Los cinco detectives 7 - Misterio del gato comediante

Enid Blyton

Fragmento

1. En la estación del tren

CAPÍTULO 1

En la estación del tren

Larry y Daisy, junto a la verja del jardín, esperaban que pasara Fatty a buscarlos con Buster, su perro, un pequeño terrier escocés.

—Da gusto estar de nuevo en casa, de vacaciones —comentó Daisy—. Ojalá Fatty llegue pronto, porque si no, no llegaremos a tiempo de recibir a Pip y a Bets en la estación. Estoy deseando volver a verlos. Parece que haya pasado un siglo desde las vacaciones de Navidad.

—¡Ahí está! —exclamó Larry, echando a correr—. ¡Y viene con Buster! ¡Hola, Fatty! Tendremos que darnos prisa si queremos llegar a la estación antes que el tren.

—Hay tiempo de sobra —lo tranquilizó Fatty, que era de los que siempre mantienen la calma—. ¡Qué divertido será volver a estar todos juntos! ¿No os parece? ¡Los cinco detectives dispuestos a enfrentarse a un nuevo misterio alucinante!

—¡Guau! —protestó Buster, que se sentía un poco olvidado.

—¡Es verdad! —exclamó Fatty—. Lo siento, Buster. Quería decir Los cinco detectives y el perro.

—Vamos —apremió Daisy—. El tren está al llegar. ¡Pensar que llevamos casi una semana de vacaciones y aún no hemos visto a Bets y a Pip! Apuesto cualquier cosa a que no les habrá gustado estar con su tía Sofía. ¡Es una mujer terriblemente rígida y severa! Estoy segura de que estarán varios días sin parar de decir, por la fuerza de la costumbre, «gracias» y «por favor» con muy buenos modales.

—¡Ya se les pasará! —murmuró Fatty—. ¿Alguno de vosotros ha visto a nuestro amigo el Ahuyentador durante estas vacaciones?

Los chicos llamaban Ahuyentador al señor Goon, el policía del pueblo. El hombre no podía tragar a los cinco muchachos y detestaba a Buster, cosa bastante comprensible, pues el perro era muy aficionado a saltar y brincar alrededor de los tobillos del grueso policía de un modo francamente irritante. Además, Los cinco detectives habían desentrañado un buen número de misterios que el señor Goon consideraba que solo le correspondía a él investigar y, como es de suponer, estaba celoso de ellos.

—En cuanto nos vea a uno de nosotros por algún sitio, soltará: «¡Largo de aquí!» —dijo Larry con una sonrisa burlona—. No falla nunca… ¿Qué pensáis? ¿Surgirá algún nuevo misterio durante estas vacaciones? Me gustaría poner mi materia gris a trabajar en algún caso apasionante.

Sus compañeros se echaron a reír.

—Procura que no te oiga papá —recomendó Daisy—. Has tenido tan malas notas en el colegio que seguramente te diría que por qué no usas la materia gris para el latín y las matemáticas y te dejas de misterios.

—Me imagino que en tus notas habrá frasecitas como estas: «Podría sacar más partido de su inteligencia» o «No saca partido de su inteligencia» —intervino Fatty—. Conozco el paño.

—¡No puedo creer que hayan puesto semejantes observaciones en tus notas, Fatty! —exclamó Daisy, que admiraba muchísimo el talento de su amigo.

—Bueno… —empezó Fatty, modestamente—. Generalmente me ponen «Brillantes trabajos en este trimestre» o «Aventaja con mucho al término medio de su clase», o…

—¡Ya salió nuestro presumido amigo Fatty dándose importancia con aires de modestia! —lo interrumpió Larry, dándole un puñetazo amistoso—. No sé cómo te las arreglas para ser así de creído con ese tono de voz tan modesto, Fatty. Te a s e g u r o …

—Dejaos de discusiones —intervino Daisy, echando a correr—. ¿No oís el silbido del tren? Debemos estar en el andén antes de que lleguen Pip y Bets. ¡Pobre Buster! ¡Con esas patitas tan cortas no puede seguirnos! ¡Vamos, perrito!

Los tres amigos franquearon la puerta de la estación e irrumpieron en el andén. Con un ladrido de euforia, Buster olfateó la orilla de unos gruesos pantalones azul marino cuyo propietario se hallaba junto al quiosco de revistas.

—¡Largo de aquí! —dijo una voz conocida, lanzando un resoplido de fastidio—. ¡Atad a ese perro con una correa!

—¡Ah, hola, señor Goon! —exclamaron Fatty, Larry y Daisy, todos a la vez, como si el policía fuese su mejor amigo.

—¡Cuánto me alegro de verlo! —añadió Fatty—. Supongo que sigue usted bien, señor Goon, a pesar de este tiempo tan deprimente y…

En el preciso momento en que el señor Goon se disponía a contestar con algún reproche, llegó el tren haciendo un estruendo ensordecedor que impedía cualquier conversación.

—¡Allí está Pip! —gritó Larry, agitando la mano con tal fuerza que por poco echa a rodar el casco del señor Goon.

Buster fue a sentarse, muy digno, bajo el banco del andén. No le gustaban los trenes. El señor Goon permanecía a poca distancia, buscando con la mirada a la persona a quien esperaba. Bets y Pip bajaron del tren muy excitados.

—¡Fatty! —exclamó Bets, abrazándolo—. ¡Estaba segura de que vendrías a recibirnos! ¡Hola, Larry! ¡Hola, Daisy!

—Hola, querida Bets —saludó Fatty, que sentía un profundo afecto por la muchacha—. ¡Hola, Pip! —añadió, dando al recién llegado una palmada en la espalda—. ¡Regresáis a tiempo de ayudarnos a aclarar un tremendo misterio!

El chico dijo esto en voz muy alta para que lo oyera el señor Goon, pero, desgraciadamente, la frase no llegó a oídos del policía, ocupado en estrecharle la mano a un colega, un individuo joven y sonriente de rostro sonrosado.

—¡Mirad! —exclamó Fatty—. ¡Otro policía! ¿Será porque a partir de ahora habrá dos agentes en Peterswood?

—No tengo ni idea —contestó Fatty, mirando al segundo policía—. Me gusta bastante la pinta del amigo del señor Goon. Da la impresión de ser un tipo simpático.

—Me encantan sus orejas —comentó Bets—. Parecen soplillos.

—No digas bobadas —protestó Pip—. ¿Dónde está Buster, Fatty?

—Allí —respondió Fatty—. ¡Eh, Buster! ¡Sal de ahí debajo! ¿No te da vergüenza ser tan cobarde?

Buster salió de debajo del banco, meneando el rabo entre las patas como si quisiera disculparse, pero en cuanto el tren se puso en marcha otra vez para marcharse de la estación entre una serie de aterradores resoplidos, el animal volvió a meterse debajo del banco.

—¡Pobre Buster! —se compadeció Bets—. Estoy segura de que si yo fuese perro también me escondería debajo de un banco.

—Hasta hace poco siempre te ponías detrás de mí cuando entraba el tren en la estación —sacó a relucir Pip—. Y recuerdo que tratabas de…

—Vamos —interrumpió Fatty, al advertir que Bets empezaba a ponerse colorada—. ¡En marcha! ¡Buster, sal de ahí y no seas bobo! El tren ya está a un kilómetro de aquí.

Buster obedeció, y al ver dos pares de piernas con

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