Los cinco detectives 10 - Misterio del extraño hatillo

Enid Blyton

Fragmento

 Los cinco detectives. Misterio del extraño hatillo. Capítulo 1

CAPÍTULO 1 Bets va de compras

—¡De todas las malas vacaciones que recuerdo, estas se llevan la palma! —le dijo Pip a su hermana Bets—. ¿Quién te mandaba contagiarnos esa inoportuna gripe?

—Que conste que no lo hice adrede —se disculpó Bets con aire ofendido—. Alguien me la pegó, y yo, sin querer, os la pasé a vosotros. Lo malo es que nos ha fastidiado todas las Navidades.

Pip se sonó ruidosamente, sentado en la cama. De hecho, se encontraba mucho mejor, pero estaba de un humor de perros.

—Pillaste la gripe en cuanto empezaron las vacaciones de Navidad y fuiste quien la tuvo más suave. Luego se la pegaste a Daisy, y ella se la pegó a Larry, y los pobres se pasaron el día de Navidad con ella a cuestas. Para colmo, después nos tocó el turno a mí y al pobre Fatty. ¡Qué desastre de vacaciones! ¡Y pensar que ya se están terminando!

Saltaba a la vista que Pip estaba muy resentido.

—Bien —suspiró Bets al levantarse—. Ya que esta mañana estás tan enfadado, creo que lo mejor será que te deje solo y vaya a ver a Fatty. Eres muy desagradecido, Pip, al echarme en cara todas estas cosas después de haberte entretenido horas y horas jugando contigo al parchís y leyéndote libros.

En el momento en que la niña se alejaba, muy orgullosa y erguida, Pip le gritó:

—¡Eh, Bets! Dile a Fatty que me encuentro mejor y que procure buscar la pista de algún misterio ya, porque presiento que ese es precisamente el medicamento que necesito. ¡Y solo nos quedan diez días de vacaciones!

—De acuerdo —accedió Bets, volviendo a sonreírle—. Ya se lo diré, pero ten en cuenta, Pip, que Fatty no puede improvisar un misterio por arte de magia. Me parece que tendremos que pasar sin ningún caso que resolver estas vacaciones.

—Fatty es capaz de todo —respondió Pip con seguridad—. No hay nada que se le resista. Durante los días que llevo en cama he estado recordando todos y cada uno de los misterios que hemos aclarado con su ayuda. Nunca había podido reflexionar tan a fondo como ahora. Nuestro amigo Fatty es un fenómeno.

—Eso ya lo sabía yo sin necesidad de romperme tanto la cabeza —murmuró Bets—. Basta recordar todos sus disfraces, la habilidad con que interpreta las pistas… y las bromas que le ha gastado al señor Goon.

—¡Y que lo digas! —exclamó Pip con una amplia sonrisa en el pálido rostro—. Lo cierto es que al recordar los ingeniosos trucos de Fatty me encuentro mejor. ¡Por lo que más quieras, Bets! ¡Suplícale que encuentre algún misterio! ¡A todos nos iría de maravilla para librarnos del aburrimiento!

—Descuida —lo tranquilizó Bets—. ¡Haré lo que pueda para traerte el misterio que estás esperando!

—Y tráete también unos caramelos de menta —pidió Pip—. De repente me vuelven loco. Mejor dicho, compra una bolsa de bombones de fruta recién hechos. ¡Sería capaz de comerme cincuenta mientras leo esta novela de detectives que me ha prestado Fatty!

—¡Eso significa que estás mejor! —dedujo Bets.

Una vez fuera de la habitación, la pequeña Bets se puso el abrigo y el gorro y sacó unas monedas de su hucha, con la intención de comprarle también algo a Fatty. Bets se había mostrado muy generosa con sus compañeros de Los cinco detectives, enfermos por la epidemia de gripe, y en sus repetidas visitas a los enfermos había gastado casi toda su paga navideña.

Sin poder evitarlo, se sentía culpable por haber sido ella quien pegó la gripe a la pandilla y, para compensarlo, había hecho todo lo posible para entretener a los muchachos, jugando con ellos a diferentes juegos, leyéndoles libros y llevándoles regalos. Fatty estaba realmente sorprendido ante las atenciones de Bets, y creía que era una chica fantástica.

Al salir al jardín, Bets se detuvo, indecisa. ¿Sería mejor coger la bicicleta? Con ella ahorraría mucho tiempo. Sin embargo, decidió lo contrario. Las calles estaban muy resbaladizas aquel frío día de enero.

La niña se dirigió al pueblo y se gastó casi todo el dinero que llevaba encima en unos enormes bombones rellenos de fruta, aromatizados con menta, una mitad para Pip y la otra para Fatty. El hecho de que Pip se muriera de ganas por comer golosinas, prueba real de su recuperación, presagiaba que Fatty no tardaría en seguir el mismo proceso.

Al salir de la tienda, Bets vio pasar en bicicleta al señor Goon, el policía del pueblo, que pedaleaba lentamente calle abajo, con la nariz roja como un tomate por efecto del aire helado de la mañana.

Al ver a Bets, el hombre frenó tan bruscamente que su bicicleta patinó en el suelo resbaladizo y él se encontró de pronto sentado en medio de la calle.

—¡Maldita sea! —exclamó el policía, mirando a Bets con expresión incendiaria, como si la niña tuviese la culpa de su caída.

—¡Oh, señor Goon! —dijo Bets, preocupada—. ¿Se ha hecho daño? ¡Qué porrazo se ha dado!

Pero el señor Goon tenía un buen cojín por trasero y, gracias a ello, apenas había notado el golpe, aunque naturalmente acababa de llevarse un buen susto. Así pues, se levantó y se sacudió los pantalones.

—Estas mañanas tan heladas me matarán —murmuró, mirando a Bets como si fuese la responsable del frío y el mal tiempo—. ¡Con solo tocar los frenos me he caído! Todo por querer ser amable contigo y preguntarte por tus amigos. Me han dicho que están todos enfermos y en cama con una buena gripe.

—Sí, pero ya están casi curados —afirmó Bets.

El señor Goon refunfuñó algo parecido a «¡Qué pena!», y, montando de nuevo en su bicicleta, espetó:

—Bien, sea como sea, lo cierto es que ha sido un gran alivio no tener que soportar a ese entrometido de Frederick metiendo las narices en mis asuntos durante las vacaciones de Navidad. Me sorprende la capacidad que tiene ese chico para olfatear todo lo que pasa y meteros en líos a todos los demás. Menos mal que esta vez ha tenido que quedarse en cama y no ha podido hacer travesuras. Dentro de poco tendréis que volver al colegio y, por una vez en la vida, me habré librado de vuestras impertinencias.

—Si dice eso, a lo mejor también pilla usted la gripe —le regañó Bets con valentía, sin acordarse del miedo que solía inspirarle el policía, en particular cuando se tropezaba con él a solas—. De todos modos, todavía puede surgir algo, y, si es así, ¡no le quepa a usted la menor duda de que le tomaremos la delantera, señor Goon!

Y, sintiéndose satisfechísima de aquel inesperado encuentro y el consiguiente cambio de impresiones, Bets se alejó con aire de persona importante.

—¡Si ves a ese repelente, dile que me alegro de que, por una vez en la vida, no haya podido cometer sus habituales trastadas! —le gritó el señor Goon—. ¡Qué días más tranquilos he pasado sin tener que aguantaros a los cinco ni a vuestro antipático chucho!

Bets hizo como si no le oyera. Por su part

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