Max Burbuja 5 - Guerra de abuelos

El Hematocrítico

Fragmento

cap-1

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Mi padre y yo estábamos dando un paseo de camino a casa de mi abuela Lola. A veces la visitamos los domingos. Aquel día, paramos en una pastelería para comprarle unas pastitas que le gustan mucho y darle una sorpresa.

—No voy a coger demasiadas —explicó mi padre—. Tu abuela dijo que nos tenía preparada una sorpresa, y eso significa que quizás haya hecho un postre de los suyos.

A la abuela no le gusta nada cocinar. Cuando vamos nosotros a comer, que es muy de vez en cuando, encarga unas pizzas en un sitio muy chulo de su barrio y listo. Pero a veces hace algún postre increíble. Tiene una libreta con recetas pegadas, con fotografías de revistas viejas y recortes de libros amarillos.

—¡Ojalá nos haga el flan con nata con sombrillitas!

—Ese le encantaba a tu abuelo. —Papá sonrió—. Era capaz de comerse dos o tres seguidos sin pestañear.

Mi abuelo se murió un poquito antes de nacer yo. No lo conocí y me gustaría saber más cosas de él, pero cuando le pregunto algo a papá, se pone muy triste y le cambia la voz. Así que todo lo que sé de él es por las cosas suyas que todavía están en la casa de la abuela y por las anécdotas que ellos cuentan una y otra vez.

Sé que le gustaba la música clásica, porque en el salón hay una caja llena de discos de esos negros grandes que pone la abuela de vez en cuando. Sé que una vez fue con mi abuela a París, porque hay una foto en blanco y negro de los dos allí enmarcada en la mesita redonda con la lámpara antigua. Sé que fumaba en pipa, porque en una estantería hay una minicolección de cinco o seis y todas huelen fatal y están como quemadas por dentro. Sé que una vez hizo la maqueta de un barco de madera. Sé que encontró trabajo en una fábrica de refrescos de joven porque al dueño le hacía gracia nuestro apellido. Sé que estudiaba por las noches y se hizo contable, que es una cosa que tiene que ver con sumar cosas de dinero. Sé que una vez se llevó un susto muy grande porque mi padre se perdió en la calle durante la cabalgata de Reyes. Sé que, en una excursión al campo con mi abuela, una oveja le comió un sombrero de paja. Y sé que le flipaban los flanes. ¡Ah!, y sé que se murió muy joven por alguna enfermedad.

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—Tenemos que ir más a menudo a ver a tu abuela, Max. La pobre pasa tanto tiempo sola...

—No parece que se aburra demasiado, sinceramente —le dije.

La abuela siempre estaba haciendo cosas interesantes. Iba a sus clases de pintura, al gimnasio, a pasear, a viajes organizados... A un montón de sitios.

—Creo que necesita conocer a más gente.

—¡Tiene su pandilla!

Eso es verdad. La abuela tiene un grupo de amigas que gritan mucho, huelen superfuerte a colonia, dan muchos besos y reparten caramelos que llevan en el bolso.

—Ya, pero no sé... La pobre pasa tanto tiempo en casa sola..., ¿sabes? Voy a proponerle que, si quiere, el siguiente fin de semana que estés en casa, se venga con nosotros a la sierra a respirar un poco.

—No sé, papá. ¿Crees que la abuela resistirá la caña que metes tú en tus paseos?

—Pero ¿qué caña meto yo?

—A ver, no me imagino a la abuela pateando por esas cuestas a las que me llevas a mí. Ni pasando el mismo frío. Ni madrugando tanto...

—No digas tonterías, podemos buscar una ruta sencilla, de las de principiantes.

En la última ruta de principiantes me torcí un tobillo y me hice sangre en las rodillas. Resbalé en una roca y acabé haciendo la croqueta hasta aterrizar en unos arbustos con ortigas.

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No creo que mi padre tenga la capacidad de convencer a mi abuela para pasar un fin de semana apartada de sus pinceles, sus velas, su calefacción y sus infusiones de colores.

Llamamos al timbre del portero automático y nos abrió. En casa de la abuela no hay ascensor. Subiendo las escaleras, mi padre me dijo:

—Ya verás, menudo sorpresón se va a llevar cuando vea las pastitas.

—¡A ver qué sorpresa nos tiene preparada ella a nosotros!

La puerta de su casa se abrió, y ahí estaba mi abuela, pero también... un señor.

Un señor con barba y pelo blanco, una cazadora de cuero, vaqueros y zapatillas negras. Tenía un pendiente en una oreja.

Mi padre dio un paso atrás y dijo sorprendido:

—¿Hola?

—¡Hola! ¡Soy Mick! —saludó el señor—. ¡Qué ganas tenía de conoceros!

La abuela Lola miró a papá. Sonrió y nos explicó:

—Bueno, chicos. Os presento a Mick. Es mi novio.

Definitivamente esa sorpresa era más grande que un flan.

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