Nabokob en el Hotel Palace de Montreaux (1968). © Philippe Halsman.
Para Guillermo Cabrera Infante,
en la compañía de su exilio,
esta Nabokoviana
(y, claro está, para Véra, “si a las almas
de los muertos hace tiempo les es
a veces dado regresar”)
PARA QUE NABOKOV NO SE LA CARGUE
JAVIER MARÍAS
(Presentación o disimulo)
El guardameta Nabokov sentado ante sus compañeros de equipo, el Deportivo Ruso Club de Fútbol, en Berlín (1932). © Vladimir Nabokov Archives, Montreux.
Este es un país muy raro y muy loco y por ello hace gastar energías en balde y a menudo es una lata, pero hay que reconocer que las locuras y las rarezas también ofrecen alguna ventaja.
Hace algo más de año y medio, el 25 de septiembre de 1997, se cumplió el centenario del nacimiento de William Faulkner. Como más de tres lustros atrás había yo traducido para una revista doce de sus poemas (que son la parte más desconocida de su obra), y esa revista resultaba y resulta hoy totalmente inencontrable, se me ocurrió la inofensiva idea de juntarlos con los dos o tres textos que también con anterioridad le había dedicado a Faulkner y componer con todo ello un modesto y bienintencionado librito de homenaje a uno de los novelistas que más admiro y que mayor influencia han ejercido sobre la narrativa en lengua española de la segunda mitad del siglo. Pensaba en una edición muy limitada, de un par de cientos de ejemplares, no venal y sufragada por mí mismo, para regalar a amigos y conocidos con motivo del aniversario. Pero el emprendedor y siempre multiplicado Juan Cruz, al oírme una tarde mencionar este proyecto, me preguntó si me importaba que Alfaguara lo tomara a su cargo. No sólo no tuve objeción, sino considerable agradecimiento. Y así el librito no resultó a la postre tan modesto en su aspecto. Sí en su contenido, como estaba previsto, pese a verse enriquecido por un magnífico relato de un viaje por Mississippi firmado por Manuel Rodríguez Rivero. Y añadí a última hora una «presentación o arenga» en elogio del homenajeado, texto por ello algo combativo con las excesivas autocomplacencias que hoy en día convierten a demasiadas novelas en productos tan consciente, deliberada y forzosamente perecederos como una crema antiarrugas, con la general colaboración de las vaciedades críticas —o quizá son globos— que padecemos en los últimos años.
Podría pensar que fue esta combatividad lo que trajo el efecto a que voy a referirme, pero creo que sería engañarme y aferrarme a cierto optimismo, pues tal posibilidad entrañaría algo de lógica y no sería la reacción ni tan rara ni tan loca. Porque en verdad ocurrió que la celebración de ese centenario en España y la existencia de Si yo amaneciera otra ve