Olympia y las Guardianas de la Rítmica 2 - Olympia y la fábrica de gimnastas

Almudena Cid

Fragmento

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Lo que peor llevaba el Relojero era perder. Perder una apuesta. Perder tiempo o energías. Perder un avión, perder el norte, perder pelo. Hasta perder peso. Y entre todas las posibilidades, lo único que podía fastidiarle tanto como perder una batalla o que le perdieran las maletas era perder su sombrero. Sin él, le entraba frío por la cabeza, y perder calor le recordaba que también había perdido una oportunidad de darles a esas Guardianas de la Rítmica su merecido. Y con tanto perder, perder y perder, iba incluso perdiendo los nervios.

Tenía que controlarse.

—¡Alto! —se dijo.

Con su temperamento y su posición como mano derecha del Visionario Supremo Doc Hades, al Relojero nadie le daba órdenes, así que Tuercas dio por hecho que se lo decía a él y se quedó inmóvil en el sitio.

El Relojero vio cómo el gran danés robótico de color metalizado, ojos tintados y orejas abatibles hacía esfuerzos por no moverse, pero la orden le había pillado con la mandíbula medio abierta en un bostezo y hay pocas cosas tan complicadas como dejar un bostezo a medias, incluso si estás hecho de una aleación de hierro, titanio y chinchetas.

—No es a ti, Tuercas —le aclaró su amo.

Después de que esas niñas anulasen a su juez clave en el Campeonato de España, y después de que su encuentro en el pasillo del pabellón quedase en nada, el Relojero había regresado a la limusina maldiciendo las estúpidas reglas que impedían la entrada de mascotas en los polideportivos, porque con Tuercas allí habría sido mucho más fácil.

Habían vuelto a la base central a rendirle cuentas a Doc Hades, que le había dado un ultimátum desde su asiento personalizado con reposapiés, apoyabrazos, descansamanos, suenamocos, rascanarices y reclinacabezas:

—Tú consigue que todo vaya como debe en la fábrica. Eso nos facilitará los siguientes pasos. Luego, cuando empiece ese torneo de saltimbanquis... ¿cómo se llamaba?

—Internacional de Interclubes de gimnasia rítmica.

—Cuando empiece —siguió el Visionario Supremo— y esas mocosas vayan a fastidiarlo, captúralas y tráelas aquí —le ordenó mientras el Relojero le ajustaba el índice derecho.

Como jefe absoluto, ese era el dedo que más mantenimiento necesitaba. Está demostrado que no se ordena igual con el índice que con el dedo meñique.

El Relojero había asentido con la cabeza y no había dicho nada, aunque no le gustaban las tareas triples. Tictac, tictac, cada cosa a su tiempo.

—En realidad, no son tres misiones, son cuatro —le dijo a su robocánido mientras salía de su habitáculo insonorizado y automatizado, de camino a la lanzadera.

Iba a lomos de su patín aerodeslizador obligatorio, y notaba el airecillo en la cabeza. Hasta le parecía que corría menos; a fin de cuentas, era un sombrero que cortaba el aire. Por algo incluía un ala retráctil de dientes de acero.

Fue numerando con los dedos:

—Supervisar la fábrica. Preparar el Interclubes. Capturar a las guardianas. Y... —dijo mientras levantaba el dedo anular, el cuarto— recuperar mi sombrero.

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La noticia cayó como un helado de vainilla con cookies y dulce de leche después de un entrenamiento de verano. Las seis guardianas se apelotonaron frente al monitor del pabellón de cristal, y Mazy leyó en voz alta:

—«Juez de gimnasia rítmica sancionada por la Federación: la Comisión Disciplinaria de la Federación Nacional de Gimnasia ha decidido sancionar con una advertencia por parcialidad a una juez de rítmica que intercedió a favor de algunas gimnastas en el pasado Campeonato de España, celebrado en Vitoria».

—¡La juez Bocapez! ¿Es la juez Bocapez? —preguntó Botti mientras daba saltitos sobre su pelota para ver por encima de Cinty.

—¿Quién va a ser si no? —Mazy volvió a mirar la pantalla y siguió leyendo—: «Al anunciar la sanción, la Federación afirmó que por el bien de la rítmica es crucial garantizar la imparcialidad, independencia y competencia de los jueces», blablablá.

Hula frunció el ceño y ladeó la cabeza.

—Jueces blablablá. No los conozco. ¿Esos qué puntúan?

Oly se rio y Cinty puso los ojos en blanco. A veces Hula era taaaan literal...

Solo llevaban juntas unas semanas —desde que las reunió la diosa Niké, la diosa de la Victoria, encargada de vigilar que la justicia siempre acompañase los éxitos deportivos—, pero ya se iban conociendo. Ayer mismo, Hula había oído cómo Olympia y Mazy decían que Sogy «hablaba por los codos», se había acercado a ellas y les había dicho muy convencida: «Sogy habla por la boca, como todo el mundo», antes de darse la vuelta y dejarlas allí plantadas y alucinando.

—No puntúan nada, Hula. Los jueces blablablá no existen.

—Es lo que tú has dicho.

—Era una forma de hablar. Es que el artículo es muy largo —le explicó Mazy—, espera, resumo. Aquí. Dicen que lo que ha hecho esta juez «daña la imagen de la gimnasia tanto de cara al público como ante atletas y entrenadores».

—¿No hay fotos? —preguntó Sogy, abriéndose espacio entre las otras.

Olympia se quitó de en medio para que la francesa, tan alocada como siempre, no la arrollase.

—Solo la del podio del campeonato —le confirmó Mazy.

—¡Ja! —se rio Sogy, señalando la pantalla.

Ahí estaba: un podio rarísimo, con las vencedoras sin medallas y Kalista Klaus, la primera gimnasta del club Nix, medio arrinconada por algunas de sus compañeras, las que habían hecho buenas migas con Chloe y otras del equipo de Iratxe.

—A ti te quedan mucho mejor que a ellas —dijo Olympia, mientras Sogy hacía repiquetear las medallas de oro, que en los últimos días solo se había quitado para entrenar con la cuerda. A saber cómo lo aguantaba; llevaba encima tantas, que habría hecho explotar cualquier detector de metales.

Le habían quitado la bandeja completa de los oros a una azafata. La pobre intentó salir corriendo, y no lo hizo mal, pero con Mazy propulsándose a tirones con las mazas, y Sogy y Hula corriendo detrás, no tenía escapatoria. Al final salieron del pabellón con el botín

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