El mundo de Olympia 5 - Atenas en juego

Almudena Cid

Fragmento

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Una mezcla de olor a cloro, madera y pies daba la bienvenida al tirar de la pesada puerta batiente del Módulo. Olympia estaba en el CAR de Madrid, el mismo en el que tantas veces había entrenado: era allí donde Jessica y ella empezarían a jugarse el pasaporte para los Juegos Olímpicos de Atenas.

Cuatro jueces se alineaban a la altura de la barra del ballet, sentadas justo enfrente de la línea roja del tapiz más cercana a la puerta. Se tapaban la boca con la mano al hablar entre ellas, como entrenadoras de fútbol protegiendo su estrategia. Al menos Petra, la juez cercana a la seleccionadora Liuba, ya no estaba entre las elegidas.

Por desgracia, la que sí seguía allí era la madre de Jessica. Se había colocado en la esquina derecha al fondo del tapiz, con una de las patas de su silla sobre la línea que delimitaba el 13 x 13, y nadie le decía nada.

Su hija vestía un maillot con colores fosforitos, donde predominaba el verde, que resaltaba sobre el moreno de su piel. Olympia, un maillot blanco con una decoración plateada; le aportaba calma cada vez que se veía reflejada en el espejo.

Se sentía con ganas y con fuerza para empezar su particular lucha por la plaza olímpica. «Sabes lo que tenemos por delante, ¿verdad?», le había preguntado Iratxe mientras la abanicaba con unos folios que llevaban las fichas del valor de sus ejercicios, a punto de empezar el primero de los controles. Oly no había contestado, no hacía falta. Solo había levantado el mentón y anclado su mirada en la de Iratxe.

Sí, lo sabía.

Eso había pasado hacía ya dos semanas: era el primer control de la temporada y había salido bien.

Desde entonces, la tensión no había bajado ni medio punto, más bien al contrario: solo crecía y crecía.

Era marzo y Olympia entrenaba en su casa, el CAR de Barcelona. Siempre pensaba en que lo único que le quedaba por hacer en aquella sala era dormir. Bastaría con cerrar las enormes y pesadas cortinas para que no entrara la luz por la cristalera cuando el sol saliese por la mañana. Abriría los ojos, se estiraría un poco y a entrenar. No sería una rutina demasiado distinta a la de los últimos meses.

Intentaba reconvertir toda esa tensión en fuerza para las piernas, una especie de canalización. Reciclar. Esa era una de las enseñanzas de su abuelo: todo tiene una doble utilidad, incluso lo que en apariencia no sirve, y era el momento de ponerlo en práctica. Él lo hacía con sus esculturas en el Rincón de los Engendros; ella lo haría con todo lo que iba sintiendo.

Últimamente le había dado por los rodamientos y jugaba con la pelota a intentar descubrir nuevas formas de trasladarla de un extremo al otro del cuerpo. Le encantaba probar elementos nuevos y si era con la pelota, mejor aún. Más que ningún otro, sentía ese aparato como una prolongación de sí misma, de su propio cuerpo.

Un buen rodamiento es aquel que no sufre sobresaltos, en el que la pelota rueda por el cuerpo en contacto permanente, y para eso hace falta ropa ajustada, que nada frene el recorrido. Por eso Olympia llevaba camiseta ceñida negra y mallas cortas. Si no llega a ser por las punteras color carne, habría parecido la misma de los tiempos del IVEF, «la rusita», como la llamaba el bedel Rufino.

Iratxe la contemplaba de reojo mientras entrenaba y corregía al resto de las gimnastas. Le gustaba dejar a Olympia sola para que investigara porque era una gimnasta creativa, y la creatividad necesita libertad y tiempo.

—Diez minutos más y acabo. Dame diez minutos —le prometió Oly a Laura, que esperaba aburrida en un lateral del tapiz. Su amiga había ido a visitarla el fin de semana, una visita relámpago.

—No entiendo por qué te complicas la vida —le decía mientras la veía correr detrás de la pelota de una esquina del tapiz a la otra.

—Hasta ahora solo me han dado resultado los caminos difíciles.

Laura miró la hora en el móvil y en el reloj que estaba encima de la puerta de salida, como si uno de los dos fuese a dar una hora diferente.

—Dos menos siete, Olympia.

—Solo diez minutos.

Laura bufó y volvió a centrarse en el móvil, para que el tiempo pasara rápido.

—Mira lo que dicen estos: «La gran batalla». —Tenía abierto un artículo del diario El País. Leyó en voz alta—: «La guerra por la única plaza olímpica individual de la gimnasia rítmica española lleva abierta desde el Mundial del pasado septiembre en Budapest, cuando el equipo español fracasó en su objetivo de clasificar a las dos deportistas para la cita griega, y se alargará hasta el Europeo, que se celebrará en junio».

—¿Y? —Olympia trataba de estirar completamente la pierna derecha en spagat sin que la pelota se cayera de la sujeción del empeine.

De rodillas, pierna derecha adelantada.

Brazo derecho con la pelota, que pasó por debajo de la pierna y colocó en el empeine. La sujetó con los dedos del pie derecho en flex.

Peso del cuerpo a los hombros.

Pierna derecha estirada por encima del hombro.

Pelota enganchada en el empeine...

—«En ella se enfrentan la vitoriana Olympia, dos veces olímpica, y la alicantina Jessica y, tras ellas, la Federación Catalana, que acoge en su centro de alto rendimiento a la primera y a su entrenadora, y la Española, que ha impuesto por primera vez un sistema basado en varias pruebas para entregar el pasaporte para los Juegos. El riesgo es que los dos meses de tensión añadida quiebren a las gimnastas, que soportan entrenamientos de hasta siete horas diarias y deben mostrarse al cien por cien meses antes de la cita de Atenas».

—Si estiro el empeine, creo que la pelota podría rodar por el tobogán de mis piernas.

—«Para resolver este dilema, la Federación ha decidido que la plaza se adjudicará según los resultados de ambas en ocho pruebas: cuatro controles técnicos y cuatro competiciones internacionales. Una solución que no contenta ni a las chicas ni a las entrenadoras».

Al menos por parte de Iratxe y Oly, eso era cierto.

—¡Aaaaaargh! —soltó Olympia, y Laura apartó los ojos del móvil.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—Que no consigo entenderlo.

—En los foros de gimnasia lo explican un poco mejor.

—¿El qué?

—Lo que está pasando.

—¿Un foro me va a explicar la técnica de un nuevo rodamiento? No sé por qué narices se me queda la pelota atascada entre el cuello y la rodilla...

—Tengo hambre —cambió de tema Laura. Tenía la sensación de que su amiga no le estaba haciendo ni caso.

—¿Hambre o manía? —decía Olympia mientras volvía a correr tras la pelota.

—Mmmm...

—Entonces, manía.

Laura esbozó una sonrisa. Olympia también. Su amiga seguía comiendo siempre a la misma hora y Olympia seguía siendo igual de cabezota.

Notaron una corriente de aire y se dieron la vuelta para ver entrar a Serena. La de Marbella llegaba con la raqueta enfundada al hombro, el pelo corto y con mechas fucsias pegado a la frente y las mejillas sonrojadas: había estado entrenando.

—¿De qué habláis? —preguntó antes de darle un beso en la me

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