, que es un pequeño saltamontes de la eternidad, aunque su ser histórico previo se transparente en sus actos, sobre todo para los que se encuentran con él y ya le conocían de la vida terrena (Brunetto Latini, por ejemplo, otra figura tutelar, que evoca la relación que tuvieron y le pronostica grandes cosas). A Dante solo le queda el viaje, y otra cosa no le va a quedar por los siglos de los siglos: Florencia ya no existe, Beatriz es una idea, el Imperio es incierto. Le queda el momento que vive, el suelo que pisa camino de lo Último. Es este el lado espiritual, menos político, de la revelación dantesca, que si en lo social es un canto negativo de Florencia, en lo espiritual es un canto del camino y de la gloria de Dios. Cada paso de la Comedia, que lleva a Dios (el eterno presente), es eterno presente del viator y del lector.
En la fenomenología del poema hay un aspecto esencial, que se esboza ya en el Infierno y que dará un juego enorme en el Purgatorio: Dante es el único vivo de todo el poema, lo que se traduce plásticamente en que es el único personaje con un cuerpo de carne y hueso. A lo largo de la obra se alude a gente que aún está viva en la tierra y a su destino post mortem (por ejemplo el emperador Enrique VII, al que Dante fiaba sus esperanzas de restauración imperial, que ya tiene escaño reservado en el Empíreo), pero vivo in situ solo está Dante. Los demás son almas. Las del infierno, de condenados, que gozan —también las de los penitentes del purgatorio— de un cuerpo especular, diáfano, remedo y reminiscencia del mortal: visible y sensible (Pg XXV 37-108). Es el cuerpo en el que sufren castigo y del que se duelen, pero no es el que tuvieron en la tierra, que solo recuperarán el día del juicio, y en el que aún sufrirán más, pues las penas del infierno son eternas y el cuerpo original más sensible que el cuerpo etéreo, virtual (If VI 97-114). Son tantas, y tan variadas, las menciones a la corporalidad de Dante, que este rasgo se convierte en uno de los que van creando un vínculo con el lector, que desde el principio busca cosas que comprender y a las que agarrarse, elementos reales en los que apoyarse, pues el mundo de ultratumba es demasiado extraño:
«Nací y crecí», repuse, «en la gran villa
sita en los márgenes del Arno bello,
y tengo el mismo cuerpo que en la tierra (...)»
If XXIII 94-96
Pero el motivo evoluciona en consonancia con la fenomenología de cada reino. En el infierno el cuerpo de Dante es peso, no otra característica lo define:
Saltó sin más mi guía a la falúa,
e hizo que yo saltara a su costado:
solo conmigo pareció cargada.
If VIII 25-27
Así seguimos adelante hollando
las lastras, que a menudo se movían
bajo mis pies, con mi pesada carga.
If XII 28-30
«Gerión», dijo, «adelante, descendamos.
Baja en círculos grandes, poco a poco.
Hoy llevas una carga que sí pesa».
If XVII 97-99
Si como carga y gravedad se lo define, es porque en el infierno no penetra la luz solar, es un reino de tinieblas que se va sumiendo poco a poco en las entrañas de la tierra. La entrada está en el hemisferio boreal, cerca de Jerusalén; su final en el centro mismo de la tierra, desde donde Virgilio y Dante han de subir de nuevo a la superficie terrestre, con salida al hemisferio austral, al pie de la montaña del purgatorio. En el reino purgatorial, a la luz del sol de nuevo recobrada, ya no importará tanto el peso del cuerpo del viator, sino que es un sólido opaco que arroja sombra, mientras que el de las almas es diáfano. Esto deja pasmados a los penitentes, lo suficiente para que Virgilio, siempre protector, salte y lo explique:
Como ovejas que salen del aprisco
primero una, dos, tres, mientras las otras
vacilan temerosas, cabizbajas,
y a la primera imitan las siguientes,
y se arriman a ella si se para,
mansas y quietas, sin saber por qué,
así vi yo venir la cabecera
de aquel rebaño que era afortunado,
de rostro púdico y andar honesto.
Y al ver la luz en tierra refrenada
a la parte derecha de mi cuerpo,
pues mi sombra llegaba hasta la roca,
se detuvieron, echándose atrás,
y aquellos que venían a su espalda,
sin saber por qué, hicieron otro tanto.
«Sin que medie pregunta yo confieso
que este cuerpo que veis, aún está vivo:
si pone freno al sol, se debe a eso.
No os sorprendáis, creed más bien que obra,
en su afán de subir estas paredes,
no sin poder venido de los cielos»,
dijo el maestro.
Pg III 79-100
Esta evolución de lo único que tiene el viator que no tengan los demás seres que se encuentra es un ejemplo, entre otros muchos, del arte dantesco de la variatio figurativa: en un libro en que las estructuras básicas son repetitivas (los nueve círculos infernales, las nueve plataformas purgatoriales, los nueve cielos paradisíacos; los tres maestros), todo cambia. La Comedia se repite cambiando, en una iteración que manifiesta la inacabable diversidad y unidad de lo existente. Así, el cuerpo humano que es visto como carga en el infierno o como freno a la luz solar en el purgatorio, sirve también, por ejemplo, para indicar el ancho del camino, que a Dante le importa precisar, porque como poeta de la veracidad extrema le apasiona lo mensurable:
De la orilla asomada a los abismos
al muro que allí puja y se retrepa,
tres veces se contaba el cuerpo humano.
Y a juzgar por el vuelo de mi ojo,
lo mismo daba a izquierda que a derecha,
eso justo medía la cornisa.
Pg X 22-27
O vale para recordar la condición que el humano siempre tiene de hijo de Adán, pues cargar con el propio cuerpo es, en todo momento, llevar a cuestas a Adán, en otra sublime imagen dantesca:
cuando yo, que cargaba a Adán conmigo,
muerto de sueño, me acosté en la hierba (...)
Pg IX 10-11
No hay cuerpo sin tiempo y no hay tiempo en la Comedia, mientras la acción está en los pies de Virgilio, sin prisa. El cuerpo de Dante que avanza y el tiempo que corre angustiosamente son las coordenadas del viaje hasta la aparición de Beatriz, que significa entre otras cosas el fin de la prisa. El tiempo en la Comedia está contado. No solo porque se da la hora cuando procede, sino porque Virgilio tiene una eterna prisa, prisa por que Dante aprenda cuanto pueda en el limitado tiempo de su viaje. Los días del viaje (poco más de seis) no pueden alargarse, no hay prórroga ni suspensión temporal: las horas corren y Dante ha de aprovecharlas al máximo. Porque el viaje, hay que recordar, se hace por el conocimiento de Dante, para que aprehenda el sentido total (de la historia humana y de la espiritualidad personal) y lo formule proféticamente, en beneficio de la humanidad extraviada:
«¡Venga, sigamos, que el camino apremia!».
Y fue decirlo y ya los dos pisábamos
el círculo primero del abismo.
If IV 22-24
Y yo, que si tardaba más temía
enfadar al que prisa siempre mete,
di la espalda a las almas desdichadas.
If XVII 76-78
Y yo: «Maestro mío, aguarda un poco,
que primero me aclare yo con este.
Ya más tarde podrás meterme prisa».
If XXXII 82-84
La prisa de Virgilio es una prisa providencial (lo Alto es quien ha dispuesto el viaje), de la que el propio Dante acaba contagiándose:
«Piensa en algo»,
dije yo, «que haga que no corra el tiempo
en balde». Y él a mí: «Eso mismo hago».
If XI 13-15
Dante, que a veces parece un turista de la totalidad o un groupie de las celebridades de la historia, sabe por qué está haciendo el viaje, no abjura nunca de su misión: aprender para testimoniar. El conocimiento lo es todo en la Comedia, de otra cosa no trata el poema. Primero, en el infierno, el racional e histórico, y poco a poco, en el purgatorio y el paraíso, el espiritual, el místico, aunque nunca dejan de estar imbricados, pues los dos van fabricando el sentido total que ha de ser revelado.
Y la manera en que el conocimiento se articula en el viaje dantesco es mediante los encuentros con quienes en vida encarnaron el pecado o la virtud, esto es, con la historia humana: la pretérita, vista a la luz de su no acontecer, de su resolución final, y la venidera, vista por anticipado, pues en los tres reinos la historia por venir no es ningún secreto, particularidad que le permite al Dante autor formular vaticinios, la mayoría post eventum, esto es, de hechos ocurridos entre 1300, año de la acción del poema, y la fecha de composición, nunca anterior a 1306.
Los encuentros del poema son numerosísimos, más con personajes contemporáneos que con figuras del pasado, y trasladan al lector el infinito acontecer humano, su repercusión en términos de creación de sentido. Quizá los más destacados del Infierno sean los de Brunetto Latini (un mentor político y literario de Dante, más que un amigo); el de Ulises, todo un acontecimiento metamítico, y el del conde Ugolino, gibelino pisano que cuenta su trágica historia. En el encuentro con Brunetto, Dante se dota de legitimidad intelectual y acrece su leyenda con los triunfos que su maestro le vaticina. Con Ulises, Dante desafía a Homero y a toda la tribu poética, que no cantó la muerte del héroe, como él va a hacer, y encausa la soberbia intelectual de quienes no han conocido la fe y se atreven a violentar —como Ulises en su última e inédita aventura, trasunto, según Maria Corti, del aristotelismo radical, averroísta— las puertas de lo incognoscible, que solo Dios abre. El encuentro con Ugolino, por su parte, es pura plasticidad y dramatismo, y goza también de varios planos: Dante le condena por traidor a la patria, dando fe a la acusación que le arruinó la vida; le compadece por la crueldad con que se le castiga (a morir de hambre en prisión con sus hijos), y calladamente insinúa (¿y comprende?) un posible desenlace antropófago, como si muertos los hijos el tabú se desdibujara, en una imagen refleja de las iniquidades de la época.
Los encuentros del infierno tienen dos dimensiones. Por una parte, todos son ejemplares (ejemplos negativos, al menos en lo tocante al pecado del condenado), todos suman, pues para Dante no hay vida que carezca de sentido, es la historia quien nos lo oculta y la realidad última quien nos lo revela. Por otra, albergan un posible nexo entre la vida eterna, desventurada, que estas almas padecen, y la terrena que dejaron atrás, y ese nexo no es otro que la fama que Dante les dará con su poema, cuando vuelva al mundo y lo escriba: aún puede quedar memoria de ellos (o mejorar, como en el caso de Pier della Vigna, canciller del emperador Federico II, que injustamente acusado de traición se suicidó):
«Vivo estoy, y podrías ver con gusto»,
fue mi respuesta, «si deseas fama,
que tu nombre se grabe en mi memoria».
If XXXII 91-93
Este dará lo aquí tan deseado.
Inclínate y no tuerzas pues el morro.
Te dará, si le sirves, fama humana,
que él vive y aún le aguarda larga vida,
si la gracia no corre a reclamarlo.
If XXXI 125-129
La mayoría de los condenados están deseosos de esta pequeña restitución vital, pero los más recalcitrantes, los de los círculos inferiores, asumen su condición y no se andan con paños calientes. Que Dante pueda dar fama con su poema a las almas ultraterrenas es la principal cosa que puede ofrecerles, aparte de la compasión in situ, allí, en la eternidad, donde nada ni nadie les compadece, pues los condenados viven en la soledad sentimental de Dios, que les ha juzgado compasivamente, pero cuya compasión ellos no entienden, enfangados como siguen en el mal (el mal del que no se arrepintieron en vida es eterno, de él no se sale). El ofrecimiento de fama por parte de Dante es pues un movimiento ingenuo y generoso, por más que al lector moderno le cueste verlo así y le suene a vanidad artística. Dante se va a ganar la fama con su poema, que es la crónica de su viaje, hecho de encuentros y de perfeccionamiento espiritual, de eso él está seguro, pero es portador a su vez de fama ajena, porque la poesía, que es una crónica de lo existente visto a la luz de su realidad última —y más la de Dante— faculta esta pequeña forma de eternidad terrena. Si el reo no declara su nombre y su historia, que es lo que Dante más desea y para lo que está ahí, a merced de los despeñaderos infernales, quizá no quede memoria de él ni por su pecado. Por eso los mayores pecadores rechazan el ofrecimiento de fama y se resisten a identificarse. En el purgatorio la cosa será distinta: además de fama Dante podrá, pidiendo a los deudos de los penitentes que recen por ellos, acortar sus penas purgativas.
De los tres órdenes (infierno, purgatorio, paraíso) o ideas fundamentales (condena, perfeccionamiento, dicha), el que mejor se entiende hoy es el infernal: el purgatorio y el paraíso nos son más ajenos. El purgatorio, territorio de purificación, es demasiado sofisticado para nosotros. El paraíso es en principio inasequible, salvo para mentalidades unitivas, místicas, aunque se entiende quizá en términos de regalo, de privilegio. Esta predilección por el infierno, que descompensa la obra, parece inevitable. La idea de castigo se entiende bien desde una mentalidad contemporánea. Las penas del infierno son espectaculares y casan con la visión catastrofista, encogida, que tenemos de la realidad, muy influida por el puritanismo apocalíptico: que todo pueda acabar y acabarse en un enorme castigo, lo entendemos. La idea de paraíso se entiende, si acaso, complementariamente a la de infierno. Entendemos el gran castigo y el gran premio. El trabajo que comporta el purgatorio no se asume, porque el trabajo espiritual resulta ajeno, se juzga solitario y asocial. Por el contrario, el Infierno es el reino de las grandes masas (en verdad no es así, las mismas masas presiden los tres órdenes, pero dan más juego plástico en este, por ejemplo en las hoyas concéntricas de Malasbolsas), desplegadas a lo largo de un embudo rocoso que se presta a la morbosidad del lector de todas las épocas, aunque para el lector medieval el espectáculo era menos morboso —era más «real»— que para el lector moderno, que lo ve en términos de literatura fantástica.
Todo esto ha ido dotando al Infierno del carácter de cántica indiscutible, si bien los dantistas no están de acuerdo, y los poetas tampoco. Primero porque el dantista tiende —y el poeta— a ver el todo. Segundo porque el arte de Dante es más elaborado según avanza el poema, menos esquemático, más esponjado, y a partir de la trama básica se despliega un número mayor de elementos complementarios. Tercero porque no es más bella la idea de castigo que la de trabajo o la de salvación: no es más bello ver arder a alguien en la pez hirviente que ver a Dante subir de cielo en cielo, absorbido por lo Incondicionado, o el espectáculo final de la rosa cándida del Empíreo.
Lo que sí es cierto es que Dante jugó bazas ganadoras en el Infierno: lo construyó a su medida, tanto material como moralmente. En lo material, la topografía de su infierno ha fascinado desde el periodo renacentista, entre otros a Galileo Galilei, que recalculó las dimensiones del espacio que Dante, con mucho escrúpulo «científico», poetiza, y concluyó que eran «correctas». En lo moral, Dante se tomó libertades respecto a la historia y al dogma, y eso le confirió una novedad que, impulsada por la fuerza poética de su palabra, le ganó la adhesión de los lectores, pues el éxito de la primera parte del poema fue fulminante. Su limbo, por ejemplo, no es igual que el de la teología escolástica, es más amplio, más culturalista, lo que le permite «salvar» al máximo su mundo intelectual (la tradición grecolatina; a Avicena, a Averroes). Tal es la personalidad dantesca que osa, bajo la coartada del artificio poético y en aras de la ejemplaridad espiritual, algo que la Iglesia había evitado escrupulosamente, y que define por completo al poema: castigar o premiar a las grandes figuras de la historia, cristianas o paganas, pronunciarse sobre su destino ultraterreno.
Dante, que tiene muchas valentías, en el Infierno tiene una gigantesca: enfrentarse al mal, aceptarlo y representarlo. Al mal de todos, porque si no todos somos el mal, sí el mal es de todos. Fenomenológicamente, los dos poetas asistirán al espectáculo del mal y su castigo, en una dimensión suprahistórica, sin resquicio, que culmina en la estólida presencia de Lucifer, recluido en el centro de la tierra. El mal, que hoy juzgamos un privilegio ontológico de la modernidad, no solo es tan viejo como el mundo, sino que ha sido siempre un material epistemológico de primera. La centralidad del mal en la ontología negativa de la modernidad no deja de ser una colonización retrospectiva del mal universal propiedad de todos los seres humanos, de Adán a nuestros días, a los que se despoja de parte de su ser y de la carga cognitiva que el mal comporta, se los vacía de mal y de bien, de modo que el mal clásico es un pre-mal, un prototipo menesteroso del mal masivo, industrializado. Nerón —clamorosamente ausente del poema, pues Dante nunca ve mancha en Roma— o Corso Donati, el caudillo de los güelfos negros, fueron tan banales en el ejercicio del mal como cualquiera de los fratricidas posmodernos.
Uno de los momentos grandiosos del Infierno, en términos plásticos y operativos, es la aparición de Gerión, un monstruo que aerotransporta a Dante y Virgilio a las regiones bajoinfernales en que impera el Engaño, y a cuyos lomos bajan a donde ya no podían bajar, porque Dante siempre va a donde no puede irse, y que por eso mismo tendrá, Gerión y esta etapa, hay que pensar, alguna dimensión mística (en la mística bajar y subir son la misma cosa: se baja porque se sube). Hay muchas otras grandezas similares, como toda la escenografía de las hoyas concéntricas de Malasbolsas, vaga reminiscencia, encastrada en la tierra, del Coliseo romano o de las Arenas de Nimes. Pero en términos morales y hasta espectaculares es Lucifer el punto mayor del argumento infernal, adonde apunta la bajada. El poema tiene tres culminaciones, que coronan, respectivamente, las tres partes: Lucifer, el edén terrenal y Dios mismo. En Lucifer Dante rebasa el mal; en el edén se limpia de sus pecados; en Dios se sume.
A lo largo de los nueve círculos infernales todo es pacotilla al lado del encuentro con el silente y gigantesco Lucifer, de prolífica obra, cuyos tres rostros, antítesis de la Trinidad, devoran a Judas, Bruto y Casio. Es un hallazgo de entre los mayores de la Comedia que Lucifer no hable: el mal no puede hablar, ya ha hablado en el ser de los condenados. La historia universal que en la Comedia se juzga es su territorio natural. No hay nada que el mal pueda decir que no haya dicho ya con su realización humana. Ya han hablado por él, en la tierra de todos y en el propio infierno dantesco, los pecadores. Es un encuentro sin palabras que es mera fisicidad. Virgilio y Dante lo hallan apresado en los hielos del Cocito y bajan por su cuerpo peludo. Lo que más importa, desasirse del mal, se va a decidir en términos espaciales, corporales. Llegados al centro de la anatomía satánica, Virgilio gira, llevando a cuestas al viator, para ya solo subir, hacia Dios y la restauración del Sentido, pues el bien es el sentido último de la existencia. La escena es pura geopolítica del ser, que se afirma en un giro de 180 grados, el giro más decisivo de la historia de la poesía.
INFIERNO
CANTO I
1Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura,
che la diritta via era smarrita.
4Ahi quanto a dir qual era è cosa dura
esta selva selvaggia e aspra e forte
che nel pensier rinova la paura!
7Tant' è amara che poco è più morte;
ma per trattar del ben ch'i' vi trovai,
dirò de l'altre cose ch'i' v'ho scorte.
10Io non so ben ridir com' i' v'intrai,
tant' era pien di sonno a quel punto
che la verace via abbandonai.
13Ma poi ch'i' fui al piè d'un colle giunto,
là dove terminava quella valle
che m'avea di paura il cor compunto,
16guardai in alto e vidi le sue spalle
vestite già de' raggi del pianeta
che mena dritto altrui per ogne calle.
19Allor fu la paura un poco queta,
che nel lago del cor m'era durata
la notte ch'i' passai con tanta pieta.
22E come quei che con lena affannata,
uscito fuor del pelago a la riva,
si volge a l'acqua perigliosa e guata,
25così l'animo mio, ch'ancor fuggiva,
si volse a retro a rimirar lo passo
che non lasciò già mai persona viva.
28Poi ch'èi posato un poco il corpo lasso,
ripresi via per la piaggia diserta,
sì che 'l piè fermo sempre era 'l più basso.
31Ed ecco, quasi al cominciar de l'erta,
una lonza leggera e presta molto,
che di pel macolato era coverta;
34e non mi si partia dinanzi al volto,
anzi 'mpediva tanto il mio cammino,
ch'i' fui per ritornar più volte vòlto.
37Temp' era dal principio del mattino,
e 'l sol montava 'n sù con quelle stelle
ch'eran con lui quando l'amor divino
40mosse di prima quelle cose belle;
sì ch'a bene sperar m'era cagione
di quella fiera a la gaetta pelle
43l'ora del tempo e la dolce stagione;
ma non sì che paura non mi desse
la vista che m'apparve d'un leone.
46Questi parea che contra me venisse
con la test' alta e con rabbiosa fame,
sì che parea che l'aere ne tremesse.
49Ed una lupa, che di tutte brame
sembiava carca ne la sua magrezza,
e molte genti fé già viver grame,
52questa mi porse tanto di gravezza
con la paura ch'uscia di sua vista,
ch'io perdei la speranza de l'altezza.
55E qual è quei che volontieri acquista,
e giugne 'l tempo che perder lo face,
che 'n tutti suoi pensier piange e s'attrista;
58tal mi fece la bestia sanza pace,
che, venendomi 'ncontro, a poco a poco
mi ripigneva là dove 'l sol tace.
61Mentre ch'i' rovinava in basso loco,
dinanzi a li occhi mi si fu offerto
chi per lungo silenzio parea fioco.
64Quando vidi costui nel gran diserto,
«Miserere di me», gridai a lui,
«qual che tu sii, od ombra od omo certo!».
67Rispuosemi: «Non omo, omo già fui,
e li parenti miei furon lombardi,
mantoani per patrïa ambedui.
70Nacqui sub Iulio, ancor che fosse tardi,
e vissi a Roma sotto 'l buono Augusto
nel tempo de li dèi falsi e bugiardi.
73Poeta fui, e cantai di quel giusto
figliuol d'Anchise che venne di Troia,
poi che 'l superbo Ilïón fu combusto.
76Ma tu perché ritorni a tanta noia?
perché non sali il dilettoso monte
ch'è principio e cagion di tutta gioia?».
79«Or se' tu quel Virgilio e quella fonte
che spandi di parlar sì largo fiume?»,
rispuos' io lui con vergognosa fronte.
82«O de li altri poeti onore e lume,
vagliami 'l lungo studio e 'l grande amore
che m'ha fatto cercar lo tuo volume.
85Tu se' lo mio maestro e 'l mio autore,
tu se' solo colui da cu' io tolsi
lo bello stilo che m'ha fatto onore.
88Vedi la bestia per cu' io mi volsi;
aiutami da lei, famoso saggio,
ch'ella mi fa tremar le vene e i polsi.»
91«A te convien tenere altro vïaggio»,
rispuose, poi che lagrimar mi vide,
«se vuo' campar d'esto loco selvaggio;
94ché questa bestia, per la qual tu gride,
non lascia altrui passar per la sua via,
ma tanto lo 'mpedisce che l'uccide;
97e ha natura sì malvagia e ria,
che mai non empie la bramosa voglia,
e dopo 'l pasto ha più fame che pria.
100Molti son li animali a cui s'ammoglia,
e più saranno ancora, infin che 'l veltro
verrà, che la farà morir con doglia.
103Questi non ciberà terra né peltro,
ma sapïenza, amore e virtute,
e sua nazion sarà tra feltro e feltro.
106Di quella umile Italia fia salute
per cui morì la vergine Cammilla,
Eurialo e Turno e Niso di ferute.
109Questi la caccerà per ogne villa,
fin che l'avrà rimessa ne lo 'nferno,
là onde 'nvidia prima dipartilla.
112Ond' io per lo tuo me' penso e discerno
che tu mi segui, e io sarò tua guida,
e trarrotti di qui per loco etterno;
115ove udirai le disperate strida,
vedrai li antichi spiriti dolenti,
che la seconda morte ciascun grida;
118e vederai color che son contenti
nel foco, perché speran di venire
quando che sia a le beate genti.
121A le quai poi se tu vorrai salire,
anima fia a ciò più di me degna:
con lei ti lascerò nel mio partire;
124ché quello imperador che là sù regna,
perch' i' fu' ribellante a la sua legge,
non vuol che 'n sua città per me si vegna.
127In tutte parti impera e quivi regge;
quivi è la sua città e l'alto seggio:
oh felice colui cu' ivi elegge!»
130E io a lui: «Poeta, io ti richeggio
per quello Dio che tu non conoscesti,
acciò ch'io fugga questo male e peggio,
133che tu mi meni là dov' or dicesti,
sì ch'io veggia la porta di san Pietro
e color cui tu fai cotanto mesti».
136Allor si mosse, e io li tenni dietro.
CANTO I
1Mediado ya el camino de la vida,
me vi de pronto en una selva oscura,
ya del todo perdido el rumbo cierto.
4¡Ah, tan difícil es decir lo densa
y ruda y fiera que era la espesura,
que solo de pensarlo vuelve el miedo!
7La muerte no le gana en sinsabores.
Mas por tratar del bien que allí me cupo
escribiré de todo cuanto vi.
10De cómo entré no puedo decir nada,
el sueño me embargaba por completo
al apartarme de la buena senda.
13Pero una vez llegué junto a un collado,
allí donde acababa el valle fiero
que me había encogido el corazón,
16levanté la cabeza y vi sus hombros
vestidos de los rayos del planeta
que guía la carrera de los hombres.
19Entonces se calmó mi miedo un poco,
que el lago de mi alma había helado
la noche que pasé entregado al duelo.
22Y como aquel que resollando llega
tras bregar con las olas a la costa,
y vuelve el rostro al agua peligrosa,
25así yo, que aún huía, me volví
a dedicarle una mirada al límite
que vivo no ha cruzado ningún hombre.
28Descansé un poco el cuerpo fatigado
y retomé la cuesta solitaria,
un pie arriba y el otro firme abajo.
31Y ahí estaba, no tuve que andar mucho:
un leopardo ligero y todo presto
que de piel tachonada se cubría;
34plantado me miraba sin moverse,
y de tal modo me cerraba el paso
que estuve por volverme varias veces.
37Era muy pronto, apenas clareaba,
el sol trepaba el cielo con los astros
igual que el día en que el amor divino
40movió por vez primera aquellos cuerpos.
Y a pesar del leopardo moteado,
me hicieron concebir buenos augurios
43la hora pronta y la estación tan dulce,
mas no al punto que no me amedrentase
la vista repentina de un león.
46Parecía venir derecho a mí,
la testa erguida y con rabiosa hambre,
hasta el aire temblaba en apariencia.
49Y una loba, que toda la avidez
congregaba en sus carnes consumidas,
devoradora de un montón de gente,
52me redujo a un estado lamentable
con solo dirigirle la mirada,
y ya no confié en llegar arriba.
55Y como aquel que goza acumulando,
y cuando la fortuna le desprecia,
solloza y se lamenta amargamente,
58igual hizo conmigo la insaciable,
que viniendo a mi encuentro poco a poco
me fue empujando donde el sol se calla.
61Mientras que así rodaba cuesta abajo
se apareció de pronto ante mis ojos
un hombre con la voz como de sombra.
64Semejante presencia en el desierto
me hizo exclamar: «¡Apiádate de mí,
ya seas sombra u hombre verdadero!».
67Me respondió: «No soy hombre, hombre fui,
mis padres eran de la Lombardía,
hijos los dos de la ciudad de Mantua.
70Nací sub Iulio, en las postrimerías,
y viví en Roma bajo el buen Augusto,
en tiempos de los dioses traicioneros.
73Fui poeta, mi verso cantó al justo
hijo de Anquises que de Troya vino,
después de que Ilión la altiva ardiera.
76Pero tú ¿por qué cedes a tus miedos,
por qué no vas derecho al claro monte
que es principio y razón de toda dicha?».
79«¿Así que eres Virgilio, aquella fuente
de que mana infinita la elocuencia?»,
le contesté con frente avergonzada.
82«Oh luz y honor de los demás poetas,
válgame ahora el gran amor y estudio
que siempre he dedicado a tu poema.
85Virgilio es mi maestro y mi modelo,
de ti y de ningún otro yo he tomado
el alto estilo que me ha dado fama.
88Mira la bestia por que yo me he vuelto,
líbrame de ella, sabio renombrado,
que me estallan las venas y los pulsos.»
91«Si lo que quieres es salir de aquí»,
fue su respuesta al ver que yo lloraba,
«será mejor que cambies de sendero;
94pues esta bestia que te aterroriza,
a nadie le franquea su camino,
se opone si es preciso con la muerte;
97y su entraña es tan cruel y retorcida
que nunca satisface su deseo,
y come y tras comer le vuelve el ansia.
100Con muchos animales se aparea,
y lo hará con mil más hasta que llegue
el Lebrel que le dé terrible muerte.
103Él no se nutrirá de tierra o peltre,
mas de saber, de amor y de poderes,
y será natural de Feltro o Feltro.
106Vendrá a salvar a aquella humilde Italia
por que murió la virginal Camila,
y Euríalo con Niso y Turno en sangre.
109Él la perseguirá de villa en villa,
y volverá a encerrarla en el infierno,
de donde solo la sacó la envidia.
112Por tu bien te aconsejo que me sigas,
solo saldrás de aquí si yo te guío,
juntos iremos al lugar eterno
115en que has de oír la grita trastornada,
verás a la doliente turba antigua
que a gritos llora la segunda muerte;
118conocerás a los que están conformes
con el fuego, pues cuentan con hallarse
un día entre la gente afortunada.
121Por cierto, cuando quieras ir con ella,
yo cederé mi puesto a un alma pura,
ella te guiará mejor que yo;
124que el monarca que impera en ese reino,
como yo nunca me plegué a sus leyes,
a su ciudad no deja que me acerque.
127Él impera en el todo y allí reina;
allí están su ciudad y su alto trono:
¡oh dichosos aquellos que él elige!»
130Yo repuse: «Maestro, yo te ruego,
por el Dios al que tú no has conocido,
me libres de este mal y de peores,
133que me conduzcas al lugar que dices
y vea yo la puerta de san Pedro
y a aquellos que describes desdichados».
136Y él echó a andar y yo seguí sus pasos.
CANTO II
1Lo giorno se n'andava, e l'aere bruno
toglieva li animai che sono in terra
da le fatiche loro; e io sol uno
4m'apparecchiava a sostener la guerra
sì del cammino e sì de la pietate,
che ritrarrà la mente che non erra.
7O muse, o alto ingegno, or m'aiutate;
o mente che scrivesti ciò ch'io vidi,
qui si parrà la tua nobilitate.
10Io cominciai: «Poeta che mi guidi,
guarda la mia virtù s'ell' è possente,
prima ch'a l'alto passo tu mi fidi.
13Tu dici che di Silvïo il parente,
corruttibile ancora, ad immortale
secolo andò, e fu sensibilmente.
16Però, se l'avversario d'ogne male
cortese i fu, pensando l'alto effetto
ch'uscir dovea di lui, e 'l chi e 'l quale,
19non pare indegno ad omo d'intelletto;
ch'e' fu de l'alma Roma e di suo impero
ne l'empireo ciel per padre eletto:
22la quale e 'l quale, a voler dir lo vero,
fu stabilita per lo loco santo
u' siede il successor del maggior Piero.
25Per quest' andata onde li dai tu vanto,
intese cose che furon cagione
di sua vittoria e del papale ammanto.
28Andovvi poi lo Vas d'elezïone,
per recarne conforto a quella fede
ch'è principio a la via di salvazione.
31Ma io, perché venirvi? o chi 'l concede?
Io non Enëa, io non Paulo sono;
me degno a ciò né io né altri 'l crede.
34Per che, se del venire io m'abbandono,
temo che la venuta non sia folle.
Se' savio; intendi me' ch'i' non ragiono».
37E qual è quei che disvuol ciò che volle
e per novi pensier cangia proposta,
sì che dal cominciar tutto si tolle,
40tal mi fec' ïo 'n quella oscura costa,
perché, pensando, consumai la 'mpresa
che fu nel cominciar cotanto tosta.
43«S'i' ho ben la parola tua intesa»,
rispuose del magnanimo quell' ombra,
«l'anima tua è da viltade offesa;
46la qual molte fïate l'omo ingombra
sì che d'onrata impresa lo rivolve,
come falso veder bestia quand' ombra.
49Da questa tema acciò che tu ti solve,
dirotti perch' io venni e quel ch'io 'ntesi
nel primo punto che di te mi dolve.
52Io era tra color che son sospesi,
e donna mi chiamò beata e bella,
tal che di comandare io la richiesi.
55Lucevan li occhi suoi più che la stella;
e cominciommi a dir soave e piana,
con angelica voce, in sua favella:
58"O anima cortese mantoana,
di cui la fama ancor nel mondo dura,
e durerà quanto 'l mondo lontana,
61l'amico mio, e non de la ventura,
ne la diserta piaggia è impedito
sì nel cammin, che vòlt' è per paura;
64e temo che non sia già sì smarrito,
ch'io mi sia tardi al soccorso levata,
per quel ch'i' ho di lui nel cielo udito.
67Or movi, e con la tua parola ornata
e con ciò c'ha mestieri al suo campare,
l'aiuta sì ch'i' ne sia consolata.
70I' son Beatrice che ti faccio andare;
vegno del loco ove tornar disio;
amor mi mosse, che mi fa parlare.
73Quando sarò dinanzi al segnor mio,
di te mi loderò sovente a lui".
Tacette allora, e poi comincia' io:
76"O donna di virtù sola per cui
l'umana spezie eccede ogne contento
di quel ciel c'ha minor li cerchi sui,
79tanto m'aggrada il tuo comandamento,
che l'ubidir, se già fosse, m'è tardi;
più non t'è uo' ch'aprirmi il tuo talento.
82Ma dimmi la cagion che non ti guardi
de lo scender qua giuso in questo centro
de l'ampio loco ove tornar tu ardi".
85"Da che tu vuo' saver cotanto a dentro,
dirotti brievemente", mi rispuose,
"perch' i' non temo di venir qua entro.
88Temer si dee di sole quelle cose
c'hanno potenza di fare altrui male;
de l'altre no, ché non son paurose.
91I' son fatta da Dio, sua mercé, tale,
che la vostra miseria non mi tange,
né fiamma d'esto 'ncendio non m'assale.
94Donna è gentil nel ciel che si compiange
di questo 'mpedimento ov' io ti mando,
sì che duro giudicio là sù frange.
97Questa chiese Lucia in suo dimando
e disse: 'Or ha bisogno il tuo fedele
di te, e io a te lo raccomando'.
100Lucia, nimica di ciascun crudele,
si mosse, e venne al loco dov' i' era,
che mi sedea con l'antica Rachele.
103Disse: 'Beatrice, loda di Dio vera,
ché non soccorri quei che t'amò tanto,
ch'uscì per te de la volgare schiera?
106Non odi tu la pieta del suo pianto,
non vedi tu la morte che 'l combatte
su la fiumana ove 'l mar non ha vanto?'.
109Al mondo non fur mai persone ratte
a far lor pro o a fuggir lor danno,
com' io, dopo cotai parole fatte,
112venni qua giù del mio beato scanno,
fidandomi del tuo parlare onesto,
ch'onora te e quei ch'udito l'hanno."
115Poscia che m'ebbe ragionato questo,
li occhi lucenti lagrimando volse,
per che mi fece del venir più presto.
118E venni a te così com' ella volse:
d'inanzi a quella fiera ti levai
che del bel monte il corto andar ti tolse.
121Dunque: che è? perché, perché restai,
perché tanta viltà nel core allette,
perché ardire e franchezza non hai,
124poscia che tai tre donne benedette
curan di te ne la corte del cielo,
e 'l mio parlar tanto ben ti promette?»
127Quali fioretti dal notturno gelo
chinati e chiusi, poi che 'l sol li 'mbianca,
si drizzan tutti aperti in loro stelo,
130tal mi fec' io di mia virtude stanca,
e tanto buono ardire al cor mi corse,
ch'i' cominciai come persona franca:
133«Oh pietosa colei che mi soccorse!
e te cortese ch'ubidisti tosto
a le vere parole che ti porse!
136Tu m'hai con disiderio il cor disposto
sì al venir con le parole tue,
ch'i' son tornato nel primo proposto.
139Or va, ch'un sol volere è d'ambedue:
tu duca, tu segnore e tu maestro».
Così li dissi; e poi che mosso fue,
142intrai per lo cammino alto e silvestro.
CANTO II
1El día declinaba, el aire pardo
aliviaba a los seres de la tierra
de sus fatigas. Solamente yo
4me disponía a soportar las penas
juntas de la piedad y del camino,
tal como pintará mi fiel memoria.
7¡Oh Musas, oh alto ingenio, socorredme!
¡Oh memoria veraz de lo vivido,
demuestra ahora toda tu nobleza!
10Y así dije: «Poeta que me guías,
mira si mi entereza es suficiente
antes de darme a semejante empresa.
13Tú dices que el que padre fue de Silvio,
cuando era corruptible todavía,
visitó en carne y hueso el reino eterno.
16Sin embargo, que aquel que el mal combate
le fuera amable, por pensar que el logro
sería relevante, por su quién
19y su qué, no fue cosa que extrañara,
pues de Roma la magna y de su imperio
el empíreo le puso a la cabeza,
22y por su cuál y qué, debe decirse,
a Roma se tomó por sitio santo
donde vive el que a Pedro le sucede.
25En aquel viaje que valió tu canto,
él escuchó razones que causaron
su triunfo y el del manto de los papas.
28También el Vaso de Elección fue digno
de este trance, en su viaje fue buscando
fortalecer la fe que salva al mundo.
31Mas ¿para qué yo, a mí quién me autoriza?
Si yo no soy Eneas, no soy Pablo.
Ni yo ni nadie me creerá a la altura.
34Por eso, en caso de seguir camino,
temo que todo sea una locura.
Yo no me explico, pero tú eres sabio».
37Y como quien desprecia lo que quiso
y nuevos pensamientos le trastornan
y deja lo que había comenzado,
40así me sucedió en la cuesta oscura,
a fuerza de pensar cambié de planes
y deshice mi empresa apresurada.
43«Si he comprendido bien lo que me dices»,
me respondió magnánima la sombra,
«la cobardía humilla tus designios;
46con frecuencia a los hombres pone trabas,
los espanta de empresas honorables,
como a la bestia asustadiza un viso.
49Para que te desprendas de tus miedos,
te diré por qué estoy aquí, qué supe
de ti que me empujó a compadecerte.
52Yo me hallaba en suspenso allá en el limbo,
y santa y bella me llamó una dama,
tanto que le pedí que me mandase.
55Sus ojos mejoraban a los astros.
Y consintió en decirme, suave y dulce,
con voz angélica, como ella sabe:
58"Oh generoso corazón mantuano,
cuya fama en el mundo aún se celebra
y durará mientras el mundo dure,
61el que es mi amigo, y no por un acaso,
ve su camino en la desierta cuesta
tan negro, que recula horrorizado.
64Lo que temo es que esté ya tan perdido
que mi intento de auxilio llegue tarde,
por lo que de él he oído allá en el cielo.
67Así que ve, con tu palabra clara
y cuanto se precise, a socorrerle.
Sálvale, y yo me quedaré tranquila.
70Yo soy Beatriz, Beatriz es quien te ruega.
Vengo de allí donde volver deseo.
Amor me manda y mueve mis palabras.
73Cuando vuelva de nuevo a las alturas,
a Dios de ti a menudo habré de hablarle".
Ella calló entonces, y yo le dije:
76"Oh dama de virtud inigualable
por quien la especie humana sobrepasa
el círculo del cielo más cercano,
79tanto me gusta lo que tú me pides
que ya es tardar obedecer deprisa,
y todas las promesas no hacen falta.
82Pero lo que no entiendo es que no temas
haber bajado hasta este angosto centro
desde el reino anchuroso que tú añoras".
85"Ya que quieres hilar tan finamente",
respondió, "te diré en pocas palabras
por qué no tengo miedo de este sitio.
88Solo se han de temer aquellas cosas
que tienen el poder de hacernos daño.
Las que no son temibles, no procede.
91Dios por su gracia me creó de modo
que el estado que sufres no me atañe,
ni me queman las llamas de este incendio.
94Una dama gentil hay en el cielo
dolida del peligro de mi amigo,
y que doblega el juicio de lo alto.
97Esta dama llamó a Lucía y dijo:
'Tu leal seguidor te necesita,
de ti depende, a ti te lo encomiendo'.
100Y Lucía, enemiga de crueldades,
se levantó y viniendo hasta mi sitio,
al lado de Raquel la venerable,
103dijo: 'Beatriz, de Dios eterna loa,
ve a socorrer a quien te quiso tanto,
al que por ti se separó del vulgo.
106¿No le oyes cómo llora, no te apiadas?
¿No ves que ya la muerte le amenaza
con embates peores que los mares?'.
109No hubo nadie jamás que en su provecho
o por huir su daño, reaccionara
tan raudo como yo al oír tal cosa.
112Dejé mi dulce escaño y vine aquí,
confiando en tu verbo incomparable,
que te honra y honra a aquel que lo ha escuchado."
115Tras haber pronunciado estas palabras,
volvió el cristal lloroso de los ojos,
y ya no pude más y vine aprisa.
118He venido siguiendo su mandato:
te he librado de aquella fiera horrible
que te impidió subir al bello monte.
121Así que di por qué, por qué tú dudas,
por qué la cobardía te atenaza,
por qué te falta ardor y confianza,
124si tres mujeres bienaventuradas
velan por ti en los cielos, allá arriba,
y mis palabras tanto bien te auguran.»
127Como las florecillas que la escarcha
dobla y cierra, y que al sol de la mañana
se espabilan, derechas en su tallo,
130así yo recompuse mi flaqueza,
y tanto ardor sentí dentro del pecho
que exclamé, ya del todo decidido:
133«¡Oh qué piadosa ha sido mi señora!
¡Y tú qué amable, que veloz acudes
a las buenas palabras que te dijo!
136Tus palabras me dan de nuevo ganas,
yo ya quiero seguir como al principio,
ardoroso reitero mi propósito.
139Mi guía, mi señor y mi maestro:
ya los dos compartimos un deseo.
Sigamos». Y pisando tras sus pasos,
142tomé por la vereda ruda y fiera.
CANTO III
1«Per me si va ne la città dolente,
per me si va ne l'etterno dolore,
per me si va tra la perduta gente.
4Giustizia mosse il mio alto fattore;
fecemi la divina podestate,
la somma sapïenza e 'l primo amore.
7Dinanzi a me non fuor cose create
se non etterne, e io etterno duro.
Lasciate ogne speranza, voi ch'intrate.»
10Queste parole di colore oscuro
vid' ïo scritte al sommo d'una porta;
per ch'io: «Maestro, il senso lor m'è duro».
13Ed elli a me, come persona accorta:
«Qui si convien lasciare ogne sospetto;
ogne viltà convien che qui sia morta.
16Noi siam venuti al loco ov' i' t'ho detto
che tu vedrai le genti dolorose
c'hanno perduto il ben de l'intelletto».
19E poi che la sua mano a la mia puose
con lieto volto, ond' io mi confortai,
mi mise dentro a le segrete cose.
22Quivi sospiri, pianti e alti guai
risonavan per l'aere sanza stelle,
per ch'io al cominciar ne lagrimai.
25Diverse lingue, orribili favelle,
parole di dolore, accenti d'ira,
voci alte e fioche, e suon di man con elle
28facevano un tumulto, il qual s'aggira
sempre in quell' aura sanza tempo tinta,
come la rena quando turbo spira.
31E io ch'avea d'orror la testa cinta,
dissi: «Maestro, che è quel ch'i' odo?
e che gent' è che par nel duol sì vinta?».
34Ed elli a me: «Questo misero modo
tegnon l'anime triste di coloro
che visser sanza 'nfamia e sanza lodo.
37Mischiate sono a quel cattivo coro
de li angeli che non furon ribelli
né fur fedeli a Dio, ma per sé fuoro.
40Caccianli i ciel per non esser men belli,
né lo profondo inferno li riceve,
ch'alcuna gloria i rei avrebber d'elli».
43E io: «Maestro, che è tanto greve
a lor che lamentar li fa sì forte?».
Rispuose: «Dicerolti molto breve.
46Questi non hanno speranza di morte,
e la lor cieca vita è tanto bassa,
che 'nvidïosi son d'ogne altra sorte.
49Fama di loro il mondo esser non lassa;
misericordia e giustizia li sdegna:
non ragioniam di lor, ma guarda e passa».
52E io, che riguardai, vidi una 'nsegna
che girando correva tanto ratta,
che d'ogne posa mi parea indegna;
55e dietro le venìa sì lunga tratta
di gente, ch'i' non averei creduto
che morte tanta n'avesse disfatta.
58Poscia ch'io v'ebbi alcun riconosciuto,
vidi e conobbi l'ombra di colui
che fece per viltade il gran rifiuto.
61Incontanente intesi e certo fui
che questa era la setta d'i cattivi,
a Dio spiacenti e a' nemici sui.
64Questi sciaurati, che mai non fur vivi,
erano ignudi e stimolati molto
da mosconi e da vespe ch'eran ivi.
67Elle rigavan lor di sangue il volto,
che, mischiato di lagrime, a' lor piedi
da fastidiosi vermi era ricolto.
70E poi ch'a riguardar oltre mi diedi,
vidi genti a la riva d'un gran fiume;
per ch'io dissi: «Maestro, or mi concedi
73ch'i' sappia quali sono, e qual costume
le fa di trapassar parer sì pronte,
com' i' discerno per lo fioco lume».
76Ed elli a me: «Le cose ti fier conte
quando noi fermerem li nostri passi
su la trista riviera d'Acheronte».
79Allor con li occhi vergognosi e bassi,
temendo no 'l mio dir li fosse grave,
infino al fiume del parlar mi trassi.
82Ed ecco verso noi venir per nave
un vecchio, bianco per antico pelo,
gridando: «Guai a voi, anime prave!
85Non isperate mai veder lo cielo:
i' vegno per menarvi a l'altra riva
ne le tenebre etterne, in caldo e 'n gelo.
88E tu che se' costì, anima viva,
pàrtiti da cotesti che son morti».
Ma poi che vide ch'io non mi partiva,
91disse: «Per altra via, per altri porti
verrai a piaggia, non qui, per passare:
più lieve legno convien che ti porti».
94E 'l duca lui: «Caron, non ti crucciare:
vuolsi così colà dove si puote
ciò che si vuole, e più non dimandare».
97Quinci fuor quete le lanose gote
al nocchier de la livida palude,
che 'ntorno a li occhi avea di fiamme rote.
100Ma quell' anime, ch'eran lasse e nude,
cangiar colore e dibattero i denti,
ratto che 'nteser le parole crude.
103Bestemmiavano Dio e lor parenti,
l'umana spezie e 'l loco e 'l tempo e 'l seme
di lor semenza e di lor nascimenti.
106Poi si ritrasser tutte quante insieme,
forte piangendo, a la riva malvagia
ch'attende ciascun uom che Dio non teme.
109Caron dimonio, con occhi di bragia,
loro accennando, tutte le raccoglie;
batte col remo qualunque s'adagia.
112Come d'autunno si levan le foglie
l'una appresso de l'altra, fin che 'l ramo
vede a la terra tutte le sue spoglie,
115similemente il mal seme d'Adamo
gittansi di quel lito ad una ad una,
per cenni come augel per suo richiamo.
118Così sen vanno su per l'onda bruna,
e avanti che sien di là discese,
anche di qua nuova schiera s'auna.
121«Figliuol mio», disse 'l maestro cortese,
«quelli che muoion ne l'ira di Dio
tutti convegnon qui d'ogne paese;
124e pronti sono a trapassar lo rio,
ché la divina giustizia li sprona,
sì che la tema si volve in disio.
127Quinci non passa mai anima buona;
e però, se Caron di te si lagna,
ben puoi sapere omai che 'l suo dir suona.»
130Finito questo, la buia campagna
tremò sì forte, che de lo spavento
la mente di sudore ancor mi bagna.
133La terra lagrimosa diede vento,
che balenò una luce vermiglia
la qual mi vinse ciascun sentimento;
136e caddi come l'uom cui sonno piglia.
CANTO III
1«Yo llevo a la ciudad de los lamentos.
Yo llevo al sufrimiento inacabable.
Yo llevo con la gente condenada.
4El alto autor me hizo por justicia.
Yo soy el fruto del poder divino,
del saber sumo y el amor primero.
7A mí me precedieron solo cosas
eternas, mas eterno yo perduro.
Que el que cruce este umbral, ya nada espere.»
10Estas palabras de color sombrío
vi escritas en lo alto de una puerta.
«Es muy duro, maestro, su sentido.»
13Y él, como hombre avisado, me repuso:
«Aquí se quede toda cobardía,
todo temor se quede en esta puerta.
16Hemos llegado al sitio en que te he dicho
que has de ver a las almas dolorosas
que han perdido la luz del intelecto».
19Y tras tomar mi mano con la suya,
con rostro alegre que me trajo fuerzas
me introdujo en las cosas escondidas.
22Allí suspiros, gritos y chillidos
agobiaban el aire sin estrellas,
de modo que al instante me di al llanto.
25Lenguas discordes, hablas putrefactas,
palabras de dolor, ayes coléricos,
roncos desgarros, grandes manotadas,
28armaban un estruendo que giraba
en el aire sin día siempre negro,
como arena movida en torbellino.
31Oyendo aquello, el miedo me ofuscaba.
«Maestro», pregunté, «¿qué gente es esta
que está por el dolor tan abatida?»
34«Esta es la suerte miserable», dijo,
«que han corrido las almas que vivieron
sin merecer elogio ni censura.
37Forman parte del coro desdichado
de aquellos ángeles que nunca fueron
de Dios o del demonio, mas neutrales.
40El cielo no los quiere porque manchan,
y el infierno tampoco los acepta
porque harían al réprobo jactarse.»
43«Maestro», pregunté, «¿y qué les aflige
que se lamentan tan amargamente?»
«Te lo diré», repuso, «en dos palabras.
46Estos no pueden ni querer la muerte,
y su vida banal vale tan poco
que envidian el destino de cualquiera.
49El mundo no se acuerda de su paso.
El perdón y el castigo los ignoran.
Pero déjalos ya: tú mira y sigue.»
52Seguí mirando y vi que una bandera
a gran velocidad se abría paso
y giraba dispuesta a no pararse.
55Y tras ella venía tal gentío
que yo nunca me habría imaginado
que la muerte pudiera matar tanto.
58Reconocí enseguida algunas caras,
y claramente distinguí la sombra
del cobarde que obró la gran renuncia.
61No dudé de que aquella era la chusma
miserable, de todas la peor,
que a Dios disgusta y a sus enemigos.
64Esa gente, que nunca estuvo viva,
se encontraba desnuda y la comían
los tábanos y avispas que allí había.
67La sangre les corría por la cara,
y mezclada con lágrimas salinas
a sus pies la bebían los gusanos.
70No tardé en distinguir más a lo lejos
a una turba que estaba en la ribera
de un gran río: «Maestro, no comprendo
73quiénes son esos y por qué motivo
se agolpan y apresuran a cruzarlo,
o eso atisbo a través de esta neblina».
76«Lo entenderás», me dijo, «de aquí a poco,
nada más detengamos nuestros pasos
junto a ese triste río, el Aqueronte.»
79Bajé los ojos llenos de vergüenza,
y por no molestar con mis palabras
no dije nada hasta llegar al río.
82En eso ya venía hacia nosotros
un viejo, blanco de años, que gritaba
desde su esquife: «¡Ay, almas depravadas!
85Despedíos de ver el cielo un día.
Conmigo cruzaréis al otro lado,
al eterno agujero, ardiente y frío.
88Y tú que vienes en el lote infecto
y aún conservas la vida, ponte aparte».
Y como vio que yo no hacía caso,
91me dijo: «Otra es tu ruta, otro es tu puerto,
no este. Para llegar a donde vas
necesitas de barca más ligera».
94Y mi guía a Caronte: «No te alteres,
pues se ha querido allí donde se obra
lo que se quiere, y huelgan las razones».
97Las lanosas mejillas desistieron,
no la rueda de fuego de los ojos
del que cruza la lívida laguna.
100Mas el hatajo astroso de los réprobos
palideció y crujió los dientes rotos
al oír la crudeza de Caronte.
103Blasfemaron de Dios y sus ancestros,
de los hombres y el tiempo y la semilla
que los sembró y hasta de haber nacido.
106Después, con grandes llantos, se apiñaron
en la orilla maldita que recibe
a la gente que a Dios nunca ha temido.
109Caronte, con los ojos como brasas,
con un gesto los llama a que se embarquen
y con el remo hostiga al que se sienta.
112Como en otoño caen de las ramas
las hojas, una a una, y ya peladas
ven la tierra cubierta de despojos,
115en la barca, alma a alma, va cayendo
la semilla de Adán que no fue buena,
como acude el halcón a su reclamo.
118Y así se van sobre la negra ola,
y antes que hayan llegado a la otra orilla
ya una nueva remesa se acumula.
121«Hijo», me habló Virgilio con cariño,
«los que han muerto en la cólera divina
vienen aquí de todos los lugares
124y se pelean por pasar el río.
La justicia divina apremia tanto
que ya no sienten miedo y sí deseo.
127Lo que nunca verás aquí son justos.
Por eso, si Caronte te rechaza,
ten presente lo que eso significa.»
130Y dicho esto, aquel fúnebre paraje
tembló tan fuerte y me metió tal miedo
que aún me baña el sudor al recordarlo.
133La tierra lacrimosa se hizo viento.
Bañó el cielo un relámpago encarnado
que me privó de todos los sentidos.
136Y caí como cae el que se duerme.
CANTO IV
1Ruppemi l'alto sonno ne la testa
un greve truono, sì ch'io mi riscossi
come persona ch'è per forza desta;
4e l'occhio riposato intorno mossi,
dritto levato, e fiso riguardai
per conoscer lo loco dov' io fossi.
7Vero è che 'n su la proda mi trovai
de la valle d'abisso dolorosa
che 'ntrono accoglie d'infiniti guai.
10Oscura e profonda era e nebulosa
tanto che, per ficcar lo viso a fondo,
io non vi discernea alcuna cosa.
13«Or discendiam qua giù nel cieco mondo»,
cominciò il poeta tutto smorto.
«Io sarò primo, e tu sarai secondo.»
16E io, che del color mi fui accorto,
dissi: «Come verrò, se tu paventi
che suoli al mio dubbiare esser conforto?».
19Ed elli a me: «L'angoscia de le genti
che son qua giù, nel viso mi dipigne
quella pietà che tu per tema senti.
22Andiam, ché la via lunga ne sospigne».
Così si mise e così mi fé intrare
nel primo cerchio che l'abisso cigne.
25Quivi, secondo che per ascoltare,
non avea pianto mai che di sospiri
che l'aura etterna facevan tremare;
28ciò avvenia di duol sanza martìri,
ch'avean le turbe, ch'eran molte e grandi,
d'infanti e di femmine e di viri.
31Lo buon maestro a me: «Tu non dimandi
che spiriti son questi che tu vedi?
Or vo' che sappi, innanzi che più andi,
34ch'ei non peccaro; e s'elli hanno mercedi,
non basta, perché non ebber battesmo,
ch'è porta de la fede che tu credi;
37e s'e' furon dinanzi al cristianesmo,
non adorar debitamente a Dio:
e di questi cotai son io medesmo.
40Per tai difetti, non per altro rio,
semo perduti, e sol di tanto offesi
che sanza speme vivemo in disio».
43Gran duol mi prese al cor quando lo 'ntesi,
però che gente di molto valore
conobbi che 'n quel limbo eran sospesi.
46«Dimmi, maestro mio, dimmi, segnore»,
comincia' io per voler esser certo
di quella fede che vince ogne errore:
49«uscicci mai alcuno, o per suo merto
o per altrui, che poi fosse beato?».
E quei che 'ntese il mio parlar coverto,
52rispuose: «Io era nuovo in questo stato,
quando ci vidi venire un possente,
con segno di vittoria coronato.
55Trasseci l'ombra del primo parente,
d'Abèl suo figlio e quella di Noè,
di Moïsè legista e ubidente;
58Abraàm patrïarca e Davìd re,
Israèl con lo padre e co' suoi nati
e con Rachele, per cui tanto fé,
61e altri molti, e feceli beati.
E vo' che sappi che, dinanzi ad essi,
spiriti umani non eran salvati».
64Non lasciavam l'andar perch' ei dicessi,
ma passavam la selva tuttavia,
la selva, dico, di spiriti spessi.
67Non era lunga ancor la nostra via
di qua dal sonno, quand' io vidi un foco
ch'emisperio di tenebre vincia.
70Di lungi n'eravamo ancora un poco,
ma non sì ch'io non discernessi in parte
ch'orrevol gente possedea quel loco.
73«O tu ch'onori scïenzïa e arte,
questi chi son c'hanno cotanta onranza,
che dal modo de li altri li diparte?»
76E quelli a me: «L'onrata nominanza
che di lor suona sù ne la tua vita,
grazïa acquista in ciel che sì li avanza».
79Intanto voce fu per me udita:
«Onorate l'altissimo poeta;
l'ombra sua torna, ch'era dipartita».
82Poi che la voce fu restata e queta,
vidi quattro grand' ombre a noi venire:
sembianz' avevan né trista né lieta.
85Lo buon maestro cominciò a dire:
«Mira colui con quella spada in mano,
che vien dinanzi ai tre sì come sire:
88quelli è Omero poeta sovrano;
l'altro è Orazio satiro che vene;
Ovidio è 'l terzo, e l'ultimo Lucano.
91Però che ciascun meco si convene
nel nome che sonò la voce sola,
fannomi onore, e di ciò fanno bene».
94Così vid' i' adunar la bella scola
di quel segnor de l'altissimo canto
che sovra li altri com' aquila vola.
97Da ch'ebber ragionato insieme alquanto,
volsersi a me con salutevol cenno,
e 'l mio maestro sorrise di tanto;
100e più d'onore ancora assai mi fenno,
ch'e' sì mi fecer de la loro schiera,
sì ch'io fui sesto tra cotanto senno.
103Così andammo infino a la lumera,
parlando cose che 'l tacere è bello,
sì com' era 'l parlar colà dov' era.
106Venimmo al piè d'un nobile castello,
sette volte cerchiato d'alte mura,
difeso intorno d'un bel fiumicello.
109Questo passammo come terra dura;
per sette porte intrai con questi savi:
giugnemmo in prato di fresca verdura.
112Genti v'eran con occhi tardi e gravi,
di grande autorità ne' lor sembianti:
parlavan rado, con voci soavi.
115Traemmoci così da l'un de' canti,
in loco aperto, luminoso e alto,
sì che veder si potien tutti quanti.
118Colà diritto, sovra 'l verde smalto,
mi fuor mostrati li spiriti magni,
che del vedere in me stesso m'essalto.
121I' vidi Eletra con molti compagni,
tra ' quai conobbi Ettor ed Enea,
Cesare armato con li occhi grifagni.
124Vidi Cammilla e la Pantasilea;
da l'altra parte vidi 'l re Latino
che con Lavina sua figlia sedea.
127Vidi quel Bruto che cacciò Tarquino,
Lucrezia, Iulia, Marzïa e Corniglia;
e solo, in parte, vidi 'l Saladino.
130Poi ch'innalzai un poco più le ciglia,
vidi 'l maestro di color che sanno
seder tra filosofica famiglia.
133Tutti lo miran, tutti onor li fanno:
quivi vid' ïo Socrate e Platone,
che 'nnanzi a li altri più presso li stanno;
136Democrito che 'l mondo a caso pone,
Dïogenès, Anassagora e Tale,
Empedoclès, Eraclito e Zenone;
139e vidi il buono accoglitor del quale,
Dïascoride dico; e vidi Orfeo,
Tulïo e Lino e Seneca morale;
142Euclide geomètra e Tolomeo,
Ipocràte, Avicenna e Galïeno,
Averoìs, che 'l gran comento feo.
145Io non posso ritrar di tutti a pieno,
però che sì mi caccia il lungo tema,
che molte volte al fatto il dir vien meno.
148La sesta compagnia in due si scema:
per altra via mi mena il savio duca,
fuor de la queta, ne l'aura che trema.
151E vegno in parte ove non è che luca.
CANTO IV
1Me estalló en la cabeza un trueno seco
que me sacó de mi profundo sueño,
como al que le despiertan con un golpe.
4Me puse en pie y el ojo descansado
miró en torno, fijándose en las cosas,
para saber en qué lugar estaba.
7Y resultó que me encontraba al borde
del valle del abismo doloroso
en que gime la eterna pesadumbre.
10Era oscuro y profundo y neblinoso.
Asomé la cabeza lo que pude,
pero no logré ver ninguna cosa.
13«Vamos, hay que bajar al mundo ciego»,
dijo el poeta, pálido de muerte.
«Yo iré delante, y tú detrás un paso.»
16Yo, que le había visto demudarse,
le dije: «¿Que te siga? ¡Si tú tiemblas!
¡Tú, que me das las fuerzas que me faltan!».
19«Lo que ves en mi cara es la congoja
que me causa la angustia de esa gente
que está ahí, no el temor, como has creído.
22¡Venga, sigamos, que el camino apremia!»
Y fue decirlo y ya los dos pisábamos
el círculo primero del abismo.
25Allí predominaban los suspiros,
según pude escuchar, y en tan gran número
que hacían retemblar el aire eterno.
28Procedían del duelo sin tormento
del amontonamiento innumerable
de niños y mujeres y varones.
31Y el maestro me dijo: «¿No preguntas
al verlos quiénes son estos espíritus?
Te lo voy a decir, para que sepas.
34Estos jamás pecaron. Tienen méritos,
pero no bastan. Les faltó el bautismo,
que es la puerta a la fe que tú profesas.
37No adoraron a Dios como se debe
porque fueron llamados a la vida
antes del cristianismo. Yo entre ellos.
40Por esta deficiencia solamente
estamos condenados a vivir
un eterno deseo insatisfecho».
43Al oírlo sentí la pesadumbre
de comprender que en aquel limbo había
suspensa mucha gente muy valiosa.
46«Dime, maestro, dime, señor mío»,
le respondí buscando asegurarme
en la fe que doblega los errores,
49«¿alguna vez salió de aquí algún hombre
que ganara la gloria, aun con ayuda?»
Y él, que comprendió a qué me refería,
52me dijo: «Yo era nuevo en este mundo
cuando vino aquí un hombre poderoso
coronado del signo de victoria.
55Sacó de aquí a la sombra de Adán padre,
la de Abel y también la de Noé,
la de Moisés que legisló obediente;
58la de Abraham el patriarca y David rey,
y a Israel y a su padre y a sus hijos
y a Raquel, por quien él se abajó tanto,
61y a muchos otros y les dio la dicha.
Pero nadie antes que ellos, tenlo claro,
abandonó jamás estos lugares».
64Hablábamos y andábamos al tiempo,
sin dejar de cruzar aquella jungla,
la jungla que formaban los espíritus.
67No distábamos mucho del paraje
en que fui a despertar, cuando vi un fuego
que abría un hemisferio en las tinieblas.
70No estábamos muy cerca todavía,
pero no tan distantes que no viese
que allí se hallaba gente muy notable.
73«Oh tú, que dominaste la poesía,
¿quiénes son estos que el honor merecen
de hallarse separados de los otros?»
76Y él respondió: «La fama bien ganada
que esta gente disfruta allá en tu mundo,
les vale que los cielos les amparen».
79En eso oí una voz cruzar el aire:
«Honremos al altísimo poeta;
vuelve su sombra que se había ido».
82Cuando la voz cedió y ganó el reposo,
vi cuatro grandes sombras que venían,
sin parecer ni tristes ni contentas.
85Habló el maestro y fue para decirme:
«Fíjate en el que viene espada en mano
como señor delante de los otros:
88es Homero el poeta incomparable;
Horacio va detrás, grande en la sátira,
y luego Ovidio y luego va Lucano.
91Y pues todos comparten ese nombre
que la voz solitaria ha pronunciado,
me rinden homenaje, y hacen bien».
94Así yo vi reunida la alta escuela
de aquel señor del canto soberano,
que a los otros rebasa como el águila.
97Tras conversar un poco todos juntos,
me dedicaron un saludo amable,
y a su saludo sonrió Virgilio.
100Y más honor me hicieron todavía,
que fue el de abrir sus filas y acogerme:
sexto fui yo entre tanto predominio.
103Y así fuimos andando hacia la luz,
y nos dijimos cosas allí bellas,
pero que aquí es mejor pasar por alto.
106Llegamos todos juntos a un castillo
siete veces cercado de altos muros
y al cual un riachuelo defendía.
109Lo cruzamos igual que tierra firme,
y también siete puertas una a una
hasta llegar a un prado todo verde.
112Allí vi gente, de mirada grave,
con gran autoridad en el semblante,
que hablaba más bien poco, con voz dulce.
115Nos retiramos cautamente a un lado,
a un lugar elevado, abierto y claro,
para verlos a todos juntamente.
118Y allí en el verde esmalte se mostraron
los mayores espíritus antiguos,
haberlos visto me honra todavía.
121Allí vi a Electra con su mucha gente,
a Héctor y Eneas que con ella estaban,
y armado, a César, de mirada fiera.
124Y vi a Camila y a Pentesilea,
y al otro lado estaba el rey Latino,
con Lavinia su hija allí sentado.
127Allí vi a Bruto, que expulsó a Tarquino,
a Lucrecia y Cornelia, a Julia y Marcia.
Y solo, separado, a Saladino.
130Luego, mirando un poco más arriba,
vi al maestro de todos los que estudian,
sentado en filosófica asamblea.
133Le miraba y le honraba todo el mundo:
Sócrates y Platón entre los muchos,
que eran los que más cerca de él quedaban.
136También Demócrito, que azar pregona,
Diógenes, Anaxágoras y Tales,
Empédocles, Heráclito y Zenón.
139Y vi al que bien coleccionó las plantas,
me refiero a Dioscórides. Vi a Orfeo,
a Tulio, a Lino, a Séneca el moral.
142A Tolomeo, a Euclides el geómetra,
a Hipócrates, Galeno y Avicena,
a Averroes, autor de la gran glosa.
145Es imposible que los nombre a todos,
mi materia es muy amplia, no da tregua,
y a veces tengo que saltarme cosas.
148Éramos seis y nos quedamos dos:
tomó por otra senda el sabio guía,
nada serena, en la que el aire tiembla.
151Y pasé a donde nada luce y brilla.
CANTO V
1Così discesi del cerchio primaio
giù nel secondo, che men loco cinghia
e tanto più dolor, che punge a guaio.
4Stavvi Minòs orribilmente, e ringhia:
essamina le colpe ne l'intrata;
giudica e manda secondo ch'avvinghia.
7Dico che quando l'anima mal nata
li vien dinanzi, tutta si confessa;
e quel conoscitor de le peccata
10vede qual loco d'inferno è da essa;
cignesi con la coda tante volte
quantunque gradi vuol che giù sia messa.
13Sempre dinanzi a lui ne stanno molte:
vanno a vicenda ciascuna al giudizio,
dicono e odono e poi son giù volte.
16«O tu che vieni al doloroso ospizio»,
disse Minòs a me quando mi vide,
lasciando l'atto di cotanto offizio,
19«guarda com' entri e di cui tu ti fide;
non t'inganni l'ampiezza de l'intrare!»
E 'l duca mio a lui: «Perché pur gride?
22Non impedir lo suo fatale andare:
vuolsi così colà dove si puote
ciò che si vuole, e più non dimandare».
25Or incomincian le dolenti note
a farmisi sentire; or son venuto
là dove molto pianto mi percuote.
28Io venni in loco d'ogne luce muto,
che mugghia come fa mar per tempesta,
se da contrari venti è combattuto.
31La bufera infernal, che mai non resta,
mena li spirti con la sua rapina;
voltando e percotendo li molesta.
34Quando giungon davanti a la ruina,
quivi le strida, il compianto, il lamento;
bestemmian quivi la virtù divina.
37Intesi ch'a così fatto tormento
enno dannati i peccator carnali,
che la ragion sommettono al talento.
40E come li stornei ne portan l'ali
nel freddo tempo, a schiera larga e piena,
così quel fiato li spiriti mali
43di qua, di là, di giù, di sù li mena;
nulla speranza li conforta mai,
non che di posa, ma di minor pena.
46E come i gru van cantando lor lai,
faccendo in aere di sé lunga riga,
così vid' io venir, traendo guai,
49ombre portate da la detta briga;
per ch'i' dissi: «Maestro, chi son quelle
genti che l'aura nera sì gastiga?».
52«La prima di color di cui novelle
tu vuo' saper», mi disse quelli allotta,
«fu imperadrice di molte favelle.
55A vizio di lussuria fu sì rotta,
che libito fé licito in sua legge,
per tòrre il biasmo in che era condotta.
58Ell' è Semiramìs, di cui si legge
che succedette a Nino e fu sua sposa:
tenne la terra che 'l Soldan corregge.
61L'altra è colei che s'ancise amorosa,
e ruppe fede al cener di Sicheo;
poi è Cleopatràs lussurïosa.
64Elena vedi, per cui tanto reo
tempo si volse, e vedi 'l grande Achille,
che con amore al fine combatteo.
67Vedi Parìs, Tristano»; e più di mille
ombre mostrommi e nominommi a dito,
ch'amor di nostra vita dipartille.
70Poscia ch'io ebbi 'l mio dottore udito
nomar le donne antiche e ' cavalieri,
pietà mi giunse, e fui quasi smarrito.
73I' cominciai: «Poeta, volontieri
parlerei a quei due che 'nsieme vanno,
e paion sì al vento esser leggeri».
76Ed elli a me: «Vedrai quando saranno
più presso a noi; e tu allor li priega
per quello amor che i mena, ed ei verranno».
79Sì tosto come il vento a noi li piega,
mossi la voce: «O anime affannate,
venite a noi parlar, s'altri nol niega!».
82Quali colombe dal disio chiamate
con l'ali alzate e ferme al dolce nido
vegnon per l'aere, dal voler portate;
85cotali uscir de la schiera ov' è Dido,
a noi venendo per l'aere maligno,
sì forte fu l'affettüoso grido.
88«O animal grazïoso e benigno
che visitando vai per l'aere perso
noi che tignemmo il mondo di sanguigno,
91se fosse amico il re de l'universo,
noi pregheremmo lui de la tua pace,
poi c'hai pietà del nostro mal perverso.
94Di quel che udire e che parlar vi piace,
noi udiremo e parleremo a voi,
mentre che 'l vento, come fa, ci tace.
97Siede la terra dove nata fui
su la marina dove 'l Po discende
per aver pace co' seguaci sui.
100Amor, ch'al cor gentil ratto s'apprende,
prese costui de la bella persona
che mi fu tolta; e 'l modo ancor m'offende.
103Amor, ch'a nullo amato amar perdona,
mi prese del costui piacer sì forte,
che, come vedi, ancor non m'abbandona.
106Amor condusse noi ad una morte.
Caina attende chi a vita ci spense.»
Queste parole da lor ci fuor porte.
109Quand' io intesi quell' anime offense,
china' il viso, e tanto il tenni basso,
fin che 'l poeta mi disse: «Che pense?».
112Quando rispuosi, cominciai: «Oh lasso,
quanti dolci pensier, quanto disio
menò costoro al doloroso passo!».
115Poi mi rivolsi a loro e parla' io,
e cominciai: «Francesca, i tuoi martìri
a lagrimar mi fanno tristo e pio.
118Ma dimmi: al tempo d'i dolci sospiri,
a che e come concedette amore
che conosceste i dubbiosi disiri?».
121E quella a me: «Nessun maggior dolore
che ricordarsi del tempo felice
ne la miseria; e ciò sa 'l tuo dottore.
124Ma s'a conoscer la prima radice
del nostro amor tu hai cotanto affetto,
dirò come colui che piange e dice.
127Noi leggiavamo un giorno per diletto
di Lancialotto come amor lo strinse;
soli eravamo e sanza alcun sospetto.
130Per più fïate li occhi ci sospinse
quella lettura, e scolorocci il viso;
ma solo un punto fu quel che ci vinse.
133Quando leggemmo il disïato riso
esser basciato da cotanto amante,
questi, che mai da me non fia diviso,
136la bocca mi basciò tutto tremante.
Galeotto fu 'l libro e chi lo scrisse:
quel giorno più non vi leggemmo avante».
139Mentre che l'uno spirto questo disse,
l'altro piangëa; sì che di pietade
io venni men così com' io morisse.
142E caddi come corpo morto cade.
CANTO V
1Y así bajé del círculo primero
al segundo: menor era el espacio
y mayor el dolor, y enorme el duelo.
4Era el reino de Minos horroroso,
que a la entrada examina los pecados
y sentencia y condena con su cola.
7Esto es, cuando las almas mal nacidas
allí llegan, confiesan sus pecados.
Y aquel inquisidor de la ignominia
10decreta su lugar en el infierno.
Se enrosca tantas veces con su cola
como grados impone su condena.
13Ante él se apiñan negras muchedumbres,
por turno van pasando a que los juzgue,
hablan y escuchan y al abismo van.
16«¡Oh tú, qué haces aquí», me dijo Minos
al verme, interrumpiendo su alto oficio,
«qué haces en este hospicio doloroso!
19¡Ojo! ¡Mira de quién o qué te fías!
¡La entrada despejada no te engañe!»
Y mi guía le dijo: «No vocees.
22No podrás impedir su fatal viaje,
pues se ha querido allí donde se obra
lo que se quiere, y huelgan las razones».
25En eso ya se oían unas notas
de duelo, y de repente me vi en medio
del llanto que destroza los oídos.
28Me vi en un sitio en que la luz callaba,
y que mugía como mar furioso
combatido por vientos encontrados.
31La tormenta infernal, que nunca cesa,
de un zarpazo se traga a los espíritus:
los tunde y vapulea, les da vueltas.
34Y así zarandeados sin remedio,
chillan y se conduelen y se quejan,
y dan en maldecir al alto cielo.
37Tuve muy claro que con tal tormento
pagaban el pecado de la carne
los que siempre se pliegan al deseo.
40E igual que las bandadas de estorninos
en invierno se aprietan y se estiran,
así la tromba atroz los zarandea,
43aquí, allá, arriba, abajo los empuja.
No pueden esperar ningún alivio:
no digo no sufrir, mas sufrir menos.
46Y al igual que las grullas con su queja
en el aire despliegan sus hileras,
así yo vi venir, entre lamentos,
49sombras por el rigor no escatimadas.
«Maestro», pregunté, «¿quiénes son estos
que el aire con su tizne los castiga?»
52«La primera de todas las que vemos»,
me dijo deseando responderme,
«fue emperatriz de numerosas lenguas.
55Se entregó de tal modo a la lujuria,
que acomodó la ley a sus placeres
para hurtarse al oprobio en que vivía.
58Era Semíramis, de quien se lee
que a Nino sucedió y que fue su esposa,
y reinó donde hoy mandan los sultanes.
61Por amor se mató la que la sigue,
la infiel a las cenizas de Siqueo.
La siguiente es Cleopatra la viciosa.
64Y mira a Helena, que causó penurias
durante tanto tiempo, y mira a Aquiles,
que al final por amor tomó las armas.
67A Paris, a Tristán.» Más de mil sombras
me mostró y me nombró avanzando el dedo
que amor las apartó de nuestro mundo.
70Después que hube escuchado a mi maestro
nombrar damas de antaño y caballeros,
me pudo la piedad y la zozobra.
73«Poeta», dije, «¿puedo hablar un poco
con esos dos que veo que van juntos,
y parecen al viento tan ligeros?»
76«Aguarda a que se acerquen otro tanto
y en nombre del amor que los arrastra,
ruégales, y verás como se acercan.»
79Tan pronto como el viento nos los trajo,
alcé la voz: «Ay, almas afanosas,
¿podéis hablar un poco con nosotros?».
82Como palomas que el deseo llama
y se dejan caer al dulce nido,
por el amor llevadas, planeando,
85salieron de la fila que es de Dido
y cruzaron los aires desdichados,
tan fuerte fue mi grito afectuoso.
88«Ay, criatura sensible y delicada,
que por vernos afrontas estos aires,
por ver a los que el mundo ensangrentaron,
91si el rey del universo nos oyera,
le pediríamos por tu sosiego,
ya que te apena nuestro mal perverso.
94Lo que quieras decirnos y escuchar,
lo oiremos y nosotros lo diremos,
mientras que el viento calle como ahora.
97La tierra en que nací tiene su asiento
donde el Po desemboca con sus ríos
y halla la paz de toda su corriente.
100Amor, que prende el corazón gentil,
prendió el de este que ves por mi belleza,
que luego me robaron, y aún me ofende.
103Amor, que a amar impele al que es amado,
en mí prendió por él con tanta fuerza,
que aún hoy, lo ves, su llama no se apaga.
106Amor nos dio a los dos la misma muerte.
Caína al asesino ya le aguarda.»
Esto fue lo que aquellos nos dijeron.
109Una vez hube oído a aquellos pobres,
bajé desconsolado la cabeza.
Tan mal me vio mi guía que me dijo:
112«¿En qué piensas?». «¡En cuántos sentimientos
tan dulces, en los miles de deseos
que obraron el fracaso de estos pobres!»
115Y me volví a los dos para decirles:
«Francesca, tu martirio me entristece,
por él estoy al borde de las lágrimas.
118Mas dime: ¿con qué signo, de qué modo
amor os descubrió vuestro deseo
cuando era vacilante y suspirabais?».
121Ella me respondió: «El dolor más grande
es el de recordar tiempos felices
en la pena. Lo sabe tu maestro.
124Pero ya que te importa nuestra historia,
te diré la raíz de nuestro amor,
aunque sea mezclándolo con llanto.
127Un día estábamos los dos leyendo
cómo el amor le pudo a Lanzarote.
Leíamos a solas, inocentes.
130Y varias veces pálidos, los ojos
dejaron la lectura y se encontraron.
Pero un pasaje obró nuestra desgracia.
133Al leer que los labios deseados
recibieron el beso del amante,
este que ves, ya parte mía siempre,
136la boca me besó todo temblando.
Galeoto fue el libro y quien lo hizo:
y ya más no leímos aquel día».
139Una sombra decía esas palabras
mientras la otra lloraba desolada,
tanto que yo sentí que me moría.
142Y caí como cae un cuerpo muerto.
CANTO VI
1Al tornar de la mente, che si chiuse
dinanzi a la pietà d'i due cognati,
che di trestizia tutto mi confuse,
4novi tormenti e novi tormentati
mi veggio intorno, come ch'io mi mova
e ch'io mi volga, e come che io guati.
7Io sono al terzo cerchio, de la piova
etterna, maladetta, fredda e greve;
regola e qualità mai non l'è nova.
10Grandine grossa, acqua tinta e neve
per l'aere tenebroso si riversa;
pute la terra che questo riceve.
13Cerbero, fiera crudele e diversa,
con tre gole caninamente latra
sovra la gente che quivi è sommersa.
16Li occhi ha vermigli, la barba unta e atra,
e 'l ventre largo, e unghiate le mani;
graffia li spirti ed iscoia ed isquatra.
19Urlar li fa la pioggia come cani;
de l'un de' lati fanno a l'altro schermo;
volgonsi spesso i miseri profani.
22Quando ci scorse Cerbero, il gran vermo,
le bocche aperse e mostrocci le sanne;
non avea membro che tenesse fermo.
25E 'l duca mio distese le sue spanne,
prese la terra, e con piene le pugna
la gittò dentro a le bramose canne.
28Qual è quel cane ch'abbaiando agogna,
e si racqueta poi che 'l pasto morde,
ché solo a divorarlo intende e pugna,
31cotai si fecer quelle facce lorde
de lo demonio Cerbero, che 'ntrona
l'anime sì, ch'esser vorrebber sorde.
34Noi passavam su per l'ombre che adona
la greve pioggia, e ponavam le piante
sovra lor vanità che par persona.
37Elle giacean per terra tutte quante,
fuor d'una ch'a seder si levò, ratto
ch'ella ci vide passarsi davante.
40«O tu che se' per questo 'nferno tratto»,
mi disse, «riconoscimi, se sai:
tu fosti, prima ch'io disfatto, fatto.»
43E io a lui: «L'angoscia che tu hai
forse ti tira fuor de la mia mente,
sì che non par ch'i' ti vedessi mai.
46Ma dimmi chi tu se' che 'n sì dolente
loco se' messo, e hai sì fatta pena,
che, s'altra è maggio, nulla è sì spiacente».
49Ed elli a me: «La tua città, ch'è piena
d'invidia sì che già trabocca il sacco,
seco mi tenne in la vita serena.
52Voi cittadini mi chiamaste Ciacco:
per la dannosa colpa de la gola,
come tu vedi, a la pioggia mi fiacco.
55E io anima trista non son sola,
ché tutte queste a simil pena stanno
per simil colpa». E più non fé parola.
58Io li rispuosi: «Ciacco, il tuo affanno
mi pesa sì, ch'a lagrimar mi 'nvita;
ma dimmi, se tu sai, a che verranno
61li cittadin de la città partita;
s'alcun v'è giusto; e dimmi la cagione
per che l'ha tanta discordia assalita».
64E quelli a me: «Dopo lunga tencione
verranno al sangue, e la parte selvaggia
caccerà l'altra con molta offensione.
67Poi appresso convien che questa caggia
infra tre soli, e che l'altra sormonti
con la forza di tal che testé piaggia.
70Alte terrà lungo tempo le fronti,
tenendo l'altra sotto gravi pesi,
come che di ciò pianga o che n'aonti.
73Giusti son due, e non vi sono intesi;
superbia, invidia e avarizia sono
le tre faville c'hanno i cuori accesi».
76Qui puose fine al lagrimabil suono.
E io a lui: «Ancor vo' che mi 'nsegni
e che di più parlar mi facci dono.
79Farinata e 'l Tegghiaio, che fuor sì degni,
Iacopo Rusticucci, Arrigo e 'l Mosca
e li altri ch'a ben far puoser li 'ngegni,
82dimmi ove sono e fa ch'io li conosca;
ché gran disio mi stringe di savere
se 'l ciel li addolcia o lo 'nferno li attosca».
85E quelli: «Ei son tra l'anime più nere;
diverse colpe giù li grava al fondo:
se tanto scendi, là i potrai vedere.
88Ma quando tu sarai nel dolce mondo,
priegoti ch'a la mente altrui mi rechi:
più non ti dico e più non ti rispondo».
91Li diritti occhi torse allora in biechi;
guardommi un poco e poi chinò la testa:
cadde con essa a par de li altri ciechi.
94E 'l duca disse a me: «Più non si desta
di qua dal suon de l'angelica tromba,
quando verrà la nimica podesta:
97ciascun rivederà la trista tomba,
ripiglierà sua carne e sua figura,
udirà quel ch'in etterno rimbomba».
100Sì trapassammo per sozza mistura
de l'ombre e de la pioggia, a passi lenti,
toccando un poco la vita futura;
103per ch'io dissi: «Maestro, esti tormenti
crescerann' ei dopo la gran sentenza,
o fier minori, o saran sì cocenti?».
106Ed elli a me: «Ritorna a tua scïenza,
che vuol, quanto la cosa è più perfetta,
più senta il bene, e così la doglienza.
109Tutto che questa gente maladetta
in vera perfezion già mai non vada,
di là più che di qua essere aspetta».
112Noi aggirammo a tondo quella strada,
parlando più assai ch'i' non ridico;
venimmo al punto dove si digrada:
115quivi trovammo Pluto, il gran nemico.
CANTO VI
1Cuando hube vuelto en mí tras el desmayo
que tuve por piedad de los cuñados,
que en terrible congoja me sumieron,
4más tormentos y más atormentados
vi en torno, dondequiera que mirase,
dondequiera indagara, donde fuera.
7El círculo tercero vierte lluvia
eterna, fría, desdichada, a plomo,
siempre la misma, en nada nunca nueva.
10Grueso granizo, un agua negra, nieve,
el aire tenebroso al suelo arroja.
Y la tierra se torna pestilente.
13Cerbero, fiera cruel y monstruosa,
con tres bocas caninamente ladra
a los que se rebozan en el fango.
16Tiene ojos rojos, barba crasa, en cerdas,
un vientre enorme y garras en las patas.
Y desgarra, desuella y descuartiza.
19Y las almas aúllan con la lluvia
como perros; le prestan un costado,
luego el otro, mil veces miserables.
22Cuando nos vio Cerbero, rata infecta,
las tres bocas abrió con sus colmillos,
todo entero los miembros agitaba.
25Y mi guía, cogiendo aquellos barros
arrojó los puñados en las fauces
que avarientas se abrían y bramaban.
28Como el mastín desgañitado calla
cuando muerde en la presa que codicia,
y ya solo se afana en devorarla,
31así hicieron las fauces nauseabundas
de Cerbero el demonio, que atronaba
los oídos, que sordos se querían.
34Y las sombras pasábamos pisando
que la lluvia apalea. Nuestros pies
hollaban los remedos semihumanos.
37Yacían en el suelo amontonadas,
pero una, solitaria, quiso alzarse
cuando vio que pasábamos nosotros.
40«Oh tú que a los infiernos has venido»,
me dijo, «reconóceme, si puedes:
yo fui deshecho luego que te hicieron.»
43Yo le dije: «El rigor que aquí padeces
es quizá quien te saca de mi mente,
ya que no creo haberte visto nunca.
46Pero dime quién eres que en tan triste
lugar te han puesto, y sufres una pena
que si no es la mayor, es la más áspera».
49«A tu ciudad», me dijo, «hoy ya podrida
por la envidia, que todo lo corrompe,
pertenecí en la vida sosegada.
52Los ciudadanos me llamabais Ciacco.
El nefasto pecado de la gula
a la lluvia, ya ves, me ha reducido.
55Pero no soy el único que sufre
aquí, estas almas sufren igual pena
por igual culpa.» Y no añadió palabra.
58Yo le repuse: «Ciacco, tu desdicha
me aflige tanto que a llorar me empuja.
Mas dime qué va a ser, si es que lo sabes,
61de los que son de la ciudad facciosa.
Si hay en ella algún justo. Y el motivo
de que así la golpee la discordia».
64«Tras la larga disputa», dijo Ciacco,
«habrá sangre, y el bando montaraz
echará con deshonra a la otra parte.
67Luego ha de ser que caiga esa bandera
antes del sol tercero, y que los otros
vuelvan, debido al que hoy no se decanta.
70Alta tendrán la frente largo tiempo,
y los otros caerán bajo su yugo,
por más que lloren o se solivianten.
73Justos hay dos, y nadie los escucha.
La soberbia, la envidia, la avaricia
son las chispas que prenden en las almas.»
76Y ahí detuvo su relato aciago.
Yo le dije: «Te ruego que prosigas,
aún necesito que me aclares mucho.
79Farinata y Tegghiaio, gente insigne,
Iacopo Rusticucci, Arrigo y Mosca,
y los demás que al bien se consagraron,
82dime dónde acabaron, quiero verlos.
Quiero saber si el cielo los conforta
o el tósigo infernal los envenena».
85«Por pecados diversos han caído
con las almas más negras, más abajo.
Si bajas más, acabarás por verlos.
88Sí te pido una cosa: que de vuelta
al dulce mundo, alientes mi memoria.
Más no te digo y más no te respondo.»
91Y los ojos torció desde ese instante,
pues me miró agachando la cabeza
y se sumió en el barro de los ciegos.
94Y mi guía me dijo: «No ha de alzarse
hasta que el ángel suene su trompeta
y venga el enemigo poderío.
97Cada cual volverá a su triste tumba,
regresará a su carne y su figura,
oirá lo que por siempre habrá de oírse».
100Así fuimos pisando aquella podre
de sombras y de lluvia, muy despacio,
tratando de la vida venidera.
103Yo le dije: «Maestro, ¿estos tormentos
han de aumentar tras de la gran sentencia,
o aflojar, o serán igual de agudos?».
106Y él a mí: «Rememora tu doctrina:
que cuanto más perfecta es una cosa
más siente el bien, más el dolor discierne.
109Y por más que esta gente condenada
la verdadera perfección no alcance,
más de allá que de acá estarán entonces».
112Y giramos nosotros con la senda,
hablando de otras cosas que no cuento,
hasta llegar al punto en que se baja.
115Allí dimos con Pluto el enemigo.
CANTO VII
1«Pape Satàn, pape Satàn aleppe!»,
cominciò Pluto con la voce chioccia;
e quel savio gentil, che tutto seppe,
4disse per confortarmi: «Non ti noccia