Una aventura peluda (Ojo, Piojo 1)

Geòrgia Costa
Fernando Alcalá

Fragmento

cap-1

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En la clase del colegio en la que vivimos hay muchas mesas y sillas, y un perchero a la derecha con abrigos colgados, de todos los colores. Y, claro, lo más importante que hay en la clase de primero es un baúl que siempre está abierto en un rincón, lleno de disfraces y de…

¡Sombreros!

¡Sí! ¡Lo has adivinado! ¡Ahí está el sombrero de explorador, nuestra casa! Es lo primero que veo cada vez que abro un ojo por la mañana, cuando papá piojo viene a despertarnos.

Siempre lleva colgada a Lili de una de sus patitas. Lili es mi hermana pequeña. En realidad se llama Liendre, pero todos la llamamos Lili.

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imagen—canta papá piojo dando palmas.

Hoy nos despierta dando palmas, pero papá piojo cada día se inventa un modo de despertarnos. A veces lo hace dando volteretas. Otros días, baila a nuestro lado. A veces nos hace cosquillas

imagen ¡El desayuno está servido!

¡Desayuno!

Siempre desayunamos lo mismo: ¡¡¡caldo!!! No sé de qué está hecho, creo que es alguna receta secreta de papá piojo, y es que… ¡me encanta! Me gusta tanto que me levanto de un salto enorme con una macrovoltereta en el aire. Al aterrizar de vuelta en el sombrero veo a Picorina, con la boca abierta y los ojos todavía muy muy cerrados.

Picorina es mi hermana mayor y siempre tiene unas ideas extrañísimas.

Creo que tengo las patas dormidas. ¡Esto de despertarse tan temprano no es bueno para nadie! La clase está vacía, todavía no ha llegado nadie.

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Me gusta echar un vistazo siempre que me levanto: hay dibujos en las paredes, un estante con libros que siempre están desordenados, y un chicle inmenso pegado debajo de una de las mesas. Hay unas ventanas enormes desde donde se ve el patio de la escuela. Y dos pizarras, una blanca y una negra.

Y también, claro, hay niñas y niños.

Bueno, los habrá luego. Ahora es tan temprano que ni siquiera ha llegado la profesora.

—¿Qué haaaaaaces? —pregunta Picorina mientras aprovecha para bostezar—. Si ya te debes de saber las vistas de memoria.

—Es que tengo ganas de que lleguen los niños y la profesora. ¡Ayer habló de canguros! ¿Tú crees que hoy también hablará de animales?

Me fascinan los animales. Me encanta cuando la profesora habla de ellos.

Pero a Picorina no le gustan. A ella…

—¡Cosquillo! ¡Picorina! —dice papá piojo dando unas palmas más fuertes que antes—. ¡A desayunar! ¡Tenéis que comeros todo lo que hay en el plato, así conseguiréis ser los piojos más altos del planeta! A de-sa-yu-nar —repite cantando de nuevo.

—¿Caldo otra vez? —se queja Picorina poniendo cara de asco. Cuando la pone, arruga tanto la nariz que parece una pioja de cien años—. ¡Qué asco! ¡Yo quiero verduras! ¡Yo quiero ser… quiero ser... vege… vega…VEGESTURIANA! ¡Eso!

¿Ves? No hay quien la entienda…

¡Mi hermana está loca! Picorina es adicta a las cosas de los humanos. Además, no se dice vegesturiana. Se dice vegetariana.

Hace unos días la profesora les contó a los niños de la clase qué es eso de ser vegesturiana. Quiero decir, vegetariana. Significa que solo comes cosas que son verdes. Siempre me imagino a los vegetarianos comiendo hojas o césped. ¿De verdad le gusta eso a Picorina?

Menuda rara…

Pero, mira, mejor para mí, porque si Picorina no quiere caldo…

—Si tú no quieres, me lo quedo yo…

—¡Sí quiero!

Me empuja. Pues yo la empujo a ella.

—¡Has dicho que no quieres!

Cuando empujo a Picorina, ¡ella me empuja a mí!

—¡Que sí que quiero!

—¡No! ¡Tú quieres comer verduras de vegesturiana!

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¡La patita de papá piojo ha aparecido de repente! Le encanta separarnos. Me sujeta a mí por la cabeza, y con otra patita sujeta a Picorina.

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Papá piojo siempre habla despacio y tranquilo. Dice que respiremos, aunque nunca sé por qué, si ya respiramos todo el rato.

—Es que yo quiero verduras —dice Picorina superpesada—. ¿No podría mamá pioja traer trocitos de verdura de sus excursiones?

Mamá pioja es la mejor exploradora que conozco. Todos los días, antes de que nos levantemos, sale a explorar. Siempre lleva puesto un sombrero igualito a este en que vivimos. Quizá por eso nos quedamos a vivir aquí, porque somos una familia de piojos exploradores. ¿Quién sabe? No me lo han dicho. La verdad es que normalmente no me explican nada, dicen que soy demasiado pequeño y que, por eso, tengo que mirar la clase desde el sombrero, para aprender.

Bueno, también se lo dicen a Picorina, pero siempre responde lo mismo. Pone las patas en jarra, echa la cabeza para atrás y luego abre mucho la boca para gritar (ya te he dicho que está un poco loca):

—¡Yo ya soy mayor y puedo decidir por mí misma! ¡SOY MAYOR! ¡Mayor mayor mayor mayor mayor!

Y si no la para nadie, seguro que puede quedarse diciendo lo de mayor mayor mayor hasta que se quede sin aire.

—¡Uy, cuidado! —nos alerta papá piojo—. El sol ya está bien alto, y las niñas y los niños están a punto de llegar.

Sorbo el caldo con una pajita y arrastro a mi hermana hasta el extremo del ala del sombrero.

—¡Vamos! —le digo—. ¡Que la clase de hoy va a comenzar! ¡Ojalá vuelvan a hablar de animales!

—¡Qué rollo! —dice Picorina, pero yo no le hago caso.

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