La habitación embrujada (Noa Paradise 3)

Noa Paradise

Fragmento

cap-1

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¿Te he contado alguna vez cómo salvé al mundo de la destrucción con mis superpoderes de meiga? ¿No? ¿Y esa otra vez en la que toda la gente de mi colegio se convirtió en burro y tuve que ingeniármelas para devolverlos a la normalidad? ¿Tampoco? Bufff... En ese caso, ¡empecemos desde el principio!

Mi nombre es Noa Paradise y podría decirse que soy una chica de doce años casi normal. Vivo en Galicia, voy a una escuela de lo más normal, tengo una familia a la que adoro, un par de mascotas divertidísimas y un canal de YouTube que, aunque está un poco feo que yo lo diga, mola bastante. Si mi nombre te suena de algo, pero este es el primero de mis libros que cae en tus manos, es probable que me conozcas gracias a ese canal. ¿He acertado? Bueno, qué más da, ¡ni que esto fuera un concurso!

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Hasta aquí las cosas que la mayoría de la gente sabe sobre mí. Pero resulta que en mi vida también hay... otras cosas. Cosas mágicas. Cosas misteriosas. Cosas esotéricas y alucinantes que podrían dejarte con la boca abierta. Bueno, en realidad las conoce cualquiera que haya leído mis otros dos libros, pero, yo qué sé, tenía que intentar darle un poco de suspense a esta introducción, ¿no crees?

Vale. Presta atención, que voy a contarte mi mayor secreto. Quizá sería mejor que te sentases primero, porque lo estoy a punto de desvelarte puede hacer que te fallen las piernas y que te desmayes en mitad del salón. O de la calle. O de tu habitación. O de dondequiera que estés. Antes de nada, respira hondo y cuenta hasta diez. ¿Ya? Bien, entonces podemos continuar.

Resulta que, en realidad, yo... yo... —imagínate un redoble de tambores sonando—: ¡Soy una meiga!

¿Qué? ¿Cómo se te queda el cuerpo? Imagino que ahora mismo estarás pensando: «Sí, claro, y yo soy el abominable hombre de las nieves. ¿Por qué no me compraría alguno de esos libros sobre youtubers bailarinas o el de 101 cosas que hacer antes de entrar en el instituto en lugar de esta frikada?» O puede que estés pensando: «¡Guau! ¡Eso suena de lo más emocionante! ¡Cuéntame más!». O puede que, simplemente, te estés preguntando: «¡¿Qué diantres es una meiga?!».

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Sea cual sea tu reacción, te invito a que sigas leyendo un poquito más. ¡No te arrepentirás!

Para empezar, tienes que saber que las meigas son algo así como las brujas de la tradición gallega. Y como ya te he dicho, resulta que yo soy una de ellas. Suena guay, ¿verdad? Pues lamento decirte que... no tanto. Que no salga de aquí, pero hasta hace muy poquito yo no tenía ni pajolera idea de hacer magia. ¡En serio! ¡Solo te digo que no era capaz ni de sacar a mi gata de un sombrero! Pero eso no quiere decir que no me pasen un montón de aventuras mágicas la mar de raras. Y de todos los retos alucinantes a los que me he tenido que enfrentar hasta ahora, ninguno ha sido tan loco, fantástico y asombroso como... ¡la vez en la que tuve que hacer de canguro de mi hermana pequeña!

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Sí, sí: ya sé que he empezado muy fuerte, hablándote de salvar el mundo de la destrucción y de todos los alumnos de un colegio convertidos en burros y todo eso, así que, por comparación, ¿qué es lo peor que podría pasarle a una canguro? Pues mira, cuando tienes una hermana como la mía..., pueden salir mal unas cuantas cosas. Tantas que darían para un libro entero. Un libro que, por cierto, es el que estás sujetando ahora mismo.

Pero, tal y como te decía antes..., empecemos por el principio. Nada me hacía sospechar que el día en que tuve que hacer de canguro de mi hermana terminaría convirtiéndose en una auténtica montaña rusa repleta de aventuras mágicas, porque todo lo que me había pasado había sido muy... muy... muy... ¿cómo lo diría? ¡muy normal! Pero en realidad, los días normales son los más traicioneros de todos, porque si te sucede algo extraordinario, te pilla completamente por sorpresa.

En el colegio, mi peripecia más trepidante había sido atragantarme con el zumo del almuerzo durante el recreo (¡me había salido disparado por la nariz y todo!). Había tenido clase de historia con Erzsébet, mi profesora rarita que siempre va vestida de negro de la cabeza a los pies, te fulmina con la mirada a la mínima que te portas mal y conoce un montón de datos curiosos sobre la historia de la brujería... Pero es que aquel día no pasaba nada, ¡ni una anécdota! De vez en cuando, me giraba para mirar de reojo a Antón —el bully cabeza hueca oficial de mi clase— por si se le ocurría hacer alguna de las suyas. Pero desde que lo había convertido en un burro accidentalmente unos meses antes (no preguntes, es una historia muy larga...) estaba de lo más tranquilito y siempre se lo pensaba dos veces —o doscientas— antes de meterse conmigo.

Total, que en cuanto llegué a casa me puse a hacer lo que siempre hago cuando he tenido un día demasiado normal y más rollo de lo debido: ¡grabar un vídeo para mi canal de YouTube! En mi canal hay de todo (parodias, retos, bromas, canciones...) y para mí es algo así como el remedio definitivo contra el aburrimiento. Pero, quizá porque estaba aburrida, ese día me dio por complicarme la vida e intentar un truco de magia. Lo de grabarme haciendo trucos de magia es algo que ya había intentado en más de una ocasión y que no siempre había tenido resultados cien por cien satisfactorios..., pero, oye, si me rindiese cada vez que las cosas no me salen bien a la primera, ¡no sería la auténtica Noa Paradise!

—Qué truco podría hacer, qué truco podría hacer... —pensé en voz alta.

—¿Truco? ¿He oído «truco»? ¡Yo me largo de aquí!

Me di la vuelta y descubrí que las sábanas de mi cama empezaban a sacudirse y a agitarse violentamente. ¡Era como si estuviesen poseídas! Y no solo eso, sino que había un enorme bulto escondido entre sus pliegues. El bulto misterioso daba vueltas por todo el colchón, recorriéndolo de arriba abajo frenéticamente. Parecía estar buscando la manera de salir de debajo de mi cama, pero su sentido de la orientación dejaba bastante que desear. Al cabo de un buen rato, vi a mi gata Lili zafarse de las sábanas. Estaba muy alterada y tenía todos los pelos de punta.

—¡Sé lo que estás pensando, Noa! —me soltó antes de que yo pudiese abrir la boca—. ¡Y no cuentes conmigo!

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Llegados a este punto, permíteme que te presente a Lili como es debido. Ella es mi gata y no: no le pasa nada raro. Bueno, en realidad sí que le pasan un montón de cosas raras, pero lo de poder hablar no es una de ellas.

Resulta que nosotras, las meigas, tenemos una conexión muy especial con las fuerzas de la naturaleza y con ciertos animales, c

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