La casita bajo tierra 1 - Cosecha de amigos

Catalina Gónzalez Vilar

Fragmento

cap-1

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Oli vio caer el primer copo, blanco y tan esponjoso como su propia cola. Supo entonces que era el comienzo de lo que ella y sus hermanos, Tom y Lena, llevaban tanto tiempo esperando.

Aun así, no dijo nada y permaneció quieta junto a la ventana. Era muy temprano y todos dormían en el hogar de los Zarzamora. Los botes de romero, manzanilla, lavanda y tomillo desprendían suaves aromas desde las estanterías, y en la chimenea aún quedaban brasas que caldeaban el ambiente. Descubrió que le gustaba esa sensación de estar allí a solas con Orejitas, contemplando cómo el valle se transformaba.

La tranquilidad, sin embargo, no duró mucho.

—¡Olivia Zarzamora! ¿Se puede saber qué haces despierta a estas horas?

Oli se volvió y descubrió a su madre plantada en la puerta, mirándola con cara de asombro. Ella, en cambio, sonrió ampliamente. Sabía que lo que tenía que contar era demasiado extraordinario para que su madre se enfadase.

—Está nevando.

Los ojos de Mirna brillaron y acudió rápidamente junto a su hija para mirar a través de la ventana. El parecido entre ambas se hizo más evidente en ese momento, las dos con el pelaje de un suave color canela, aunque el de Oli estuviese más moteado.

—Nieva —susurró Mirna emocionada—. También nevaba cuando llegamos al valle, hace casi un año.

Miró a su hija con ternura y Oli, expectante, se acomodó para rememorar juntas aquella historia.

La habían recordado mil veces con el resto de la familia, pero sería estupendo hablar de aquellos días con su madre, a solas mientras los demás dormían.

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—¡Nieva!

El grito de entusiasmo de Tom, acompañado del tamborileo de sus ágiles patas en la escalera, dio al traste con las esperanzas de Oli, pero a cambio llenó la cocina de animación y energía.

—¿Por qué no me habéis despertado? —dijo su hermano, abriéndose un hueco junto a ellas—. ¿Hace mucho que está nevando? ¡Los copos son grandes! Son grandes, ¿verdad, mamá? ¿Cuánto tiempo nevará? ¿Se quedará todo blanco?

Tom lanzaba sus preguntas, una tras otra, mientras pegaba su naricilla al frío cristal. Fuera, una fina capa de nieve comenzaba a acumularse sobre las ramas de la gran encina que les servía de hogar. Más allá el valle, espolvoreado, se convertía en un lugar misterioso. La mirada de Tom se detuvo en el viejo tocón del fresno y sus orejas se enderezaron.

—¡Tengo que ir a buscar a Alex! ¡Quizá aún no sepa que está nevando!

A punto estuvo de bajar de un salto del banco y salir corriendo, pero su madre le detuvo con firmeza.

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—Tom, aún es demasiado temprano para visitas.

Como queriendo llevarle la contraria, la campanilla de la puerta principal sonó en ese momento.

—¡Caramba! —exclamó Mirna—. ¿Quién será tan temprano?

—¡Ya abro yo! —dijo una voz grave y soñolienta desde la escalera que bajaba de los dormitorios.

El señor Zarzamora cruzó por delante de la puerta de la cocina con su batín azul y los ojos aún entrecerrados. Todos sabían cuánto le gustaba dormir, pero con aquel jaleo le había sido imposible continuar en la cama.

Oli y Tom aguzaron el oído para averiguar de quién se trataba.

—¿Lena? —oyeron que decía su padre en el piso inferior—. ¿De dónde vienes?

Oli y Tom se miraron asombrados. Por lo que ellos sabían su hermana Lena seguía dormida bajo las mantas de su litera. Pero ninguno de los dos lo había comprobado antes de salir. A toda prisa abandonaron la cocina, seguidos por su madre, para averiguar qué había pasado.

Encontraron a su padre y a Lena en la entrada, aún con la puerta principal abierta. Su hermana tenía el pelaje húmedo y la respiración entrecortada por el ejercicio mientras mostraba a su padre el copo de nieve que acababa de atrapar.

—¿Sabías que los copos están formados por estrellas de hielo? ¿Y que cada estrella tiene una forma distinta?

El señor Zarzamora, aún adormilado, negó con la cabeza y se inclinó para comprobarlo, pero donde había estado el copo ahora solo quedaban unas gotas de agua.

—¡Dentro de casa hace demasiado calor! —gimió Lena, y trató de dar media vuelta para salir fuera de nuevo.

—Quieta ahí, señorita —objetó, sin embargo, su padre, y cogiéndola de la capucha la retuvo mientras cerraba con suavidad la puerta—. Diría que has tenido suficiente nieve de momento.

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—Ya habrá tiempo luego para ver los copos y lo que queráis —dijo su madre, empujándolos con delicadeza hacia las escaleras—. De momento esta familia tiene que desayunar como es debido.

Los contempló, pensativa, mientras subían. Oli la más menuda de los tres, aunque había sido la más grande al nacer, Tom tratando de subir los escalones de dos en dos y Lena aún empapada por su excursión. Los trillizos crecían rápido, pero aún tenían mucho que aprender.

Mientras Mirna buscaba una toalla para secar bien a Lena, el señor Zarzamora puso al fuego la tetera y comenzó a preparar el desayuno. Estaba de excelente humor y abría y cerraba los armarios con rapidez y bastante ruido. Sacó la miel, la mantequilla y lo que quedaba del pastel de semillas de amapolas. Tom y Oli colocaron las tazas, los platos, los cubiertos y las servilletas y se sentaron en el banco bajo la ventana. Desde allí contemplaron a su padre buscar uno de sus botes de mermelada casera.

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