Pequeños cuentos con grandes valores

Gemma Lienas

Fragmento

cap-1

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—Míriam, toma. —Papá le pasa el móvil—. Es la abuela; quiere hablar contigo.

Míriam coge el móvil y saluda a la abuela.

—Míriam, guapa, te quería felicitar por el campeonato de patinaje. Ya sé que ganaste. Eres una crack.

—Muchas gracias, abuela.

—¿Cuándo vendrás? Tengo muchas ganas de verte. Anda, que solo tienes que subir un piso.

—Mañana por la tarde.

—¡Estupendo, nena!

Míriam se sienta en el sofá. Quiere ver una serie de dibujos animados que le encanta.

En ese momento, Julia, su hermana, que está poniendo la mesa, la avisa:

—Eh, Míriam. Te toca poner las servilletas en la mesa.

—¡Oh! —refunfuña Míriam—. Me gustaría ver los dibujos...

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—Va, ya las pongo yo por ti —dice Julia.

—¡Muchas gracias, hermanita!

—A cambio, ¿mañana podrás ayudarme a dibujar un perro?

—¡Claro! Cuenta con ello.

Al día siguiente por la tarde Míriam decide ir al parque con mamá y Juan, su hermano pequeño.

—Toma —dice la madre mientras le da su merienda preferida: un bocadillo caliente de queso.

—Mmmm. ¡Qué bien! Muchas gracias, mamá.

—¿Me ayudarás a vigilar a Juan? —le pide mamá.

—Claro que sí —dice Míriam.

Y coge al pequeño y se van los dos al arenero.

Al poco rato, cuando ya se ha terminado el bocadillo, ve la estructura de hierros. Le encanta subir hasta lo más alto. Es como estar en un rascacielos. Desde allí ve todo el parque.

Se va corriendo y se olvida de su hermano y de mamá.

Se lo pasa pipa trepando como un mono.

Un rato más tarde oye a mamá, que la llama:

—Míriam, ¿dónde estás? ¡Ven enseguida!

Míriam baja de la estructura y se acerca al banco donde está mamá, limpiando la boca de Juan.

—Fíjate, Míriam, lo has dejado solo y se ha puesto a comer tierra.

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—¡Ay! ¡Qué mal! Se me ha olvidado…

—De eso mismo me quejo. ¿Solo piensas en ti?

Se van del parque, las dos sin decir nada: mamá, molesta, y Míriam, un poco arrepentida. Juan, mientras, llora porque la arena tenía muy mal sabor.

Cuando entran en casa, Julia los está esperando.

—¡Eres una fresca, Míriam!

—¿Por qué? —pregunta Míriam abriendo unos ojos grandes como platos.

—Porque no me has ayudado a hacer el dibujo del perro, tal como me habías prometido.

Míriam se lleva las manos a la cabeza. ¡Uf!, no se ha acordado ni por un momento.

—Y la abuela ha llamado para decir que no habías ido a verla, tal como le dijiste.

Míriam levanta mucho las cejas: tampoco ha pensado en ello. ¡Jolines!

—No piensas nunca en los demás, ¿verdad, Míriam? —dice papá—. No puede ser.

Se va a la ducha mientras nota que las mejillas se le han puesto coloradas y le hierven. Está un poco avergonzada.

Al salir de la ducha y empezar a secarse el pelo, se siente mejor.

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—Pues, no veo por qué —dice un ser larguirucho, azul y con las orejas puntiagudas, que sale del secador.

—¿Y tú quién eres?

—Soy el Duende Azul.

—¿Y qué haces aquí?

—Investigar qué te está pasando. —Su dedo índice se alarga y el ojo de la punta se queda mirando fijamente a la niña.

—No está pasando nada, Duende Azul.

—¡Anda que no...! Quizá no te das cuenta... —dice el duende, que se vuelve de un color azul más oscuro, ya que se siente triste porque Míriam no ve lo que está pasando.

—¿De qué tengo que darme cuenta?

—¡Piensa!

—Te refieres a que mamá se ha enfadado conmigo porque no he vigilado a Juan.

—Exacto —dice el Duende Azul—. Y eso a pesar de que ella había sido muy amable contigo porque te ha preparado tu merienda preferida.

—Y yo he sido amable con ella y le he dicho «muchas gracias».

—Educada, sí. Pero ¿crees que es suficiente?

Míriam reflexiona.

—Quizá no. Quizá tenía que haber sido agradecida y haberle devuelto el favor.

—Exacto. No basta con decir «gracias», que es una palabra muy importante. Los favores también tienen que devolverse.

—Ya lo entiendo —dice Míriam—. Hoy tenía que haber ayudado a Julia a hacer el dibujo del perro para ser agradecida, porque ella ayer puso las servilletas por mí.

—¡Eso mismo!

—Y también tenía que haber ido a ver a la abuela, que ayer fue muy amable conmigo y me llamó para felicitarme por los resultados del campeonato de patinaje.

—Exacto —dice el duende, que pasa a ser de un color azul brillante—. Mira mi color ahora; es porque estoy contento.

Míriam aplaude.

—¡Ya lo he entendido! Para ser agradecida no solo tengo que decir gracias, sino también devolver los favores.

Ahora es el Duende Azul quien aplaude.

Míriam sale corriendo del baño y va a la sala.

—Julia —dice—, ¿cenamos deprisa y después dibujamos el perro?

—Guay —dice Julia.

—Y, mamá —pide Míriam—, ¿me dejas el móvil para llamar a la abuela? Quiero saber si le va bien que mañana vaya a visitarla.

—Me parece una gran idea, Míriam.

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