La tierra de las historias 2 - El regreso de la hechicera

Chris Colfer

Fragmento

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PRÓLOGO

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LA RESURRECCIÓN Y EL REGRESO

El Este estaba viviendo una época de grandes celebraciones. Por las calles de las aldeas marchaban desfiles a diario, todos los hogares y las tiendas estaban decorados con coloridos estandartes y guirnaldas, y los pétalos que lanzaban a puñados desde las carrozas flotaban por doquier. Todos los aldeanos sonreían, orgullosos de sus recientes logros.

El Reino Durmiente había tardado algo más de una década en recuperarse por completo de la terrible maldición que antiguamente los tuviera sumidos en el sueño, pero por fin había vuelto a ser la nación próspera de antaño. Sus habitantes ahora se disponían a ser dueños de su futuro, reclamando su hogar como el Reino del Este.

La semana de festejos concluyó en el salón principal del castillo de la reina Bella Durmiente. Estaba tan concurrido que parecía que el reino entero se hubiera congregado allí. Muchos de los asistentes ocupaban los alféizares de las ventanas, de pie o sentados. La reina, su esposo —el rey Chase— y el consejero real estaban sentados en una mesa alta desde donde se veía toda la celebración.

En mitad del salón se estaba celebrando un pequeño espectáculo. Los actores representaban el bautismo de la Bella Durmiente, interpretando a las hadas que la habían bendecido y a la Hechicera malvada que la había maldecido a morir al pincharse el dedo con el huso de una rueca. Por suerte, otra hada alteró la maldición, así que, cuando la princesa por fin se pinchó el dedo, ella y su reino cayeron presos de un profundo sueño. Durmieron durante cien años y los actores se recrearon particularmente en el momento en el que el rey Chase besó a la Bella Durmiente y los despertó a todos.

—Creo que ya va siendo hora de deshacernos de los regalos que nos entregó la reina —gritó una mujer desde el fondo del salón.

Se subió a una mesa y se señaló con alegría la muñeca.

Todos los habitantes del reino llevaban alrededor de la muñeca una goma elástica hecha de savia de árbol. El año anterior, la reina Bella Durmiente les había instruido a tirar de la gomita para notar un pequeño pellizco cada vez que sintieran un exceso de fatiga. El truco había ayudado a sus súbditos a mantenerse despiertos y a combatir las secuelas de la maldición que aún persistían.

Afortunadamente, ya no necesitaban las gomas. Todos los presentes en el salón principal se las arrancaron de la muñeca y las lanzaron al aire con alegría.

—Su Majestad, ¿os importaría contarnos de nuevo dónde aprendisteis esta técnica? —le preguntó un hombre a la reina.

—Os parecerá extraño cuando os lo revele —respondió la Bella Durmiente—. Lo aprendí de un niño. Su hermana y él acudieron hace un año al castillo. Fue el niño quien me dijo que usaba una goma elástica para evitar quedarse dormido en clase y quien sugirió que mis súbditos probaran su técnica.

—¡Increíble! —exclamó el hombre, y su risa acompañó a la de su reina.

—Fascinante, ¿verdad? Estoy convencida de que las mejores ideas siempre se les ocurren a los niños —dijo la reina—. Si fuéramos tan perspicaces como ellos, nos daríamos cuenta de que siempre tenemos delante de nuestras narices las soluciones más sencillas a los mayores problemas.

La Bella Durmiente golpeó suavemente el lateral de su copa con la cuchara. Se puso de pie y se dirigió a la multitud expectante.

—Amigos míos —dijo, alzando la copa—: Hoy es un día muy especial para la historia de nuestro reino, y más aún para nuestro futuro. A fecha de hoy, los acuerdos comerciales, la producción de cultivos y la capacidad de vigilia de la población no solo se han restituido, ¡sino que han mejorado desde que la maldición del sueño cayera sobre nosotros!

La ovación de sus súbditos fue tal que el castillo entero se estremeció con ella. La Bella Durmiente miró a su lado y compartió una cálida sonrisa con su esposo.

—No debemos olvidar la terrible maldición que pesó sobre nosotros en el pasado, pero cada vez que reflexionemos acerca de esa época sombría, debemos recordar cómo triunfamos y la vencimos —prosiguió la Bella Durmiente. Unas lágrimas diminutas afloraron a sus ojos—. Que esto sirva de advertencia para todo aquel que intente interferir con nuestra prosperidad: ¡el Reino del Este está aquí para quedarse y resiste unido ante cualquier fuerza del mal que se interponga en nuestro camino!

El clamor fue tan potente que un hombre se cayó, literalmente, del alféizar donde estaba sentado.

—¡Jamás me he sentido tan orgullosa de estar rodeada de vosotros como esta noche! ¡Brindo por mis súbditos! —exclamó la reina, exultante, y todos los presentes en el salón la imitaron y bebieron de sus copas.

—¡Larga vida a la reina Bella Durmiente! —gritó un hombre en mitad del salón.

—¡Larga vida a la reina! —Se unieron los demás a sus vítores—. ¡Larga vida a la reina! ¡Larga vida a la reina!

La Bella Durmiente los saludó con un grácil gesto y tomó asiento. La celebración se prolongó durante el resto de la velada, pero justo al borde de la medianoche una extraña sensación, un sentimiento que hacía años que no experimentaba, se apoderó de la reina.

—Vaya, qué curioso —se dijo, mirando sonriente a la lejanía.

—¿Hay algún problema, mi amor? —preguntó el rey Chase.

La Bella Durmiente se levantó de su asiento y se dirigió a la escalera que quedaba tras ellos.

—Me temo que tendrás que disculparme, cariño —le dijo la reina a su esposo—. Tengo bastante sueño.

A ella le sorprendió tanto decir aquellas palabras como a su esposo escucharlas, porque la Bella Durmiente llevaba años sin dormir. La reina había hecho a sus súbditos la promesa de no descansar hasta que el reino estuviera debidamente recuperado. Ahora, al verse rodeados por tantos rostros jubilosos, tanto el rey como la reina sabían que la promesa había sido cumplida.

—Buenas noches, mi amor, que descanses —dijo el rey Chase y le besó la mano.

Una vez en sus aposentos, la reina se puso su camisón favorito y se metió en la cama por primera vez en más de una década. Sentía como si se estuviera reencontrando con una vieja amiga. Había olvidado la sensación que producía el contacto de las sábanas frías con las piernas y los brazos, la suavidad de la almohada y lo agradable que era acomodarse en el colchón y sentir que se hundía bajo tu cuerpo.

Los ruidos de la celebración llegaban hasta las dependencias de la reina, pero a ella no le molestaban: en realidad, la relajaban. La Bella Durmiente inspiró hondo y se sumió en un sueño muy profundo, casi tan profundo como el que experimentó durante la maldición de los cien años, excepto por la noción de que de este podría despertar cuando quisiera.

Cuando el rey Chase acudió más t

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