El misterio de la pirámide (Un caso de Batracio Frogger 1)

Jorge Liquete
Andrei

Fragmento

cap-1

1

Una clienta muy especial

Bienvenidos a Ancas City. Hay otras ciudades más importantes o más bonitas, pero, para mí, esta es la mejor. Llegué cuando no era más que un renacuajo y desde entonces vivo aquí. Como en todas las ciudades, hay varias zonas. Las mansiones de los ricos y famosos están situadas en el Valle. En el centro de la ciudad se encuentran las principales oficinas y comercios. Y, por último, queda el extrarradio; a medida que la población de Ancas City ha ido aumentando, esta zona ha crecido más y más. Y aquí vivo yo. ¿Dónde?, os estaréis preguntando. Bien, ¿veis esas minipiscinas con forma de hoja? Pues la tercera piscina, empezando por la derecha, es mi casa actual. Forma parte del conjunto de viviendas La Charca Feliz. El dueño es un boxeador retirado. Su lema es muy sencillo: «Si no pagas, te largas». No se admiten mascotas ni renacuajos. Sé que, vista de cerca, mi piscina no parece gran cosa, pero una buena rana no necesita nada más para ser feliz. Aunque la loca gente de Ancas City no lo crea; se compran casas enormes con montones de habitaciones que luego ni siquiera usan.

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Pero, como diría mi madre, soy un maleducado: ¡ni siquiera me he presentado! Me llamo Frogger, Batracio Frogger. ¿Que a qué me dedico? Soy un honrado detective privado. Y voy a hablaros del último caso que tuve que resolver...

Todo comenzó una cálida mañana de marzo. Yo estaba, como es habitual a esas horas, chapoteando en mi piscina y devolviendo, por tercera vez, el balón hinchable a mi vecina, la de la piscina de al lado, ya que sus quince renacuajos no hacían más que tirarlo fuera cada poco (os he dicho ya que en La Charca Feliz no se permiten renacuajos, ¿verdad? Pues esperemos que el dueño tarde en enterarse).

Mi estómago me avisaba de que era hora de tomar una de esas deliciosas ensaladas de moscas y gusanos cuando apareció ella. Y no es que fuera cualquier ella, no. Era ELLA, con mayúsculas. La rana más hermosa de todo Ancas City, y no lo digo yo, ojo. Lo dicen todas las revistas y la gran mayoría de los programas de televisión. ¡Una celebridad en mi propia piscina!

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—¿Es usted Batracio Frogger?

—Sí, señorita. ¿O debería decir señora?

—Se nota que no lee la prensa. Si lo hiciera sabría que fui señora pero que ahora, de nuevo, vuelvo a ser señorita.

Esto último lo dijo mirándome de una manera muy peculiar. Yo me repetía una y otra vez: «Eres una rana comprometida, eres una rana comprometida. No te metas en problemas». Pero aquel pensamiento me abandonó al mirar aquellos ojos entre azules y grises.

De un potente salto salí del agua y me dirigí a lo que llamo mi despacho; en realidad, un par de sillas y una humilde mesa de playa colocadas al lado de la piscina, donde suelo atender a mis clientes.

—¿De qué se trata? —pregunté.

Ella se sentó frente a mí y entre lágrimas me dijo:

—Tengo un problema. Me han robado algo importante.

—¿Por qué no va a la policía?

—No, no. Nada de policía. Si se enteran los de la prensa, estaría perdida.

—¿Qué la han robado? ¿Dinero, alguna joya...?

—No. Nada de eso. Es... una pequeña pirámide.

—¿Una pirámide? —repetí extrañado.

—Sí. Tiene un gran valor sentimental para mí —dijo mientras cruzaba sus ancas. Y vaya ancas.

—¿Sabe quién ha podido robarla?

—Sí... —dijo entre lloros y balbuceos. Y luego, más lloros—. Eso es... lo peor.

Cuando se calmó, mi clienta (de la que no pienso dar el nombre: mi trabajo me obliga a mantener el anonimato de mis clientes, así que por el momento la llamaré Ancas Bonitas) me explicó que sospechaba de...

—Snif... snif... Creo que ha sido mi antiguo representante.

—¿Y por qué no le pide que se la devuelva?

—Es que... ya no me hablo con él... No se tomó nada bien que cambiara de agente.

Aunque todo el asunto me olía a chamusquina, el estado de mi cuenta bancaria me devolvió a la terrible realidad. Hacía tiempo que no trabajaba y mis ahorros menguaban rápidamente. No podía decir que no. Y menos cuando vi el fajo de billetes que ella depositó delante de mí. Se podían pagar muchas ensaladas de moscas y gusanos con aquel dineral. «¡Qué charcas!», pensé. Solo se trataba de una simple pirámide. Encontraba a aquel representante, recuperaba la pirámide y listo. Tardaría menos de lo que se tarda en decir «Croac». Bueno, quizá no fuera todo tan fácil y habría que convencerle un poco. Pero no sería más difícil que aquella vez que me mandaron encontrar a esa pulga amaestrada en un circo de pulgas amaestradas.

—Señorita, acepto su caso —dije cogiendo rápidamente el fajo de billetes antes de que, por ejemplo, cambiara de idea.

—Gracias. ¿Cuándo la tendrá?

—Eh... Todavía no lo sé. Pronto, supongo.

—Es que, verá..., me voy de viaje. Voy a rodar una película fuera de Ancas City.

—¿Y cuándo se va?

—Mañana por la tarde.

—No se preocupe. Cuando regrese ya habré encontrado su pirámide —le respondí con total seguridad.

—No lo entiende. Yo nunca viajo sin ella. Es mi amuleto de la suerte, y por eso la necesito para mañana por la tarde.

Decididamente, las cosas no empezaban bien. Una rana sensata habría devuelto el dinero en ese mismo momento y habría rechazado el caso. Pero... ¡qué charcas! Nunca he dicho que fuera una rana sensata.

—No se preocupe. Mañana tendrá su pirámide. Si no es así..., le devolveré su dinero.

—No me importa el dinero, quiero mi pirámide —dijo ella levantándose, algo molesta—. Encuéntrela. Mi avión sale a las cinco de la tarde.

—¿Qué tal si antes de irse me da la dirección de su agente? Perdón, de su exagente.

—No tiene pérdida. Lo encontrará en La Villa Azul. Es la casa más lujosa del Valle.

Mientras ella salía de mi piscina, yo solo podía pensar en una cosa: si en mi bono de bus aún quedaba algún viaje. Eché un vistazo a mi raída cartera. Soy una rana afortunada: me quedaba uno. Batracio Frogger, ¡rumbo al Valle!

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